Recibid el Espíritu SantoCon la fiesta de Pentecostés llega a su término y a su culminación la solemne celebración, por la Iglesia, de la cincuentena pascual. Después de haber celebrado a lo largo de estos 50 días la victoria de Jesús sobre la muerte, su manifestación a los discípulos y su exaltación a la derecha del Padre, hoy la contemplación y la alabanza de la Iglesia destaca la alegría espiritual ante la presencia del Espíritu de Dios y la entrega por el Resucitado de su Espíritu a los suyos para hacerles participar de su misma vida y constituir con ellos el nuevo Pueblo de Dios. ¿De qué estamos hablando al hablar de Pentecostés? La tradición ha instalado aquello de las lenguas “como de fuego” descendiendo sobre los discípulos reunidos en Jerusalén. Y nuestros lugares de celebración se llenan de imágenes alusivas en las que predominan los colores que van del amarillo al rojo. Así se lo describe en el texto de Hechos 2, 1-13, que da origen al nombre de Pentecostés (cinco decenas), que son los días transcurridos desde la Pascua. Pero, limitar la presencia del Espíritu divino a ese único acontecimiento sería un error. El soplo de ese sagrado viento que arropa a quienes seguían a Jesús en sus momentos de mayor temor, miedo, ansiedad, dudas e incertidumbres es un acontecimiento que hoy se actualiza, y que por tanto, todo cristiano puede experimentar de distintas maneras, y en el momento adecuado en el que Dios quiera dárselo. Pentecostés fue un acontecimiento que vivió la primera comunidad cristiana, y que aún hoy sigue sucediendo porque el Espíritu está vivo en medio de nosotros. Para varios comentaristas de este pasaje de la Sagrada Escritura que hoy estamos leyendo, lo que Juan menciona es apenas un anticipo de algo que recibirían en plenitud solo el día de Pentecostés. Para algunos de los padres de la iglesia, es apenas un “símbolo” o una “preparación” de los discípulos que “los hace idóneos” para lo que luego sucedería. Juan expresamente quiere vincular la experiencia pentecostal con Jesús. Por eso la coloca en el mismo relato donde Jesús resucitado muestras las marcas de su crucifixión. Y este soplo del Espíritu es coherente con lo que ya previamente dijera Jesús en su discurso de despedida, en Juan 16,7: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” En el contexto histórico-social que vivimos, en un mundo cargado de violencia, de odios crecientes, de desigualdades escandalosas, de un peligroso desarrollo de los fundamentalismos extremos, ¿cómo interpretar este Pentecostés que nos envía también a nosotros a una misión reconciliadora y de pacificación? ¿Cómo nos desafía este Pentecostés Joánico en la misión de proclamar el mundo nuevo de Dios? ¿Cómo encarnar esa paz de manera profunda en nuestras relaciones personales y en nuestra vinculación con la creación de Dios? Queridas hermanas, también hoy el Resucitado entra en nuestra comunidad y en nuestros corazones, aunque a veces las puertas están cerradas. Entra donando paz y alegría, vida y esperanza, dones que necesitamos para nuestro renacimiento humano y espiritual. Sólo él puede correr aquellas piedras sepulcrales que el hombre a menudo pone sobre sus propios sentimientos, sobre sus propias relaciones, sobre sus propios comportamientos; piedras que sellan la muerte: divisiones, enemistades, rencores, envidias, desconfianzas, indiferencias. Sólo él, el Viviente, puede dar sentido a la existencia y hacer que reemprenda su camino el que está cansado y triste, el desconfiado y el que no tiene esperanza. La experiencia de los discípulos, hoy, nos invita a reflexionar sobre el sentido que tiene la Pascua sobre nuestras vidas. Dejémonos encontrar por Jesús resucitado. Él, vivo y verdadero, siempre presente en medio de nosotras; camina a nuestro lado para guiar nuestra vida, para abrirnos los ojos, para enviarnos como testigos de su Palabra en medio de este mundo. Lecturas:
Hch 2,1-11 1 Co 12,3b-7. 12-13 Jn 20,19-23 Ascensión de Jesús, obra de Giotto “Sabed que yo estoy con vosotros”Esta semana celebramos esta Fiesta solemne de la Ascensión del Señor que destaca y subraya un aspecto, un acontecimiento, una realidad del único Misterio Pascual: la muerte y resurrección de Jesucristo. Esta Fiesta expresa, la dimensión de exaltación y glorificación de la naturaleza humana de Jesús, como contrapunto a la humillación padecida en la condena y la muerte en la cruz. El significado de la fiesta de la Ascensión se encuentra fuera de la historia humana. Sin embargo, sus implicaciones tocan la vida de todos los creyentes. Podríamos preguntarnos qué sucedió realmente en ese día de la ascensión. ¿Fue Jesús realmente levantado? Y si es así, ¿a dónde fue su cuerpo? Entonces, ¿qué significa esta fiesta? Tanto la primera lectura como el evangelio dan algunos detalles descriptivos del evento, pero es en la carta de San Pablo a los Efesios la que nos dice lo que significa la ascensión de Jesús, nos da la clave: “…Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos”. (Ef 1, 22-23) Pero en este día quisiera meditar el texto del evangelio de San Mateo, (el que propone la liturgia para este año). Lo primero que llama la atención es que la escena de la Ascensión se sitúa en un monte sin nombre. Esto nos indica que lo interesante de esta escena no es el lugar, sino el simbolismo. El monte significa el ámbito de lo divino, donde está Dios y el evangelista quiere situar también a Jesús. En este monte está la plenitud de la verdad, de la belleza, de la libertad, y, sobre todo, del amor, ahí nos invita Jesús a subir para ser felices con Él para siempre. Destacamos tres ideas importantes de este texto: 1.– Jesús se va al cielo, pero se queda siempre con nosotros. Precisamente este evangelio de Mateo ha destacado esta presencia de Jesús con nosotros. Al principio nos habla de Jesús como ENMANUEL. Su nombre, su esencia, es estar con nosotros. Sin nosotros, Él ya no sería Él. Desde el misterio de la Encarnación, Dios es Dios-con-nosotros. Y al final del evangelio nos dice que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Siendo esta presencia de Jesús tan arrolladora, ¿quién podrá decir que está solo?. En la vida podemos experimentar la “amarga soledad” pero sólo la soledad de los hombres, pero nunca la de Jesús. 2.– El encanto de una despedida. Ante la partida del Maestro, los discípulos no se entristecen. Su alegría se explica porque Jesús les dejó un don: la promesa del Espíritu Santo; y una tarea: ser sus testigos hasta los confines del mundo. Además, aquella despedida fue muy diferente a otras. El Señor Jesús mientras se marchaba les bendecía. Se fue de este mundo con los brazos abiertos, como los tuvo en la cruz, bendiciendo a la humanidad y abriendo definitivamente la senda y las puertas del cielo a todos. “Aquella solemne bendición de Jesús no era sólo para unos apóstoles en un momento preciso; era la bendición del Supremo Sacerdote que antes de entrar en el Sancta Sanctorum de la Jerusalén celeste, nos dejaba una bendición permanente para toda la Humanidad”. (Benedicto XVI). 3.– La importancia de la Misión. “Id y haced discípulos a todos los pueblos”. Lo que nos manda Jesús a todos sus seguidores es que “hagamos discípulos”. Precisamente a sus discípulos, llenos de intrepidez por la fuerza del Espíritu Santo, corresponderá hacer perceptible su presencia con el testimonio, el anuncio y el compromiso misionero. También a nosotros la solemnidad de la Ascensión del Señor debería colmarnos de serenidad y entusiasmo, como sucedió a los Apóstoles, que del Monte de los Olivos se marcharon "con gran gozo". Al igual que ellos, también nosotros, no debemos quedarnos mirando al cielo, sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, debemos ser misioneros, y proclamar el anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. Para la salvación de muchos, somos transformados por el misterio de Cristo que nos hace uno con El. Nos acompañan y consuelan sus mismas palabras, con las que concluye el Evangelio según san Mateo: "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20) Así pues, la Ascensión del Señor nos ha de colmar de esperanza, da plenitud a la alegría pascual. En el Cristo elevado al cielo el hombre ha entrado de una manera novedosa, en la intimidad de Dios. El "cielo", la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad. Por tanto, la solemnidad de la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros. Sin embargo, no pocos cristianos viven hoy mirando exclusivamente a la tierra, Al parecer, no nos atrevemos a levantar la mirada más allá de lo inmediato de cada día. En esta fiesta cristiana de la Ascensión del Señor quiero recordar unas palabras de Theilhard de Chardin: “Cristianos, a solo veinte siglos de la Ascensión, ¿qué habéis hecho de la esperanza cristiana?”… En medio de un mundo lleno de interrogantes e incertidumbres, los cristianos no podemos perder la esperanza, nos sostiene una certeza, una firme convicción. Cuando parece que la vida se termina, DIOS PERMANECE. El misterio último de la realidad es un misterio de Bondad y de Amor. Dios es una Puerta abierta a la vida que nadie puede cerrar. Lecturas:
Hch 1, 1-11 Ef 1, 17-23 Mt 28, 16-20 La evidencia del amorEstamos llegando a los últimos días de esta cincuentena Pascual. Dentro de poco celebraremos la Ascensión del Señor a los cielos y la gran fiesta de Pentecostés que es el el inicio de la Iglesia, animada por el Espíritu Santo, en las primeras comunidades cristianas, como estamos escuchando en la lectura cotidiana de los Hechos de los Apóstoles. Hoy nos encontramos con el pasaje del Evangelio de San Juan en el cual Jesús anuncia a sus discípulos un acontecimiento importante, una despedida esperanzada: tras su resurrección, el Señor les enviará el Espíritu Santo, que les guiará haciéndoles recordar y comprender cuanto Él les había dicho. El Espíritu Santo es revelado así como otra Persona divina con relación a Jesús y al Padre. Con ello se anuncia ya el misterio de la Santísima Trinidad, que se revelará en plenitud con el cumplimiento de esta promesa. Leemos en el evangelio de este domingo que Jesús dice: "os enviaré otro Paráclito", significa que Él actuó con los discípulos como paráclito, es decir, como «llamado junto» a cada uno de ellos, con el fin de acompañar, consolar, proteger, defender... custodiar la vida del espíritu en ellos. Jesús habla del Espíritu Santo como de «otro Paráclito», porque el mismo Jesús es nuestro Abogado y Mediador en el cielo junto al Padre. Y el Espíritu Santo será dado a los discípulos en lugar suyo como custodio, cuando Él suba al cielo. También hoy recibimos esa promesa, somos custodiados por el Espíritu Santo, nos acompaña e ilumina en esta peregrinación de la vida, hacia Dios, y siempre está con nosotros, y con ello se cumple su palabra: "no os dejaré huérfanos". "Así como Jesucristo predicaba, así ahora el Espíritu Santo predica; así como enseñaba, así el Espíritu Santo enseña; así como Cristo consolaba, el Espíritu Santo consuela y alegra." (San Juan de Ávila) Las acciones del Espíritu Santo son una evidencia de esta custodia. En la Palabra de hoy leemos diferentes verbos: amar, guardar, ver, conocer, morar, estar en, volver, vivir, aceptar. Todas estas acciones nos revelan la acción del Espíritu Santo en nosotros: aceptar su Palabra, guardarla en el corazón, ver con ojos de fe, conocer a Dios, saberme habitada, esperar su regreso, confiar en la vida eterna, todo esto es manifestación del Espíritu en nosotros, porque nadie puede decir " Jesús es el Señor" si el Espíritu Santo no se lo concede. (cf. 1Cor 12,3) Pero aún hay una evidencia mayor: "No hay amor más grande que dar la vida" (Jn 15,13) Jesús fue el primer paráclito, custodió la vida de aquellos que le habían sido entregados por el Padre (Jn 17,9), y una vez finalizada su misión en esta tierra, en su último aliento de vida... "entregó el Espíritu" (Jn 19,30), y por este Espíritu somos vivificados, consagrados, animados, fortalecidos, iluminados en la verdad, porque Él es la verdad (cf. Jn 14,17). No tenemos mayor evidencia, ni es posible, de su amor por nosotros. Ante esta evidencia, ante este amor tan inmenso, surge en nuestro pequeño corazón: "¿cómo puedo corresponderte, Señor?" y Jesús dice: "el que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama". La verdadera evidencia de un corazón que ama a Dios es que este guarde sus mandamientos, guardarlos no por temor, sino porque le amamos. Y aún para ello necesitamos del Espíritu Santo, que habla el lenguage de Dios, que es capaz de transformar nuestra mente, nuestra vida, nuestro corazón, en morada suya, llena de luz y de verdad. Guardar sus mandamientos consiste fundamentalmente en este consejo: “amar al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y amar a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 34-40), no hay mandamiento mayor que éste. MARÍA, nuestro modelo. María acogió la promesa del ángel Gabriel, enviado por Dios, guardó todo en su corazón, se dejó llenar del Espíritu Santo (cf. Lc 1,35), aceptó ser morada de Él. A Ella nos dirigimos con humildad para pedirle su intercesión y así, como Ella, sepamos acoger la Palabra, guardarla, y dejar obrar al Espíritu Paráclito en nosotros. Lecturas:
Hch 8, 5-8. 14-17 1 Ped 3, 15-18 Jn 14, 15-21 El tiempo Pascual tiene un significado especial en la celebración de la fe y en la enseñanza de la Iglesia. Nos traslada a los inicios de las primeras comunidades cristianas tras la Resurrección de Jesús. Nos introduce en la vida de los apóstoles, su llamada, sus incertidumbres, los primeros pasos para ser fieles a la fe recibida. Nos ayuda a vivir ese encuentro personal con el Resucitado hoy. Nos habla de la misma llamada encarnada en nuestro tiempo, sin perder la verdadera orientación, que es la escucha y la obediencia al Espíritu Santo, aprender a discernir los signos de los tiempos, que es la esencia de ese “caminar juntos”. El evangelio de este domingo es un anuncio de este paso de Jesús, de la Pascua: ha sido enviado por el Padre para llevarnos con Él, por la fuerza del Espíritu. Misterio insondable, inabarcable para la mente humana, que Jesús quiere explicar a sus discípulos, pero ellos no entienden. Es como pretender abarcar el misterio trinitario desde los parámetros humanos de la razón, de los sentidos. El lenguaje que Jesús usa es el de las paradojas, para “hacerles comprender” lo que está fuera del control humano, más allá de la razón: la fuerza invisible de la comunión que vive con el Padre, la absoluta certeza de la confianza en Él, la entrega incondicional hasta la muerte, la seguridad de su designio salvífico para la humanidad. “No se turbe vuestro corazón”… “Creed en mí”… “En la casa de mi Padre hay muchas estancias”… “Yo soy el camino, la verdad y la vida”… Detrás de esta revelación de sí mismo, Jesús nos está repitiendo una y otra vez que lo que anhela el corazón humano está en su persona. El camino es el evangelio. Su modo de vivir, el mandato del amor, dar la vida, servir, es por donde hay que caminar, todos los días de la vida, en esta tierra. Él es el camino para encontrar la verdad, la única verdad que salva, la vida verdadera. ¿Podemos decir que aún no entendemos? Jesús es el rostro del Padre. La fuerza de su amor crucificado por nosotros es el Espíritu. Esta Palabra que se proclama hoy tiene el poder de fortalecer la fe de todo creyente. La luz de la Pascua hoy es más luminosa que cualquier tiniebla que ensombrece el corazón humano. El anhelo de la casa del Padre, mientras se está de camino, es el soplo del Espíritu que habita en nosotros y nos lleva. ¿Podemos decir que aún no le conocemos? Hoy estamos llamados a avivar la fe para leer entre líneas, en las palabras de Jesús, lo que no se ve con los ojos humanos. Su Palabra sigue ardiendo en los corazones de quienes aún van de camino. Su Espíritu sigue obrando, su Palabra encarnándose, los brazos del Padre esperándonos. El camino se abre cada día para quien acepta el reto de ser peregrino. El Camino tiene un nombre, Jesús. Tiene un cayado, el Espíritu, que nos guía a la Verdad plena, la única que nos hace libres. Tiene un destino, el Padre que es Vida abundante. Lecturas:
Hch 6, 1-7 1 Ped 2, 4-9 Jn 14, 1-12 El discurso del Buen Pastor da fin a los discursos de la fiesta de los tabernáculos y a la vez introduce el que proclama en la fiesta de la dedicación. Está colocado cuando Jesús ya está viviendo dramáticamente su tarea pública en Jerusalén y acontece tras el milagro del ciego de nacimiento en el cual Jesús acusa a los dirigentes judíos de su ceguera espiritual. El comienzo nos describe una historia enigmática que tiene un alto contenido teológico y que nos lleva a reconocer en él a Jesús y su misión salvífica encomendada por el Padre. "En verdad, en verdad os digo que el que no entra por la puerta… es ladrón”. San Agustín comenta : “¿quién entra por la puerta? Quién entra por Cristo. ¿Quién es éste? Quien imita la pasión de Cristo, quien conoce la humildad de Cristo; y pues Dios se hizo por nosotros hombre , reconozca el hombre que no es Dios sino un mero hombre”. Siguiendo el discurso evangélico nos topamos con la respuesta concreta de la comunidad cristiana al judaísmo teocrático. Jesús es la puerta. Él es el único camino para entrar en contacto con el Padre. El que rechaza pasar por esa puerta no es pastor de verdad. Quien quiera guiar al Pueblo de Dios ha de pasar por la mediación de Jesús. Jesús se ha presentado en la ciudad Santa, en el Templo de Jerusalén y ha explicado abiertamente que Él es la Palabra del Padre revelada a los hombres. A mí, personalmente, esta puerta me introduce en su Corazón, en su Costado abierto, en la hendidura de la peña en la que Moisés se apostó para ver Su Gloria. También me parece conmovedor recordar que poco tiempo antes Jesús se había adentrado muy cerca de la Puerta de las ovejas para allegarse al espacio donde se encontraba la piscina de Betesda. En el recinto se encontraban enfermos, pobres, desahuciados con todo tipo de dolencias. Él ha venido a traer la Buena Nueva a todos, a dar vida y por eso interroga al paralítico ¿quieres curarte? Esta oferta va dirigida a todos los hombres porque Él conoce muy bien que se ha encarnado para salvarnos. ¡Cómo negarse a entrar por esta Santa Puerta! A su vez actúa como Pastor que conoce a sus ovejas por su propio nombre. Jesús las saca fuera estableciendo una nueva relación que el evangelista describe muy bien: se pone delante, les abre camino, ellas dóciles y confiadas siguen sus pasos, se conocen mutuamente… cuando escuchan la voz cálida y llena de ternura del Pastor se saben protegidas, cuidadas y custodiadas. Pero ahora con Cristo el redil se ha ensanchado, Ya no basta el recinto de la Sinagoga. Jesús saca fuera a sus ovejas estableciendo nuevos vínculos que requieren únicamente docilidad y deseo de formar parte de su rebaño. Si en el Antiguo Testamento Dios mismo precedía en el camino a su pueblo, ahora es el Señor el que camina delante de sus discípulos y es seguido por ellos. Jesús es, a la vez, la puerta y el pastor de las ovejas. Los ladrones, los salteadores, los asalariados son los que se oponen al reconocimiento y aceptación del Verbo encarnado. En el lenguaje de Juan sólo hay un acceso para encontrar la bienaventuranza eterna, para hallar los bienes mesiánicos de la vida divina, para saborear el júbilo que proporciona la nueva alianza, para recibir el sustento de la tierra fértil en la que hay Vida en abundancia: El Hijo de Dios. Por tanto el pasaje supone la ruptura consumada del judaísmo y el cristianismo. En la segunda parte del texto Jesús se presenta explícitamente como el Buen pastor. Da la consigna para descubrir a los verdaderos pastores que no huyen cuando el peligro acecha y que sólo buscan salvarse a sí mismos. Juan está pensando en los adversarios de Jesús y de la Iglesia, los jefes que desprecian a la gente sencilla. Él arriesga la vida hasta el extremo amoroso de morir por el rebaño que supera al redil judío. Nadie puede arrebatar de su mano a la humanidad que el Padre le ha encomendado. Cada persona sin distinción es digna de su cuidado, confianza, comunión de corazón y pensamiento, penetración total de amor, entrada en su intimidad a semejanza de la comunión entre el Padre y el Hijo. El amor del Padre al Hijo y al mundo y el amor del Hijo al Padre y al mundo concluyen con su muerte en la Cruz para recobrarla después en la resurrección. Su condición filial y obediente le lleva a dar voluntariamente su Vida para rescatarnos y llevarnos de nuevo al Padre. En Él encontramos el rostro de Dios que guía a su comunidad a pesar de los peligros, para que vean en él al único Pastor bueno. Jesús sigue guiando hoy a su Iglesia hasta que suceda como aventuraba el Profeta : “Habrá un único rebaño y un solo Pastor”. Lecturas:
Hch 2, 14a. 36-41 1 Ped 2, 20b-25 Jn 10, 1-10 "La Cena de Emaús" Matthias Stom (1633-1639) Encuentro con Jesús resucitado (Lc 24, 13-35)En el evangelio de este domingo se nos habla de dos seguidores de Jesús que, al tercer día desde su muerte, tristes y abatidos dejaron Jerusalén para dirigirse a una aldea poco distante, llamada Emaús. A lo largo del camino, se les unió Jesús resucitado, pero ellos no lo reconocieron. Sintiéndolos desconsolados, les explicó, basándose en las Escrituras, que el Mesías debía padecer y morir para entrar en su gloria. Después, entró con ellos en casa, se sentó a la mesa, bendijo el pan y lo partió. En ese momento lo reconocieron, pero él desapareció de su vista, dejándolos asombrados ante aquel pan partido, nuevo signo de su presencia. Los dos volvieron inmediatamente a Jerusalén y contaron a los demás discípulos lo que había sucedido. En vísperas de la celebración de la conversión de san Agustín, obra de la gracia de Dios en su vida, contemplamos en el relato de este evangelio, la obra de Jesús resucitado en los dos discípulos como una triple conversión: Conversión de la desesperación da la esperanza En la desesperación más angustiosa, por el fracaso del Maestro y abandono del grupo, Jesús se acerca a los dos discípulos, y los acompaña en su camino para que descubran que él es «el camino, la verdad y la vida» ( Jn 14,6). Jesús trasforma su desesperación en vida, porque cuando se desvanece la esperanza humana comienza a brillar la divina: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» ( Lc 18,27; cf. 1,37). Cuando tocamos fondo en la experiencia de fracaso y de incapacidad, cuando nos despojamos de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de ser el centro del mundo, Dios nos tiende la mano para transformar nuestra noche en amanecer, nuestra aflicción en alegría, nuestra muerte en resurrección, nuestro camino de regreso en retorno a Jerusalén, es decir en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz. Conversión de la tristeza a la alegría ¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras? El verdadero gozo proviene del encuentro con Jesús, de sentirse amados por Él. Conversión a la vida comunitaria Tras reconocer a Jesús al partir el pan, «levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén» (Lc 24, 33). Sienten la necesidad de regresar a Jerusalén y contar la extraordinaria experiencia vivida: el encuentro con el Señor resucitado. Se convierten en testigos, anuncian con valentía y con alegría el acontecimiento de la muerte y de la resurrección de Cristo... La conversión es siempre obra de Jesús resucitado, Señor de la vida, que nos ha obtenido esta gracia por su pasión y nos la comunica en virtud de su resurrección. También hoy podemos entrar en diálogo con Jesús escuchando su palabra. También hoy, él parte el pan para nosotros y se entrega a sí mismo como nuestro pan. Así, el encuentro con Cristo resucitado, que es posible también hoy, nos da una fe más profunda y auténtica, por el fuego del acontecimiento pascual; una fe sólida, porque no se alimenta de ideas humanas, sino de la palabra de Dios y de su presencia real en la Eucaristía. Lecturas:
Hch 2, 14. 22-33 1 Ped 1, 17-21 Lc 24, 13-35 Feliz Domingo de Ramos o de Palmas o de entrada en Jerusalén. Es un día precioso, realmente de primavera, la alegría de este día llena nuestro corazón, querríamos ser realmente uno de esos niños hebreos que saludaban, sin saberlo, al Rey que entraba en su ciudad, al Rey de Reyes, al Señor de la Vida, al verdadero vencedor que nos trajo la Paz. ¡Paz a vosotros, los de cerca; paz también a los de lejos! A todos, la paz sea con vosotros. Leyendo el libro de Colum McCann, Apeirógono, encontremos una historia que da una clave para vivir justamente este día. En 1974, Mahmud Darwish, un famoso periodista, poeta, escritor palestino, con una vida impresionante de compromiso social y político, redactor del texto de la Declaración de Independencia del Estado Palestino... escribió el discurso de Yaser Arafat para la Asamblea de las Naciones Unidas y en él se decían estas palabras: "Hoy he venido -Yaser Arafat, claro- con una rama de olivo en una mano y el arma del que lucha por la libertad en la otra. No dejen que la rama de olivo caiga de mi mano". Esto mismo os deseamos a cada uno que la rama de olivo no caiga de vuestras manos para llevar en ellas el don de la paz. Vivamos este día de verdadera alegría aun sabiendo que nos espera la Pasión que viviremos estrechamente unidos a Él. Hoy, le proclamamos también nosotros Rey y abrimos los altos portones de nuestro corazón para que pase el "Rey de la Gloria". Y le aclamamos y le adoramos. Hemos subido a Jerusalén y Jerusalén nos trae muchas sorpresas y mucho dolor pero, también, mucha alegría, la alegría sin fin de vivir en Él. Lecturas:
Is 50, 4-7 Flp 2, 6-11 Mt 27, 11-54
El texto quiere prefigurar la propia resurrección de Jesús. Por eso nada más empezar el relato hará mención al gesto de María ligando así la resurreción de Lázaro al gesto de la unción en Betania, que a su vez anticipa la Pascua de Jesús. El evangelista ha vivido la experiencia pascual y no podrá más que contarnos que toda la vida está empapada ya de la experiencia pascual, que toda la vida está llamada a ser Pascua. Particularmente en Juan esto es muy patente, ya la historia no se contará más sin esperanza, no se leerá más que desde la fuerza de la resurrección. Y así se podrá caminar en este día a día, en este peregrinar en el que aún experimentamos el límite, la herida del pecado y la muerte, sabiendo que ninguna tiniebla vencerá, ni la misma muerte tendrá la última palabra. Jesús es Señor de la Vida, contemporáneo a la Voluntad del Padre.
A revivir esta experiencia del evangelista estamos llamados hoy. A contar nuestra propia historia, nuestras propias experiencias de muerte desde la misma fe en Cristo resucitado. ¿Viviré yo mi fe así? Si a alguien le contara mi vida, cuál ha sido mi historia o qué vivo y pienso hoy, ¿lo cuento con la esperanza pascual?, ¿leo así los propios acontecimientos del mundo o lo que pasa a mi alrededor? Para poder responder a esto puede que Marta sea hoy una clave para nosotros. Ante su petición Jesús le afirma solemne “tu hermano resucitará”. Y ella proclama: “sí, sé que mi hermano resucitará el último día”, le responde, con una fe que parece casi más resignada que esperanzada. Es como si repitiera una fe, una idea, una doctrina que en el fondo quedara muy lejos de la vida. Pero Jesús se presenta a ella entonces con toda su fuerza: “No, Marta, la vida y la resurrección soy yo, este que habla contigo”. En esta conversación, la resurrección deja de ser lejana, para estar presente, siendo una persona. Deja de ser una idea, para ser un tú que te habla. Jesús dirá a Marta, como me dice a mí, o a ti: la vida abundante, la vida eterna no será creer en la resurrección del último día, sino tenerme a Mí en tu vida. Yo Jesús soy la vida de los días, la que empieza ahora. Ven, Señor Jesús, deja que te escuche pronunciar que Tú eres la vida, vida eterna y abundante, que empieza en este hoy al que Tu vienes. Ven, Señor, vence cualquier resistencia y que tu vida, cada vez más, habite la nuestra. Ven, Señor, y vence todas nuestras muertes, nuestras desesperanzas y nuestros egoísmos. Haznos caminar contigo hacia la Pascua. La humilde senda de la ceguera hacia la luz. |
TodosMateo1, 18-24
3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 11, 2-11 17, 1-9 24, 37-44 27, 11-54 28, 16-20 Marcos1, 12-15 Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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