Cordero de Dios, de Francisco de Zurbarán El evangelio de hoy es de una densidad tremenda. El primero que aparece es Juan. Si tenemos en la mente la primera lectura, que es del profeta Isaías, Juan se nos puede presentar como el último de una larga historia de profetas. Lo encontramos como el último eslabón de una cadena de profetas, en esa cadena de hombres y mujeres que a lo largo de la historia lo han deseado, han intuido su venida y lo han hecho esperar a los demás hombres. En el fondo, en los profetas estamos todos, en su voz se escucha la voz de la humanidad entera, que espera una plenitud de la vida, una paz y una justicia, y que confiesa que solo de ti, Señor, nos viene la salvación. Y así tenemos a Juan, que al final del hilo del Antiguo Testamento levanta su dedo para señalar a otro. Ahí está Jesús, Él es el Cordero de Dios. En Él se cumple la promesa hecha desde muy antiguo, la que anunciaba Isaías. Poca cosa, dirá el profeta, es que Dios mande una salvación para unos pocos, para un grupito selecto. Tiene más valor estas palabras cuando recordamos el contexto en el que lo escribía. Israel vivía entonces el exilio, o apenas estaba volviendo de él. Habían vivido el destierro de su tierra y de sus costumbres, una tremenda desgracia. Que Dios quisiera hacerles volver a su tierra y rescatarles era ya una grandísima alegría. Tendría entonces Israel la experiencia que podemos tener nosotros cuando Dios nos ha salvado de nuestra propia problemática, de nuestra propio destierro, la alegría de un Dios que nos ayudado y salvado en un momento dificílisimo. Pero es entonces cuando Israel conoce el amor de Dios que le hace decir que este Dios no es señor solo de mi historia y mis problemas, sino que de Él esperaran la salvación todos los hombres, y que Él la traerá hasta los confines de la tierra. Esta fe nace en Israel de la experiencia de un Dios cuya fuerza es misericordia con cada hombre, con cada mujer, con cada pueblo. Éste es en quien se cumplirán las promesas, dirá Juan. Y el texto se llena entonces de títulos sobre Jesús con los que entrar en este misterio. Este, Jesús de Nazaret, es el Cordero de Dios, es Ungido por el Espíritu, y el Hijo de Dios. Tú eres, Señor Jesús, la esperanza de todos los hombres, tú eres la esperanza mía, salvación de mis días. Tú has que venido a restaurar la paz y la justicia con tu sangre, con tus días, con tu piel. Eres Tú, corderillo de Dios, la luz que alumbra nuestros pasos, a Ti te confesamos lleno del Espíritu y el Hijo de Dios esperado desde siempre, y esperado ahora también por tantos hombres que anhelan la paz, el bien, la justicia. Ven, Jesús, llena nuestras vidas, sé salvación de nuestras horas y déjanos, si Tú quieres, que también nosotros podamos reconocerte en nuestra vida, alzar los ojos como Juan para verte en nuestras vidas y señalarte a los demás: “Ahí está, es Jesús, el que quita el pecado del mundo”. Lecturas:
Is 49, 3. 5-6 Sal 39,2.4ab.7-8a.b-9.10 1 Co 1, 1-3 Jn 1, 29-34 Los comentarios están cerrados.
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TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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