¿No somos todos iguales y hermanos?En el evangelio de este domingo, Jesús nos habla de nuevo sobre el tema de la riqueza y lo critica duramente. Que en el mundo haya personas ricas y personas viviendo en la miseria, naciones ricas y naciones pobres, es un mal. Un mal que se agrava si pensamos que, a causa de unos pocos que son muy ricos, otros muchos hombres de nuestro mundo están pasando hambre de pan, de cultura, de libertad o de justicia. La existencia del rico y del pobre, aunque es real y haya existido siempre, no es aceptable; no podemos acostumbrarnos a ello, es un pecado social con el cual no podemos pactar en la vida. Dios no creó a los hombres desiguales, ha sido el pecado y la ambición humana quienes han creado la desigualdad y la injusticia. Este pasaje evangélico nos presenta bien claro el contraste y la realidad que existe en nuestro mundo: uno no tiene nada porque el otro lo tiene todo. Y no vale decir que el rico ha tenido sagacidad, inteligencia, suerte o fortuna, porque todas esas cosas hay que vivirlas en solidaridad con los demás. ¿No siembra y recoge para los demás el agricultor que trabaja en el campo, y vive de ello? ¿No debe estudiar el médico medicina para dar un servicio a la sociedad? ¿Por qué un rico no es consciente de lo mismo, y pone todo lo que tiene al servicio de los demás? Jesús habla con la máxima dureza a los ricos porque sabe el peligro que corren, el peligro que cada uno de nosotros corremos si nos encerramos en nosotros mismos. Ciertamente, es muy fácil que el dinero nos pueda llegar a hacer sordos y ciegos al sufrimiento de los demás: que nos impida ver y oír los gritos de la humanidad que sufre ante la miseria, que nos impida escuchar la LLAMADA CONSTANTE A LA CONVERSIÓN que Dios nos dirige a todos, y entender el verdadero sentido de los acontecimientos de la historia. No se trata de reducir los bienes de los ricos para que los pobres sean menos pobres. La única solución verdadera es acabar con la división entre ricos y pobres, naciones ricas y pobres. Jesús luchó por un mundo de hermanos, por una fraternidad universal; y por eso debemos luchar los cristianos. ¿No llamamos Padre a Dios?, ¿No será porque en realidad todos somos iguales y hermanos? Jesús sigue dirigiéndose a los fariseos que se burlaban de él por despreciar y atacar las riquezas, pero también hoy se dirige a ti y a mí. Y lo hace con una parábola que tiene un esquema muy sencillo: un rico que vive rodeado de toda clase de bienes materiales deja que a su lado se muera un hombre solo, pobre, hambriento y enfermo; pero es importante seguir leyendo el pasaje hasta el final porque es precisamente en el cielo, donde se pone de manifiesto la verdad y, se invierten los papeles. El rico Epulón vivía entre banquetes, todos los días se vestía de fiesta. Vive como si no existiera Dios. ¿Qué falta le hace, si aparentemente lo tiene todo? No actúa en contra de Dios, ni tampoco oprime al pobre. Pero es un hombre de corazón duro, indiferente al sufrimiento de los demás. No comete ningún pecado mortal de los que nosotros consideramos como tales. Su único pecado era de omisión: se olvidaba del pobre y lo ignoraba. Pero eso no parece tener importancia para él. Y, nosotras, ¿somos conscientes de nuestros pecados de omisión?, ¿nos convertimos de ellos o los dejamos pasar sin más, porque no los consideramos decisivos para nuestra vida? Ambos mueren y todavía nos dice el pasaje que se da una última diferencia: el rico es sepultado con pompa y fasto y, sin embargo, el entierro del pobre ni se menciona. Apenas la muerte ha hecho su obra, y la acción de Dios ya realiza el cambio. Al pobre "los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán", y al rico "lo enterraron". La muerte descubre el verdadero sentido de cada uno de nosotros. Lázaro es admitido en el banquete del reino. El rico es sepultado "en el infierno", sin pecados mortales conocidos. La parábola no pretende describirnos, de manera gráfica, que el otro mundo vaya a ser así. Jesús, lo que realmente busca con sus palabras es intentar abrirnos los ojos a la verdad. Y la realidad es que la vida del rico termina en un total fracaso porque equivocó el sentido de la vida. Muere harto de todo lo que este mundo le podía ofrecer, pero en realidad no tenía nada, y el juicio del rico es definitivo: está llamado a desaparecer. Y es que, hermanas, ninguna de nosotras tenemos la última palabra sobre la historia. La última palabra la tiene siempre Dios. Y ese será el juicio: la última palabra. La última palabra que no variará por influencias de poder, que no será arbitraria y que se podrá intuir antes que se realice. El JUICIO DE DIOS no es más que LA FIDELIDAD DE DIOS A SÍ MISMO, y a la PALABRA DE AMOR que nos ha dejado para orientar nuestra vida. Ponerse al servicio del dinero, de sí mismo, lleva al fracaso definitivo; sin embargo, abrirse al amor es caminar hacia la vida eterna. Para "conquistar la vida eterna" (I Cor 6,12) necesitamos compartir la suerte de los pobres y Jesús, el Hijo de Dios, fue el primero en abrazar esta pobreza y vivirla plenamente hasta el último instante de su vida. Hermanas, volvamos una vez más a las fuentes de nuestra fe y descubramos que, hoy y aquí, Dios sigue jugando sus cartas en favor de los pobres de nuestro mundo. Optar por Jesús es optar también por ellos, y ese el único camino que nos llevará a la patria definitiva donde el Padre nos espera. Caminemos siempre unidas las unas a las otras, y ayudémonos a seguir las huellas de Jesús que serán las únicas que nos conducirán hacia la VIDA ETERNA. The Parable of the Unjust Steward. Author: REYMERSWAELE, MARIANUS VAN. Contemplamos hoy la parábola de Lucas en el capítulo 16, que nos cuenta la audacia de un administrador injusto. Esta parábola está conectada con las tres anteriores en Lucas, y la audiencia era una multitud mixta de discípulos y fariseos. Es importante saber a quién se dirige Jesús con esta parábola. La parábola es para el beneficio de los discípulos, pero también hay una crítica no tan sutil de los fariseos. Lucas los presenta como "amantes del dinero" y como gente que "se justifica delante de los hombres". En la mayoría de las parábolas de Jesús, el protagonista es un representante de Dios, Cristo o algún otro personaje positivo. En esta parábola, los personajes son todos injustos: el hombre exuberantemente rico lo era en base a una riqueza injusta como señala el versículo 11: “si no fuisteis fieles en la riqueza injusta”; el hombre que delata al administrador es un acusador, que no le importa que el empleado sea despedido con las consecuencias que pueda tener; el administrador era injusto porque no administró correctamente los bienes que le habían sido confiados. Luego, el escenario, nos muestra una verdad objetiva: solo Dios es justo. Partiendo de ahí, es cierto que somos portadores de una luz que nos orienta hacia una mayor justicia con nosotros y con los otros, una “justicia” que está en el entorno de la fidelidad, de la sinceridad, de la conformidad del cumplimiento de la Alianza de Dios con los hombres. La parábola comienza con un hombre rico llamando a su mayordomo para informarle que lo relevará de sus deberes por mal administrar los recursos de su amo. Un mayordomo es una persona que administra los recursos de otra. El mayordomo tenía autoridad sobre todos los recursos del amo y podía realizar transacciones comerciales en su nombre. Esto requiere el máximo nivel de confianza en el administrador. Al ser despedido por el amo el mayordomo será puesto en libertad por aparente mala gestión, no por fraude. Esto explica por qué puede realizar algunas transacciones más antes de ser liberado y por qué no lo arrojan a la calle o lo ejecutan de inmediato. El mayordomo, al darse cuenta de que pronto se quedará sin trabajo, hace algunos tratos astutos a espaldas de su amo al reducir la deuda de varios de los deudores del amo a cambio de vivienda cuando finalmente lo echan. Cuando el amo se da cuenta de lo que había hecho el siervo injusto, lo elogia por su "astucia". ¿Cuál es una de las enseñanzas que podemos sacar de esta parábola? Escuchemos lo que dice más adelante la parábola: “Porque los hijos de este mundo son más astutos para tratar con su propia generación que los hijos de la luz” (Lucas 16, 8). Jesús está haciendo un contraste entre los "hijos del mundo" (es decir, no creyentes) y los "hijos de la luz" (creyentes). Los incrédulos son más sabios en las cosas de este mundo que los creyentes para ser luz en él. Quizá nos falta confiar más en esa luz que nos habita, dejarnos iluminar y guiar por ella, desde lo más cotidiano a lo más grande, siendo fiel a esta luz interior que llevamos cada uno. Somos portadores de la luz de Dios, como bautizados, como hijos, como seguidores del Maestro. Ser hijos de la luz es rechazar toda oscuridad, todo pensamiento que no nos abre a la trascendencia, todo aquello que desequilibra la balanza de la justicia en mí o en los otros, que nos impide ser audaces con las cosas de Dios. Como curiosidad quiero contar algo: “Un grupo de científicos de Japón, comprobó que el cuerpo humano emite luz rítmicamente al compás de las horas a lo largo del día. No debe confundirse con la luz infrarroja producida por la temperatura corporal, se trata de emisiones de luz visible. “Somos seres de luz”. La investigación publicada en Plos One, explica que “el cuerpo humano literalmente brilla”. Nuestro cuerpo emite luz visible con distintas intensidades que varían a lo largo del día. Además, los investigadores encontraron que el rostro brillaba más que el resto del cuerpo.” Luego no es una metáfora, somos luz, estamos habitados por la Luz, que es Cristo. Somos hijos de la Luz. Lo dice San Juan también: “Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz” (Jn 12, 36), “Sois luz en el Señor; andad como hijos de la luz” (1 Jn 1, 7). La parábola de hoy nos invita a obrar con rectitud en todo lo que tengamos que hacer. Es de sabios colocar las cosas en su justo lugar y dar a Dios el primer lugar en nuestras vidas. La justicia está íntimamente unida a la fidelidad, por eso también en la parábola se nos recuerda que: "El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho." (Lc 16, 10). Las relaciones con las cosas, con nuestro entorno, con los demás, muchas veces no son fáciles, pero es verdad que Dios nos ha regalado una vida llena de recursos, de posibilidades, de oportunidades insospechadas, a las que no debemos cerrarnos sino ser creativos para mejorar nuestras vidas y, en lo posible, la de los demás. Es la audacia que alaba el amo en el administrador. Lecturas:
Am 8, 4-7 Sal 112, 1-2. 4-6. 7-8 R 1 Tm 2, 1-8 Lc 16, 10-13 Las lecturas de este domingo presentan como pórtico de entrada el pecado.
El libro del Éxodo muestra la idolatría del pueblo de Israel cuando desvía la mirada de Dios y de su mediador, le retira su confianza y comienza a mirarse a sí mismo y a reconocerse como único medio de salvación. El Salmo 50 es una preciosa súplica del pecador que se reconoce como tal delante de Dios y se confiesa necesitado de su misericordia. San Pablo, en su carta a Timoteo, es capaz de confesar su orgullo, su pecado, sus errores en la vida pasada y reconocer que sólo la gracia de Dios tiene el poder para transformar el corazón humano. Solo la paciencia de Dios, manifestada en Cristo y revelada en su pasión y muerte por todos, tiene efectivos y saludables frutos de perdón y redención para nosotros, si confesamos nuestra humanidad pecadora. Hoy se nos presenta el pecado como fruto de la condición humana, pero transformado por la misericordia, a tres niveles diferentes, en el plano material, de algo de valor que se pierde y no se descansa hasta recuperarlo, en el plano de la comparación, viendo a Jesús como buen pastor, que cuida de su rebaño y pierde una oveja, pero es tan importante como las demás, y se arriesga a perder todas para ir en búsqueda de una sola. El evangelio de hoy abarca tres parábolas, las de la misericordia, la oveja perdida y el pastor, la moneda perdida y encontrada, los hermanos que se alejan del padre, peregrinando dentro de sí hacia un egocentrismo sin retorno, o fuera de sí hacia un despilfarro de los dones de Dios. Este amplio pasaje no hace otra cosa que mostrarnos el camino y la meta de toda peregrinación humana, de todo itinerario de fe. El camino se recorre en el dinamismo que marca la humildad, en reconocerse pecadores, en abrirse al Amor misericordioso de Dios para que nos capacite a ser instrumentos, testigos, cauces de su misericordia y a abrazar al hermano que camina a nuestro lado, por diferente o lejano que se encuentre. Solo la alegría llegará cuando este amor sea el centro, el peso, el motor de la vida por encima de otras razones que desequilibran la balanza. Este domingo se nos invita a reconocer nuestro pecado y abrirnos a la desmedida desproporción del amor de Dios que solo ofrece perdón, reconciliación y gozo si nos ponemos en camino hacia la casa del padre. Más fuerte que el pecado del pueblo de Israel, al adorar su becerro de oro, es la promesa de Dios que prevalece sobre cualquier idolatría. Más abundante en la vida pasada de Pablo, persiguiendo a los cristianos, es la gracia de Dios que le confía la predicación del evangelio. Más inabarcable que nada imaginable es el Amor misericordioso de Dios Padre hacia cualquier hijo que se aleja de Él para moverle a la conversión y capacitarle para vivir en la reconciliación y la comunión con Él y con los hermanos. Solo dejarnos envolver en este abrazo de misericordia podrá hacernos auténticos portadores de la reconciliación, sentido profundo de la identidad de este templo en el que rezamos, al que acudimos, en el que nos reunimos ante el altar y somos uno en comunidad, en la Iglesia de Dios, hijos e hijas y hermanos de toda la humanidad. Que Él sea el centro y la fuente de este amor al que puedan venir muchos a saciar su sed, en la Palabra y la vida que mana de él. El evangelio de esta semana nos resulta duro y puede, incluso desilusionarnos. Cristo Jesús lanza una provocativa propuesta al discípulo que quiere seguirle exigiendo de él la más radical respuesta. ¿ Entonces cómo es que hombres y mujeres de todos los tiempos, locos a los ojos del mundo, han sido capaces de no resistirse a esta llamada y lo han dejado todo para seguir a Jesús incluso dando la vida?
Sin ánimo de quitar radicalidad a la llamada que Cristo hace, resulta clarificador situar las renuncias descritas en su contexto. El paso evangélico que hemos escuchado ha de entenderse teniendo en cuenta la sintaxis hebrea en este contexto literario e histórico. El contexto literario de la comunidad a la que Lucas se dirige es el de la exigencia de la evangelización. Quien se decide a seguir a Jesús y a caminar con Él ha de aceptar una separación de las personas queridas en función de la tarea evangelizadora. En el contexto histórico hemos de entender tales renuncias desde la dificultad de los itinerarios por las distancias y los posibles peligros para la vida de los misioneros. Durante los primeros tiempos era socialmente mal visto abandonar a la familia y arrostrar peligros para la propia vida. Por esta razón, la evangelización itinerante predicada a la comunidad debía ser confirmada con palabras del mismo Jesús y así dar sentido a estas duras exigencias. Hoy podemos constatar, por tanto, que en la comunidad lucana la responsabilidad de evangelización misionera implicaba renunciar a cosas muy queridas. Sin embargo, el Evangelio es exigente pero no contradictorio. Cuando Lucas utiliza el verbo “odiar” debemos saber que es un recurso de la sintaxis hebrea para hablar de un amor preferencial, por encima de cualquier vínculo familiar , material o de la propia vida. Amar a Cristo no conlleva excluir los demás amores sino que los ordena. Se trata de una elección en la que Cristo ocupa el primer lugar y por tanto, a su vez, la urgencia de que su mensaje salvífico y misericordioso alcance a los más posibles. En el texto se introducen dos reflexiones al hilo de lo que Lucas quiere expresar que parecen no tener relación con el resto y que, sin embargo, tienen su explicación. La reflexión sobre la construcción de una torre enlaza con lo anterior. Quiere hacer comprender que para ser discípulo no basta el entusiasmo inicial de algunos creyentes recién convertidos que se iban desanimando ante las dificultades. El camino de la misión no era fácil y la renuncia a los bienes materiales era lo más costoso. El segundo ejemplo de reflexión es una actividad de guerra porque en la vida social de la época se daban continuamente enfrentamientos bélicos y era un ejemplo que resultaba familiar. Una vez comprendido el contexto en el que se escribe este evangelio reconocemos en verdad que la llamada de Dios sigue siendo hoy tan rotunda como ayer y lo será mañana. Como cristianas sabemos que el verdadero amor encuentra su fundamento, su apoyo y la gracia necesaria para ser vivido si radica en Él. Jesús no quiere quitarnos lo que amamos ni pretende ser rival o competir con otros amores. Los vínculos familiares, las demás relaciones, el trabajo, los bienes culturales y económicos… están afirmados y sostenidos en este primer amor. |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
Archivos
Marzo 2024
|