Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre». MEDITACIÓN
“Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. Lc. 21, 28 LEVANTAOS Hay una realidad, anterior a estas palabras, las cuales son pronunciadas expresamente para transformarla, gracias a una clara llamada al cambio provocada por la esperanza en algo que se desvela al final. Un imperativo rotundo rompe la imagen primera, desconocida en el párrafo, de la cual no tenemos noticia pues no ha habido una previa descripción, pero que se deja intuir poderosamente. Un imperativo garante de algo esencial, sumamente importante. Un imperativo que parece salir no de las filas del poder sino del corazón de quien ama, de un corazón compasivo; que no expresa un mandato militar sino una llamada. Es precisamente ese carácter de llamada, de atención, lo que provocará en quien lo oiga un verdadero cambio del corazón porque no desea la voz que llama un cumplimiento ficticio de algo sino la propia felicidad de quien lo oye. “Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. Lucas, con estas pocas palabras nos presenta la postura del hombre sin Dios, del hombre herido por el pecado, del que sufre, del esclavo, como nos parecen indicar la palabra última. Es el hombre atado, encadenado, reo, caído, postrado, el abatido que ha perdido la esperanza y no puede caminar, hecho tierra y confundido con la misma tierra por su misma cercanía, porque la toca con toda su pobreza, con toda su postración. Así es, un hombre en la tierra, junto al polvo. Esta imagen indica la pérdida de la dignidad personal, pérdida doliente por ser persona y nuestra statio propia es estar de pie, alzado, elevado, como ningún animal puede hacer. Otra postura para expresar y explicar nuestra condición no es la exacta, puede ser, incluso, la contraria como es el caso del hombre anterior a la llamada. El hombre que ha caído en la esclavitud, en las mil esclavitudes que pueden encadenarle. Esta imagen de postración es la del hombre antes del Bautismo por eso es tan importante o es una verdadera Buena Nueva el Evangelio y con ella comienza desde las primeras líneas. La esclavitud ¿Qué son las esclavitudes? Son todas aquellas formas de vida lejanas a la gracia. El hombre, nosotros que hemos sido llamados a vivir libres bajo la gracia, sin embargo, sentimos muchas veces la tentación de vivir esclavos. Sólo la gracia hace libres y la misma libertad no es sino un fruto de ella. La larga esclavitud que padecemos nos viene de aquella inicial presentada en el Génesis, la del hombre y la mujer que no queriendo vivir con Señor se convirtieron, sin embargo, en esclavos. El grito de “Sin Señores” fue una ruin falacia, una mentira que fascinó con su falso resplandor. Fue el comienzo de la larga esclavitud y, también, del deseo de liberación. Vivir sin señores es querer vivir fuera del Paraíso, es decir, fuera de la mirada y la presencia de Dios, fuera de su cercanía amorosa y su compañía salvadora. Es vivir fuera y lejos de Dios, en la región de la desemejanza. Todo hombre conoce bien esa vasta región de muerte, ese país lejano del que se vuelve por pura gracia y porque somos atraídos por Aquél que nos llama. “Atráenos, Señor, para que volvamos”. Caída, parálisis, postración, sueño. “Despierta, tú que duermes. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si él no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si él no hubiera venido” (1) ¿Qué nos ha hecho caer, que nos ha paralizado en el camino? Jesús en el Evangelio dice a un hombre que se levante de su camilla, era un paralítico que yacía postrado, aquejado por la enfermedad y por la impotencia. Nos podemos preguntar de qué camilla nos debemos levantar nosotros, de qué postración. Podríamos preguntarnos qué parálisis nos tiene retenidas en el camino, qué es aquello que no nos deja avanzar. A menudo experimentamos una oscura parálisis, la de la fe: la seguridad. O lo que nos tiene ciertamente hundidos es la parálisis de la esperanza: la costumbre. O la más terrible, la parálisis del amor: la indiferencia. Hundidos por el pecado que ha provocado la absoluta desesperanza, esto es lo que nos tiene pegados a la tierra. Es en este momento cuando escuchamos la voz que nos dice Levantaos, es por eso por lo que la voz nos dice Levantaos, va a la absoluta verdad de nuestro actual vivir. Dios ve al hombre y le toca al corazón. “Ya es hora de despertaros del sueño porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer” Rm 13, 11 ¿Cuáles son tus hundimientos, tus caídas, tus esclavitudes? ¿Por qué estás caída? Un imperativo Detengámonos en este imperativo importante: Levantaos. Se trata de la primera llamada, de la primera petición. La dice, nos la dice y pide, el Señor. Conocemos el poder de sus imperativos, podríamos hacer un repaso de todos ellos siguiendo la ruta evangélica, lo que los Evangelios nos han transmitido de estas palabras del Señor. Son imperativos que tienen diversas funciones:
Hemos escuchado muchas veces en nuestra vida esa palabra imperiosa del Señor Jesús. Ella nos ha llamado por nuestro nombre y nos ha pedido seguirlo sin sabe adónde. “Ven, sígueme”, “Venid y veréis”. Ella nos ha mostrado el camino, nos ha sanado mientras íbamos por él, nos ha dado la vida cuando el pecado y el mal nos han conducido a la muerte, ella se nos ha ofrecido como comida y bebida y nos ha dicho: “Comed y bebed”. Es un imperativo carente de dureza, no está dicho por un dictador que controla nuestra existencia a golpes de mando y látigo; es un imperativo de salvación, dicho por Aquél que la tiene y quiere darla. Tiene el Señor tanta seguridad en sus palabras que no es posible otra actitud nada más que la confianza y el abandono en ellas. Si Él dice Levantaos, no hay otra cosa mejor que hacer, no hay otra palabra que pueda salvarnos, no hay otra palabra que pueda ganarse nuestra total confianza, no hay otra palabra a la que abandonarse “como un niño en brazos de su madre”. Levantaos nos quiere sacar del polvo, de la caída, de la postración. Nos urge a dejar lo antiguo que nos aprisiona. Escuchemos dentro de nosotros mismos esta palabra, escuchémosla de sus labios, venida de Él, porque la liturgia nos la da como memorial verdadero de lo que fue y está siendo. Digámosla, a nosotros y a nuestras hermanas, digámosla a todos los que esperamos y esperan su venida. Que sea la palabra de la esperanza y de la conversión, de un modo de vida personal y de compromiso con el otro. ALZAD LA CABEZA Para ver El hombre del que hablamos no es el hombre sentado a la espera de lo que vendrá, que tiene la mirada fija en el horizonte. Las pocas palabras de que contamos describen a alguien muy distinto, ciertamente es el hombre abatido. El hombre se ha puesto de pie con el fin de mirar y ver lo que hay más allá de sí mismo. Alzar la cabeza no es el gesto orgulloso y altivo del que mira lo que hay enfrente con desprecio y orgullo sino del que lo mira para ver, del que mira hacia el horizonte, porque desea y espera. Muchas veces se nos corregirá la mirada, el punto de mirada. “Galileos, ¿qué hacéis ahí, mirando al cielo?” Ni abobados mirando al que se fue, ni cabizbajos sin querer ver al que vendrá. Se nos pide mirar hacia delante, en la dirección del camino, de los caminos, para descubrir al que vendrá. Éste es el signo de la esperanza, mirar hacia delante. Esperar incluye esta actitud silenciosa de mirar hacia el horizonte, mirar silencioso y expectante, convencido de que algo está a punto de ocurrir, de suceder. “Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo”. Flp. 3, 20. Detente en estas dos palabras: Levántate y alza la cabeza. No te levantes y permanezcas curvado aún hacia ti. Alza la cabeza, pero no la alces permaneciendo aún sentado, como el que es avisado del que algo maravilloso ocurrirá pero aún no se lo cree. De pie y con la cabeza alzada, mirando hacia delante, con firme esperanza. Esto es ser hombre, esta es la postura humana, de pie y mirando al frente. Ésta es la postura de la esperanza. En el Adviento se nos invita a esperar como un vigía en la noche, va a ser la primera postura requerida para esperar. “Como vigía, Señor, yo mismo estoy de pie toda la jornada, y en mi centinela yo sigo erguido toda la noche” Is. 21, 7 Este gesto cobra un valor inmenso cuando se oyen las palabras siguientes: “se acerca vuestra liberación”, porque se trata de la espera de un esclavo y esto adensa la misma espera y le da un nuevo y hondo sentido y peso. Es la espera de un esclavo, del hombre descrito en la imagen intuida. Gemido y deseo “Tú conoces el gemido de mi corazón”(2) ¿Cómo es la espera de un esclavo? ¿Qué hace el esclavo en esa espera liberadora? Gime y desea. Gime por el pasado y presente aún vivos, aún ejerciendo una atadura, un dominio tantas veces irresistible, pero desea y es el deseo lo que sostiene a la esperanza, y es el deseo el que intuye y anhela. Es el deseo el que formula la necesidad, la carencia, y también el remedio, la posesión. Es el deseo el que en medio de la esclavitud, ora. En él, en el deseo, está recapitulada toda la esperanza humana, la humana esperanza, la única, que sabe bien la condición en la que nace, condición peregrina, pero que tiene dentro de sí un anhelo imborrable de patria, de felicidad duradera y auténtica. “Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte”. Salmo 101. El desamparo, la pobreza, la necesidad, las dolencias, nos hacen “suspirar, gemir, rezar, levantar los ojos al cielo.” (3) El hombre gime, grita su dolor, porque necesita ser escuchado y porque sabe que Alguien le escuchará. Él escucha los gemidos de los cautivos. El deseo dilata el corazón, le ensancha para que en él quepa lo esperado, el corazón se hace a la medida del deseo. Es el deseo el que hace cambiar la actitud y tira del hombre hacia delante. “El deseo es la sed del alma. La esperanza es el alivio del deseo”(4) La esperanza por lo tanto no es un quietismo inerte, sino acción ilusionada por un futuro bueno, mejor, en el que ponemos nuestra confianza o en una acción doliente por la necesidad acuciante de lo que se desea. Todo menos un triste inmovilismo. “Lo más opuesto a la esperanza es vivir de espaldas al futuro”.(5) La esperanza, el gesto de esperanza, es ya una toma de postura contra el mal. La esperanza no puede pactar con él, ella misma está dirigida al bien en medio de tribulaciones pero decidida hacia la liberación de todos los males que nos pueden aquejar. Esta esperanza es pobre porque vive dentro de un corazón que lo ha perdido todo o que desea perderlo con tal de la liberación verdadera. La esperanza es propia del hombre, lo que más le define como ser humano. “La esperanza es la estofa de la que está hecha nuestra alma”(6) Esta esperanza está henchida de paciencia: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca”. St. 5, 7-8 Permanecer en la esperanza es un don, una gracia, que de él nos viene. Sólo el Señor puede afirmar nuestra esperanza, mantenerla, y reconocer esto es estar ya en las puertas de la liberación, escuchar los cantos del Liberador que se acerca a nosotros. “Tú mantienes alta mi cabeza. Me rodeas de cantos de liberación”. ¿Cuáles son tus gemidos y deseos? ¿Cómo esperas tú? SE ACERCA VUESTRA LIBERACIÓN “Conviene estar fatigado por la búsqueda inútil del verdadero bien a fin de tender los lazos al Libertador”.(7) Esto es lo verdaderamente sorprendente y conmovedor, aquí radica el misterio inconcebible. El hombre se levanta para echar a andar, para ir al encuentro de algo, del otro, para empezar una búsqueda. Si se nos invita a levantarnos no es para otra cosa sino para que dejemos de estar parados y caídos y nos pongamos a caminar. Para que dejemos nuestras parálisis y demos el paso necesario en el camino. Levantaos y echad a andar hacia vuestra liberación como si nuestra liberación fuera fundamentalmente oficio y trabajo nuestro, una conquista de nuestras manos, de nuestros limitados esfuerzos humanos. Ésta sería la lógica propuesta humana. “Levántate, coge tu camilla y echa a andar”. Esas habían sido las palabras de Jesús en otro momento, ¿qué las diferenciaba de las actuales? Se acerca Nuestra liberación viene hacia nosotros no como una aparición portentosa, fulminante, de electro, de rayo. El Señor se acerca a nosotros. Esta palabra nos habla de venida lenta, paulatina, que el Señor quiere hacer un camino hacia nosotros, que tardará en llegar pero que será esto mismo lo que acreciente nuestro deseo y nuestra esperanza, que iluminará nuestra razón para saber por qué se espera, que fortalecerá nuestra voluntad porque habrá un día a día que recorrer. Acercarse nos habla de la paciencia de Dios que quiere recorrer con el hombre sus caminos, que le da tiempo al hombre, que se hace verdadero acompañante del hombre. Esto ya nos informa de que la liberación que nos llega es extraordinaria, espera algo de nosotros que se realizará mientras se espera. Una liberación que actúa con una sabiduría inesperada, con una paciencia desconocida, que se alía con el tiempo y a ella parece someterse pero que va a superar la misma expectativa. Acercarse no es irrumpir y cambiarlo todo súbitamente. Viene a nosotros “Dios mío, ¿quién me hará descansar en ti?¿Quién me dará que vengas a mi corazón y lo embriagues para que me olvide de todas mis maldades y me abrace a ti, mi único bien? (8) Sí, viene a nosotros, no vamos nosotros hacia ella. El primer paso lo ha dado Él. Lo más apasionante, lo que más nos desarma, lo que más nos conmueve porque está muy lejos de lo que nosotros llegamos a pensar y por lo tanto se revela como algo ofrecido por otro que nos propone lo impensable, es que nuestra liberación se nos va a dar, nuestro liberador viene a nosotros, viene, viene, no tenemos nosotros que ir, primero y principal va a ser el hecho de que Él va a venir, viene a nosotros, acude a donde estamos nosotros. Y ese liberador sólo nos pide estar en pie, aguardando su venida, con los ojos fijos allí por donde llega. Eso es esperar, estar en pie aguardando la llegada. Esta es la palabra de adviento: se acerca y para ello hay que estar alzado, hay que preparar los caminos, porque Él los va a andar, los va a caminar. Él viene hacia nosotros. Adviento, Ad-ventum. El adviento es lo que viene hacia nosotros. Es un tiempo cuya iconografía, el icono que lo podría sintetizar sería esto; un hombre abierto a lo que vendrá. Un necesario olvido Que nos abra a la novedad, a lo nuevo que llega. El hombre en pie, que tiene la cabeza alzada porque está mirando al horizonte es el símbolo de la esperanza: “olvidado de lo que quedó atrás y mirando hacia delante…”Fil. 3, 13. Ese gesto revela una actitud espiritual importante, hecha de olvido y de memoria. Por ella reconocemos al hombre que ha dejado los hábitos pasados y se proyecta hacia el futuro. Olvido de lo pasado. ¿Cómo hacerlo?¿Qué significa un olvido litúrgico? El olvido puede ser una actitud de negligencia y superficialidad. El olvido litúrgico es aquél que está dentro de un plan sanador, que hace de la propia historia una historia de salvación. Lo pasado queda abandonado a la misericordia de un Dios que lo acoge y lo redime para que el hombre pueda llegar a la promesa, al tiempo que vendrá. Éste olvido, precedido por la memoria de salvación, por el hacer memoria de la propia vida en relación al encuentro con el Señor, Memoria Dei, tiene sus caminos viables como son a través del perdón, de la Reconciliación, de la Eucaristía, de la fraternidad y la misericordia ofrecida. El amor cubre la multitud de pecados. Alzar la cabeza es olvidarse y descentrarse de uno mismo Jesús viene a rescatar al hombre, viene para que el hombre recupere su ser hombre, le levanta del polvo, le alza de la basura, le libera de las cadenas, le hace caminar. Salvó lo humano, salvó al hombre. “Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre”. Tras esto el hombre se convertirá en caminante. Porque Dios se ha hecho camino y compañero de camino el hombre estará en pie para echar a andar. Pero era necesario primero esperar al que viene. Para quedarse La liberación esperada es una persona, que viene a liberarnos y a quedarse entre nosotros. El esperado es una persona que nos ama, precisamente esa va a ser la raíz que haga posible la liberación: el amor. No se trata de un indulto concedido por un ser anónimo al que no se le puede conocer ni agradecer el don otorgado. Es un acto nuestra liberación de pura gracia, gracia inmensa, porque el que nos libera es a la vez el esperado y con quien deseamos vivir para siempre. Es decir, el que viene viene para quedarse. De esa morada entre nosotros nos llega la aventura más maravillosa, la auténtica transformación. Todo ello significa que no sólo anhelamos liberación sino al liberador. Si después de vivir en la esclavitud, anhelando la libertad, se nos concediese y siguiésemos solos apenas podríamos con esa libertad. Para ayudar nuestra libertad se quedó Él, para que la esperanza no se sintiese frustrada, se quedó Él entre nosotros; para colmar nuestros deseos, nos liberó y se quedó para siempre, para seguir día a día liberándonos. Hemos sido redimidos y “nuestro Redentor vive”. (Lectura del Texto de Víctor Frankl) Venida escatológica El origen de este texto está en la descripción hecha en Dn. 7, 13-14 de los tiempos escatológicos y de las catástrofes que lo precederán. Jesús hablaba, en este capítulo de Lucas, de la venida escatológica, al final de los tiempos, “…verán venir al Hijo del Hombre en una nube con gran poder y gloria” Lc. 21, 27 (Al igual que en Hebreos 10, 37). Pero la Iglesia ha querido ver en este texto el anuncio de la primera venida y un mensaje también para nuestro hoy, para los hombres que estamos necesitados de esperanza, que vivimos en el tiempo de la esperanza por esto lo incluye en el tiempo previo al Adviento y con él lo inicia. Él se acerca en estos días como vino en el tiempo, con traje de pobre, como uno de los nuestros, con una condición humilde como la nuestra. “Se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo…” Él sabe a quién tienen que levantar del polvo, Él quiere saberlo. Así pone su tienda, su pesebre, en medio de nosotros, en esta tierra de esclavos, como lo era la tierra de Israel, como lo es la nuestra, como lo será siempre hasta su venida gloriosa. Este versículo que hemos meditado tiene un preámbulo apocalíptico. Se nos anunciará su venida a través de signos portentosos, de tremendas catástrofes, de signos en el cielo y en la tierra. Esos signos nos avisarán de que la liberación está cerca. Esos signos, en apariencia terribles, destructores, traen la esperanza. Porque ocurren llega a nosotros la esperanza. Podríamos contemplar así el mundo, como un signo de lo que ha de venir. “Habitaban un paraje de sombras – una tierra de tinieblas- y una luz les brilló” Is. 9, 1. En medio de la noche, en medio de un nuevo caos, en medio de tanto fracaso y dolor, en medio de nuestras insoportables y seductoras esclavitudes, en medio de nuestras caídas en el camino y en el polvo, en medio de todas nuestras angustias y soledades…Allí donde más se necesite la esperanza, donde más se viva de ella porque de ninguna otra cosa se puede ya vivir o tiene ya consistencia y sentido, allí germinará lo esperado y deseado. Los tiempos peores, los tiempos peores incluso de nuestra propia vida, pueden ser los tiempos donde sea posible la esperanza. Vivamos esos tiempos de un modo nuevo, gimiendo y deseando, totalmente en pie por la esperanza. Por lo tanto contemplemos el mundo, nuestra existencia, con ojos no de desesperación ni de desencanto sino con los ojos de la más firme esperanza: este mundo tan necesitado de liberación tendrá liberador. Contemplar los signos de su venida y de su presencia entre nosotros. Esperemos y pidamos que así sea. Levántate y camina. ANÁSTASIS. (9) ANÍSTEMI (10) Pero la verdadera liberación va a consistir en ponerse en camino con el Camino y en el Camino. Él se ha acercado a nosotros no para permanecer en nuestro quietismo, en nuestra parálisis, en nuestra caída sino para salir de ello y caminar hacia una meta. Este alzamiento del hombre sobre todas sus postraciones no es sino la salida del sepulcro, el nuevo nacimiento que se produce en las aguas del Bautismo o en la mañana de Pascua. El Señor ha cogido de la mano al hombre inmerso en el rio de la temporalidad y de la muerte y le ha alzado, le ha hecho salir del vientre oscuro del pecado para hacerle nacer a una Vida Nueva. Son las aguas del Bautismo y la gracia redentora y vivificante de la muerte y la resurrección del Señor. Solo la Pascua nos ha puesto en pie. Él ha arrastrado consigo al hombre caído y le alzado hasta la dignidad de origen y destino con la que fue creado. Todo el Evangelio se convierte en itinerario que mueve y conmueve al hombre, que le pone en movimiento, que le hace vivir en esperanza, en peregrinación, porque se nos ha dado una patria a la que llegar. Esta es la auténtica liberación, una liberación que está aquí ya porque está allí, más allá. Todo el Evangelio no hace sino poner al hombre de pie, constantemente, y en camino. La escena de la crucifixión del Señor que nos relata Juan es un nuevo Génesis: en ella se recrea un paraíso, en el que está el Árbol de la Vida, del que pende la Serpiente que sana, a sus pies una mujer, nueva Eva, de pie. “Stabat” es un verbo de hondo significado, no se refiere sólo a una presencia sino al modo de dicha presencia: es estar y estar en pie. María (Jn. 19, 25) aparece de pie junto a la cruz del Hijo, ya nada puede hacer caer al hombre terminantemente porque la cruz le ha alzado sobre la tierra, le ha arrastrado hacia una elevación, le ha atraído hacia lo alto, le ha levantado del suelo. Era preciso pasar por ella para que el hombre descubriera su verdadera llamada y dimensión. Y es en María, la nueva Eva, en quien queda restaurada la imagen primera del hombre. La Iglesia que nace en la mañana de Pascua es ya una Iglesia en camino que escuchará siempre la voz del Maestro diciéndole “ID”, que impulsará a los discípulos a ir hasta el confín de la tierra para anunciar al hombre abatido la palabra de aliento: Levántate, alza la cabeza y mira; se acerca tu liberación. La Iglesia ha escuchado nítida la voz del Amado que le dice: “Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí” Cantar de los Cant. 2, 10. Será el encuentro tras un largo tiempo de tristeza y soledad. Estamos llamados a este encuentro, a escuchar esta voz. La Iglesia estará hasta el final de los tiempos implorando la venida porque ella misma está formada por “los que aman su venida”. “El Espíritu y la Esposa dicen. Ven, Señor. Quien lo oiga diga. Ven, Señor…Sí, yo vengo pronto. Marana Tha”. Ap. 22, 17. 20. Marana Tha, ésta es la palabra que se escucha tras estas otras que hemos oído de labios del mismo Señor. Ven, Señor Jesús. Desde esta magnífica visión de esperanza se relee la vida propia y la de los demás, la vida del pueblo de Israel y la vida del mundo. “¡Espabílate, espabílate, ponte en pie, Jerusalén!¡Despierta, despierta, vístete de tu fuerza, Sión, vístete el traje de gala, Jerusalén, santa ciudad! … ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: `Tu Dios es rey´! Escucha, tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara a Sión, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”. Is. 51, 17-52; 2, 7-10. ¡EN PIE! SERÁ EL IMPERATIVO REGENERADOR, SALVADOR Y VIVIFICADOR QUE EL SEÑOR HA DICHO SOBRE CADA UNO DE NOSOTROS. QUE CADA UNO DE NOSOTROS ACOJA ESTE MANDATO Y LO HAGA TAMBIÉN POSIBLE EN LA VIDA DE CADA PERSONA QUE SE NOS CONFÍE. TEXTOS A un centinela le dieron esta noticia: “Ve a la torre de Oriente y vigila, está por venir el Señor”. Así lo hizo el vigía, se apostó atento en el mejor ángulo de la torre para avistarle a la primera, en el momento mismo en que apareciese a lo lejos. Mientras la espera pensó que era una gran suerte que le hubiese tocado a él dar la voz de alarma, verle el primero. Se imaginó cómo iba a llegar, en el caballo que vendría, acompañado de quiénes. Si vendría cansado o alegre. Soñó con las fiestas que en palacio se darían por su llegada, las narraciones de hazañas que seguirían, los momentos tan felices que vivirían junto al gran Señor. Habría más ración de todo para todos. Mientras pensaba todo esto iba creciendo el deseo, el anhelo de vislumbrar el lejano polvo de los caminos que anunciase el séquito. Mientras pensaba todo esto repasó sus vestidos para acudir noblemente a las primeras recepciones. Mientras pensaba esto recordaba a su familia, quería mostrar al Señor sus hijos e hijas, su esposa, llevarle a ver la casa nueva… Mientras pensaba esto, sin dejar de vigilar, a todo el que se acercaba le ofrecía la buena nueva del encuentro próximo. Si entonces era tan feliz, ¡cómo estaría a la llegada del esperado! Pasaban las horas, cayó la tarde y la noche cubrió con un manto de silencio y oscuridad las nobles piedras del castillo, la bella campiña, los lejanos horizontes. La noche siguió su curso… Al rayar el alba el Señor no había llegado… “Señor, ¿para esto he esperado tanto, para que no llegases?” “Amigo mío, yo llegué en el mismo instante en que comenzaste a esperar” “Cuando hablábamos de los intentos de infundir en el prisionero ánimo para superar su situación, decíamos que había que mostrarle algo que le hiciera pensar en el porvenir. Había que recordarle que la vida todavía le estaba esperando, que un ser humano aguardaba a que él regresara. Pero, ¿y después de la liberación? Algunos se encontraron con que nadie les esperaba. Desgraciado de aquél que halló que la persona cuyo solo recuerdo le había dado valor en el campo ¡ya no vivía!¡Desdichado de aquél que, cuando finalmente llegó el día de sus sueños, encontró todo distinto a como lo había añorado! Quizás abordó un trolebús y viajó hasta la casa que durante años había tenido en su mente, quizá llamó al timbre, al igual que lo había soñado en miles de sueños, para encontrarse con que la persona que tendría que abrirle la puerta no estaba allí, ni nunca volvería”. VÍKTOR FRANKL. El hombre en busca de sentido. Herder. Barcelona. 1993. “Sin que uno sepa explicar por qué, e independientemente de la condición social y ética, algunas cosas de las que se han vivido, hecho o sufrido, empiezan a pesar, a volver a menudo a la mente, a aflorar de nuevo en la conciencia. La memoria del hombre alejado de un Dios-amor, de un Dios-misericordia, puede ser comparada a la memoria del ordenador. Es una memoria fosilizada que tiene necesidad de borrar para liberarse de algo. Así, la memoria se convierte en maldición porque es capaz de perseguir a un hombre que emplea toda su capacidad en tratar de pacificarla por los medios más variados. Para olvidar acude a técnicas de psicoanálisis, de la autoconcienciación y a otros muchos medios inútiles. El hombre contemporáneo se esfuerza más en olvidar que en recordar. Una memoria atormentada y perturbada por experiencias no integradas aumenta la conflictividad, tanto a nivel personal como interpersonal. Una memoria no sanada destruye la relación con uno mismo, con el ambiente, con la historia y, sobre todo, con el futuro. Una memoria insana produce la muerte de la creatividad. De la memoria no curada provienen los juicios fáciles y los prejuicios. Un prejuicio no es algo abstracto, sino que tiene su raíz en la distancia provocada por una experiencia negativa no integrada. Y el prejuicio fácilmente condena la mente del hombre, ya de por sí tan expuesta al mal y proclive a la duda, a la sospecha y a la curiosidad por lo negativo. En el tiempo de los mass media –el verdadero poder de la época contemporánea-, tenemos que reconocer que sufrimos una inflación de información sobre el mal”. RUPNIK, Marko I.: En el fuego de la zarza ardiente. PPC. Madrid. 1998. Pág. 100. “Una de las cartas era de una joven del suroeste de los Estados Unidos que admitía, sin entrar en detalles, que había llevado una vida perversa durante muchos años, que había pensado en el suicidio como la única manera de salir del marasmo moral en que estaba enfangada, y que, aunque parezca extraño, prefería morir ahogada… El día elegido para ejecutar sus planes, el océano le pareció más una bestia amenazadora que una madre tierna y acogedora. Pero se dijo a sí misma: “Ya me acunen los brazos de las olas, o me devore esta bestia amenazadora, sé que debo morir. Debo entregarme a estas aguas”. De modo que caminó en silencio por la desierta playa, como si estuviera despidiéndose de este mundo. Entonces, según me contaba en su carta, oyó una voz nítida y inequívoca que le decía: “Deténte, date la vuelta y mira hacia abajo”. Cuando lo hizo, lo único que vio fueron sus propias huellas en la arena. Entonces observó cómo las olas del océano cubrían y borraban sus pisadas. A continuación, escuchó de nuevo la voz: “Del mismo modo que las olas del océano borran tus huellas de la arena, mi amor y mi misericordia han borrado todo tu pasado. Te estoy llamando a vivir y amar no morir”: Su intuición le dijo que aquella era la voz de Dios”. POWELL, John: La felicidad es una tarea interior. Sal Terrae. Santander. 1996. Pág. 179. ---------- [1] SAN AGUSTÍN Sermón 185 [2] SAN AGUSTÍN, Confesiones X, 37, 70 [3] SAN AGUSTÍN: Enerrat. In ps. 12 [4] SAN AGUSTÍN: Enerrat. In ps. 62, 5 [5] SAN AGUSTÍN: Sermón 105, 7 [6] MARCEL, Gabriel: Homo viator. Aubier-Montaigne, Paría 1963 [7] PASCAL, B.: Pensamientos [8] SAN AGUSTÍN: Confesiones I, 5, 6 [9] Significa resurrección en griego. Se usó con frecuencia en la Teología griega para aludir a la resurrección del Señor y se sigue empleando con frecuencia entre los orientales, sobre todo ortodoxos . [10] El verbo anistémi, compuesto de i'cznp.1 [hístémi], en el griego profano (ya en Homero) significa originariamente levantar, erigir, despertar o hacer levantarse (a personas que están echadas duermen): a partir de aquí su significado se amplía y pasa a designar la investidura en un cargo o en una función 'nombrar, designar, investir de sus funciones); tiene además el sentido intransitivo de levantarse, sublevarse, pronunciarse, surgir, presentarse, y se refiere, bien a un levantamiento (p. ej. una insurrección o una revolución de tipo político), bien –y en este caso es espec. frecuente el uso del participio– al principio de una acción (p. ej. la deliberación, la subida al poder, un movimiento), o también a una preparación para ella. [Anástasis] resurrección; [exanástasis] resurrección; [anistémi] levantar; [exanistemi] resucitar evangelio
En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». sobre la imagen
...Vemos dos personajes que son anónimos pero hay muchos nombres bajo los rostros. Son un médico y una enfermera, o viceversa, de nuestro tiempo. Que vivimos ahora. Pienso que es imposible hacer un Reino de los Cielos sin representación de estas personas, creyente o no creyente, no importa, nosotros seremos juzgados solamente si hemos dado la vida. Tantas personas de la enfermería, de la medicina… lo han dado todo y han muerto verdaderamente y exactamente es lo que dice Christo, que precederán en el cielo. El párroco de esta iglesia quería que estuvieran y pienso que es justo que así sea. comentario
Solemnidad Jesucristo Rey del Universo P. Gonzalo Tejerina Hoy se acaba el ciclo celebrativo de la fe. Durante el año litúrgico celebramos permanentemente la figura de Cristo. Es el gran protagonista de la liturgia. El Señor de la vida de cada creyente, centro de la comunidad cristiana, centro de la Iglesia, centro de la historia. El año termina con la proclamación solemne de la realeza de Jesucristo Rey del Universo. La centralidad de Cristo es el único camino válido de experiencia de Dios. Esta fiesta corona todo lo celebrado en el año litúrgico que termina en este día. El creador y el salvador de todo es Cristo; no hay otro nombre bajo el cual podamos encontrar la verdad de este mundo. La clave está en la realeza del señorío de Cristo en todos los niveles de la realidad. En todos los ámbitos, es la verdad y el amor de Dios lo que brilla. Bajo la experiencia de la palabra definitiva de la verdad y el ofrecimiento definitivo del amor debemos vivir. De este modo se revela en el cosmos con una dinámica de afecto. Hay un dinamismo de comunión en la realidad que procede de haber sido creada por el Verbo divino. El hecho de que el mundo sea hogar del hombre ya indica un dinamismo de amor y comunión. La realeza del Señor Jesús está presidida por los criterios de verdad y amor de Dios. Es una realeza entrañable: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36). La realeza manifestada en la cruz. El poder de Dios no es uno más de los poderes de este mundo, en él no hay pretensión, no hay prepotencia. No se acepta que sea un poder político más, no es como cualquier otro reino de este mundo porque está sostenido por la verdad de Dios. Reconocemos el señorío de Cristo en todo el universo. Este dominio y realeza es, en verdad, ofrecimiento de gracia como nadie ha hecho: Jesús entra en el corazón del hombre. En la historia de las religiones, nadie ha sobresalido tanto como en nombre del Señor Jesús, nadie ha desvelado de forma tan entrañable el rostro del Padre. Hacia Él vamos, la humanidad camina hacia Cristo omega, el cual es a la vez principio y origen. Por ello, la primera actitud es de agradecimiento. Hoy renovamos el Él nuestra esperanza. Que la Iglesia se abra cada vez más al señorío de su señor, a la realeza de su rey. Que la gestión del mundo en la cultura, la política, la economía… esté empañada de este vestigio de la Palabra de Dios. Que la dinámica del mundo se abra a la presencia entrañable del Señor Jesús y de Dios creador, palabra de Luz y Vida. Terminamos, por tanto, con gratitud alabando a Dios el año celebrativo de la fe. EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre». comentario
¿Cómo vivimos la tensión entre el ya estamos justificados, perdonados, santificados u que el Hijo de hombre vendrá y reunirá a sus elegidos? ¿Que nuestra salvación tiene un cumplimiento ya en Cristo y la aguardamos todavía? Ya tenemos una heredad y nuestra copa rebosa (Sal 15), pero todavía es nuestra esperanza que el Señor no nos dejará en la región de los muertos, que nos enseñará el sendero de la vida y nos saciará de gozo en su presencia. Sabed que Él está cerca. Así inicia la predicación de Jesús, es la primera palabra que pronuncia en público al venir al mundo, y es el anuncio del mensaje apocalíptico. Él vino y dijo de sí que está ya en medio de nosotros. Que el tiempo en que la higuera se pone tierna es nuestro presente, que las yemas están brotando ya. La salvación que aguardamos está ya cumplida. Estamos aguardando su venida, en pocas semanas cantaremos el Marana tha, Ven, Señor Jesús, con fuerza, a la vez que sabemos que ya vino y que sigue con nosotros. Nos pasa a veces, que lo que anhelamos, en realidad ya lo tenemos. Es el misterio del Pedid y se os dará: cuando pedimos que el Señor nos aumente la fe, ya está cumplido porque lo pedimos por la fe; que nos aumente las fuerzas, ya somos más fuertes porque nos reconocemos débiles y Él viene en nuestra ayuda; cuando pedimos perdón, ya estamos reconciliados; cuando en la comunión pedimos que nos una, ya estamos comiendo el Pan de vida que nos hace uno. Señor, haz que en la espera sepamos descubrir la promesa ya cumplida, el don de la redención. evangelio
En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa». Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir». comentario
En este pasaje, hermanas, vemos, en primer lugar, cómo Jesús condena de forma muy severa, públicamente, la hipocresía de los escribas. Los escribas eran hombres entregados al estudio y la observancia de las leyes del AT, y, por ello, se supone, no deberían ser personas recriminables, reprochables. Si Jesús les critica es porque se habían dejado oscurecer su mente, entregándose a la avaricia, codicia, vanidad; a la soberbia del corazón, en definitiva. Dejaron de dar gloria a Dios, y buscaron su propia gloria. Cansado de tanta hipocresía de aquellos, Jesús se fija en algo aparentemente oculto, desapercibido a los ojos de todos; se fija en una pobre viuda. Las viudas eran un sector social muy desfavorecido, pues muerto el marido, ya no tenían ingresos, y los mismos escribas, hombres sin escrúpulos, se aprovechaban de sus pocos bienes. Y ni los jueces les eran favorables en la defensa de sus causas. Las viudas vivían, pues, de la generosidad de la gente. Jesús aprovecha la ocasión para instruir a sus discípulos, haciendo, en primer lugar, que se fijen en ella. Nadie, sin un corazón limpio y puro, un corazón capaz de ver más allá de las apariencias, se habría fijado en ella; además, solo había echado dos blancas, es decir, lo equivalente a la moneda más insignificante que tenemos. Pero el Señor se aprovecha de la ocasión para instruir a sus discípulos -y a nosotras- sobre la grandeza de un gesto aparentemente insignificante. Veámoslo: -"Esta pobre mujer echó más que todos" Cómo podría ser, si antes muchos ricos habían echado mucho más?... Es que Dios no mira la cantidad, sino el corazón con que se da. -"La pobre viuda echó todo lo que tenía para vivir", no por obligación, sino voluntariamente. Hemos de poner, pues, todo nuestro ser sobre el altar; de lo contrario, todo lo que demos no tendrá valor. -Al entregar todo su sustento, vemos cómo esa pobre viuda dependía, confiaba enteramente en el Señor. -La mujer amaba a Dios con todo su corazón, con toda su alma y con toda su mente, y eso explica que entregara todo lo que le pertenecía, aunque eso poco no fuera más que un cuadrante... Finalmente, podemos decir que su fe le llevó más lejos, pues confió en la Palabra del Maestro que dijo: "Mas buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura". |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
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1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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