EVANGELIO
En aquel tiempo dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.» COMENTARIO
IV Domingo de Pascua. Domingo del Buen Pastor. El cuarto domingo de Pascua es conocido como el “domingo del Buen Pastor”. El evangelio de este día contiene, en todos los ciclos litúrgicos, alguna parte del pasaje de Juan 10,1-30, donde se nos habla de la imagen del pastor y las ovejas. Es posible que, para nosotros, hoy en el S. XXI, hombres y mujeres que fundamentalmente nos hemos desarrollado y crecido en ambientes urbanos, la imagen del Pastor nos resulte icónica, en cuanto que habla de Jesús y así nos la han mostrado, pero sin muchas más referencias. Sin embargo, esta imagen, en la tradición bíblica tiene un largo recorrido. En el antiguo Oriente los reyes solían designarse a sí mismos como pastores de sus pueblos. En el Antiguo Testamento Moisés y David, antes de ser llamados a convertirse en jefes y pastores del pueblo de Dios, habían sido efectivamente pastores de rebaños. En las pruebas del tiempo del exilio, ante el fracaso de los pastores de Israel, es decir, de los líderes políticos y religiosos, Ezequiel había trazado la imagen de Dios mismo como Pastor de su pueblo. Dios dice a través del profeta: "Como un pastor vela por su rebaño (...), así velaré yo por mis ovejas. Las reuniré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas" (Ez 34, 12). En este contexto conocido por los oyentes de Jesús, Él se define a sí mismo como buen Pastor, como un Dios que en su propia identidad porta el cuidado por su criatura. Y este cuidado, ¿qué significa en el fragmento que hoy se ha proclamado? Hay dos afirmaciones que nos ayudan a comprender mejor la hondura de esta figura:
No podemos, por último, olvidar que en griego hay una misma palabra para expresar “bello” y “bueno”, por eso, Jesús es el Buen Pastor y Jesús es el Pastor Bello. Es portador de una belleza que nosotros nunca elegiríamos porque es una belleza herida. Su belleza tiene que ver con la asunción de nuestras fragilidades. En nuestra iconografía cristiana encontramos la figura del pastor que lleva una oveja sobre sus hombros. Quizá esta imagen, idílica por una parte, fue la que convenció a los primeros cristianos que ya quisieron, en sus primeras representaciones, plasmarla. Hace unos meses tuve la oportunidad de visitar las Catacumbas de Priscila en Roma y me impactó la explicación del guía que nos hizo detenernos en un detalle impresionante. El Pastor, Jesús, lleva sobre los hombros una cabra, no una oveja, haciendo eco del pasaje de Mt 25. Este es el Dios cristiano. Él es el que irradia la belleza y la bondad de cargar sobre sí lo que está destinado a la condena, a la pérdida, a lo fracasado. La belleza y la bondad no son un detalle de su identidad sino que son la fuente de la que brota su misión, son la luz en la que todos, también los pobres y pecadores, podemos encontrar un espacio de sentido. En este tiempo de Pascua, estamos llamados a mirar a Jesús que carga sobre sí a los desgraciados de este mundo, a los pobres, a los heridos de muerte, a los frágiles e indignos. La belleza que se hace presente en este Pastor, la potencia que nos atrae tiene que ver con la ruptura de lo esperado, con el abrazo de lo innecesario, con el amor que da vida, asume, carga y espera.
En este tercer domingo de Pascua el ábside de nuestro iglesia, bautizada con el nombre de Iglesia de la Reconciliación, vemos a Jesucristo, vestido de gloria, que muestra su mano llagada.... con el saludo pascual por excelencia: ¡Shalom!
V. 37 aterrorizados y llenos de miedo... Los discípulos se reencuentran. ¿Quién puede mostrarse orgulloso después de haber huido? Así mismo nosotras... Sentimos a veces tanta vergüenza por haber fallado, por lastimar a quien más queríamos, le hemos dañado,...y hasta a nosotros mismos nos defraudamos. Cuántas veces con la familia o los amigos más queridos levantamos una barrera invisible pero infranqueable por malos entendidos que nunca se llegan a aclarar porque no nos oímos, no nos acogemos de verdad y todos quisimos llevar la razón. La tribu amenazada, el miedo, la inseguridad, el corazón helado...y en medio de todo esto Él irrumpe lleno de luz: ¡Shalom! ¡Paz a vosotros! Este es el saludo del resucitado. El saludo del que conoce verdaderamente cada corazón. v. 38 Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? (...) ¡Palpadme! De nuevo es un domingo de la misericordia porque este es el saludo misericordioso e inesperado de Jesús a los suyos. Palpadme, no tengáis miedo. Comed de balde, no vengo a cobrarme la sangre derramada. v. 41 «¿Tenéis ahí algo que comer?» Cristo ha sido presencia real entre los discípulos, y se hace presente en un entorno de ágape eucarístico. Le dan un pez asado. “pez” que en griego antiguo contenía el acrónimo: ΙΧΘΥΣ(Ἰησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ "Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador”) Lucas nos está diciendo que en la eucaristía somos invitados a la mesa del cielo donde Cristo es nuestra verdadera comida. Su carne y su sangre. v. 46 «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, La Palabra viva proclamada, Nos está explicando las escrituras y abriendo el entendimiento...nuestro corazón se alimenta de esta palabra y crecemos en ella. La Palabra viva que salva eternamente. Cristo abre el entendimiento y entonces sí, nos da una misión. V.47 y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. la conversión, la “metanoia”, el cambio de mentalidad. No cambiar un defecto, un vicio moral, arreglar o enderezar un poco mi camino...Sino otro distinto, el cambio “radical” de dirección, de mentalidad. Cristo mi cabeza, Cristo mi raíz, Cristo mi origen. Partimos del nacimiento nuevo, de nacer del bautismo del costado de Cristo. Vivir como hijo De Dios. Pasar a la alegria que nadie puede quitar. Y el perdón de los pecados la iglesia lo canta en el Benedictus cada mañana mientras el sol se levanta. “Anunciando a tu pueblo la salvación: el perdón de los pecados” la experiencia del pecado nos llevó a probar la mordedura de la muerte, y el miedo nos hizo vivir como esclavos de la muerte (Hbr 2, 15) He aquí la justicia De Dios: nuestra cuenta ha sido pagada. Y miramos el rostro dulce de nuestro juez en el ábside de la Iglesia que muestra su palma derecha con el sello, la impronta, el “tatuaje en su brazo” la mano extendida con la garantía de su amor. El rollo desplegado de cada una de nuestras vidas como un pergamino, la vida del hombre ante Él “ ¡Oh, incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al hijo!* “ canta el pregón pascual. La cuenta está en blanco, pagadas nuestras deudas “mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5) porque esto es nacer de nuevo, de lo alto, y cantar el cántico nuevo, la alabanza de su gloria. V. 47 Vosotros sois testigos de esto. Pecado en griego antiguo es “hamartiria”, errar el blanco, equivocarse. Dejar, pues, este camino de error y pasar a proclamar con alegría lo que ha hecho con nosotras. Pasar de una vida de error “hamartiria” a ser “martiria”: “testigo” ¿De qué hemos sido testigo? Del perdón sobre nuestra vida. Un perdón garantizado. La experiencia del encuentro con el RESUCITADO que nos ha desbordado y nos cambia el camino. Quien prueba su gracia, tiene la impronta para siempre, y DE EUCARISTÍA EN EUCARISTÍA, nos nutrimos hasta que él vuelva. ¿Quién nos separará de su Amor si Él ha sido la víctima y el abogado defensor de nuestra historia? Solo a Él se le dio el poder de juzgar a la tierra porque solo él puede juzgar con misericordia, al que ocupó mi lugar en la cruz. Y a ninguna de nosotras se nos ha dado poder para juzgar al prójimo sino el poder de excusar en nuestro corazón al hermano. Entonces sí podremos cantar el cántico nuevo, sintonizar con el canto eterno de los ángeles y Los Santos del cielo, invitados a su mesa, donde palpar el cuerpo, comer su carne, y desde donde se nos envía a la misión...Anunciar a todas las gentes, que su vida ha sido rescatada. Esta es la Buena Nueva que produce el cambio del mundo. No para volver a la vieja normalidad, sino a la “extraordinariedad” de la vida salvada por Cristo nuestro Señor. Pedir el Espíritu Santo cada día, revestirnos de Cristo, soltar nuestro hombre viejo, nuestro planes y experimentar el cielo en la tierra, tus umbrales...y convocar a los hombres, nuestros hermanos, para poder juntos cantar la alabanza de su gloria. Santo Domingo de Silos (Burgos) | Escultura románica | S. XI-XII
Hoy estamos sobre las huellas de la antiquísima tradición de la Iglesia, la del II domingo de Pascua, llamado in Albis, que está vinculado a la liturgia de la Pascua y, sobre todo, a la liturgia de la Vigilia Pascual. Durante esta Vigilia los catecúmenos, después de una intensa preparación cuaresmal, recibían el sacramento del Bautismo. Y durante toda la semana de Pascua vestían la túnica blanca bautismal cuando asistían a la Iglesia hasta este domingo que la llevaban por última vez; por eso el antiquísimo nombre de este día: domingo en Albis depositis. El pasaje evangélico de hoy, narra dos apariciones del Resucitado a los Apóstoles: una, el mismo día de Pascua y, otra, ocho días después. La tarde del primer día después del sábado, mientras los Apóstoles se encuentran reunidos en un único lugar, con las puertas cerradas por miedo a los judíos, se presenta Jesús y les dice: «Paz a vosotros» (Jn 20, 19). En realidad, con ese saludo les ofrece el don de la auténtica paz, fruto de su muerte y resurrección. En el misterio pascual se realizó, efectivamente, la reconciliación definitiva de la humanidad con Dios, que es la fuente de todo progreso verdadero hacia la plena pacificación de los hombres y de los pueblos entre sí y con Dios. Cristo, después de su resurrección, vuelve al mismo lugar del que había salido para la pasión y la muerte. Vuelve al Cenáculo, donde se encontraban los Apóstoles. Mientras estaban cerradas las puertas, Él vino, se puso en medio de ellos y dijo: “La paz sea con vosotros”. Y añadió: “Como el Padre me envío, así os envío yo… Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 19-23). ¡Qué significativas son estas palabras de Jesús después de su resurrección! En ellas se encierra el mensaje del Resucitado. Cuando dice: “Recibid el Espíritu Santo”, nos viene a la mente el mismo Cenáculo en el que Jesús pronunció el discurso de despedida. Entonces pronunció las palabras cargadas del misterio de su corazón: “Os conviene que yo me vaya porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7). Así dijo pensando en el Espíritu Santo. Y he aquí que ahora, después de haber realizado su sacrificio, su “partida” a través de la cruz, viene de nuevo al Cenáculo para traerles al que ha prometido. Dice el Evangelio: “Sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22). Les trae el don de la pasión y el fruto de la resurrección. Con este don los hace nacer de nuevo. Les da el poder de despertar a los otros a la Vida, aún cuando esta Vida esté muerta en ellos: “a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados” (Jn 20, 23). Pasarán cincuenta días desde la Resurrección a Pentecostés. Pero ya en este único día que hizo el Señor (cf. Sal 117 [118], 24) están contenidos el don esencial y el fruto de Pentecostés. Cuando Cristo dice: “Recibid el Espíritu Santo”, anuncia hasta el fin su misterio pascual. De este modo Jesús confía a los Apóstoles la tarea de continuar su misión salvífica, para que a través de su ministerio la salvación llegue a todos los lugares y a todos los tiempos de la historia humana: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20, 21). El gesto de encomendarles la misión evangelizadora y el poder de perdonar los pecados está íntimamente relacionado con el don del Espíritu, como indican sus palabras: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados » (Jn 21, 22-23). Con estas palabras, Jesús encomienda a sus discípulos el ministerio de la misericordia. En efecto, en el misterio pascual se manifiesta plenamente el amor salvífico de Dios, rico en misericordia, «dives in misericordia» (cf. Ef 2, 4). En este segundo domingo de Pascua, hermanas, la liturgia nos invita a reflexionar de modo particular en la misericordia divina, que supera todo límite humano y resplandece en la oscuridad del mal y del pecado. La Iglesia nos impulsa a acercarnos con confianza a Cristo, quien, con su muerte y su resurrección, revela plena y definitivamente las extraordinarias riquezas del amor misericordioso de Dios. Durante la aparición del Resucitado que tuvo lugar la tarde de Pascua no estaba presente el apóstol Tomás. Informado sobre ese extraordinario acontecimiento, e incrédulo ante el testimonio de los demás Apóstoles, pretende comprobar personalmente la veracidad de los hechos que le relatan. Ocho días después, es decir, en la octava de Pascua, precisamente como hoy, se repite la aparición: Jesús mismo sale al encuentro de la incredulidad de Tomás, ofreciéndole la posibilidad de palpar con su mano los signos de su pasión, e invitándolo a pasar de la incredulidad a la plenitud de la fe pascual. Ante la profesión de fe de Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28), Jesús pronuncia una bienaventuranza que ensancha el horizonte hacia la multitud de los futuros creyentes: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). La experiencia pascual del apóstol Tomás fue más grande que su misma petición. En efecto, no sólo pudo constatar la veracidad de los signos de la pasión y la resurrección, sino que, a través del contacto personal con el Resucitado, también comprendió el significado profundo de la resurrección de Jesús y, habiéndose transformado íntimamente, confesó abiertamente su fe plena y total en su Señor resucitado y presente en medio de los discípulos. Por tanto, en cierto sentido, pudo «ver» la realidad divina del Señor Jesús, muerto y resucitado por nosotros. El Resucitado mismo es el argumento definitivo de su divinidad y, a la vez, de su humanidad. También nosotras estamos invitadas a ver con los ojos de la fe a Cristo vivo y presente en nuestras vidas, entre nosotras, en la comunidad. Todas debemos sentir la llamada a ser portadoras de esperanza, llevando el Evangelio de una manera cercana y creativa a cada hermana y a cada persona que el Señor nos invite a acoger en nuestra casa y acompañar en nuestra propia vida. Aceptar a Cristo resucitado quiere decir aceptar la misión de salida constante de nosotras mismas hacía el otro que nos necesita, así como también la aceptaron los que en aquel momento estaban reunidos en el Cenáculo: los Apóstoles. Creer en Cristo resucitado quiere decir tomar parte en la misma misión salvífica, que Él ha realizado con el misterio pascual. La fe hace que alguna parte de misterio pascual penetre en la vida de cada una de nosotras. Somos una cierta irradiación suya. Por tanto, es necesario que captemos este rayo para vivirlo cada día durante todo este tiempo, que ha comenzado de nuevo en el día que hizo el Señor. |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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