"...Desenmascarar el engaño (a veces manipulación): es más importante la pureza del corazón y de la conciencia, lo que nace del interior, que la mera observancia exterior." evangelio
En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén; y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Y los fariseos y los escribas le preguntaron: «¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con las manos impuras?». Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.” Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro». comentario
Este domingo, de la semana XXII del tiempo ordinario, retomamos la lectura del evangelio de S. Marcos que nos guía en este año litúrgico. Este pasaje Mc 7,1-23, que la Iglesia nos muestra hoy, es bastante complejo y apunta claramente a una redacción y unificación de tradiciones distintas: unas del tiempo de Jesús y otras posteriores. Son dos cuestiones las que se plantean:
A la multitud y más tarde con mayor plenitud a sus discípulos. Jesús les explicó que la contaminación no proviene de afuera, sino de adentro. “No hay nada fuera del hombre que, entrando en él, pueda hacerlo impuro, sino que son las cosas que salen del hombre las que le hacen impuro” (Mc 7,15). La pureza e impureza son características del alma. Es la mala acción, la mala palabra, el mal pensamiento, la transgresión de la ley de Dios, y no la negligencia de las ceremonias externas ordenadas por los hombres, lo que contamina a un hombre. Las palabras que Cristo dirige a los fariseos: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.” Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres»”. Eran una acusación de todo el sistema farisaico. Él declaró que al poner sus requerimientos por encima de los principios divinos, los rabinos se ponían por encima de Dios. Pero es difícil entender que Cristo no quiere sacrificios, sino misericordia; es difícil aceptar la gratuidad de la salvación. A Cristo no le sirve un corazón vacío, endurecido por las prescripciones que hay que cumplir y que deberían tranquilizar al que se cree salvado, pero dejándolo igual. “Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35); no hay que purificarse para poder comer, es el comer lo que purifica, lo que redime. “Aquel que come de mí vivirá por mí” (Jn 6, 57) porque “el mundo pasa con su concupiscencia, pero quien hace la voluntad de Dios permanece eternamente” (1 Jn 2,17). Por tanto, lo que Jesús pretende es desenmascarar el engaño (a veces manipulación): es más importante la pureza del corazón y de la conciencia, lo que nace del interior, que la mera observancia exterior. Jesús no tiene la intención de quitar importancia al cumplimiento de la Ley, pero sí recuerda que ésta está al servicio de la persona, de su libertad, de su crecimiento, de su amor. Si queremos oír y comprender plenamente el mensaje del Señor, entonces debemos escuchar también plenamente, no podemos contentarnos con un detalle, sino que debemos prestar atención a todo su mensaje. En otras palabras, tenemos que leer enteramente los Evangelios, todo el Nuevo Testamento y el Antiguo junto con él. En resumen, podemos decir que lecturas de la liturgia de hoy nos invitan a un examen de conciencia, a un chequeo de nuestra vida desde la fe, desde las intenciones que la mueven. Una invitación a buscar la verdadera sabiduría que nace de la Palabra de Dios y se instala en nuestro corazón transformando nuestra vida desde dentro y dando frutos que transforman nuestra sociedad. Simón Pedro | s. VI | Encáustica | Monasterio de Sta Catalina del Monte Sinaí "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios."evangelio
En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». COMENTARIO
Comienza hoy el Evangelio con una frase de contenido muy humano: “Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban” … Después de haber visto milagros, escuchado su sabiduría, haberles dado de comer, llega la desilusión, la decepción de algo que esperaban que fuera de una manera y se manifestaba claramente de otra. El Maestro, el Mesías, mostraba su “omnidebilidad” y esto les asustaba, les “descuadraba” toda su perspectiva de salvación. El pan ofrecido por Jesús se hacía duro de tomar. Llega la deserción, el cisma, el desencanto de muchos de sus más allegados discípulos. Se hace patente una realidad muy presente siempre en el hombre: la crítica divide, el amor busca comprender. “¿También vosotros queréis marcharos?” Ante esta situación, Jesús contempla cómo se produce un abandono masivo, solo los Doce y alguna más, quedará junto al Maestro, acompañando este momento difícil e inesperado. Llega el momento de optar, de la decisión valiente, arrojada, tenaz. Pedro habla en nombre de los que rodean a Jesús y nos deja esa preciosa confesión de fe llena de confianza y amor fiel: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solo Tú tienes palabras de vida eterna.” Solo de ti hemos recibido el pan del cielo, solo a ti hemos visto curar a enfermos, dar vista a ciegos, hacer andar a tullidos, solo a ti hemos escuchado hablar palabras que han tocado nuestros corazones profundamente, solo Tú eres la Vida, la Verdad, el Camino. Esta confesión manifiesta la certeza de la fe que nos fortalece y anima. Esta opción por Dios también la hemos escuchado en la primera lectura cuando se nos narra cómo los israelitas, bajo las órdenes de Josué, han conquistado todo el territorio que Dios les había prometido. A pesar de la memoria y el recuerdo que hace Josué a todas las tribus de Siquén de los beneficios y portentos que Dios ha hecho con ellos a lo largo de la historia, surgen entre ellos la crítica, la disensión, de nuevo la división. Josué da un paso firme hacia delante, como Pedro, y dice: “yo y mi casa serviremos al Señor”. Como Pedro declara abiertamente su opción, se abre paso la voz del Espíritu que confirma la palabra con fidelidad y firmeza. El servicio es el mayor acto de amor que podemos hacer, porque nos saca de nosotros mismos, nos sitúa en nuestra condición de siervos, porque pertenecemos al Señor. Como dice San Agustín: “el Señor nos conceda servir bien, porque queramos o no queramos somos siervos, si lo somos queriéndolo no o somos por necesidad sino por amor”. “Solo Tú tienes palabras de vida eterna.” Y el Espíritu es quien guía ya esa vida ya aquí, abriéndonos al diálogo, a la confrontación constructiva, rechazando críticas que dividen. El Santo Padre nos urge a acompañar caminos de comunión, de encuentro, de solidaridad. Optar por Él también es abrazar lo diferente, lo que no me gusta del otro. La paz es Camino abierto, luminoso, alegre. Solo allí podremos encontrarnos con una auténtica fraternidad. Hundamos nuestro pan endurecido por el desencanto, que la fe nos pueda producir, en su costado, allí se ablandará y lo podremos comer y compartir. Confiamos a María Reina, modelo de servicio y entrega fiel, nuestras vidas, nuestras inquietudes y necesidades para ser testigos de fe para otros. evangelio
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que. en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia” - como lo había prometido a “nuestros padres” - en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa. SObre la imagen...
COMENTARIO
SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA A LOS CIELOS Este bello pasaje del evangelio de San Lucas nos revela lo intransferible y peculiar de la existencia de María, su llamada y su misión, su total pertenencia a Dios. María, toda ella, fue asunta al cielo. Es lo que celebramos hoy de forma solemne. Fue elevada, alzada, subida al cielo, así la imaginamos, si es que el cielo es un lugar físico, como lo entendemos en nuestras categorías humanas, como si Dios Padre la levantase con sus brazos y la arrancase de la tierra en la que vivió para llevarla a su mansión eterna, de lo frágil y fugaz de este mundo al seno de la Trinidad. María fue asumida por el cielo, como parte de lo que es el cielo, plenitud de gracia, de Dios, Dios en todo y todo en Dios, si es que el cielo es un estado, más allá de las categorías del tiempo y del espacio. De este modo, habiendo cumplido la misión recibida en la Anunciación de parte de Dios durante todos los días de su vida, al igual que el Hijo, pudo decir: “todo está cumplido” porque la presencia del Resucitado ya guiaba la Iglesia, fortalecida con la fuerza del Espíritu, aunque fuera en pobreza y precariedad, en medio de luchas y pruebas. “María se levantó y se puso en camino deprisa hacia la montaña” Este movimiento es reflejo de todo cristiano, es más, nos muestra la identidad de todo ser humano, creado a imagen de Dios, que se alza sobre sí para otear el horizonte, que se siente llamado a salir de sí en búsqueda de algo más grande, en busca de la verdad de su existencia para encontrar un sentido, en busca de Dios que habita en su interior y no acierta a vislumbrar ni comprender ni abarcar. Este movimiento nos habla de un sentido dinámico, de una peregrinación, que es símil de la vida misma, que tiene un norte, que está orientada, que ha de recorrer un camino arduo, que trae dificultades. Implica una fatiga, tiene un precio costoso de soledad, de experimentar el cansancio, la dureza, la lentitud, la contingencia y la fragilidad propias de la existencia humana. El segundo paso de este movimiento es el encuentro. La salida de sí implica acercarse a alguien, una apertura al otro, al semejante, que es diferente. Es hacer experiencia de acogida, de compartir, de alegrarse por el otro, de servir, es dejar al otro entrar en la vida y darle el don más preciado de uno mismo que todos llevamos dentro. En María, este encuentro con Isabel supuso el salto de gozo que la vida de Dios siempre provoca, cuando se acalla todo lo demás y se escucha, cuando se descubre esta presencia escondida, se la reconoce y se la acoge, cuando se le deja que nombre todo lo que ha creado, dándole la posibilidad de ser, se le permite que sea fecunda y se multiplique. “Proclama mi alma la grandeza del Señor” La respuesta de María ante este reconocimiento de la obra de Dios en ella es proclamar su pequeñez para que, generación tras generación, todo el mundo sepa lo que hace Dios en la historia. María es la peregrina que vino de Dios y volvió a Dios sin otras mediaciones ni obstáculos humanos, porque el único Mediador, Dios mismo, se encarnó en ella, dándole a luz para el mundo y, llena del Espíritu Santo, proclamó la grandeza de este Dios todopoderoso que se hizo vulnerable en la misma fragilidad humana. La mujer que ya era cielo antes de abrir sus ojos en la tierra debía volver a este origen de plenitud de gracia sin pasar por el momento que asumió el Hijo para la redención del mundo. Era justo y necesario que con Él fuera llevada a esta plenitud de gloria en la que solo la alabanza y el cumplimiento de la promesa de Dios se celebrarían con cantos por toda la eternidad. La mujer vestida de sol hoy es la que fue revestida de Cristo en sus entrañas y, tras peregrinar en esta tierra llena de sombras de muerte, podría proclamar con todo su ser, en la humildad de su corazón, la verdad de su existencia para Dios, la grandeza de Aquel que vivió en su vientre para ser, como su Madre, el Siervo de los siervos, el que era la Palabra pronunciada de Dios, promesa cumplida a través de María. Por tanto, hoy celebramos, con todo el cielo venido a la tierra en María, que ella asciende a esta plenitud celeste de gracia y sigue acompañando los pasos de los que peregrinamos, mirando a esta estrella radiante de la mañana, para reunirnos con Él en la casa del Padre. “Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” María nos enseña la verdadera alegría, la que no pasa, cuando ella se sitúa como criatura y reconoce a Dios como creador y Señor de la historia, la que brota de vivir el hágase continuo a su voluntad, sin otro deseo que amar por encima de todo. La alegria que procede de ser aquello para lo que Dios nos ha creado y de la certeza de vivir en Él, por Él y para Él. Cualquier otra alegria es pasajera, y alquiler otro motivo es breve y se termina. “Porque ha mirado la humildad de su sierva” La humildad es la puerta abierta que permite a Dios entrar en la vida y obrar el bien y la bondad, es dejar a Dios ser Dios. Ella, con su “sí”, hizo posible que la voluntad de Dios se cumpliera en la tierra de su humanidad igual que en el cielo de la plenitud de la gracia, la que inundó a María en la Anunciación y ella abrazó para ser siempre dócil a su voz. Solo quien comprende y asume su pequeñez puede abrazar y cantar la grandeza de Dios. Es justo y necesario que María, al ser elegida desde su concepción como la llena de gracia, culminase su existencia para Dios en la tierra siendo elevada, sustraída al cielo, cuando la Iglesia, ya transformada por la fuerza del Espíritu Santo fuese enviada a testimoniar la presencia del Hijo Resucitado en el mundo. Y en estos inicios fue María la que permaneció al lado de los apóstoles, en oración, esperando la fuerza de lo alto, que transformaría la cobardía de aquellos hombres rudos en testigos del misterio que aconteció para salvación de todos, hasta dar la vida por el Maestro. Cuando el Hijo entregado por el Padre volvió a la gloriosa Trinidad era justo completar esa obra de glorificación con María asumida en el cielo, portadora del Verbo hecho carne en nuestra historia, y que participara de este modo de la contemplación de esta plenitud de gracia. Miremos, por tanto, hoy y siempre a María, desde el evangelio, como la Madre cercana a todos, que nos escucha y atiende como a hijos, intercesora y puente entre el cielo y la tierra, corriendo aprisa a la montaña, sirviendo, olvidada de sí y proclamando en su pequeñez la grandeza de Dios, única verdad que nos coloca en el lugar que nos corresponde para ser atraídos como ella al cielo. |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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