Jesús se sienta cada día en nuestra orilla, en la pobre y quebradiza barquichuela que es nuestro corazón y allí se detiene con calma para enseñarnos los misterios del Reino. La barrera que nos separa hoy del Jesús de Galilea ha caído pues Aquél que murió y resucitó está ahora sentado a la derecha del Padre y a la vez vive en el interior de cada ser humano. Por esta razón puede hablarnos desde dentro todos los días de nuestra vida porque ya no nos separa de Él ni el espacio ni el tiempo. Lo experimentamos, es cierto, de un modo velado pero no menos verdadero y vivificante. Jesús utilizaba parábolas para ayudar a su pueblo a entender el mensaje que el Padre le pide anunciar. Por medio de este género literario se facilitaba la interpretación, el sentido de lo que se quería revelar. El Señor hablaba de mil modos y maneras para hacerse comprensible a sus hermanos. Pero hay una actitud esencial e indispensable por parte del receptor para que esto sea posible: querer entender. Es la acogida de su Palabra lo que hace que sea eficaz y que “como rocío que empapa la tierra no vuelva a Él vacía sino cumpliendo su encargo”. Quienes siguen a Jesús como ocurre en el caso de los discípulos “entran más dentro en la espesura” diría San Juan de la Cruz. Es su corazón limpio, abierto, sin prejuicios lo que hace decir al Maestro: “A vosotros se os dado a conocer los misterios del Reino”. El pasaje de este domingo bien podría ser una “autobiografía” de Jesús no constreñida a una anécdota del pasado sino que habla e interpela en el hoy de nuestras vidas. El Sembrador con mayúsculas, en todo instante va esparciendo las semillas que el Padre le ha confiado. Pacientemente sale todos los días y derrama su gracia, su Espíritu, su Palabra… sin dejar jamás de salir a sembrar. Pero si el paso evangélico es una autobiografía de Jesús también los ejemplos que ilustran la parábola son espejo de lo que podemos vivir en nuestra realidad espiritual según el momento interior que estemos atravesando. Es importante situarnos y reconocernos para poder reorientar, si es necesario, nuestro modo de vivir en Él y desde su Evangelio. Posiblemente el deseo incesante y la súplica continua de ser tierra buena sean lo único que pueda humedecer nuestro corazón de piedra. Las lágrimas que brotan de la impotencia y del arrepentimiento volverán nuestra tierra porosa y mullida para que las semillas de Dios puedan germinar en ella. ¿Pero cómo ser tierra buena? Creo que únicamente por la fuerza de la gracia. Como tantas veces nos sucede constatamos que sin ella nada podemos. Sin embargo, no se nos exime de nuestra humilde colaboración. Con nuestra apertura atenta y sincera, fomentando la intimidad con Él, dejándonos sembrar… podrá nuestro barro ser transformado en tierra virgen, fértil, apta para dar el treinta, el cincuenta, el ciento… de la cosecha. La medida que Él quiera. Lecturas:
Is 55, 10-11 Rom 8, 18-23 Mt 13, 1-23 Los comentarios están cerrados.
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TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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