Los evangelios han recogido, de diversas formas, la llamada insistente de Jesús a vivir despiertos y vigilantes, muy atentos a los signos de los tiempos. En los comienzos, los primeros cristianos dieron mucha importancia a esta “vigilancia” para estar preparados porque creían en la venida inminente del Señor. El Domingo pasado coronamos el tiempo litúrgico con la Solemnidad de Cristo Rey. Hoy, primer Domingo de Adviento se nos narra cómo vendrá el Señor al final de los tiempos. La descripción que hace el evangelista para explicarnos la Segunda venida de Cristo puede causarnos temor. Parece querer decirnos : “Ten cuidado con lo que haces con tu vida porque no sabes el día ni la hora. ” Y así es. La hora sólo el Padre la conoce, ni siquiera el Hijo. Pero no es una amenaza para llamarnos a la vigilancia ocasionándonos miedo y rechazo. Es una invitación a “mirar más alto” , a mirar al Cielo. A aprender a desear la Vida Eterna que es, en verdad, para lo que hemos sido creados. Una palabra clave del pasaje es “ velar”. En la Biblia de Jerusalén se nos dice que el vocablo significa exactamente abstenerse del sueño. También Jesús lo imploró a sus discípulos en Getsemaní y lo recomienda aquí a todos los que esperamos su venida. La vigilancia en ese estado de alerta supone una esperanza firme y exige una presencia de espíritu sin decaimiento que recibe el nombre de sobriedad. Me parece que, en resumen, se nos invita a vivir una “vida sobria, honrada y religiosa” , la vida que vivió Jesús, la que proponen las bienaventuranzas. Lecturas:
Is 2, 1-5 Sal 121,1-2. 3-4a. 4b-5. 6-7. 8-9 Rom 13, 11-14a Mt 24, 37-44 El santuario de la pasion de Cristo - St. John, Indiana (USA) Acuérdate de míEste domingo celebramos la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, a las puertas del Adviento. El pasaje evangélico es el de la muerte de Cristo, porque es en ese momento cuando Cristo empieza a reinar en el mundo. La cruz es el trono de este rey. “Había encima de él una inscripción: “Este es el Rey de los judíos”. En este evangelio, encontramos diferentes personajes ante Jesús crucificado. Fijémonos en la actitud de los magistrados y de los soldados; en cómo miran al supuesto rey de los judíos, al salvador de Israel, a la promesa de Dios tan esperada. Nunca habrían imaginado que la salvación llegaría a través del camino de la cruz, de un hombre humilde, capaz de cargar sobre sí la injusticia, el pecado y el mal de todos. Es por eso que le exigen un poder terrenal, exitoso, propio de aquel entonces. De otra manera, no estarían dispuestos acoger esa realeza. Y nosotros, ¿nos escandalizamos también ante un Dios crucificado o acogemos la salvación, aunque no llegue como esperamos? Frente a estos personajes, nos encontramos con la figura del buen ladrón. Impresiona contemplar a este hombre tan distinto a los otros. ¿Qué ha visto en Jesús crucificado? ¿Qué ha oído para reconocer su inocencia? Solo él en la cruz ha escuchado las palabras de Jesús: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. Sin dejar de ser consciente de su pecado y condena, este se acerca a Jesús con la confianza del que teme a Dios. Lejos de reprocharle su modo de actuar y su silencio, se reconoce débil y profesa su fe sin vacilar. Reconoce al que tiene delante, al Salvador, al único que puede liberarle de su condena. Pide la salvación acogiendo la realidad en la que se encuentra, no queriendo cambiar nada. Así deja su destino en manos de Jesús, el Rey del universo. Pongamos también nosotros la confianza en manos de Dios, como nos enseña este santo. Que el Señor nos conceda reconocernos pecadores y, que, por encima de nuestra debilidad, podamos descubrir su misericordia y bondad para con nosotros. San Juan Pablo II comenta este paisaje de un modo muy bello: “La respuesta de Jesús va mucho más allá de la petición. (…) Podríamos decir que estamos ante la primera canonización de la historia. Las palabras de Jesús al ladrón arrepentido contienen también la promesa de la felicidad perfecta: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". Es un don de salvación dado a pesar de la desproporción que parece existir entre la sencilla petición del malhechor y la grandeza de la recompensa. El episodio que narra Lucas nos recuerda que "el paraíso" se ofrece a toda la humanidad, a todo hombre que, como el malhechor arrepentido, se abre a la gracia y pone su esperanza en Cristo. Es un momento de conversión auténtica, un "momento de gracia", capaz de saldar las deudas de toda una vida, que puede realizar en el hombre, en cualquier hombre, lo que Jesús asegura a su compañero de suplicio: "Hoy estarás conmigo en el paraíso".(Homilía del Papa Juan Pablo II). “Jesús es el Señor” El interrogante importante que podemos hacernos en esta solemnidad es:¿Quién reina dentro de mí?, ¿Quién es el Señor de mi vida? Lecturas:
2 Sm 5, 1-3 Sal 121,1-2.4-5 Col 1, 12-20 Lc 23, 35-43 Fresco from Kariye Camii, Anastasis El Evangelio de este domingo, con el eco aún cercano de la solemnidad de todos los santos y de los difuntos y en la cercanía del fin de año litúrgico, nos invita a mirar al cielo y pone nuestra vida de especial consagración como clave de comprensión de lo que será el Paraíso. Todo empieza por la pregunta sobre la ley del levirato. Era la forma judía de asegurar la descendencia en el caso del varón que moría sin tener hijos. La viuda debía casarse con un hermano del fallecido y así los hijos que nacieran de esa nueva unión serían considerados también hijos del ya muerto. En realidad, esta ley surge en un contexto religioso en el que la fe en el más allá, en la vida después de la muerte no está clara —y así era en el grupo de los saduceos en la época de Jesús que cuestionaban la resurrección de los muertos—, de tal modo que la esperanza de una trascendencia había quedado ligada a la descendencia en este mundo. Se entendía la prolongación de la vida en los hijos pues, en ellos, algo de sus antecesores está vivo. De aquí se comprende bien la importancia religiosa dada al matrimonio, a la fecundidad, a la familia, a la descendencia, al vínculo de sangre en el mundo judío y en muchas otras religiones. Jesús rompe con estas categorías religiosas afirmando rotundamente la vida del cielo y el fin de la humanidad en la resurrección, algo que se desvelará completamente después de la Pasión del Señor por el acontecimiento único y nuevo en la historia del mundo de la Resurrección de Cristo de entre los muertos y su ascensión al cielo. Además de afirmar la existencia del cielo, Jesús explica un poco lo que este será sirviéndose justamente de la imagen esponsal. En este mundo la dimensión relacional del hombre encuentra su máxima expresión en el matrimonio donde dos personas se unen por amor haciéndose una sola carne pero en el cielo, en la vida resucitada, viviremos esta relación de amor, de comunión, de unión esponsal, cara a cara, con Dios. El Espíritu Santo nos habitará desde dentro, completamente, sin vacío alguno y de esta comunión plena nacerá en nosotros una nueva humanidad: la carne resucitada del Hijo será nuestra, seremos un solo cuerpo con Él, de tal modo que el Padre nos acogerá en su seno porque seremos semejantes al Hijo que vive en Él y para Él. Lo dice el texto bíblico: “Son hijos de Dios porque son hijos de la resurrección”. Esto no significa que en el cielo todo será impersonal y no habrá relaciones entre nosotros, como si perdiéramos nuestros vínculos de esta tierra, al contrario, todos estaremos unidos, nos perteneceremos, nos encontraremos unos en otros, seremos verdaderamente hermanos, por la comunión de todos con Cristo en el Padre. La vida consagrada por su carácter virginal y esponsal en relación con Cristo y por el nuevo vínculo de fraternidad con el que vive en relación con todos los demás hombres y mujeres, anuncia ya algo de esta vida resucitada. Hermanas, estamos llamadas a alumbrar carne de resurrección por nuestro amor a Cristo y en nuestras relaciones con los hermanos. Que nuestra consagración total a Él y el amor casto y libre de nuestras relaciones sea fermento de vida, de vida resucitada, de cielo nuevo y tierra nueva, ya aquí, en el hoy de nuestra historia y de nuestra vida sencilla. Lecturas:
2 Mc 7, 1-2. 9-14 Sal 17:1, 5-6, 8, 15 2 Tes 2, 16–3, 5 Lc 20, 27-38 |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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