ATRAERÉ A TODOS HACIA MÍJN 12, 20-33 Este evangelio anuncia ese eje que habla de lo que sucederá aquí y allá. En este texto evangélico el Señor cierra los tiempos de la Encarnación y abre los tiempos escatológicos, cierra el ahora y nos muestra lo que sucederá en la Gloria. Ha llegado la Hora. Estamos ante una escena dramática en la que una multitud rodea a la persona de Jesús, camina desde la periferia hacia el centro, queriendo ver y escuchará palabras extrañas, paradójicas, contra lo que ven. Responderá Jesús al deseo del hombre, pero la respuesta será totalmente inesperada. Es la hora de la epifanía del Señor. rompiendo todos los esquemas esperados del Mesías. Lo verán en el quicio entre la muerte y la Vida. LA PREGUNTA DE LOS GRIEGOS (v. 21) Como los pastores en Belén (“Venite, venite in Bethleem. Natum videte, regem angelororum”), como tantos otros a lo largo de vida como los griegos, este es el deseo del hombre: VER A DIOS (Ex 33, 20). El antiguo testamento concluye con el mismo deseo (“Muéstranos tu rostro”, salm 80, 7; salm 27, 8) que estos judíos de habla griega o gentiles del Imperio romano, prosélitos o temerosos de Dios, expresan a los discípulos de Jesús. Y este mundo que se acerca a Él solo le verá tras la muerte en cruz. Lo verán en breve porque la Pasión es cercana, es el AHORA del Hijo del hombre UNA MUERTE FECUNDA (vv. 23-26) Jesús, nunca indiferente a nuestras búsquedas, dará una respuesta sobre lo que supone su muerte a través de la parábola del grano que muere (v. 24), advirtiendo que será necesario que el grano muera para que surja la vida, pero también será necesaria la soledad de un solo grano para que esa vida que surge sea fecunda, dé mucho fruto. La soledad y la muerte, serán el paso necesario. La parábola y el logion (vv. 25-26) destinado a sus discípulos que quieren seguirle hasta la cruz: quienes pretendan seguirle manteniendo una existencia autocentrada en sí mismos, controlando y exigiendo los propios fines, deseando el éxito y la autosatisfacción, perderá la Vida. “El que ama su vida, la pierde” (v. 25) y “si alguno quiere servirme, que me siga” (v. 26). Solo el seguimiento, hasta el abajamiento y la muerte en cruz, conduce a la unión profunda con Cristo y con el Padre. EL QUE BAJÓ SERÁ ALZADO (vv. 27-28) Hay que bajar hasta la angustia dramática de Getsemaní, hasta la lucha más íntima entre la muerte y la Vida, acoger la turbación ante el afrontamiento de la muerte, soportar los gritos de miedo y dolor (v. 27c; Salm 6, 5b) y decir con Jesús “Para esto he venido” y dejar a Dios la última palabra. Será preciso un absoluto abajamiento y dejar que sea Dios quien responda a la fidelidad. El Padre, que tiene la iniciativa, tendrá también la última Palabra. (v. 28). Se alzará la cruz en la que yace el Hijo pero no solo para que quien le mire se sane (Num 21, 4-9) y sea eso lo que provoque la atracción de todas las miradas hacia Él. ¡Es el Padre quien alza al Hijo, recogiéndolo del polvo de la muerte (salm 113, 7-8; 1Sam 2, 8), glorificándolo, reconociéndolo, acogiendo su entrega total a su Voluntad por amor a los hombres! ATRAERÉ A TODOS HACIA MÍ (v. 32) Y, entonces, sí, atraerá a todos hacia sí, porque el Padre ha reconciliado en Cristo todas las cosas (2 Cor 5-8), porque el Padre ha contemplado la obediencia filial por un amor sin límites, porque el Padre ha entregado a su Hijo para rescate de todos y el Hijo ha dado hasta la última gota de sangre. El Padre lo ha alzado, lo ha elevado sobre la tierra, le ha glorificado y le ha dado el Nombre sobre todo Nombre (Fil 2, 9-11). El Sí del Hijo al Padre ha sido respondido por el Sí del Padre al Hijo y a la Humanidad y a todo lo creado. “He aquí que hago nuevas todas las cosas”, porque todo lo perdí por amor a mi Padre y a vosotros. ¡Si todos los dramas y las tragedias de este mundo tuvieran este final! En Él tenemos la única posibilidad. Siguiéndole a Él, la muerte, el grano de trigo caído en tierra, perder la vida por Él, entregarla en la invisibilidad de lo cotidiano, en el compromiso más sincero de amor al Padre y a los hermanos, en la voluntad de bondad y amor a todos, a los más débiles y pequeños, abrirán nuestros ojos para ver a Jesús, al Hijo Amado, Dador de la Vida que no muere. Lecturas:
Jer 31, 31-34 Heb 5, 7-9 Jn 12, 20-33 Henry Ossawa Tanner (1859 - 1937) Nicodemus (1899) Este domingo es un canto a la misericordia de Dios. De aquí, su nombre: el domingo de la alegría, porque “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Se habla constantemente, en cada una de las lecturas, del movimiento de condescendencia de Dios hacia nosotros. A lo largo de la historia de la humanidad, y en nuestra pequeña historia personal, hemos intentado una y otra vez ascender, escalar, subir alto, conquistarnos un nombre, cumplir el deseo de Sísifo: robar el fuego de los dioses. Pensamos, tantas veces, que la felicidad ansiada es una conquista, que podemos conseguir por nuestras fuerzas la cercanía con Dios que anhelamos. Y, una y otra vez, nos topamos con un imposible: “¿Quién subirá de nosotros al cielo…? ¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar a buscarlo? (cf. Dt 30, 12-13) En realidad, “nadie ha subido al cielo”, ha sido Él quien ha bajado del cielo (cf. Jn 3,13). Como un padre que contempla los pasos inseguros de su pequeño, Dios mira al pueblo con cariño. Le sostiene, incluso, en sus esfuerzos y fracasos con compasión y se inclina, una y otra vez, se abaja, le visita, se acerca y se da, finalmente, en su Hijo (cf. 2 Cro 36, 15). Hoy es un día para contemplar el don de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo” (Jn 3,16). Don de benevolencia, condescendencia, pura gracia, inmensa riqueza de gracia (cf. Ef 2, 4-5). En el Evangelio según san Juan, el movimiento de abajamiento de Dios y de ascenso del hombre se reconcilian en la cruz: al levantarse Cristo sobre la cruz (esto anuncia y significa la referencia al signo de Moisés del estandarte de la serpiente en el desierto) ha descendido hasta lo más profundo de lo humano. Así, cielo y tierra se abrazan y Dios y el hombre se encuentran (cf. Jn 3,14-15). Hoy es un día para contemplar el Misterio de Amor Dios, rico en misericordia, que rompe con todas nuestras estrategias de mérito, conquista, intento y, por lo tanto, fracaso, límite, pecado y frustración. Porque la gran verdad es que no podemos salvarnos, sino que “por pura gracia estáis salvados” (Ef 2, 5). Contempla, por tanto, a Jesucristo levantado-abajado sobre la cruz. Contempla la Gracia, acoge la Misericordia. Lecturas:
2 Cr 36, 14-16. 19-23 Ef 2, 4-10 Jn 3, 14-21 La expulsión de los mercaderes (El Greco, Londres) Queridos hermanos y hermanas en Cristo, este pasaje del Evangelio según San Juan ofrece una visión profunda de la relación entre Jesús y el Templo de Jerusalén. Nos invita a contemplar la actitud de Jesús hacia la casa de su Padre y nos plantea preguntas importantes sobre nuestra propia relación con Dios. |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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