Lo primero que se nos viene a la mente con este evangelio es que Jesús nos quiere enseñar a rezar. El domingo pasado nos decía que era necesario rezar siempre, rezar sin cansarse y hoy nos dirá cuál es la disposición correcta, la actitud correcta para rezar. Pero…, en cuanto nos acercamos un poco nos damos cuenta que la enseñanza trasciende a la oración y que tocará el núcleo de nuestra fe, cuál es la imagen de Dios que tengo y con la que me relaciono.
Comencemos por quitarle la etiqueta de hipócrita al fariseo. Si empezamos leyendo esta parábola pensando que el fariseo es un hipócrita que vive su fe con falsedad, no como nosotros, que buscamos a Dios sinceramente, entonces estaremos cayendo en la trampa, estaremos actuando como él, porque en el fondo estaremos diciendo: “te doy gracias Señor porque no me has hecho como el fariseo. Te doy gracias porque no me has hecho como él, sino que yo te busco sinceramente”. Ya está, ya nos pusimos en el primer banco de la fe, nos aprobamos secretamente a nosotros mismos. El parámetro religioso del fariseo era el de la ley, el nuestro otro, pero bajo distintos criterios en realidad los dos nos hemos aprobado. Tenemos así a este hombre que se aprobó a sí mismo, que se juzgó en conciencia bueno y ahí dio por terminado su juicio, por tanto se justificó a sí mismo. Puede que hasta se quedara satisfecho consigo mismo. ¿No nos pasa eso a nosotras alguna vez?, ¿que nuestra conciencia tranquila nos hace sentir que podemos presentarnos ante Dios más dignamente, que nos mirará con más alegría?, ¿no será eso en realidad que necesitamos íntimamente la aprobación de nuestras obras para relacionarnos con Él?, ¿no nos estamos midiendo a nosotros mismos con nuestras propias obras? “Lo hago bien, cumplo con las horas y los oficios, me preocupo por los demás, rezo, gracias Señor porque me has llamado a esta vida preciosa, no como los demás que están tan perdidos”. ¿No terminará el juicio sobre nosotros mismos en nuestras propias obras?, ¿no nos medimos a nosotros mismos según nuestra propia regla, y con ella aprobamos o suspendemos, y con este resultado pensamos que Dios nos mira?, ¿no será eso creer que Dios nos mira con nuestros propios ojos? Es decir, ¿bajo qué mirada nos ponemos frente a nuestro pecado o nuestras buenas obras?, ¿bajo la mirada de Dios o bajo la nuestra? Al contrario, el publicano tenía conciencia de ser lo peor. Y se sentó en el último banco de la sinagoga, como quien se sienta en el último banco de la vida, o del refectorio, o de la clase. Y no tenía valor para alzar la mirada, seguro que tampoco la voz. Tenía sobre sí el peso de quién era, y posiblemente un peso objetivo. Si se juzgó pecador quizás no se equivocó. Pero, misteriosamente, nos dice Jesús, ahí no se terminó el juicio. Porque este hombre aún en su pecado, aún en su lejanía, aún en su humillación, aún en la conciencia mala que tenía de sí mismo, se atrevió a rezar, a dirigirse a Dios. Quizás desconfió de él pero no de Aquel que escucha la oración del oprimido, como nos recuerda la primera lectura. Y misteriosamente la salvación de estos dos hombres, de ninguno de ellos, vino por sus obras sino por la relación con Dios con la que lo vivieron. El fariseo terminó el juicio en sí mismo, se colocó bien en la vida y eso le permitió juzgar con desprecio a los demás. En cambio, el publicano es el hombre que carga sobre sí el dolor por su pecado, a veces por la memoria insoportable, por el peso de la conciencia. Pero no quiso terminar su juicio en sí mismo sino que se atrevió a dirigirse a Dios desde su humillación y la mirada de Dios sobre él fue la valoración definitiva de la vida, es la palabra última sobre nuestros actos. Dios se convierte así en la esperanza última del hombre, hasta del pecador, hasta del que no se atreve a levantar la mirada ni la voz. Si el evangelio de la semana pasada nos exhortaba a rezar siempre, hoy precisa: “hasta cuando te creas indigno”. Por tanto, el evangelio de hoy empieza siendo una parábola sobre la oración, y en realidad termina siendo una parábola sobre la Gracia, sobre el don de Dios sobre este mundo y cada hombre, diario, cotidiano, gratuito, inmenso. La gracia que nos dará la salvación el último día y la que nos ofrece la salvación cotidiana. La gracia que nos restaura cada día y que nos ofrece un amor desbordante en las grandes crisis de la vida. Este amor suyo sí que nos hace levantarnos y ponernos en pie, alzar la voz, sabernos hijos como identidad más profunda y en definitiva, capaz también de mover nuestro corazón a él una y otra vez, a Aquel que nos mira aun cuando nosotros tenemos ganas de escondernos, a Aquel que escucha siempre la voz más humilde. Ven Espíritu, y recuérdanos siempre este amor de Dios. Que nunca dude de Él ni en los momentos en los que yo me crea incapaz. Que mi oración Señor, como la del humilde, esta tarde llegue hasta Ti. Que yo descanse sin temor en Ti. Los comentarios están cerrados.
|
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
Archivos
Marzo 2024
|