Guardemos un poco de silencio para acoger la Palabra de hoy. Los saduceos quedaron silenciados, Jesús los había hecho callar. Era un silencio de asombro ante quien les habló del Dios de los vivos. Pero no era un silencio capaz de acoger al que tenían delante, la Palabra pronunciado por el Padre, que se reveló con el “Yo soy” citando a Moisés (Ex 3,6). Los fariseos no quedan en silencio, uno de ellos pregunta. Pero no hace una pregunta para acoger la respuesta, la palabra que pronunciará Jesús. Es un estudioso de la Ley y pregunta sobre al Ley, llamando “maestro” a Jesús. Pero la respuesta no le llevará a indagar el ostinato, el trasfondo de cada uno de los preceptos de la ley y los profetas que Jesús indica. Ahí radica la hipocresía de los fariseos que, en los pasajes anteriores al evangelio de hoy, Jesús venía denunciando. Le llaman maestro, pero la intención de su pregunta no es aprender, sino poner a prueba a Jesús. ¡Cuántas veces ha sido esta la actitud del pueblo hacia Dios! Como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba / y me tentaron, aunque habían visto mis obras (Sal 95, 8b). ¡Cuántas veces estamos ante Dios sin la humildad que quien se sabe criatura, sin la apretura para acoger su Palabra! Jesús responde: AMARÁS. A Dios y al prójimo. Este es el mandamiento principal - y es también una promesa. La respuesta de Jesús une el Antiguo y el Nuevo Testamento, la Antigua y la Nueva Alianza – une también todas las lecturas de este domingo XXX del tiempo ordinario. El libro del Éxodo, habla del mandamiento del Señor que es la misericordia para con el prójimo. Misericordia que tiene dos fuentes: por una parte, la memoria histórica que tiene que llevar al pueblo a reconocer que los forasteros, los necesitados, las viudas, los huérfanos… son su prójimo. Por otra, que Él los escuchará si gritan a Él, porque es Dios. Amarás a tu Dios – amarás a tu prójimo. San Pablo escribe a los Tesalonicenses: os volvisteis a Dios para servir a Dios vivo y verdadero (amarás a Dios) y habla de su actuación en esta comunidad para bien de todos ellos (amarás a tu prójimo). He aquí el mandamiento principal, llevado a cumplimiento en la persona de Jesús. Para nosotros: también promesa, Alianza. Dios que se comunica al hombre como Amor, extiende su modo de existir a la humanidad. Amarle con todo el corazón es acogerle en el corazón, acoger su don y permitir que viva en nosotros y nos comunique su vida divina. Amarle con toda el alma es darle a los demás, derramar y propagar su amor en las relaciones que tenemos. Amarle con todo el ser, también con la mente, es permitirnos razonar con amor. Cuando el amor nos llega de Dios, nos atraviesa del todo, atraviesa nuestro ser. Mandato y promesa: acoger este amor y darlo. Darlo con todo lo que somos. El Amor de Dios, su Palabra cumplida en Jesús, pide ser acogida en nuestro silencio humilde para poder ser derramado sobre el mundo, sobre todo prójimo. Lecturas
Ex 22, 20-26 1Tes 1,5c-10 Mt 22,34-40 “Dar a Dios, lo que es de Dios" Hoy Domingo XXIX del Tiempo Ordinario y Domingo Mundial de las Misiones, del DOMUND, la liturgia nos invita a reconocer a Dios como el Señor de todo. Él nos elige para que llevemos la buena noticia a los demás, reconociendo lo que verdaderamente es de Dios. Se nos conduce a descubrir que quizá, a pesar de nuestras debilidades, Dios nos ha elegido y lo ha hecho por algo y para algo. Tras una primera lectura del Evangelio de hoy, parece como si Jesús estuviera abogando por una separación entre religión y política en nuestras vidas. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En otras palabras, podemos adorar a Dios en las iglesias y mantener esa parte de nuestras vidas separada de nuestras acciones e inclinaciones políticas en la esfera pública. Sin embargo, si analizamos más de cerca las palabras de Jesús en el contexto sociohistórico de la época, junto con la carta de Pablo a los Tesalonicenses y la primera lectura del libro de Isaías, nos enseña todo lo contrario. El Evangelio de hoy, va a hacernos caer en cuenta de una de las mayores convicciones de la vida y la fe: TODO es de Dios. Por otra parte, sorprende “el elogio” de los fariseos a Jesús: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie”. Aunque haya sido dicho con malicia por parte de los fariseos, encierra una profunda verdad. Pero una verdad que sólo lo es porque está marcada por la bondad de Jesús. Su bondad se manifiesta en su ejemplo de vida, es un hombre que con hechos y palabras traspasa toda lógica humana, ofreciendo paz y descanso a los que le buscan. Una verdad tan tierna que sabe recomponer y dar sentido a la enfermedad, a los problemas, incluso a la muerte. Toda esta verdad de Jesús es con la que tropieza tanto el fariseísmo de ayer como el de nuestro tiempo. Cuando le preguntaron a Jesús sobre el pago de impuestos al César, se encontró en una situación difícil. Como señala el evangelista Mateo, Jesús sabía que se trataba de una prueba. Le ponían en una disyuntiva. Pero, respondió con mucho tacto, permitiendo que el interrogador señalara la cara de la moneda romana: la de César. Luego afirmó que, así como se debe dar al César lo que le pertenece, es necesario darle a Dios lo que es de Dios: todo nuestro ser. En otras palabras, sólo Dios merece nuestra gloria y honor, incluso sobre los reyes y las naciones poderosas de la tierra. Es hermoso lo que dice san Agustín sobre la escena: “El César busca su imagen, ¡devolvédsela! Dios busca la suya, ¡devolvédsela! Que el César no pierda su moneda por causa vuestra; que Dios no vaya a perder la suya que está en vosotros” (Com. Sal. 57.11). Cada hombre debe preservar inmaculada la imagen de Dios inscrita en su corazón. Como cristianos, a menudo es muy difícil saber cómo digerir las numerosas injusticias y tragedias que aparecen en nuestras pantallas, en los telediarios o en las circunstancias que suceden en nuestro vivir cotidiano. Es fácil señalar la hipocresía de muchos líderes políticos que dicen ser cristianos devotos y, sin embargo, aprueban políticas que dañan gravemente a los más marginados y vulnerables. Sin embargo, estos dedos que señalamos también deben volverse hacia nosotros mismos: ¿Cómo permitimos que nuestra fe en un Dios de amor radical guíe nuestras acciones en las cosas por las que luchamos o defendemos? ¿Estamos viviendo nuestra vida “pública” de una manera que adora y honra a Dios primero, construyendo el reino del amor, el perdón y la justicia? Como Pablo, escribió a la iglesia en Tesalónica, somos elegidos y amados por Dios por encima de todo. Todos los seres humanos son amados por Dios, guiados por el Espíritu Santo para difundir la buena nueva de que la muerte, el odio y la guerra no tendrán la última palabra; que el amor y la justicia prevalecerán, sin importar cuán desesperadas puedan parecer las cosas actualmente. Cuando dejemos nuestros espacios sagrados de adoración, que podamos seguir adelante con la convicción de que todo el mundo creado pertenece a Dios. No podemos poner límites a nuestra vida de cristianos. Es decir, no podemos poner límites al amor, a Dios y a los demás. Recordando de quiénes SOMOS. Si queremos dar a Dios lo que es de Dios, necesitamos comenzar por hacer nuestros los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres y mujeres del tiempo que nos toca vivir (Cf. Vaticano II Gaudium et Spes n° 1). Lecturas
Is 45, 1. 4-6 1 Tes 1, 1-5 Mt 22, 15-21 "El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo" (Mt22, 2)En el evangelio de este domingo, Jesús describe el reino de Dios como un gran banquete de boda, con abundancia de alimentos y bebidas, en un clima de alegría y fiesta que embarga a todos los convidados. Al mismo tiempo, Jesús subraya la necesidad del "traje de fiesta" (Mt 22, 11), es decir, la necesidad de respetar las condiciones requeridas para la participación en esa fiesta solemne. La imagen del banquete está presente también en la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, donde habla de la universalidad de la invitación "para todos los pueblos" (Is 25, 6) y la desaparición de todos los sufrimientos y dolores: "Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros" (Is 25, 8). Son las grandes promesas de Dios, que se cumplieron en la redención realizada por Cristo, y que la Iglesia, en su misión evangelizadora, anuncia y ofrece a todos los hombres. La comunión de vida con Dios y con los hermanos, que por obra del Espíritu Santo actúa en la existencia de los creyentes, tiene su centro en el banquete eucarístico, fuente y cumbre de toda la experiencia cristiana. Nos lo recuerda la liturgia cada vez que nos disponemos a recibir el cuerpo de Cristo. Antes de la comunión, el sacerdote se dirige a los fieles con estas palabras: "Dichosos los invitados a la cena del Señor". Sí, somos verdaderamente dichosos, porque hemos sido invitados al banquete eterno de la salvación, preparado por Dios para todo el mundo. La Eucaristía es la «Fiesta de la fe. En ella confluye la esencia del misterio cristiano: el misterio de un Dios que se aproxima a la humanidad compartiendo su caminar histórico, hasta el punto de ofrecer su propia vida por la salvación de los hombres, se renueva realmente en la celebración eucarística, la cual, por tanto, se hace «fiesta». Si la invitación es acogida o rechazada –como sucede en la parábola- es por la respuesta libre y cierta a una invitación del mismo Dios. El Evangelio es una invitación continua: “ven y sígueme”, “venid y os haré pescadores de hombres”, “venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré”, el Señor no fuerza nuestra voluntad, solo pide permiso, ofrece, invita, nos precede su bondad, su amor, su misterio insondable y profundo ante una realidad que nos desborda, solo el asombro puede ser la respuesta, el sí humilde como el de María, que se ve sobrepasada por el misterio “¿cómo será eso?”. Aun permaneciendo la total gratuidad de la iniciativa divina al invitar a los hombres a participar de su alegría, y en definitiva de su propia vida, para ser admitidos a estas «fiestas de bodas», es necesario llevar el vestido de fiesta. A una fiesta no se va con cualquier cosa, uno se prepara, se arregla, se perfuma, se alegra por lo inminente. Por todo ello es necesario estar revestidos de Cristo, esta es nuestra mejor presentación para entrar al banquete eterno. "Todo lo puedo en aquel que me conforta" (Flp 4, 13). Ésta es la experiencia espiritual de todos los invitados al banquete que aceptan entrar, vivir con Cristo y para Cristo. Esta unión con Él nos transforma, nos hace testigos de esperanza, de luz, en medio de un mundo tan necesitado de Dios. Pidamos al Señor, con las palabras de la oración Colecta de la liturgia de hoy, que su gracia continuamente nos preceda y acompañe en nuestro camino personal y comunitario, de manera que, sostenidos por su ayuda paterna y por la intercesión materna de María, Madre de la Iglesia, no nos cansemos jamás de hacer el bien. Lecturas
Is 25, 6-10 Fil 4, 12-14. 19-20 Mt 22, 1-14 October: Parable of the Bad Vintners. Marten van Valckenborch (1535-1612) Las lecturas de este domingo nos presentan la imagen de la viña. Una viña que simboliza a Israel, una viña que es amada y cuidada por su Señor, pero que, lamentablemente, no produce los frutos que se esperaban de ella. Dios espera frutos de la viña que Él ha cultivado con amor: éste es el tema que nos sirve de reflexión en este domingo. Dios ama y cuida a su viña. En la primera lectura el profeta Isaías nos muestra el poema del amigo y de su viña. Nos adentramos en el corazón mismo de Dios que ama a Israel. El Señor ha cuidado de su pueblo lo ha tratado con especial ternura, se ha preocupado de su crecimiento y, sin embargo, Israel no ha correspondido a tal amor. Su pueblo no ha sido fiel y el dueño de la viña se lamenta con razón y se pregunta con tristeza: ¿qué más podía haber hecho yo por mi viña que no hice? Esta viña, a pesar de los sabios cuidados del viñador, no prospera, no da fruto, no da uvas dulces; da uvas inmaduras y silvestres. Se trata ciertamente de una alegoría, pues en verdad, no se puede culpar a una viña de no querer producir frutos. Sin embargo, los oyentes del profeta comprenden que la viña representa a Israel y que el viñador no es otro que el mismo Yahveh. A pesar, de que Israel ha sido cuidado como un hijo, a pesar de que ha sido liberado, a pesar de que el Señor lo ha elegido como el pueblo de su propiedad, Israel no produce frutos de salvación. Es sorprendente ver la tristeza profunda del viñador y, a la vez, su firmeza y decisión final ante la viña improductiva. Él vendrá y la devastará, la dejará desolada. En el evangelio se recoge nuevamente el tema de la vid en una especie de alegoría: el dueño de la vid la arrienda a unos trabajadores y se marcha. Envía, después de algún tiempo, sus embajadores para recoger los frutos, pero los viñadores maltratan a los enviados y, cuando ven al hijo, conciben la idea de matarlo. Nuevamente el amo de la viña no es correspondido a la solicitud mostrada por la viña. Los arrendadores no producen los frutos que se esperaban de ellos. Tanto el poema de Isaías, como la parábola de Jesús en el evangelio, ponen de relieve la importancia de producir frutos. En el primer caso, es la viña que no ha producido lo que se esperaba de ella. En el segundo caso, son los viñadores homicidas los que no entregan los frutos debidos al dueño. El tema espiritual es importante: Dios ofrece al hombre múltiples dones: la vida, la fe, la vocación profesional, la familia, la comunidad religiosa, la vida sacerdotal... y el Señor espera por parte de nosotros una respuesta, espera unos frutos de santidad, de caridad, de justicia, espera que el hombre se transforme interiormente y dé frutos de vida eterna para la edificación del Reino. El cristiano debe dar buenos frutos. Los cristianos estamos injertados en Cristo por el bautismo, por ello, estamos llamados a dar frutos de vida eterna. Así como el Padre ha enviado al Hijo al mundo para cumplir la misión redentora, así Cristo también nos envía a cada uno de nosotros para cumplir una misión. Es verdad que no siempre nuestros frutos serán manifiestos o inmediatos, pero no cabe dudar que el alma que permanece unida a Cristo, como el sarmiento permanece unido a la vid, producirá los frutos a su debido tiempo; y esta es una certeza que debe acompañar y guiar nuestra vida para no desanimarnos ante las dificultades que podamos ir encontrando o experimentando en nuestro interior a lo largo del camino. El Señor, este domingo, nos invita a hacer una reflexión sobre el tiempo y sobre los dones que Dios nos ha concedido en la vida. A veces advertimos que los años de nuestra vida van pasando y, cuando queremos contabilizar los frutos que hemos dado para el bien de este mundo, de la Iglesia y de las almas, nos encontramos con resultados muy pobres. ¿Qué ha pasado? ¿Hemos trabajo con empeño desgastándonos en ofrecer los dones que hemos recibido de Dios? ¿O hemos vivido como una viña distraída sin darnos cuenta que nuestra misión era producir uvas dulces? ¿O hemos vivido como los viñadores que pensaron más en sí mismos que en el amor del dueño de la viña? Los años pasan, pero mientras hay vida, hay esperanza de conversión, de transformación. No esperemos a mañana para hacer este descubrimiento. Hoy el evangelio nos recuerda que Dios espera mucho de cada uno de nosotros, ya que somos su viña, su viña elegida, querida, custodiada; y nuestra vida está llamada a dar frutos, cuando Él quiera, como Él quiera y dónde Él quiera. Lecturas
Is 5, 1-7 Sal 79,9.12.13-14.15-16.19-20 Fil 4, 6-9 Mt 21, 33-43 |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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