Transfiguración de Cristo (Giovanni Bellini Nápoles) Hoy, en lugar del domingo, celebramos una fiesta antigua, venerable, que todos los años tiene lugar el 6 de agosto: la fiesta de la Transfiguración, que en algunos lugares se conoce también como la fiesta del Salvador. Se trata de recordar aquel momento en el cual tres discípulos pudieron ver al Señor resplandeciente, un acontecimiento que ya nunca jamás más olvidarían. San Pedro, ya muy anciano, así lo recuerda en su carta que hoy leemos en la segunda lectura "Y nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo, mientras estábamos con el Señor en el monte santo”. Vivir la alegría y la luz de la fe La Transfiguración confirmó la fe de los apóstoles y fue para ellos la luz "que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y el lucero nazca en vuestros corazones". La Transfiguración del Señor plantea una cuestión que es vital en el cristianismo de todos los tiempos: la fe es para los apóstoles algo luminoso, como una inmensa alegría, que nadie les podrá arrebatar; lo mismo debería sucedernos también hoy a nosotros, a cualquier persona, joven o mayor, que experimenta la verdadera alegría de la fe, que nunca jamás podrá serle arrebatada. Entonces el reto que se nos plantea hoy es el siguiente, ¿Cómo puedo yo ayudar a otros a descubrir este aspecto de la fe?, ¿Cómo puedo yo dejar transfigurar mi vida? Buscando y propiciando momentos de oración, de contemplación, de descanso en el Señor, de celebraciones Eucarísticas bien vividas y celebradas. Los apóstoles lo descubrieron en un momento vital de sus vidas, que compensaba todos los sufrimientos y cansancios vividos hasta entonces. Los discípulos ven al Señor transfigurado y este acontecimiento acentuó el gozo de la fe, la alegría de saberse salvados y amados por Jesucristo. También en nosotros debería suceder lo mismo, tendríamos que dejarnos encontrar por la gracia para experimentar al Señor de tal modo que hubiera un antes y un después en nuestras vidas, en nuestra trayectoria vital y existencial. Me refiero a la Eucaristía de cada día, que está llamada a ser luz viva que transfigure nuestra existencia, porque la gloria de Dios, aunque escondida, está presente en ella. En medio de nuestra historia humana se nos revela Dios cada día. En nuestro mundo tan complicado e incierto, en las preocupaciones de nuestra familia que tanto nos hacen sufrir, en los problemas cotidianos, en una sociedad tan a menudo enemistada, estamos llamados a caminar con la esperanza renovada. Mirar la vida con ojos nuevos La oración no sólo nos ayuda a amar a Dios sino que también nos predispone a contemplar la naturaleza con ojos nuevos. El pintor Giovanni Bellini en su cuadro “La transfiguración”, que acompaña este comentario, nos muestra la figura de Cristo transfigurado ante sus discípulos. El Salvador resplandece en medio de la escena, acompañado por Moisés y Elías, con los discípulos a sus pies. Pero toda la naturaleza se diría que despierta como atraída por la blancura de la túnica del transfigurado: montañas y valles, prados y flores, animales y personas que en la perspectiva aparecen encaminándose hacia sus respectivos trabajos. Todo está iluminado por la luz de Cristo. Y es que, quien reza de verdad cada día, no encuentra tanta desesperación y desánimo a su alrededor, no vive con tanto pesimismo las contradicciones, no ve siempre tan malos a los demás. Cada vez que salimos de cada Eucaristía debiéramos mirar las cosas y, sobre todo las personas, con una mirada nueva. Como los discípulos al bajar de la montaña del Tabor. Los discípulos en la cima de aquella montaña se desprendieron de sus envidias pero no prescindieron de los problemas de la vida, del camino hacia la cruz hacia el cual encaminaban sus vidas. Esto es, la oración no consiste en desentendernos de los problemas de la vida, sino que proyecta sobre ellos una luz nueva. ¿Acaso no nos ha ocurrido alguna vez que ante una dificultad aparentemente insalvable, después de retiraros a rezar unos momentos, hemos encontrado una luz que nos ha ayudado a superar aquella oscuridad? La oración nos abre los ojos hacia una nueva realidad, que nos ayuda a empezar a descubrir el rostro escondido de Dios en todo lo que nos rodea: acontecimientos, personas, situaciones, vivencias, encuentros, circunstancias; y eso nos ayuda a afrontar la vida con una mirada más libre y decidida, alegre y gozosa porque la presencia escondida de Dios lo abarca todo, lo envuelve todo con su presencia luminosa. Sintámonos hoy unidos, de forma muy especial, a nuestros hermanos de la Iglesia ortodoxa, con quienes compartimos la luminosidad de esta fiesta. Ellos la celebran muy solemnemente. Que este recuerdo nos mueve a rezar para que, muy pronto, podamos compartir con ellos el Pan sagrado y el Cáliz de la salvación. Lecturas
Dn 7, 9-10. 13-14 2 Pedro 1, 16-19 Mt 17, 1-9 Los comentarios están cerrados.
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TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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