Fresco from Kariye Camii, Anastasis El Evangelio de este domingo, con el eco aún cercano de la solemnidad de todos los santos y de los difuntos y en la cercanía del fin de año litúrgico, nos invita a mirar al cielo y pone nuestra vida de especial consagración como clave de comprensión de lo que será el Paraíso. Todo empieza por la pregunta sobre la ley del levirato. Era la forma judía de asegurar la descendencia en el caso del varón que moría sin tener hijos. La viuda debía casarse con un hermano del fallecido y así los hijos que nacieran de esa nueva unión serían considerados también hijos del ya muerto. En realidad, esta ley surge en un contexto religioso en el que la fe en el más allá, en la vida después de la muerte no está clara —y así era en el grupo de los saduceos en la época de Jesús que cuestionaban la resurrección de los muertos—, de tal modo que la esperanza de una trascendencia había quedado ligada a la descendencia en este mundo. Se entendía la prolongación de la vida en los hijos pues, en ellos, algo de sus antecesores está vivo. De aquí se comprende bien la importancia religiosa dada al matrimonio, a la fecundidad, a la familia, a la descendencia, al vínculo de sangre en el mundo judío y en muchas otras religiones. Jesús rompe con estas categorías religiosas afirmando rotundamente la vida del cielo y el fin de la humanidad en la resurrección, algo que se desvelará completamente después de la Pasión del Señor por el acontecimiento único y nuevo en la historia del mundo de la Resurrección de Cristo de entre los muertos y su ascensión al cielo. Además de afirmar la existencia del cielo, Jesús explica un poco lo que este será sirviéndose justamente de la imagen esponsal. En este mundo la dimensión relacional del hombre encuentra su máxima expresión en el matrimonio donde dos personas se unen por amor haciéndose una sola carne pero en el cielo, en la vida resucitada, viviremos esta relación de amor, de comunión, de unión esponsal, cara a cara, con Dios. El Espíritu Santo nos habitará desde dentro, completamente, sin vacío alguno y de esta comunión plena nacerá en nosotros una nueva humanidad: la carne resucitada del Hijo será nuestra, seremos un solo cuerpo con Él, de tal modo que el Padre nos acogerá en su seno porque seremos semejantes al Hijo que vive en Él y para Él. Lo dice el texto bíblico: “Son hijos de Dios porque son hijos de la resurrección”. Esto no significa que en el cielo todo será impersonal y no habrá relaciones entre nosotros, como si perdiéramos nuestros vínculos de esta tierra, al contrario, todos estaremos unidos, nos perteneceremos, nos encontraremos unos en otros, seremos verdaderamente hermanos, por la comunión de todos con Cristo en el Padre. La vida consagrada por su carácter virginal y esponsal en relación con Cristo y por el nuevo vínculo de fraternidad con el que vive en relación con todos los demás hombres y mujeres, anuncia ya algo de esta vida resucitada. Hermanas, estamos llamadas a alumbrar carne de resurrección por nuestro amor a Cristo y en nuestras relaciones con los hermanos. Que nuestra consagración total a Él y el amor casto y libre de nuestras relaciones sea fermento de vida, de vida resucitada, de cielo nuevo y tierra nueva, ya aquí, en el hoy de nuestra historia y de nuestra vida sencilla. Lecturas:
2 Mc 7, 1-2. 9-14 Sal 17:1, 5-6, 8, 15 2 Tes 2, 16–3, 5 Lc 20, 27-38 Los comentarios están cerrados.
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TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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Marzo 2024
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