“Hacia la transformación”¿Quién de nosotros se encuentra completamente satisfecho con lo que es? ¿Acaso no nos sentimos insatisfechos de nosotros mismos y de la sociedad en la que vivimos? El hombre, por naturaleza, es un ser inquieto, con deseos de búsqueda en su corazón. Pero no tendríamos esta inquietud interior si no descubriéramos más allá de nosotros mismos alguien que nos llama, que nos atrae, que nos impulsa a ponernos en camino. Este deseo de transformación, de querer constantemente ir volviendo la mirada hacia Él es la vocación que Dios ha puesto en nuestros corazones. Todo hombre es una semilla de posibilidades, y también la sociedad en la que vivimos está llamada por Dios a ir transformando sus estructuras. Pero, con sinceridad, ¿queremos realmente una transformación social y personal? Y si es así, entonces, ¿por qué acallamos las llamadas interiores o pactamos con una vida mediocre que no nos exige nada o muy poco? Ciertamente muchas veces nos dejamos llevar por el cansancio, la rutina o el desánimo y nos auto justificamos diciendo que ya hemos hecho bastante, y que por eso tenemos derecho a descansar, a orillarnos en medio de la vida. Preferimos que sigan andando otros, porque nosotros ya nos sentimos cansados, sin fuerzas para seguir. Las lecturas de este domingo nos confrontan de lleno con nuestro conformismo: esta actitud espiritual marcada por una fuerte acedia, que nos impide transformarnos interiormente hacia el proyecto de Dios. El latido de la Cuaresma, en medio de este combate espiritual que apenas hemos comenzado, pretende sonar como el timbre de un despertador, donde se nos invita a replantearnos la vida, para poder reemprender con esperanza el camino de la renovación pascual que nos espera. San Mateo, nos presenta la transfiguración de Cristo en medio de la perspectiva de la Pasión y formando parte de su mismo camino (16. 21-22). La transfiguración es el signo que nos expresa la actitud interior de Cristo: Jesús es capaz de emprender el camino de la Pasión, porque confía en la Gloria del Padre que ya posee, y que por eso mismo es capaz de revelar a sus discípulos que le acompañan hasta la cima del monte. Sin la esperanza por alcanzar una promesa, es imposible comprometerse en la realización de una transformación real de la propia vida. Lo que se espera es el único impulso que nos mueve a ponernos en camino, a seguir avanzando. La esperanza de lo que vendrá es una fuerza, un poder dinámico, que nos sostiene en medio del dolor, de nuestras propias pasiones humanas; que es capaz de transformar la cruz en gloria, haciéndonos escuchar en medio de la maldición la bendición, ayudando al pecador a que se reconozca, en medio de su pobreza y de sus constantes luchas, como "el hijo amado" del Padre. Al final del camino esperamos, como aquel que sube una montaña escabrosa, alcanzar aquello que nos llama a recorrerla. Así el futuro se va cumpliendo ya en el presente, la resurrección se adelanta en la transfiguración, en el camino de la cruz se va perfilando el hombre nuevo "con un rostro resplandeciente como el sol... y sus vestidos... como la luz". El hombre que acepta el camino de la transfiguración se va iluminando poco a poco (1 P 2. 9), se hace "a su imagen y semejanza" (Gn 1. 26), cambia al hombre viejo, corrompido por el peso del pecado y de la culpa, para dejar paso al hombre nuevo, revestido de Jesucristo (Ef 4. 22-24; Col 3. 5-15). El hombre sólo alcanza la meta ofrecida por Dios, conforme nos vamos esforzando por configurar nuestra vida con la voluntad divina. La transfiguración, por tanto, implica antes una decisión firme de querer ponerse en camino, de querer subir una montaña, no nos viene dado como un regalo caído del cielo. El que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nuestra colaboración. El hombre es un caminante. Abrahán, como vemos en la primera lectura de este domingo, va hacia la tierra que él no ve y que se la mostrará Dios, solamente porque tiene confianza en la fidelidad de Dios, por eso es capaz de recorrer este camino. La garantía de su esperanza es la promesa hecha por Dios En el evangelio, contemplamos el camino de la Pasión de Cristo. Él también tuvo que recorrer el sendero de la muerte, confiando en la tierra nueva que Dios le iba a mostrar. La transfiguración nos manifiesta hasta qué punto, en medio de la Pasión, seguía brillando en el corazón de Cristo la fe y la esperanza en la Promesa de Dios; por eso podía asumir plenamente el peso de la cruz. Confiemos también nosotras, hermanas, en esta promesa, y pongámonos en camino. Dispongámonos a emprender este combate espiritual, y esforcémonos por subir juntas las montañas escabrosas y dolorosas de la vida. Acojamos el plan que Dios ha provisto para nosotras como un regalo para nuestra salvación y esto hará de nuestra vida personal y comunitaria una existencia luminosa. ¡Feliz y Santa peregrinación hacia la Pascua! Lecturas:
Gn 12, 1-4a Sal 32,4-5.18-19.20.22 2 Tm 1, 8b-10 Mt 17, 1-9 Los comentarios están cerrados.
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TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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