Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Último domingo del Tiempo ordinario25/11/2023
Celebramos la Solemnidad de Cristo Rey y la Iglesia nos propone este Evangelio para entrar en el misterio de lo que celebramos. ¿Qué significa que Jesús sea Rey?, ¿Y que sea, como en esta parábola rey, juez que juzga el último día, pastor que separa las ovejas, y pobre que sufre?, ¿cuándo será el juicio final?, ¿de qué dependerá? Empecemos por lo que es obvio y por no defendernos de ello. Jesús nos dice aquí con meridiana claridad que la salvación dependerá del amor con el que hayamos tratado al otro. En esa secuencia del hombre que tiene hambre, el que tiene sed, el refugiado que busca una tierra mejor, en el que está preso…puede estar recogido en realidad todo sufrimiento humano. No es, por supuesto una relación exhaustiva, una lista que pretenda incluir todas las pobrezas concretas que hay que atender, sino que en ese listado de sufrimientos que hace Jesús podemos ver a todo hombre y mujer que sufre, al que sufre la carencia material o espiritual. Y nos dice, todos los que han obrado con misericordia con ellos recibirán en herencia el Reino de Dios, y los demás no. Es fuerte reconocer esto, Jesús no divide a todos esos hombres en justos e injustos, sino que los divide en justos e…indiferentes. Los que acudieron al dolor del hermano y los que, simplemente, no lo hicieron. No dependerá, como vemos, de haber reconocido a Jesús en ellos, sino del amor con el que se les trató. Indudablemente que esta palabra hoy nos interpela fuertemente. Pero tampoco el Evangelio termina ahí, sino que las dos escenas, la de los justos que por sus obras van al reino del Padre, como la de los indiferentes que van al fuego eterno terminan en la misma pregunta, “¿cuándo te vimos?” Siendo la respuesta de Jesús la misma en ambos casos y la conclusión de las dos escenas: “cada vez que lo habéis hecho, lo habéis hecho a mí”, “cuando no lo habéis hecho, no me lo habéis hecho a mí”. “A mí me lo hicisteis, era yo el que pasaba frío, el que estaba en la cárcel, era yo el inmigrante”. Por eso, toda la escena del juicio, con sus dos mitades simétricas, desemboca ahí, todo va dirigido a hacer entender la verdad fundamental: la relación del hombre con Dios se juega en la relación del hombre con el hombre. Ahí está el juicio y la salvación. Ahí está el Rey y el pobre. Por eso, ante lo impresionante de este pasaje evangélico, es importante leer todo el evangelio en su conjunto. A lo largo de los evangelios Jesús ha dejado claro que la relación crucial del hombre, lo que hace posible encontrar la salvación ya en su día a día, en su experiencia cotidiana y esperar la mayor justicia también después de la muerte, es el encuentro personal con Jesús. Esa es la relación que salva, que ilumina la vida, que le da sentido, que nos abre a la misericordia del Padre. Ahora dirá: esa relación se juega en la historia de las relaciones con los hombres. Tú, Jesús, nos dices: “si alguno quiere ser mi discípulo ya sabe dónde voy yo, si alguien quiere ser mi esposo o mi esposa ya sabe con quién me he casado yo, si alguno quiere ganar su vida que la pierda por mí y ya sabe dónde encontrarme”. Por eso te pedimos Padre que abras nuestro corazón a esta palabra, que nos transformes en tu Hijo, que tengamos la alegría de reconocerle en cada hombre y mujer, muy particularmente en aquel que sufre. Que nuestras manos puedan ser las tuyas, que nuestros pies puedan ser los tuyos. Ven Espíritu Santo, misericordia del Padre, vida del Hijo, habítanos, consuélanos, envíanos. Lecturas
Ez 34, 11-12. 15-17 1 Co 15, 20-26. 28 Mt 25, 31-46 Les Talents , Carte Simple Vie de Jésus Mafa Queridísimos hermanos y hermanas, hoy domingo 19 de Noviembre, la Iglesia nos invita a celebrar la jornada mundial de los pobres bajo el lema "No apartes tu rostro del pobre" (Tb 4,7). En esta parábola es fácil reconocer que somos nosotros mismos esos servidores a los que el Señor nos llama para confiarnos sus bienes y actuar en su Nombre hasta su vuelta. Es importante comprender cuales son los talentos que el Señor nos ha confiado y que nos ha encomendado para que se multipliquen y den fruto en favor de nuestros hermanos, no para que se queden enterrados por el bien o el interés personal, bloqueados por miedo a perderlos, porque cuando vivimos bajo el miedo de perder el don, la vida se vuelve infecunda. Recordemos la parábola del Buen Samaritano, Jesús dice que el Buen samaritano sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré cuando vuelva” Lc 10,35 El Papa en esta jornada, siguiendo a Jesús, nos invita como cristianos a dar la vida, a no apartar el rostro ni la mirada de nuestro prójimo, de aquellos hermanos nuestros que están pasando por momentos de gran dificultad, de los que viven físicamente cerca de nosotros y sufren por una perdida, la soledad, la enfermedad, la incapacidad para llegar a fin de mes… y también por aquellos que habitan nuestra “casa común” y están siendo asediados por los desastres naturales, la guerra, la pobreza cultural y humana… Francisco nos recuerda que nosotros los cristianos no podemos pasar de largo y mirar para otra parte, no podemos acostumbrarnos al dolor de nuestros hermanos, la llamada cristiana es una llamada a comprometerse en primera persona, a contemplar las distintas realidades que nos rodean, para consolar, aliviar, sanar, llevar su Presencia a nuestros hermanos y trabajar por la extensión del Reino de Dios. Jesús en el Evangelio de este domingo, una vez más se hace Palabra viva, nos empuja así a arriesgar los talentos que nos han sido dados para hacernos crecer en nuestra vida de fe y compromiso, para mejorar el mundo que nos rodea, ese mundo que espera gestos concretos que revelen el Rostro misericordioso de Cristo, hasta su vuelta. Con las palabras del papa Francisco queremos recordar que: «Si bien Dios es el que hace posible que el Reino crezca y se desarrolle misteriosamente, no nos exime de aportar el fruto de nuestros talentos y de tender nuestras manos en favor de los que sufren. Todos hemos sido convocados a colaborar. De ahí, el deber de rendirle cuentas. Debemos preguntarnos si nos hemos comprometido suficientemente o, por el contrario, si la prisa nos impide detenernos, socorrer y hacernos cargo de los demás, apartando el rostro de los más pobres. Es tentador vivir sin comprometerse en nada que pueda complicar la vida, defendiendo el propio bienestar; por otra parte, «delegar en otros es fácil; ofrecer dinero para que otros hagan caridad es un gesto generoso», sin embargo, se corre el peligro de vivir una vida estéril y sin horizontes, porque «la vocación de todo cristiano es implicarse en primera persona». (Papa Francisco, VII jornada mundial de los pobres) Lecturas
Prov 31, 10-13. 19-20. 30-31 1 Tes 5, 1-6 Mt 25, 14-15. 19-21 Queridas hermanas: La liturgia nos adentra al misterio del final de los tiempos con la segunda venida del Señor. Esta parábola de las diez vírgenes comentada por nuestro Padre San Agustín, ilumina la actitud de espera que debemos tener para acoger al Señor de nuestra vida. Las diez vírgenes, cinco prudentes y cinco necias salieron con sus lámparas a esperar al esposo. Nuestro Padre comenta: “ El evangelio me hizo poner atención. Entre las mismas vírgenes que llevaban las lámparas, a unas las llamó prudentes y a otras necias. ¿Dónde lo vemos, dónde discernir las unas de las otras? Por el aceite. El aceite significa algo grande, realmente grande (…) Me parece a mí que en el aceite se significa la caridad” “El aceite es el menos pesado de todos los líquidos. Vierte un poco de agua y echa encima el aceite; éste queda encima. Echa ahora aceite, vierte agua encima, y el aceite subirá a la superficie. Si sigues el orden natural, el aceite vence; si lo cambias, él vence igualmente. La caridad nunca cae.” Hasta aquí San Agustín. Las diez vírgenes tenían cada una su lámpara para esperar al esposo, pero no todas tenían el aceite necesario para mantener la luz encendida a la llegada del Esposo. Estas lámparas podemos mirarlas como el don de la vida, el sello del amor de Dios, que nos hace capaces de amar y ser amados, es decir, de tener aceite dentro, de alumbrar, de tener una actitud como sabia ante la presencia del Señor, radiante inmarcesible, alumbrando con una vida que, fácilmente la ven, la distinguen los que aman, los que también reconocen el amor. Para conseguir este aceite de la caridad, nos dice el libro de la sabiduría, no hay cansancio, porque el corazón madruga, busca, tiene sed de ella y por ello espera a la puerta. ¿Acaso no es esta la actitud de las vírgenes prudente que esperaron con las lámparas encendidas a que el novio viniera? Sí, es esta la actitud por ello, estas cinco vírgenes no tenían preocupación ante la espera, sino esperanza de verle llegar y estar con él cara a cara. “El que vela por ella se ve pronto libre de preocupaciones” Esta es la actitud a la que nos quiere encauzar el evangelio. Una actitud de una espera con caridad en nuestras obras sí, pero una caridad que refleja el amor profundo y ardiente por el don de la vida, el don de Dios en la vida. Una caridad que brota de tener el fuego del amor de Dios encendido en el corazón y no solo por lo que hacemos sino por cómo vivimos, nos movemos y existimos. En ese sentido comenta Agustín, “ El aceite que tienes no lo tienes de ti mismo. Jactarse diciendo: “Tengo aceite, pero recibo de Él” por ello continúa diciendo. “Vela con el corazón, vela con la fe, con la esperanza, con la caridad y con las obras de un corazón que arde con el aceite interior de conciencia en una vida para Él y con Él” Lecturas
Sab 6, 12-16 1 Tes 4, 13-18 Mt 25, 1-13 A Hegyi beszéd (Sermón de la Montaña), Károly Ferenczy (húngaro, 1896) Este domingo, una vez más, Jesús sale a nuestro encuentro para hacernos volver la mirada a lo realmente importante: no a los títulos, a los altos rangos o puestos ni a la sabiduría humana, sino al centro del corazón, a la vida de Dios, a la identidad más verdadera de nuestra existencia: la de ser hijos en el Hijo. Las lecturas de este domingo nos ayudan a situarnos en la vida desde lo que realmente somos: criaturas en manos del Creador. Este reconocimiento nos hace ser humildes, nos hace reconocer nuestra pequeñez, nuestra pobreza, y es desde ahí desde donde nos podemos hacer servidores de los demás. En nuestro mundo, tenemos muchos ejemplos de altanería, de orgullo, de poder, que estamos viendo que no llevan a ninguna parte, solo al dolor, a la destrucción, a la guerra. Nosotros, como cristianos, como hijos en el Hijo, estamos llamados a cambiar este panorama de nuestra sociedad de la forma, quizás, más escondida, que es la del amor, de la paciencia, la del servicio. Nuestro corazón, como dice el Salmo, no debe ser altanero ni esperar grandezas, que es lo que hablará Jesús en el Evangelio, sino que debe ser como el de un niño que espera, que descansa, que confía en las manos de su madre, sabiendo que de ahí solo puede venir algo bueno. Esto es lo que también dice Pablo en su carta a los Tesalonicenses. Es precioso ver cómo se dirige a ellos con tanto cariño, con tanta delicadeza, haciéndoles volver al origen del encuentro con él y con sus discípulos, que no han sido las riquezas o el hecho de ser una persona importante en su momento, sino que ha sido el hecho de haberles anunciado el Evangelio, la Palabra de Dios, la cual, recibieron con los brazos abiertos, pues sabían que era una palabra de vida. Esta Palabra es la que estamos nosotros también llamados a llevar a nuestro entorno, a nuestras relaciones, en nuestra comunidad. No es nuestra palabra la que se tiene que oír ni acoger, sino que es la Palabra de Dios, la palabra de vida. Y esta acogida solo será posible si tenemos este corazón sincero y humilde del que hablábamos antes, porque muchas veces nos llega de la persona que menos esperamos o en una situación que quizá no habíamos pensado. Tantas veces la Palabra nos sorprende y nos da la clave que necesitamos, la pista para continuar el camino, el agua para poder saciar nuestra sed. Pero esto, como venimos diciendo, solo se puede acoger si estamos abiertos a esta gracia, si no damos por hecho que lo sabemos todo y como un niño, estamos abiertos a la sorpresa, nos dejamos tocar por la novedad que se esconde en la cotidianidad de la vida, en lo pequeño, en lo que nadie ve. Y, para poder tener este corazón sencillo y humilde, Jesús nos da claves que son fundamentales en el pasaje del Evangelio que estamos comentado: Nos dijo que no nos dejemos llamar maestros, pues uno solo es el Maestro, Él. Si queremos ser hijos en el Hijo, sigamos el ejemplo del mismo Jesús, que es el que nos puede enseñar de verdad a ser humildes, pequeños, a dejarnos sorprender, a confiar, a vivir la vida de la mano del Padre. Nos invita a alzar la mirada al Padre: recordar nuestra filiación, hacernos de nuevo conscientes de que nuestra vida pertenece al Padre, depende del Padre. ¡No somos huérfanos! Vivir desde esta relación hace que la vida tenga otro color, otro sabor, otra melodía, hace que volvamos a la raíz de nuestra existencia. Y, por último, la humildad, ser humildes, porque solo desde ahí seremos capaces de servir, de estar atentos a las necesidades de los demás, de estar disponibles en los quehaceres más cotidianos de la vida. Este domingo, ya muy cerca del final de este año litúrgico, pidamos la gracia de estar abiertos al paso de Dios por nuestras vidas para poder así seguir las huellas de Jesús, caminar tras sus pasos y ser, de este modo, un reflejo de Jesús para aquellos que tenemos cerca y un faro de Su luz para los que están más lejos. Lecturas
Mal 1, 14–2, 2. 8-10 1 Tes 2, 7-9. 13 Mt 23, 1-12 |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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