COMENTARIO
En el Evangelio de este Domingo, de la semana 13 del Tiempo Ordinario, el evangelista san Marcos nos presenta el relato de dos curaciones milagrosas que Jesús realiza en favor de dos mujeres: la hija de uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y una mujer que sufría de hemorragia (Mc 5, 21-43). En estos dos episodios, hay dos niveles de lectura: El puramente físico: Jesús se inclina ante el sufrimiento humano y cura el cuerpo. Y el espiritual: Jesús vino a sanar el corazón del hombre, a dar la salvación y pide fe en él. Son dos situaciones que a simple vista casi no tienen nada que ver entre ellas; sin embargo, están íntimamente conectadas en la manera de actuar de Jesús. Estos dos milagros tienen muchas cosas en común:
1º Reconocieron su condición de criaturas necesitadas y el poder de Dios. Al igual que ellos nosotros debemos de reconocer que nada podemos sin la ayuda de Dios. 2º Al acercarse a Jesús lo hicieron con humildad y sencillez, confiando que lo que les fuera a pasar, era lo mejor. Aceptan la voluntad de Dios, sabiendo que para ser plenamente felices la deben de cumplir. No le ponen medidas a Dios, que les permite dar el siguiente paso. 3º Confiaron plenamente en Dios, le dejaron entrar en sus vidas. La confianza que pusieron en Cristo, les permitió obtener la gracia que necesitaban en ese momento. Podemos preguntarnos: ¿Cómo me acerco cada día al Señor en la oración o en la Eucaristía?; ¿Tengo plenamente puesta mi confianza en Cristo? En estas dos situaciones, Jesús se nos revela atento, delicado, firme, libre, y sobre todo actuando por Él mismo y no por lo convencional, como es común entre nosotros los humanos. A la mujer hemorroísa, Jesús quiere verla cara a cara, y no para recriminarle, sino para confirmar su esperanza y así no quede solamente curada, sino que quede salvada, devolviéndola la dignidad perdida a lo largo de doce años. Este milagro pone de manifiesto cómo Jesús vino a liberar al ser humano en su totalidad. De hecho, el milagro se realiza en dos fases (Homilía Papa Benedicto XVI, 1 de Julio 2012): en la primera se produce la curación física, que está íntimamente relacionada con la curación más profunda, la que da la gracia de Dios a quien se abre a él con fe. Jesús dice a la mujer: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5, 34). Y a Jairo que se desploma ante la noticia de la muerte de su hija, el Señor le manifiesta su disposición de ir con él a su casa, y no sólo para ayudarle a superar la tristeza o dolor, sino para levantar a su hija de la muerte, y con ello, confirmarle también en su esperanza. Por eso le dice: «No temas; basta que tengas fe» (v. 36), lo lleva con él donde estaba la niña y exclama: «Contigo hablo, niña, levántate» (v. 41). Y esta se levantó y se puso a caminar. San Jerónimo comenta estas palabras, subrayando el poder salvífico de Jesús: «Niña, levántate por mí: no por mérito tuyo, sino por mi gracia. Por tanto, levántate por mí: el hecho de haber sido curada no depende de tus virtudes» (Homilías sobre el Evangelio de Marcos, 3) Para nosotros estos dos relatos de curación son una invitación a superar una visión puramente horizontal y materialista de la vida. A Dios le pedimos muchas curaciones de problemas, de necesidades concretas, y está bien hacerlo, pero lo que debemos pedir con insistencia es una fe cada vez más sólida, para que el Señor renueve nuestra vida, y una firme confianza en su amor, en su providencia que no nos abandona. "Christ asleep in his boat" | Jules Joseph Meynier EVANGELIO
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre su cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!».San Marcos 4, 35-41 COMENTARIO
El Evangelio de este Domingo nos describe un escenario lleno de dramatismo. Al atardecer, después de una jornada de intenso trabajo, Jesús sube a una barca y les dice a los apóstoles que vayan a la otra orilla. Agotado por el cansancio, se duerme en popa. Mientras tanto se levanta una gran tempestad que embiste con fuerza a la barca. Asustados, los apóstoles, despiertan a Jesús, gritándole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Tras levantarse, Jesús ordena al mar que se calme: «¡Calla, enmudece». El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Después, les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?». El miedo de los amigos de Jesús no es solamente el miedo de los primeros discípulos. Es el miedo de todos los cristianos, que a lo largo de la historia, tememos que vaya a hundirse la embarcación en la que nos hemos reunido en torno a Jesús; es el miedo tuyo y mío que tantas veces nos hace murmurar y sospechar ante el aparente silencio de Dios, que nos hace desconfiar y quejarnos continuamente de no sentir junto a nosotros su ayuda ante cualquier desgracia o dificultad que llega a nuestra vida: “¿Por qué Dios me envía esta enfermedad?, “¿por qué Dios permite esta muerte?, “¿por qué Dios no actúa ante esta injusticia?” «¿Por qué tenéis tanto miedo? ¿Aún no tenéis fe?» La travesía del mar de Galilea indica la travesía de la vida. El mar es mi comunidad, es mi familia, es mi corazón mismo. Pequeños mares, en los que se pueden desencadenar, como bien sabemos, tempestades grandes e imprevistas. ¿Quién no ha conocido algunas de estas tempestades, cuando parece que de pronto todo se oscurece y la barquita de nuestra vida comienza a hacer aguas por todas las partes, mientras Dios parece que está ausente o duerme en el silencio? ¿Qué siente sino mi corazón ante un diagnóstico alarmante del médico ó ante la noticia de un momento difícil que atraviesa un familiar o un amigo al que quiero? No sentimos ya como van apareciendo las nubes y las borrascas sobre nuestra vida. Una mala noticia, la pérdida del trabajo, una amistad que nos ha decepcionado,.. y ya nos encontramos sumergidas en plena tempestad. ¿Qué hacer? ¿A qué podemos agarrarnos y hacia qué lado podemos tirar el ancla? Jesús no nos da la receta mágica para escapar de todas las tempestades. No nos ha prometido que evitaremos todas las dificultades; lo que sí nos ha prometido, sin embargo, es la fuerza para superarlas, si se lo pedimos y estamos con Él y en Él. La confianza en Dios: este es el mensaje que me invita a vivir el Señor en el Evangelio de este domingo. En aquel día, lo que les salvó a los discípulos del naufragio fue el hecho de llevar a Jesús en la barca, antes de comenzar la travesía. Esta es también para nosotras la mejor garantía contra las tempestades de la vida. Llevar con nosotras a Jesús. ¿Y cómo hacerlo? Cuidando nuestra vida de fe, custodiando nuestro corazón por medio de la oración, de los sacramentos, acercándonos a las hermanas que más sufren para darles una palabra de Vida y compartiendo nuestras preocupaciones y alegrías personales y comunitarias para que así las hagamos propias entre todas, ya que estamos llamadas a ser un solo cuerpo en Él. Dios nos pide una fe en continua purificación, una fe que vaya profundizando en el misterio de Cristo, una fe que vaya perdiendo poco a poco las pretensiones de imponer a Dios mi voluntad, mi exigencia, para descubrir y aceptar cada vez más su voluntad sobre mí, sobre cada una de nosotras. Si recordáis, la Carta a los Hebreos dice que “Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas, al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado». Cristo pidió a su Padre con gritos y con lágrimas que lo librara de la muerte y dice el texto que fue escuchado, es decir, que lo libró de la muerte. Si Jesús murió en la cruz ¿cómo es que Dios lo libró? Efectivamente lo libró, pero no evitándole la muerte sino haciéndole pasar a través de ella como vencedor. Jesús a través de la muerte encontró en ella y por ella la resurrección definitiva. Así nos sucederá también a nosotras en muchas ocasiones. A pesar de haber pedido a Dios con todas las fuerzas de nuestro corazón, que nos libre de una tempestad, de una desgracia, Dios nos librará haciéndonos pasar a través de ella. Se trata de tener fe no sólo cuando Dios vela, cuando Dios me ayuda. Tengo que fiarme también de un Dios que duerme, es decir, de un Dios que parece que no hace caso de mis oraciones, de mis gritos de socorro. Dios nos cuida siempre, le importa nuestra vida. Recordémonos también esto entre nosotras, cuando sintamos la tentación de quejarnos en medio de las tribulaciones de nuestra vida.
evangelio
En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». Dijo también: «¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra». Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado. sobre la imagen
COMENTARIO
La liturgia de hoy nos propone dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que crece por sí misma y la del grano de mostaza ( Mc 4, 26-34 ). LO GRANDE EN LO PEQUEÑO. En la primera parábola la atención se centra en el dinamismo de la siembra: la semilla que se echa en la tierra, tanto si el agricultor duerme como si está despierto, brota y crece por sí misma. El hombre siembra con la confianza de que su trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene al agricultor en su trabajo diario es precisamente la confianza en la fuerza de la semilla y en la bondad de la tierra. Aún si el sembrador no hiciera más que echar simiente, mucha de la simiente germinaría y brotaría hasta su madurez. Miles de semillas toman raíz cada año sin ninguna intervención humana. Colinas y valles alrededor del mundo se cubren de plantas que ningún humano ha plantado, regado, fertilizado, o protegido de malas hierbas. La simiente brota a causa de una fuerza misteriosa y crece tan despacio que no la vemos crecer. Solo después de un día o una semana o un mes, podemos ver su crecimiento y nos maravilla. Es la fuerza de lo pequeño, de lo insignificante a los ojos humanos. En estas parábolas hay una clara desproporción. La semilla, pequeña, insignificante, más aún el grano de mostaza, es capaz de germinar vida, vida abundante, ramas fuertes, frondosas, donde pueden anidar los pájaros. Lo grande está compuesto siempre de lo pequeño. El Universo está perfectamente organizado desde un microuniverso imperceptible. Qué importante es lo pequeño!, aquello que tiene vida en sí y solo necesita de los otros para formar unidades mayores, pero que aporta su don a pesar de su pequeñez, la semilla está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante. LA IMPORTANCIA DE LAS RAÍCES. “Caminamos en fe y no en visión, preferimos ser despojados del cuerpo y vivir junto al Señor, con buen ánimo nos esforzamos en agradarlo”, dice hoy San Pablo en 2Cor. Podemos ver en esta imagen la semilla de la que nos habla hoy el evangelio. Ella es enterrada, no vemos qué pasa dentro de la tierra, en fe, no en visión, sabemos que en tierra buena, la semilla primero rompe su cáscara, se despoja de su envoltura, echa sus raíces en lo profundo de la tierra, se arraiga y cuando tiene seguro el alimento comienza a crecer confiando en estas raíces que le proporcionan la savia necesaria. Crecemos desde lo más escondido como esta semilla, en el interior del corazón, en la soledad con Él, en el silencio y acallamiento de nuestras voces, logramos conectar con lo secreto donde Dios nos espera. Estas son nuestras raíces, las que hacen posible un tallo verde, hojas frondosas, ramas donde otros puedan descansar. Cuanto más profunda es la raíz y más enraizada está en la tierra, mayor fortaleza tendrá el tallo ante las inclemencias del tiempo. El reino de Dios es así, ya está en nuestra morada interior, depende de nuestra acogida, de nuestro sí, de nuestra escucha. Solo en el silencio de nuestra tierra podemos ejercitar una escucha fecunda, donde la Palabra germine, crezca, se haga fuerte. Hace poco escuchábamos este “permaneced en mi Amor”, es la clave, la permanencia, la espera, el abandono, sin prisas, confiadas, dejando que el tiempo de Dios se cumpla, dando espacio al momento de Dios. Escuchando su voz desde lo profundo: “Mira, hago nuevas todas las cosas”. El reino de Dios, aunque requiere nuestra colaboración, es ante todo don del Señor, gracia que precede al hombre y a sus obras. Nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente ante los problemas del mundo, si se suma a la de Dios no teme obstáculos, porque la victoria del Señor es segura. Es el milagro del amor de Dios, que hace germinar y crecer todas las semillas de bien diseminadas en la tierra. Y la experiencia de este milagro de amor nos hace ser optimistas, a pesar de las dificultades, los sufrimientos y el mal con que nos encontramos. La semilla brota y crece, porque la hace crecer el amor de Dios. Que la Virgen María, que acogió como «tierra buena» la semilla de la Palabra divina, fortalezca en nosotros esta fe y esta esperanza. ¿Considero importante en mi vida lo pequeño? ¿lo escondido? En el día a día ¿hago ofrenda de lo que nadie ve y quizá me supone una renuncia? ¿Cómo están mis raíces en el Señor? ¿doy espacio al silencio interior para que su palabra sea fecunda en mi vida? ¿Vivo con paciencia mi tiempo, el tiempo de Dios en mí? ¿Soy buena tierra que acoge la gracia, la compañía de la hermana? ...mesa redonda e infinita del mundo, el Pan de la comunión, donde todos seamos hermanos... EVANGELIO
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «ld a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí» Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua. Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Después, tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios». Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos. COMENTARIO
Hay un misterio que me habita que no acierto a comprender y aún menos sé explicar, en el que cuanto más me adentro tanto más soy movida a elevar mi oración al Padre, pues me reconozco hija amada, hija en el Hijo, habitada y sostenida por el Espíritu. Oh Dios, que viniste del cielo a la tierra asumiendo el barro de nuestra existencia en tu Hijo Jesús y te hiciste peregrino en nuestra historia en la temporalidad de la carne y los límites de nuestra humanidad, no dejes de multiplicar el Pan de tu presencia real entre nosotros, cada vez que se celebre tu eucaristía y seamos enviados al mundo entero para dar a conocer tu Nombre. Haznos reconocerte siempre en la sencillez de una mesa compartida, en cada etapa del camino, en ese encuentro de “tú a tú” en lo íntimo del corazón, que nos revela nuestra verdad más profunda; en la invitación a propagar este incendio de Amor desde la llama encendida dentro, al escuchar tu Palabra; en el deseo de compartir el Pan partido con la mano extendida siempre al hermano, repartiendo a los pobres lo que Tú nos das para ser atraídos todos juntos hacia Ti. La vida de Dios Uno y Trino ha irrumpido en nuestra vida haciéndose Pan para el camino. Hoy celebramos tu Cuerpo entregado, tu Sangre derramada, vida abundante para todos brotando de la cruz y manando como un solo torrente medicinal, reparador de brechas, memorial de una promesa, que inunda toda la creación. Eres presencia viva y cierta, prenda de una alianza nueva con la humanidad, que nos repite sin cansarse: “Yo estaré con vosotros todos los días”. ¡Presencia visible a nuestros ojos, tan cercana! ¡Tangible a nuestras manos hasta sentir hambre de Ti! Has entrado en nuestra vida y nuestra historia para siempre como el alimento que necesitamos para vivir en Ti y para Ti. Mientras dure nuestro hoy, ¡no nos dejes!, que no nos falte tu Pan, presencia vulnerada o ignorada, dada en libertad para ser comida o tirada. Hazte siempre Pan para el mundo en la mesa de los pobres, a la que solo es posible acercarse con fe y humildad. Y que tus migajas alimenten a todos, aunque haya quien confiese no tener hambre de Ti. Misterio de amor adorado, custodiado en el vientre de una Virgen, revelado en la inocencia de la fe, encarnado en la humildad del servicio, entregado en el altar de la vida hecha eucaristía, acción de gracias. Pan del perdón y la misericordia que solo busca atraer a quienes caminan sin rumbo y a quienes saben el destino, para ser uno. Pan partido, ¡que a nadie le falte en nuestra tierra ya! Haznos volver a esta mesa donde la justicia y la paz se encuentran, donde el amor y la verdad se abrazan. Quiero levantarme cada día temprano y edificar un altar en mi interior para Ti y así ser ofrenda para el mundo. Alzar la copa de la salvación y alabarte siempre. Quiero ser aquel que lleva su cántaro de agua para que Tú lo conviertas en el vino de la alegría, la que nace de tu presencia y, con él Tú nos ofrezcas a tu mesa, la mesa redonda e infinita del mundo, el Pan de la comunión, donde todos seamos hermanos; el Pan de la unidad y seamos atraídos de todos los puntos cardinales hacia la casa donde Tú moras con el Espíritu Santo, ungüento consolador, vino de la pascua celeste, en el lugar de tu gozoso descanso, en el seno de la Trinidad, que abrazará en un día sin ocaso a toda la humanidad, sin excluir a nadie de la eterna cena de tu hogar, la Iglesia del cielo que anhelamos alcanzar. Amén. |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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