"¡Cállate y sal de él!"En el evangelio de este domingo, Marcos subraya el impacto que producía en la gente la enseñanza de Jesús. ¡Es curioso! Asisten a un exorcismo y, sin embargo, lo que le impresiona a la gente no es la acción de Jesús, sino su enseñanza. En este caso, la curación sólo intenta reforzar la autoridad con que Jesús habla. ¡Nadie ha visto nunca nada semejante! El asombro les viene no por esta sanación que ha tenido éxito, sino que lo que verdaderamente les asombra y suscita su verdadero interés es reconocer a un hombre que es capaz de hablar con una autoridad real y verdadera, porque lo que dice se cumple. Una enseñanza poderosa y hasta extraña, algo totalmente nuevo. Así, de este modo, en Jesús quedan ligadas fuertemente entre sí tres palabras: enseñanza, autoridad y novedad. ¿Qué significa este nuevo modo de enseñar con autoridad? En el evangelio no se nos dice nada sobre esta enseñanza, porque lo importante para Marcos es dirigir nuestra atención hacia aquel que enseña: "Pero ¿quién es este hombre?". Cada evangelista tiene una manera especial de resaltar un rasgo o un aspecto de la vida y ministerio de Jesús. Marcos, en su evangelio, habla muy poco de los discursos y de las palabras concretas que dirigía Jesús a los que le escuchaban. Él nos va revelando de manera progresiva quién es Jesús y qué representa. Su evangelio es un diálogo constante entre la realidad que tiene Jesús frente a sí y su manera de relacionarse con ella. Haciendo que hablen más los hechos que las palabras, nos quiere hacer ver cómo, a través de la actuación de Jesús, el reino de Dios se abre paso en forma de curación, de liberación y de perdón. Enseñaba "con autoridad" ¿De dónde le venía esa autoridad? ¿En qué captaban los oyentes la verdad de sus palabras? La gente se admira no de que Jesús intervenga en la reunión, sino del modo de hacerlo: "con autoridad". Es decir, con convicción, con fuerza, con firmeza, con profunda fe, con alegría. Nos quejamos de la crisis de autoridad actual. Los padres, los profesores, las instituciones, los medios de comunicación... han perdido credibilidad. Nuestra generación, como la del tiempo de Jesús, está cansada de tanto oír hablar discursos que no significan nada. Miles de palabras resuenan en nuestros oídos, pronunciadas muchas veces con técnicas de persuasión, tratando de convencernos de su verdad. Pero, frecuentemente, nos damos cuenta de que nos mienten, de que buscan manipularnos, porque en el fondo son mera palabrería. Cada vez es más difícil encontrar las palabras adecuadas o los discursos con el peso suficiente para calarnos hasta dentro, que nos convenzan por su verdad, por su honestidad, por su sabiduría, por su deseo verdadero de buscar el bien común y no los intereses personales. Todo esto, como cristianos, nos tiene que llevarnos a preguntar. Y, yo, ¿cómo vivo y comunico la belleza del Evangelio?, ¿Existe autoridad en mis palabras, en mi modo de ser, de situarme ante la realidad? Jesús, habla con autoridad que, en su caso, es todo lo contrario de hablar autoritariamente. Sus palabras no sentaban sentencias vacías, sino que abrían las puertas hacia la vida eterna, verdadera, plena. Se mostraba como una luz que se enciende, que sirve a todos los que quieren ver, pero que no se impone: "El que tenga oídos para oír -decía- que oiga". Y no mandaba caer fuego del cielo para los que no le escuchaban. Porque el que se opone a la verdad ya tiene su castigo. La Palabra tenemos que encontrarla en las actitudes del que habla, en el mundo interior que manifiesta, en la vida que se percibe detrás de sus palabras. Siempre que hablamos en nombre de Dios y tratamos de ser fieles a su palabra, hablamos con autoridad. No con la nuestra: es la misma autoridad de Dios la que da fuerza a nuestras palabras. Siempre que proclamamos la Palabra, siempre que reproducimos fielmente el mensaje evangélico, siempre que con nuestra vida transparente damos testimonio de nuestra fe, Dios habla a través nuestro, y nuestras palabras participan de aquella autoridad con la que hablaba Jesús. La autoridad de Jesús está asentada en que Él es el "enviado" de Dios, en que su Palabra y su vida forman una unidad plena porque no dice nada que no esté haciendo ya, porque sus palabras brotaban de una experiencia profunda que confirmaba con su vida. Los doctores de la ley se limitaban a repetir lo aprendido, quizá sin mucha convicción personal, y no trataban de ponerlo en práctica. Reducían todo a unas normas de cumplimiento externo que no daban vida a nadie, ni siquiera a ellos mismos, y sin embargo exigían duramente en sus predicaciones y enseñanzas. Esto nos invita a pensar hoy, ¿Y nosotros? ¿Creemos de verdad lo que decimos u oímos? ¿Estamos convencidos?, ¿nuestra vida da un testimonio coherente de lo que predican nuestros labios? Jesús, principalmente, no enseña nada verbalmente: se muestra a sí mismo. La autoridad con la que habla, nace de su fidelidad a la Palabra. Depende de sus obras. Así sucederá también con nosotros, sólo comunicaremos la fe si somos creyentes; descubriremos la salvación a los demás si nos sentimos salvados; anunciaremos la liberación si estamos trabajando por ella. Esta nueva ley, este nuevo obrar que nos enseña hoy Jesús sólo es posible vivirlo y transmitirlo a los demás si en nosotros mismos siempre unimos estas dos realidades; el mensaje y la vida. Pidámosle juntos al Señor, que nos ayude en este camino y que nos enseñe a arraigar de todo corazón este amor y fidelidad a su Palabra en nuestra vida. Sólo así nuestra vida podrá ser un testimonio auténtico de vida cristiana. Lecturas:
Dt 18, 15-20 1 Cor 7, 32-35 Mc 1, 21-28 “Este es el tiempo del cumplimiento” (Mc 1, 15)En este III Domingo del tiempo Ordinario, la Iglesia celebra dos hechos importantes: por un lado nos encontramos en medio de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, estamos celebrando la Semana Ecuménica, profundizando el tema “Amarás al Señor tu Dios... y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10, 27). Con la peculiaridad añadida de que este año el Papa Francisco (en su intención de oración para este mes de enero), propone a los fieles rezar para reconocer la variedad de carismas dentro de la Iglesia como un "don de Dios" y no como un "motivo de conflicto". Nos unimos a esta intención: “Para avanzar en el camino de la fe necesitamos también el diálogo ecuménico con nuestros hermanos y hermanas de otras confesiones y comunidades" (Francisco). Y por otro lado, este 21 de enero de 2024 es el Domingo de la Palabra de Dios. Esta Jornada fue instituida por el Papa Francisco hace cinco años: «Establezco que el III domingo del tiempo ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios» (Aperuit illis, n. 3). La iniciativa tiene como objetivo dedicar un domingo al año a la mayor valoración de la Palabra de Dios. Siguiendo esta iniciativa, comparto con vosotros mi meditación sobre las lecturas que propone la liturgia para este Domingo. "Dame la castidad y la continencia, pero no todavía." Esta famosa oración de San Agustín capta bien la desgana que tenemos la mayoría de nosotros a cambiar nuestras costumbres. Sin embargo, escuchamos exactamente lo contrario cuando los ninivitas (en la primera lectura Jon 3,1-5.10) se arrepienten instantáneamente ante la predicación de Jonás y los pescadores inmediatamente abandonaron sus redes para seguir a Jesús (Mc 1,14-20). Hay una urgencia en cuanto al tiempo y se necesita una respuesta total. Se nos insta a reconocer que nos apremia un nuevo tiempo que requiere respuestas diferentes a las anteriores. Por lo tanto podemos decir que las lecturas de este Domingo nos invitan a la conversión. A conformar nuestras realidades cotidianas, toda nuestra vida, al Reino de Dios inaugurado por Cristo, cuyos valores son la justicia, el amor, la paz, la verdad, la solidaridad, etc. En cierto modo, esa es la misma invitación que el apóstol Pablo hace a los cristianos de Corinto: «el momento es apremiante, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran...» (1Co 7,29-30). En su predicación, insiste en que el tiempo se acaba y que nuestra forma habitual de hacer las cosas ya no servirá. El apóstol nos advierte de la tentación de absolutizar las realidades terrenas, que son pasajeras. En lugar de ello, propone vivir a la luz del Señor Resucitado: «Habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba» (Col 3,1). De manera similar, Jonás profetiza a Nínive que su destrucción es inminente. Cuando pensamos que el fin está cerca, perdemos parte de nuestra inercia hacia el cambio. Hoy escuchamos este tipo de urgencia de quienes estudian el cambio climático o las causas de la pobreza, la escasez de alimentos, la guerra y las epidemias. Para revertir estos males globales se requiere un cambio profundo en nuestros patrones de vida. Aún así, nos encontramos reacios, ponemos nuestras resistencias y oramos con San Agustín: “Sí, pero todavía no”. En Marcos (1,14-20) la respuesta de los pescadores es instantánea. Efectivamente, participar en el proyecto de Jesús, aceptar su llamada, abandonar sus redes es una manera de hablar de lo que se debe dejar atrás cuando uno abraza el discipulado radical. Hay ciertas exigencias que asumir, por un lado, ponerse en camino y marchar en pos del Maestro; significa aceptar las exigencias relativas a este seguimiento. Tienen que dejar: redes, casa, familia, … En definitiva, requiere dejarlo todo para recibirlo todo de Él. Por otro lado vemos que los pescadores no abandonan a su familia, como lo demuestran los próximos episodios del Evangelio. Más bien, Jesús se convierte en parte de su familia, haciendo de Cafarnaúm su hogar (Marcos 2,1), y los discípulos se convierten en la nueva familia de Jesús, reorientando todas las relaciones. El coste de una respuesta tan radical a Jesús ya está a la vista cuando Marcos introduce la llamada de los primeros discípulos con la noticia de que Juan había sido arrestado. Para Jesús es apremiante que todos conozcan y reconozcan en Él el Evangelio de Dios, la Buena Nueva del Reino de la que Él es la manifestación visible y palpable. Para ello comienza su misión escogiendo e invitando a cuatro de sus primeros colaboradores para asegurar la continuidad de su misión: Simón y Andrés, por un lado, que, «inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (Mc 1,18); y Santiago y Juan, por otro lado, que también «dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, se marcharon en pos de él» (v 20), asociándose a su proyecto de «pescar hombres» para el Reino de Dios. Es un amor apremiante el que hace que los discípulos sigan a Jesús al instante. Así como una pareja crece en el amor y aprende la costosa entrega que se necesita para que ese amor continúe floreciendo, también los discípulos aprenden la conversión más profunda que se exige a medida que crecen en su relación de amor radical con el Señor. Entonces no es tanto la amenaza de destrucción lo que nos mueve a convertir nuestros caminos, sino un amor irresistible que transforma nuestro corazón. Hoy al igual que sucedió con los primeros apóstoles, Jesús se dirige a cada uno de nosotros y nos interpela: ¡Necesito pescadores de hombres!...¿Cuál será nuestra respuesta?. Lecturas:
Jon 3, 1-5. 10 1 Cor 7, 29-31 Mc 1, 14-20 En este segundo Domingo del Tiempo Ordinario se nos invita a ponernos en camino, con diligencia, sabiendo hacia dónde vamos, abiertos a la novedad, en búsqueda, en camino hacia un encuentro, hacia el encuentro con el Señor. Primera llamada. La vocación de Samuel que contemplamos en la 1ª lectura nos recuerda que todos somos llamados por nuestro nombre, desde ese templo sagrado que es el seno materno, donde habitamos unos meses antes de nacer a esta vida. Allí el Señor nos nombraba continuamente, hasta que finalmente pudimos decir con nuestro pequeño cuerpo: “Aquí estoy, Señor, porque me has llamado”. Estoy viva porque tú me has llamado a la vida. Nuestros pasos se iban afianzando en esta tierra, y también fuimos acompañados por otros, como nos recuerda la figura de Elí. Nuestro crecimiento espiritual va de la mano de nuestra madurez humana. Porque somos templo del Espíritu Santo que habita en nosotros y hemos recibido de Dios como leemos en 1 Cor 6. Guías y maestros. Elí es imagen del que acompaña, del que vela y discierne con nosotros el camino hacia Dios. Es importante ser acompañados. Elí conocía bien a Samuel, había crecido junto a él en el templo. Era un padre para el joven Samuel. Tenía también la autoridad que otorga la paternidad espiritual, era un buscador de Dios, al cual había entregado su vida y le servía cada día enteramente. Sus sentidos estaban desarrollados para la escucha y el discernimiento, así lo muestra el texto: “comprendió Elí que era el Señor el que llamaba al joven”. Es importante crecer en una compañía así, como la del anciano Elí. Necesitamos de los otros para caminar hacia Él, necesitamos contrastar nuestra vida espiritual con alguien que esté en la misma sintonía de Dios, para no errar en el camino, para escuchar verdaderamente al Espíritu. Samuel creció y fue un buen pastor para el pueblo de Israel. También, hoy en Juan (1,35) aparece la figura de Juan Bautista como otro guía, mediador. Juan Bautista vive una experiencia fortísima a raíz del encuentro con Jesús, por eso es capaz de reconocerlo, de señalarlo como verdadero camino a los discípulos: “Este es el Cordero de Dios”, es decir, el Inocente, el que viene de parte de Dios para dar su vida por nosotros, por cada uno. Habiendo acogido el testimonio de su maestro, los discípulos de Juan comienzan a seguir a Jesús. Discernir con los sentidos. En este pasaje encontramos por cinco veces expresiones referentes al ver, al encuentro de las miradas
También aparecen otros sentidos en el camino de búsqueda y discernimiento, primero observaron, con Juan Bautista, después oyeron: “Este es el Cordero de Dios”, se pusieron en camino, fueron y vieron, y se quedaron con Él. Todo el ser se pone en movimiento. Una “Lectio” para la vida. La escucha, la contemplación y la acción. Tres verbos/acciones que acompañan la dinámica de la conversión. Como una Lectio de Vida: escuchar, acoger y ponerse en camino. Camino que nos conduce hacia un quedarnos con Él, y Él con nosotros. El texto nos habla de esa inhabitación de Jesús en los discípulos cuando dice “se quedaron con Él”. No es un quedarse físico, temporal; los discípulos no son sólo huéspedes de paso, que pronto se irán. No, el Señor les da espacio en su lugar interior, en su relación con el Padre y allí los acoge para siempre; pues dice: “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, estén también ellos en nosotros…. yo en ellos y tú en mí…” (Jn 17,21.23). Nuestra llamada a ser discípulos de Cristo y ser testimonio ante nuestros hermanos tiene su origen, su fundamento, su vitalidad, precisamente aquí, en esta realidad de la recíproca inhabitación del Señor en nosotros y de nosotros en Él; nuestra felicidad duradera y verdadera surge de la realización de este permanecer en Jesús. Hemos visto donde Él vive, hemos conocido el lugar de su presencia y hemos decidido permanecer con Él, hoy y por siempre. Lecturas:
1 Sm 3, 3b-10. 19 1 Cor 6, 13c-15a. 17-20 Jn 1, 35-42 Este domingo finaliza el tiempo de Navidad, que tiene su culmen en la fiesta del Bautismo del Señor. Ayer celebramos la manifestación del misterio de Dios hecho hombre, revelado a todos los pueblos, la Epifanía del Señor, con el reconocimiento universal de su mesianismo, presentación de dones, y humilde adoración del Hijo de Dios recién nacido, a través de la figura de los Magos de Oriente. De la celebración de ayer a la de hoy, la liturgia da un salto en el tiempo, que abarca toda la vida oculta de Jesús en Nazaret, cómo crecía en sabiduría y en gracia y se preparaba para este momento. En la brevedad del pasaje del evangelio de Marcos de este domingo se diferencian dos partes. En la primera, se describe la misión de Juan el Bautista, expresada en primera persona. Aunque precursor del Mesías, él reconoce cuál es su lugar, cuál es su misión, cuál es su identidad, anunciando su llegada, preparando el camino, dándole paso y señalándole cuando está cerca: “Uno más poderoso que yo viene detrás de mí… yo no soy digno de desatarle la correa de la sandalia… yo bautizo con agua, él bautizará con el Espíritu Santo”. San Gregorio Nacianceno recoge bellamente esta preciosa relación entre Juan y Jesús, en un texto que nos ofrece la liturgia de las horas de esta fiesta, describiendo cómo Juan se siente indigno de bautizar a su Señor: “soy yo el que necesita que tú me bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará” Después de esta introducción con la persona de Juan y su testimonio, Marcos narra el extraordinario acontecimiento de Jesús, sumergiéndose en las aguas del Jordán para ser bautizado por Juan. En la misma fila de los pecadores, que se acercan para ser bautizados por Juan, se incorpora Jesús. Con este acto, incomprensible y desconcertante para muchos, Jesús, al entrar en las aguas del Jordán y dejarse bautizar por Juan, asume esta condición pecadora. Da el primer paso de un camino que le llevará a cargar con la cruz de los pecados de toda la humanidad y consumar la redención con su pasión y muerte. Jesús baja al barro de nuestra miseria hasta sumergirse en ella para poder elevarlo a la dignidad de criatura, hecha a imagen de Dios, como el barro en manos del alfarero. Él “levanta del polvo al desvalido y alza de la basura al pobre”, para poder atraer a todos hacia él, cuando sea elevado en la cruz y llevado a la gloria de la resurrección por el Padre. Son significativos los signos descritos en este pasaje, el cielo abierto, el Espíritu descendiendo sobre Jesús en forma de paloma y posándose sobre él, y la voz del Padre. Todo ello es una clara manifestación del misterio trinitario, que da comienzo a la vida pública de Jesús. La ratificación de la misión de Jesús se inicia en este abrazo de nuestra humanidad pecadora para elevarla y purificarla, mediante la unción del Espíritu Santo y la complacencia del Padre, que no es ajeno al mundo y a la humanidad que él ha creado. Hoy, por tanto, se nos invita a contemplar este misterio de amor trinitario, la Epifanía de la Trinidad, y a participar de la gracia que revierte hacia nosotros, hacia todos, sin exclusión, sin distinción, sin acepción: escuchar la voz del Padre, que nos regala en el Hijo la filiación divina para vivir en su voluntad, que nos llama a amarnos unos a otros como él nos ama, y nos da el Espíritu Santo para caminar en su luz. Que hoy, al escuchar esta Palabra, podamos experimentar ser hijos e hijas amadas de Dios, y encontrar el beneplácito del Padre que se goza cuando somos dóciles al Espíritu y nuestra vida es reflejo de la vida de Jesús. Lecturas:
Is 60, 1-6 Ef 3, 2-3a. 5-6 Mt 2, 1-12 |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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