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Domingo de Ramos “De la pasión del Señor”

26/3/2024

 
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En el evangelio que se lee al comienzo de la celebración de este domingo, contemplamos la entrada de Jesús en Jerusalén. Es Jesús quien toma la iniciativa de su triunfo. El, que tantas veces ha huido de este tipo de manifestaciones, casi se diría que ahora la busca. El es quien manda buscar el borriquillo. “Id a la aldea de enfrente y encontraréis un pollino atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo” (Mc 11, 2 )

El asno en Palestina, era cabalgadura de personas notables, ya desde los tiempos de Balaán (Num 22,11). Jesús al elegir esta montura, no busca pues, tanto la humildad como el animal normal entre las gentes de su país; el mismo que la novia usaba el día de su boda o al que se ofrecía a cualquier persona a quien se quisiera festejar. Pero busca, sobre todo, el cumplimiento de una profecía, del profeta Zacarías: “ No temas, hija de Sión, he aquí que viene tu rey, sentado sobre un pollino de asna” (Zac 9,9)
Jesús no solo encontró en Zacarías la imagen del rey de la paz sino también la del pastor herido que, con su muerte, trae la salvación; y la imagen del traspasado al que todos mirarán. Quiere que se entienda su camino y su actuación sobre la base de las promesas del AT, que se hace realidad en Él.

Los discípulos y muchos de los que acompañaban a Jesús se sintieron llenos de alegría y gritaron palabras del salmo 118 que en sus labios se convierten en una proclamación mesiánica: ¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor” Mc 11,9s)

Podemos reconocer en la exclamación ¡Hosanna! una expresión de alabanza jubilosa a Dios en el momento de aquella entrada; la esperanza de que hubiera llegado la hora del Mesías y el momento de petición de que fuera instaurado el reinado de Dios sobre Israel. Alabanza a Jesús, al que se saludo como al que viene en nombre de Dios como el Esperado y el Anunciado por todas las promesas.

Entra en Jerusalén sentado sencillamente sobre un pollino, como un príncipe de la paz, como un rey espiritual, como un salvador de las almas para consumar su Misterio pascual.

La celebración de este domingo nos introduce en el misterio de la Semana Santa con una doble significación. Por una parte, rememora aquella entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, cuando acompañado de sus discípulos y amigos es reconocido como el rey que entra en su ciudad; por otra, escuchamos el relato de la pasión que finaliza recordándonos la sepultura de Jesús.

Las palmas anticipan la victoria de Cristo, la lectura de la pasión, nos mueve adentrarnos en el camino de la humillación y sacrificio de Jesús que nos ha traído esa alegría con su resurrección. Ambos aspectos están sintetizados en el himno de san Pablo, donde se habla de su humillación hasta la muerte y posterior exaltación, que a su nombre debe doblarse toda rodilla.
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El misterio de este día nos invita a acompañar a Jesús, desde su entrada en Jerusalén hasta su resurrección. Es un camino que no finaliza en la muerte, sino que continúa con la resurrección.
Lecturas:
Is 50, 4-7
Flp 2, 6-11
Mc 14, 1–15, 47

V Domingo de Cuaresma

16/3/2024

 
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ATRAERÉ A TODOS HACIA MÍ  

JN 12, 20-33
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​Este evangelio anuncia ese eje que habla de lo que sucederá aquí y allá. En este texto evangélico el Señor cierra los tiempos de la Encarnación y abre los tiempos escatológicos, cierra el ahora y nos muestra lo que sucederá en la Gloria. Ha llegado la Hora.
Estamos ante una escena dramática en la que una multitud rodea a la persona de Jesús, camina desde la periferia hacia el centro, queriendo ver y escuchará palabras extrañas, paradójicas, contra lo que ven. Responderá Jesús al deseo del hombre, pero la respuesta será totalmente inesperada.
Es la hora de la epifanía del Señor. rompiendo todos los esquemas esperados del Mesías. Lo verán en el quicio entre la muerte y la Vida.
 
LA PREGUNTA DE LOS GRIEGOS (v. 21)
Como los pastores en Belén (“Venite, venite in Bethleem. Natum videte, regem angelororum”), como tantos otros a lo largo de vida como los griegos, este es el deseo del hombre: VER A DIOS (Ex 33, 20). El antiguo testamento concluye con el mismo deseo (“Muéstranos tu rostro”, salm 80, 7; salm 27, 8) que estos judíos de habla griega o gentiles del Imperio romano, prosélitos o temerosos de Dios, expresan a los discípulos de Jesús.
Y este mundo que se acerca a Él solo le verá tras la muerte en cruz. Lo verán en breve porque la Pasión es cercana, es el AHORA del Hijo del hombre
 
UNA MUERTE FECUNDA (vv. 23-26)
Jesús, nunca indiferente a nuestras búsquedas, dará una respuesta sobre lo que supone su muerte a través de la parábola del grano que muere (v. 24), advirtiendo que será necesario que el grano muera para que surja la vida, pero también será necesaria la soledad de un solo grano para que esa vida que surge sea fecunda, dé mucho fruto. La soledad y la muerte, serán el paso necesario.
La parábola y el logion (vv. 25-26) destinado a sus discípulos que quieren seguirle hasta la cruz: quienes pretendan seguirle manteniendo una existencia autocentrada en sí mismos,  controlando y exigiendo los propios fines, deseando el éxito y la autosatisfacción, perderá la Vida. “El que ama su vida, la pierde” (v. 25) y “si alguno quiere servirme, que me siga” (v. 26). Solo el seguimiento, hasta el abajamiento y la muerte en cruz, conduce a la unión profunda con Cristo y con el Padre.
 
EL QUE BAJÓ SERÁ ALZADO (vv. 27-28)
Hay que bajar hasta la angustia dramática de Getsemaní, hasta la lucha más íntima entre la muerte y la Vida, acoger la turbación ante el afrontamiento de la muerte, soportar los gritos de miedo y dolor (v. 27c; Salm 6, 5b) y decir con Jesús “Para esto he venido” y dejar a Dios la última palabra. Será preciso un absoluto abajamiento y dejar que sea Dios quien responda a la fidelidad.
El Padre, que tiene la iniciativa, tendrá también la última Palabra. (v. 28).  Se alzará la cruz en la que yace el Hijo pero no solo para que quien le mire se sane (Num 21, 4-9) y sea eso lo que provoque la atracción de todas las miradas hacia Él. ¡Es el Padre quien alza al Hijo, recogiéndolo del polvo de la muerte (salm 113, 7-8; 1Sam 2, 8), glorificándolo, reconociéndolo, acogiendo su entrega total a su Voluntad por amor a los hombres!
 
ATRAERÉ A TODOS HACIA MÍ (v. 32)
Y, entonces, sí, atraerá a todos hacia sí, porque el Padre ha reconciliado en Cristo todas las cosas (2 Cor 5-8), porque el Padre ha contemplado la obediencia filial por un amor sin límites, porque el Padre ha entregado a su Hijo para rescate de todos y el Hijo ha dado hasta la última gota de sangre. El Padre lo ha alzado, lo ha elevado sobre la tierra, le ha glorificado y le ha dado el Nombre sobre todo Nombre (Fil 2, 9-11).
El Sí del Hijo al Padre ha sido respondido por el Sí del Padre al Hijo y a la Humanidad y a todo lo creado. “He aquí que hago nuevas todas las cosas”, porque todo lo perdí por amor a mi Padre y a vosotros. ¡Si todos los dramas y las tragedias de este mundo tuvieran este final! En Él tenemos la única posibilidad. Siguiéndole a Él, la muerte, el grano de trigo caído en tierra, perder la vida por Él, entregarla en la invisibilidad de lo cotidiano, en el compromiso más sincero de amor al Padre y a los hermanos, en la voluntad de bondad y amor a todos, a los más débiles y pequeños,  abrirán nuestros ojos para ver a Jesús, al Hijo Amado, Dador de la Vida que no muere.
Lecturas:
Jer 31, 31-34
Heb 5, 7-9
Jn 12, 20-33

IV Domingo de Cuaresma-Domingo de la Alegría

9/3/2024

 
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Henry Ossawa Tanner (1859 - 1937) Nicodemus (1899)
Este domingo es un canto a la misericordia de Dios. De aquí, su nombre: el domingo de la alegría, porque “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.
 
Se habla constantemente, en cada una de las lecturas, del movimiento de condescendencia de Dios hacia nosotros. A lo largo de la historia de la humanidad, y en nuestra pequeña historia personal, hemos intentado una y otra vez ascender, escalar, subir alto, conquistarnos un nombre, cumplir el deseo de Sísifo: robar el fuego de los dioses. Pensamos, tantas veces, que la felicidad ansiada es una conquista, que podemos conseguir por nuestras fuerzas la cercanía con Dios que anhelamos. Y, una y otra vez, nos topamos con un imposible: “¿Quién subirá de nosotros al cielo…? ¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar a buscarlo? (cf. Dt 30, 12-13)
 
En realidad, “nadie ha subido al cielo”, ha sido Él quien ha bajado del cielo (cf. Jn 3,13).
Como un padre que contempla los pasos inseguros de su pequeño, Dios mira al pueblo con cariño. Le sostiene, incluso, en sus esfuerzos y fracasos con compasión y se inclina, una y otra vez, se abaja, le visita, se acerca y se da, finalmente, en su Hijo (cf. 2 Cro 36, 15).
 
Hoy es un día para contemplar el don de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo” (Jn 3,16). Don de benevolencia, condescendencia, pura gracia, inmensa riqueza de gracia (cf. Ef 2, 4-5).
 
En el Evangelio según san Juan, el movimiento de abajamiento de Dios y de ascenso del hombre se reconcilian en la cruz: al levantarse Cristo sobre la cruz (esto anuncia y significa la referencia al signo de Moisés del estandarte de la serpiente en el desierto) ha descendido hasta lo más profundo de lo humano. Así, cielo y tierra se abrazan y Dios y el hombre se encuentran (cf. Jn 3,14-15). 
 
Hoy es un día para contemplar el Misterio de Amor Dios, rico en misericordia, que rompe con todas nuestras estrategias de mérito, conquista, intento y, por lo tanto, fracaso, límite, pecado y frustración. Porque la gran verdad es que no podemos salvarnos, sino que “por pura gracia estáis salvados” (Ef 2, 5).
 
Contempla, por tanto, a Jesucristo levantado-abajado sobre la cruz. Contempla la Gracia, acoge la Misericordia.  
Lecturas:
2 Cr 36, 14-16. 19-23
Ef 2, 4-10
Jn 3, 14-21

III Domingo de Cuaresma

5/3/2024

 
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La expulsión de los mercaderes (El Greco, Londres)

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, este pasaje del Evangelio según San Juan ofrece una visión profunda de la relación entre Jesús y el Templo de Jerusalén. Nos invita a contemplar la actitud de Jesús hacia la casa de su Padre y nos plantea preguntas importantes sobre nuestra propia relación con Dios.
En este relato, vemos a un Jesús enérgico y lleno de celo por la casa de Dios. Al llegar al Templo, se encuentra con una escena que contradice el propósito sagrado del lugar: cambistas y vendedores de animales realizando transacciones en un espacio destinado a la oración y la adoración. La reacción de Jesús es impactante: lleno de determinación y justicia, voltea las mesas y expulsa a los vendedores de animales. ¿Por qué? Porque el Templo se había desviado de su propósito original.
Esta acción simboliza la necesidad de purificación y renovación en la relación entre Dios y su pueblo. Jesús, como verdadero adorador del Padre, nos recuerda la necesidad de purificar nuestros corazones y nuestras intenciones para acercarnos a Dios de manera sincera y auténtica. A menudo, en nuestras vidas, también necesitamos examinar nuestras actitudes y acciones para asegurarnos de que nuestro corazón esté alineado con la voluntad de Dios.
Los líderes religiosos, perplejos por la autoridad de Jesús, le piden una señal. En su respuesta, Jesús menciona la destrucción y reconstrucción del templo en tres días, aludiendo proféticamente a su propia muerte y resurrección. Aquí, nos recuerda que su sacrificio es el nuevo y verdadero Templo, el lugar donde encontramos la salvación y la reconciliación con Dios.
Hermanos y hermanas, este pasaje nos desafía a reflexionar sobre la autenticidad de nuestra adoración y el estado de nuestros corazones. ¿Estamos ofreciendo a Dios un culto sincero, o permitimos que aspectos mundanos contaminen nuestra relación con Él? Además, Jesús nos invita a mirar más allá de las apariencias y a comprender las profundidades de su sacrificio redentor.
A medida que continuamos nuestro camino cuaresmal, este pasaje nos anima a renovar nuestro compromiso con Dios, a buscar la pureza en nuestra adoración y a acercarnos al misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo. Que el Señor nos guíe en este tiempo de reflexión y preparación, para que podamos experimentar la plenitud de su amor y misericordia.

Lecturas:
Ex 20, 1-17
1 Cor 1, 22-25
Jn 2, 13-25

II Domingo de Cuaresma

25/2/2024

 

​Salió una voz de la nube:
“ Este es mi Hijo amado, escuchadle”

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En este segundo domingo de cuaresma, del ciclo B, la liturgia de la Palabra nos pone de protagonista al Padre, quien, con su voluntad libre y amorosa, ha entregado como ofrenda para la salvación del mundo, a su propio Hijo.

En la primera lectura, Abraham, , modelo de los creyentes, es mostrado como Padre tanto al responder a la llamada de Dios, como al disponerse a sacrificar a su Hijo.(1) Este sacrificio del Hijo hecho por el Padre, tiene otro eco en la carta de San Pablo, quien expresa que “Dios entregó a la muerte, a su Hijo por nosotros”(2)

En este sentido toda la palabra de este domingo nos resalta la ofrenda que Dios Padre hace por nuestra salvación; Dios Padre ofrece a su propio Hijo muy amado.

El Padre y el Hijo están íntimamente unidos en este plan de salvación marcado en la entrega hasta el extremo, hasta la cruz. Son muchas las veces en las que Jesús menciona a su Padre como guía de sus palabras o sus acciones: “El Padre me ha enviado”, “Sólo el Padre que está en los cielos lo recompensará”, “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre”..., Y en otras ocasiones, Jesús se retira a la montaña para hablar con el Padre buscando ese espacio de intimidad en medio de su predicación.

El Padre manifestó siempre en la historia de la salvación su fidelidad y compañía en el camino a la tierra prometida, en medio del desierto. Así pues, en el relato del éxodo, Dios iba delante de su pueblo para guiarlos por el camino, de día como una columna de nube, una nube que nunca se apartó de su pueblo y que expresó la fidelidad de Dios, la compañía, la custodia y el poder del Padre que pidió un “imposible” para todo un pueblo. Por ello la nube es expresión de la presencia de Dios de su majestad, de su fuerza, de su eternidad. No es casualidad que en este evangelio se resalte que la voz salió de la nube, y esta voz era la voz de Padre. ¡Podemos imaginar el asombro de Pedro, Santiago y Juan que seguramente reconocerían en la nube la presencia divina de Dios, además de escuchar la voz!

Por otro lado, los discípulos vieron a Elías y a Moisés y con esta imagen se rescata la recapitulación de todas las cosas en Cristo, toda la historia de la salvación, la ley y las profecías tienen un sentido aquí y ahora, en esta montaña porque el que brilla como luz sin ocaso es el Hijo Amado que el Padre entregará como gran ofertorio para la Salvación del mundo.

Podemos comprender que los discípulos estuvieran asustados, ya que en unos cuanto segundos se les había revelado mucho de la intimidad del corazón del Padre y del Hijo, podemos comprender el ímpetu de Pedro que querer permanecer en este espacio de belleza y gloria, pero es muy importante que en este domingo nos quedemos con la petición que hace el padre a estos discípulos que hoy somos toda la Iglesia: “Es mi Hijo Amado, ESCUCHADLE”

(1) Misal Romano, introducción al segundo domingo de cuaresma.
(2) Rom.8,32
Lecturas:
Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18
Rm 8, 31b-34
Mc 9, 2-10

I Domingo de Cuaresma

17/2/2024

 
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“Se ha cumplido el tiempo. Convertíos y creed en el Evangelio”

En el primer Domingo de Cuaresma se nos invita a entrar y a permanecer con Cristo en el desierto.
La invitación viene de lo Alto, no se trata de una iniciativa nuestra, sino del deseo del corazón del Padre de encontrarse con nosotras.
Él nos atrae hacia Sí por la fuerza de su Espíritu que nos empuja, nos impulsa, nos mueve a entrar en el desierto: “Levántate, oh Amada mía, Hermosa mía y ven” (Cant 2,18).              
En los versículos previos al evangelio de hoy se nos narra el bautismo de Jesús, donde se manifestó su identidad más profunda: “Tú eres mi hijo amado. En ti me complazco” (Mc 1, 12). Solo viviendo en la certeza del Amor del Padre, en la confianza que nace de la condición de hijos, del descanso de sabernos custodiados y cuidados por un Amor Primero e incondicional se puede entrar en el desierto.
No podemos engañarnos. Entrar en el desierto nos da miedo, es peligroso. La soledad, el silencio, la desnudez, las condiciones adversas, los peligros… nos acechan y asustan. Es un lugar de inseguridad donde, si permanecemos, llegaremos a experimentar de un modo único la presencia íntima del Padre: “Nada temo porque tú vas conmigo” (Sal 22). El salmo de este domingo nos enseña a orar en el desierto, a dirigirnos al Padre invocando su ternura, su misericordia. La brújula de nuestros pasos en este lugar sin referencias es la oración confiada: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas” (Sal 24), pues no solo de pan vive el hombre.
Quedarse en el desierto cuarenta días supone combatir todos estos miedos, desplegar la paciencia, tomarse tiempo para repensar la existencia con sus luces y sus sombras, experimentar el hambre, asombrarse ante la inmensidad del cielo y dejar, finalmente, a Dios hacerse íntimo y cercano, cuidarnos, servirnos... Es una verdadera experiencia de interioridad y amor en la total intemperie.
Marcos es escueto en la descripción de esta experiencia de Jesús, pero si nos lo leemos detenidamente y lo rumiamos… reconocemos la fuerza y el atractivo de esta experiencia espiritual: “Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían”.
El desierto no es el fin, no es un lugar en el cual habitar para siempre. Es un tiempo de maduración interior, un tiempo de fuerte experiencia espiritual de conversión para afrontar la misión y la vida cotidiana asentados y fundados en la alianza íntima con el que sabemos está y nos acompaña siempre.
Atrévete a entrar en esta cuaresma en el desierto. El Espíritu quiere conducirte a un desierto interior. Persevera en un espacio de soledad y silencio. Busca un tiempo y un lugar propicio que te adentre en la experiencia del desierto al inicio de la cuaresma para dejarte, realmente, renovar desde el corazón por la Palabra de Dios, por su Amor porque “se ha cumplido el tiempo. Convertíos y creed en el Evangelio”. 
Lecturas:
Gn 9, 8-15
1 Pt 3, 18-22
Mc 1, 12-15

Domingo VI del Tiempo Ordinario

9/2/2024

 
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En el pasaje de este domingo, vemos a Jesús realizar uno de los gestos más significativos de su tarea mesiánica: se compadece, se acerca y toca al leproso, mostrando así su preocupación por los que sufren, los que están cargados de dolor, de miseria y de rechazo.
 
Jesús ve cómo este leproso se acerca a Él para pedirle la curación. Los leprosos en aquella época eran como “muertos vivientes” ya que estaban privados de cualquier tipo de vida social, familiar, de trabajo e incluso de la práctica de la religión. Eran absolutamente marginados del pueblo y no se podían acercar a nadie. Tenían que anunciar su llegada con una campanilla para que la gente se apartara y no poder así entrar en contacto con ellos.
 
Jesús, que conocía la soledad, el dolor, la marginación de este leproso y todo lo que esto conlleva en la vida de una persona, le mira con compasión, abraza su dolor, lo hace suyo y no se queda indiferente, extiende su mano y lo toca para así, curarlo, para liberarlo de esa esclavitud a la que había estado sometido durante tantos y años y darle la posibilidad de volver a entrar en el círculo de la sociedad.
 
Es por esta razón, siguiendo la ley (Lev 13-14), que le pide que vaya al sacerdote a contar, a dar testimonio de su curación, de lo que ha pasado, para que pueda recuperar la identidad como miembro del pueblo elegido de Dios.
 
Y le pide otra cosa, que no diga nada de lo ocurrido fuera del sacerdote, que era el que debía ser informado. Esta petición, el leproso, no la pudo cumplir. Con grandes gritos y lleno de la alegría de la salvación, anunció por todas partes que estaba curado, haciéndose de este modo testigo del Reino en medio de todos aquellos que no le habían acogido durante tantos años.
 
Hoy en día, en nuestra vida cotidiana, ¿quiénes son los “leprosos” que tenemos a nuestro alrededor? Quizá esta enfermedad en nuestro mundo de hoy no es algo que se distinga por las manchas en la piel, pero sí que podemos ver que siguen existiendo personas marginadas en nuestra sociedad a las que no dejamos entrar en nuestros círculos por miedos, sospechas, rechazos, marcados por las diferencias, por las ideologías, por gustos que quizá no concuerdan con los nuestros.
 
Siguiendo los pasos de Jesús, pidamos la gracia de poder tener una mirada compasiva, una mirada que ve más allá de las diferencias y que es capaz de salir de sí misma para poder acercarse a los demás y acogerles, hacer nuestro su dolor, y ayudar a caminar en compañía de otros, no en soledad. Hagamos posible que nuestras manos se extiendan para poder tender puentes que salven toda distancia y así poder ser también nosotros testimonio en nuestro mundo de que es posible “que todos sean uno para que el mundo crea” (Jn 17, 21-23).
 
Y también, en este domingo, entremos en nuestro corazón ¿cuál es nuestra lepra? ¿qué aspectos de nuestra vida son aquellos en los que le tenemos que pedir a Jesús que nos cure y necesitamos escuchar de su boca que nos dice “quiero, queda limpio”? Dejémonos tocar por la gracia de Jesús, abramos nuestro corazón a su paso, con humildad, poniéndonos delante de Él. Y aquellos que el Señor nos regale, no lo guardemos para nosotros, hagamos que los demás conozcan este Paso de Dios y puedan, de este modo, conocer, descubrir, que el Reino de Dios está entre nosotros, que la gracia de Dios es para todos, que Jesús no nos deja.
Lecturas:
Lv 13, 1-2. 44-46
1 Cor 10, 31–11, 1
​Mc 1, 40-45

Domingo V del Tiempo Ordinario

2/2/2024

 
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El Evangelio de Marcos continúa la narración del inicio de la actividad pública de Jesús en Cafarnaún. Lo describe como un único día en que primero Jesús enseña en la sinagoga y expulsa el espíritu inmundo de un hombre allí presente (que fue el evangelio del domingo pasado), y al salir, se dirige a la casa de Simón y Andrés.

Es el primer día de Jesús, que es llamado “el Día único”, el Sol que nos visita desde lo alto; que no conoce ocaso; que “sale como el esposo de su alcoba a recorrer su camino”; y es el que “sana los corazones destrozados” y “venda sus heridas” como rezamos en el salmo responsorial (Sal 146).
 
Jesús sana. En la sinagoga expulsa el demonio para sanar la relación del hombre con Dios, con la Palabra que pronuncia con autoridad y con el gesto que realiza. Evangeliza, “no tiene más remedio”, como Pablo que recibirá su misma misión y lo describe como impulso irresistible en la Carta a los Corintios, que leemos como segunda lectura hoy. “Por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes” (1Cor 9,23).
 
Jesús evangeliza, también saliendo de la sinagoga. No solo la casa de Dios es lugar de evangelización, sino todas las casas, pueblos, ciudades… Jesús se dirige a la casa de Simón y Andrés. Y sana. Sana a la suegra de Simón Pedro, trae la sanación a nuestras relaciones primordiales, las más cercanas , las familiares.  
 
La suegra de Pedro está con fiebre. Está en cama. Postrada, como Job, en la primera lectura, que no pude con tanto sufrimiento. Se le hace eterna la noche, se encuentra sin fuerzas, falto de esperanza (Job 7,6). Tocado por Jesús, la suegra se sana. La enferma que estuvo obligada a ser servida por otros, está curada y puede volver a servir. 

Tocado por Jesús, su enfermedad se transforma en servicio; así como los obstáculos - llevados ante Jesús - se vuelven oración; las dificultades se convierten en posibilidad de ofrenda. 
 
Hay una bella poesía sobre el servicio del poeta Rabindranath Tagore. Se titula “Dormía y soñaba”. Dice así: 
Yo dormía y soñaba que la vida era alegría. 
Desperté, y vi que la vida era servicio.
Serví, y vi que el servicio era alegría.
 
El primer día de Jesús no concluye, no tiene ocaso. La narración continúa con la madrugada en que Jesús sale a orar, a solas, para prepararse a “ir a otra parte”. Su misión de evangelizar acaba de empezar porque “para eso ha salido”.
 
Señor, tócanos, levántanos, para que volvamos a servir. Danos la alegría del servicio. Haznos salir de nosotras mismas, impúlsanos a evangelizar más allá de tu casa, en las casas, en las ciudades…ir a otra parte.
Lecturas:
Job 7,1-4. 6-7
Sal 146
1Cor 9,16-19. 22-23
Mc 1,29-39

Domingo IV del Tiempo Ordinario

26/1/2024

 
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"¡Cállate y sal de él!"

En el evangelio de este domingo, Marcos subraya el impacto que producía en la gente la enseñanza de Jesús. ¡Es curioso! Asisten a un exorcismo y, sin embargo, lo que le impresiona a la gente no es la acción de Jesús, sino su enseñanza. En este caso, la curación sólo intenta reforzar la autoridad con que Jesús habla. ¡Nadie ha visto nunca nada semejante! El asombro les viene no por esta sanación que ha tenido éxito, sino que lo que verdaderamente les asombra y suscita su verdadero interés es reconocer a un hombre que es capaz de hablar con una autoridad real y verdadera, porque lo que dice se cumple. Una enseñanza poderosa y hasta extraña, algo totalmente nuevo. Así, de este modo, en Jesús quedan ligadas fuertemente entre sí tres palabras: enseñanza, autoridad y novedad.

¿Qué significa este nuevo modo de enseñar con autoridad? En el evangelio no se nos dice nada sobre esta enseñanza, porque lo importante para Marcos es dirigir nuestra atención hacia aquel que enseña: "Pero ¿quién es este hombre?". Cada evangelista tiene una manera especial de resaltar un rasgo o un aspecto de la vida y ministerio de Jesús. Marcos, en su evangelio, habla muy poco de los discursos y de las palabras concretas que dirigía Jesús a los que le escuchaban. Él nos va revelando de manera progresiva quién es Jesús y qué representa. Su evangelio es un diálogo constante entre la realidad que tiene Jesús frente a sí y su manera de relacionarse con ella. Haciendo que hablen más los hechos que las palabras, nos quiere hacer ver cómo, a través de la actuación de Jesús, el reino de Dios se abre paso en forma de curación, de liberación y de perdón.
Enseñaba "con autoridad" ¿De dónde le venía esa autoridad? ¿En qué captaban los oyentes la verdad de sus palabras? La gente se admira no de que Jesús intervenga en la reunión, sino del modo de hacerlo: "con autoridad". Es decir, con convicción, con fuerza, con firmeza, con profunda fe, con alegría.

Nos quejamos de la crisis de autoridad actual. Los padres, los profesores, las instituciones, los medios de comunicación... han perdido credibilidad. Nuestra generación, como la del tiempo de Jesús, está cansada de tanto oír hablar discursos que no significan nada. Miles de palabras resuenan en nuestros oídos, pronunciadas muchas veces con técnicas de persuasión, tratando de convencernos de su verdad. Pero, frecuentemente, nos damos cuenta de que nos mienten, de que buscan manipularnos, porque en el fondo son mera palabrería. Cada vez es más difícil encontrar las palabras adecuadas o los discursos con el peso suficiente para calarnos hasta dentro, que nos convenzan por su verdad, por su honestidad, por su sabiduría, por su deseo verdadero de buscar el bien común y no los intereses personales. Todo esto, como cristianos, nos tiene que llevarnos a preguntar. Y, yo, ¿cómo vivo y comunico la belleza del Evangelio?, ¿Existe autoridad en mis palabras, en mi modo de ser, de situarme ante la realidad?

Jesús, habla con autoridad que, en su caso, es todo lo contrario de hablar autoritariamente. Sus palabras no sentaban sentencias vacías, sino que abrían las puertas hacia la vida eterna, verdadera, plena. Se mostraba como una luz que se enciende, que sirve a todos los que quieren ver, pero que no se impone: "El que tenga oídos para oír -decía- que oiga". Y no mandaba caer fuego del cielo para los que no le escuchaban. Porque el que se opone a la verdad ya tiene su castigo. La Palabra tenemos que encontrarla en las actitudes del que habla, en el mundo interior que manifiesta, en la vida que se percibe detrás de sus palabras. Siempre que hablamos en nombre de Dios y tratamos de ser fieles a su palabra, hablamos con autoridad. No con la nuestra: es la misma autoridad de Dios la que da fuerza a nuestras palabras. Siempre que proclamamos la Palabra, siempre que reproducimos fielmente el mensaje evangélico, siempre que con nuestra vida transparente damos testimonio de nuestra fe, Dios habla a través nuestro, y nuestras palabras participan de aquella autoridad con la que hablaba Jesús.

La autoridad de Jesús está asentada en que Él es el "enviado" de Dios, en que su Palabra y su vida forman una unidad plena porque no dice nada que no esté haciendo ya, porque sus palabras brotaban de una experiencia profunda que confirmaba con su vida.

Los doctores de la ley se limitaban a repetir lo aprendido, quizá sin mucha convicción personal, y no trataban de ponerlo en práctica. Reducían todo a unas normas de cumplimiento externo que no daban vida a nadie, ni siquiera a ellos mismos, y sin embargo exigían duramente en sus predicaciones y enseñanzas. Esto nos invita a pensar hoy, ¿Y nosotros? ¿Creemos de verdad lo que decimos u oímos? ¿Estamos convencidos?, ¿nuestra vida da un testimonio coherente de lo que predican nuestros labios?

Jesús, principalmente, no enseña nada verbalmente: se muestra a sí mismo. La autoridad con la que habla, nace de su fidelidad a la Palabra. Depende de sus obras. Así sucederá también con nosotros, sólo comunicaremos la fe si somos creyentes; descubriremos la salvación a los demás si nos sentimos salvados; anunciaremos la liberación si estamos trabajando por ella. Esta nueva ley, este nuevo obrar que nos enseña hoy Jesús sólo es posible vivirlo y transmitirlo a los demás si en nosotros mismos siempre unimos estas dos realidades; el mensaje y la vida.
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Pidámosle juntos al Señor, que nos ayude en este camino y que nos enseñe a arraigar de todo corazón este amor y fidelidad a su Palabra en nuestra vida. Sólo así nuestra vida podrá ser un testimonio auténtico de vida cristiana.
Lecturas:

Dt 18, 15-20
1 Cor 7, 32-35
​Mc 1, 21-28

Domingo III del Tiempo Ordinario-Domingo de la Palabra

20/1/2024

 
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“Este es el tiempo del cumplimiento” (Mc 1, 15)

En este III Domingo del tiempo Ordinario, la Iglesia celebra dos hechos importantes: por un lado nos encontramos en medio de  la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, estamos celebrando la Semana Ecuménica, profundizando el  tema “Amarás al Señor tu Dios... y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10, 27). Con la peculiaridad añadida de que este año el Papa Francisco (en su intención de oración para este mes de enero),  propone a los fieles rezar para reconocer la variedad de carismas dentro de la Iglesia como un "don de Dios" y no como un "motivo de conflicto". Nos unimos a esta intención: “Para avanzar en el camino de la fe necesitamos también el diálogo ecuménico con nuestros hermanos y hermanas de otras confesiones y comunidades" (Francisco). Y por otro lado, este 21 de enero de 2024 es el Domingo de la Palabra de Dios. Esta Jornada fue instituida por el Papa Francisco hace cinco años: «Establezco que el III domingo del tiempo ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios» (Aperuit illis, n. 3). La iniciativa tiene como objetivo dedicar un domingo al año a la mayor valoración de la Palabra de Dios. Siguiendo esta iniciativa, comparto con vosotros mi meditación sobre las lecturas que propone la liturgia para este Domingo.

"Dame la castidad y la continencia, pero no todavía." Esta famosa oración de San Agustín capta bien la desgana que tenemos la mayoría de nosotros a cambiar nuestras costumbres. Sin embargo, escuchamos exactamente lo contrario cuando los ninivitas (en la primera lectura Jon 3,1-5.10) se arrepienten instantáneamente ante la predicación de Jonás y los pescadores inmediatamente abandonaron sus redes para seguir a Jesús (Mc 1,14-20). Hay una urgencia en cuanto al tiempo y se necesita una respuesta total. Se nos insta a reconocer que nos apremia un nuevo tiempo que requiere respuestas diferentes a las anteriores. Por lo tanto podemos decir que las lecturas de este Domingo nos invitan a la conversión. A conformar nuestras realidades cotidianas, toda nuestra vida, al Reino de Dios inaugurado por Cristo, cuyos valores son la justicia, el amor, la paz, la verdad, la solidaridad, etc.

En cierto modo, esa es la misma invitación que el apóstol Pablo hace a los cristianos de Corinto: «el momento es apremiante, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran...» (1Co 7,29-30). En su predicación, insiste en que el tiempo se acaba y que nuestra forma habitual de hacer las cosas ya no servirá. El apóstol nos advierte de la tentación de absolutizar las realidades terrenas, que son pasajeras. En lugar de ello, propone vivir a la luz del Señor Resucitado: «Habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba» (Col 3,1). De manera similar, Jonás profetiza a Nínive que su destrucción es inminente. Cuando pensamos que el fin está cerca, perdemos parte de nuestra inercia hacia el cambio. Hoy escuchamos este tipo de urgencia de quienes estudian el cambio climático o las causas de la pobreza, la escasez de alimentos, la guerra y las epidemias. Para revertir estos males globales se requiere un cambio profundo en nuestros patrones de vida. Aún así, nos encontramos reacios, ponemos nuestras resistencias y oramos con San Agustín: “Sí, pero todavía no”.

En Marcos (1,14-20) la respuesta de los pescadores es instantánea. Efectivamente, participar en el proyecto de Jesús, aceptar su llamada, abandonar sus redes es una manera de hablar de lo que se debe dejar atrás cuando uno abraza el discipulado radical. Hay ciertas exigencias que asumir, por un lado, ponerse en camino y marchar en pos del Maestro; significa aceptar las exigencias relativas a este seguimiento. Tienen que dejar: redes, casa, familia, … En definitiva, requiere dejarlo todo para recibirlo todo de Él. Por otro lado vemos que los pescadores no abandonan a su familia, como lo demuestran los próximos episodios del Evangelio. Más bien, Jesús se convierte en parte de su familia, haciendo de Cafarnaúm su hogar (Marcos 2,1), y los discípulos se convierten en la nueva familia de Jesús, reorientando todas las relaciones.

El coste de una respuesta tan radical a Jesús ya está a la vista cuando Marcos introduce la llamada de los primeros discípulos con la noticia de que Juan había sido arrestado. Para Jesús es apremiante que todos conozcan y reconozcan en Él el Evangelio de Dios, la Buena Nueva del Reino de la que Él es la manifestación visible y palpable. Para ello comienza su misión escogiendo e invitando a cuatro de sus primeros colaboradores para asegurar la continuidad de su misión: Simón y Andrés, por un lado, que, «inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (Mc 1,18); y Santiago y Juan, por otro lado, que también «dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, se marcharon en pos de él»  (v 20), asociándose a su proyecto de «pescar hombres» para el Reino de Dios.  Es un amor apremiante el que hace que los discípulos sigan a Jesús al instante. Así como una pareja crece en el amor y aprende la costosa entrega que se necesita para que ese amor continúe floreciendo, también los discípulos aprenden la conversión más profunda que se exige a medida que crecen en su relación de amor radical con el Señor. Entonces no es tanto la amenaza de destrucción lo que nos mueve a convertir nuestros caminos, sino un amor irresistible que transforma nuestro corazón.
​
Hoy al igual que sucedió con los primeros apóstoles, Jesús se dirige a cada uno de nosotros y nos interpela: ¡Necesito pescadores de hombres!...¿Cuál será nuestra respuesta?.
Lecturas:

Jon 3, 1-5. 10
1 Cor 7, 29-31
​Mc 1, 14-20
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    Mateo


    1, 18-24
    ​1, 29-39
    3, 1-12
    3, 13-17​
    ​4, 1-11
    4, 12-23
    5, 1-12a
    ​5, 13-16
    5, 38-48

    9, 36—10, 8
    10, 26-33

    11, 2-11
    11, 25-30
    ​
    13, 1-23

    13, 24-43
    ​
    ​13, 44-52
    14, 22-33
    15, 21-28

    ​17, 1-9
    17, 1-9
    18, 15-20
    18, 21-35
    21, 33-43
    22, 1-14
    ​22, 15-21
    24, 37-44
    25, 1-13

    Mt 25, 14-15. 19-21
    ​
    ​25, 31-46​
    27, 11-54

    28, 16-20

    Marcos


    1, 1-8
    1, 12-15
    ,1, 14-20
    1, 21-28
    1, 29-39
    ​
    ​1, 40-45
    ​
    4, 26-34
    5, 21-43
    6, 1-6
    6, 7-13
    6, 30-34

    7, 1-8a.14-15. 21-23
    8, 27-35
    9, 2-10
    9, 30-37
    12, 28-34
    12, 38-44

    13, 24-32
    ​13, 33-37

    14, 1-15,47
    14, 12-16. 22-26
    ​16, 15-20


    Lucas

    1,1-4; 4,14-21
    1, 26-38

    1, 39-56
    ​2, 13-21
    2, 16-21

    3, 1-6
    3, 15-16. 21-22
    4, 1-13
    ​4, 21-30
    5, 1-11
    ​6, 17. 20-26
    ​6, 27-38
    ​6, 39-45
    9, 11b-17
    10, 38-42
    ​10, 25-37
    ​11, 1-13
    12, 13-21
    12, 32-48
    ​12, 49-53
    ​13, 22-30
    14, 25-33
    ​15, 1-10
    16, 10-13
    16-19-31
    ​17, 5-10
    17, 11-19

    18, 1-8
    18, 9-14
    19, 1-10
    20, 27-38
    21, 25-28.34-36
    24, 35-48
    ​24, 46-53

    Juan

    Jn 1, 6-8. 19-28
    ​1, 29-34
    2, 1-11
    2, 13-25
    ​3, 16-18
    ​
     4, 5-42
    6, 51-58
    6, 60-69
    8, 1-11
    ​9, 1-41
    10, 1-10
    10, 27-30
    ​​12, 20-33 
    ​13,31-33a. 34-35
    ​
    14, 1-12
    ​14, 15-21
    14, 23-29
    15, 1-8
    15, 9-17
    16, 12-15
    18, 33, 33b-37
    20, 19-23
    ​21, 1 - 19

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