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IV Domingo de Cuaresma - "Laetare"

26/3/2022

 
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Lucas 15:1-3, 11-32
​Comentado por una hermana


Ritorno, Alexander Daniloff, 1963


"Me pondré en camino adonde está mi padre"

    En este domingo IV de cuaresma llamado “laetare”, de alegría, se nos invita a descubrir el verdadero sentido del camino hacia la Pascua, símil del camino de la vida que todos recorremos hacia la casa del Padre.
    La Palabra de hoy nos desvía la mirada de la sombra del pecado, de la penitencia y del esfuerzo personal al gozoso y luminoso horizonte del encuentro con Dios, que es misericordia. Encuentro que aumenta el deseo de seguir buscándole, pero nunca en solitario, sino en compañía de otros, para soportar lo arduo y compartir el gozo.
   Y mientras caminamos, Jesús nos habla en parábolas para que entremos en diálogo con Él. Sí, tú y yo,  el hijo mayor, o el hijo menor, el publicano o el pecador que le escuchan, o incluso el fariseo o el escriba que murmuran. Ahí estamos todos nosotros.
    Las parábolas de Jesús son como un espejo para que te mires en ellas y cambies tu perspectiva, entrando en la escena. Son una oportunidad para leer tu historia con la mirada del Padre, no con tu visión parcial que te convertiría siempre en juez, único papel que no te corresponde en esta historia. Jesús te invita, con el final abierto de cada parábola, a tomar conciencia de tu libertad para abrirte a la gracia y cambiar el corazón, te ofrece la posibilidad de escribir una página nueva del evangelio hoy con él, que te acompaña, escuchando su voz.
    Jesús te invita a entrar en la escena y contemplarlo todo desde su mirada y, así descubrir la única verdad que nos salva, porque la verdad no es tuya ni mía para que pueda enfrentarnos y dividirnos, sino que, compartiéndola, nos haga libres y hermanos. Contemplar la realidad desde su mirada es lo que te permitirá confesar tu pobreza y abrirte a la acción salvadora de su Palabra, que es siempre fuente de paz y de gozo, porque te descentra de ti, no te deja cerrarte a tu propia carne, como dice el profeta Isaías.
    Te invito hoy a leer así esta parábola. Como el camino de salvación que te lleve en esta cuaresma a ser de Cristo, como nos anuncia San Pablo, a convertirte en criatura nueva, porque la pertenencia a Él nos abre a la acción de la gracia cada día, que hace nuevas todas las cosas, en tu vida, en la mía, en la de toda la humanidad.
    Quizá espera de ti, como hijo mayor, que confieses haber vivido en la casa de tu padre sin haberle conocido, sin haber descubierto realmente que todo lo suyo era tuyo, que lo absoluto no era el deber ni el cumplimiento, el ser meramente siervo, sino aprender a ser hijo, que olvidaste que tenías un hermano muy distinto a ti, para el que quizá no fuiste modelo, confidente y compañero, en sus anhelos y desvelos, que le dejaste marchar sin quizá escuchar sus razones y juzgando su actitud de rebeldía, y a su vuelta le seguías condenando por su desobediencia, y tampoco llegaste a comprender la respuesta desmedida de su acogida, ni el motivo de celebrar una fiesta porque, en el fondo, la envidia te robaba la alegría del perdón y te cegaba en tu responsabilidad de hermano mayor y custodio, turbando tu paz.
   O quizá espera de ti, como hijo menor, que confieses tu ciega ambición y anhelo de una felicidad mayor, que te impidió descubrir la que se te ofrecía en casa, porque te creíste dueño de tu vida y de tu libertad, por encima del amor de tu padre, solo por atrapar el disfrute de las cosas pasajeras, porque no tuviste en cuenta a tu hermano, que podría haber escuchado tus reclamos, deseos y esperanzas y decidiste rechazar todo eso llevado por un impulso infundado y volátil.
  Yo, fariseo y pecador, hijo mayor e hijo menor, hoy me vuelvo ante la luz de tu rostro que desvela mi verdad y mi pecado y anhelo ser esa criatura nueva con el corazón convertido a Ti, deseo cambiar mi mirada por la tuya y ver la única verdad que me envuelve: soy hijo, soy hermano, soy amado, peregrino hacia la casa del Padre. Quiero caminar en esta vida siempre junto a mis hermanos, siguiendo tus pasos, Jesús, imagen del Padre, que nos espera con los brazos abiertos para celebrar una fiesta, a todos juntos, de la mano de cada hermano que Él puso a nuestro lado en el camino. 
LECTURAS DEL DOMINGO Y PALABRAS DEL SANTO PADRE

III Domingo de Cuaresma

19/3/2022

 
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Lucas 13, 1-9

​Comentado por una hermana
" A ver si da fruto"
Los discípulos acuden a Jesús contándole dos acontecimientos trágicos. De este modo se abre el Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma.
El primer episodio del que informan al Maestro trata de la agresión romana brutal a los galileos que ofrecían sacrificios en el templo. En el segundo le cuentan el derrumbe de la torre de Siloé que ocasiona la muerte a 18 víctimas.
Hoy no nos resultan lejanas ni extrañas noticias así porque de un modo u otro son experiencias que lamentamos cada día. Hechos que nos sobrecogen y encogen el corazón provocándonos interrogantes acerca de la permisión de Dios en las tragedias humanas. La historia está llena de horrores y calamidades que ocurrieron, ocurren y seguirán ocurriendo.
Es inútil indagar en el misterio del dolor porque ante el sufrimiento de la humanidad sólo podemos acogernos a la fe y a la esperanza en Él. Un día se nos revelará el amor infinito de Dios por cada ser humano. Se nos aclarará cómo se compatibilizan en el amor divino la justicia y la misericordia.
Doy por hecho que a ninguna de nosotras se nos ocurre pensar que en esta tierra hay “castigos divinos” como respuesta desafiante a la maldad del corazón. Dios no responde con nuestra misma lógica de venganza y crueldad. ¿Por qué este pasaje evangélico en el tiempo cuaresmal? Tal vez sea un modo de plasmar la intensidad con la que se nos impele a la renovación personal.
La Cuaresma es un tiempo fuerte. La llamada incisiva de Jesús a sus discípulos es la misma que nos hace hoy a todos los cristianos sin excepción. Convertíos porque no sois mejores que los que han perecido. Jesús nos coloca en el puesto que nos corresponde: el de criaturas frágiles y pecadoras que necesitan conversión.
El tiempo apremia, la Patria definitiva nos espera. Se nos invita a levantar la mirada, dar un nuevo rumbo a nuestra existencia tan atada a menudo a los pilares de este mundo aun cuando constatamos que todo cae, que hay mucha veleidad o que la vida es muy fugaz. El evangelio nos
zarandea y sacude la memoria con la exigencia de quien busca nuestro bien, de quien ofrece la verdadera felicidad, de quien nos recuerda que la vida se nos ha dado como don para agradecer por la multitud de beneficios que nos reporta, y también ¿por qué no? para dar solidez y aguante a nuestra paciencia cuando el sufrimiento o el drama nos pesen mucho más que el gozo.
En comunión escuchemos con sinceridad esta Voz que nos reclama con insistencia la conversión. “Convertíos” porque si no vosotros pereceréis de igual modo”. Me evocan estas palabras otras alusiones semejantes. “Convertíos” porque no sabéis ni el día ni la hora, “convertíos” porque el dueño de la casa, que os ha puesto al frente de su servidumbre, puede
regresar cuando menos lo esperéis, “convertíos” porque el Esposo tal vez llegue a media noche… Esta recomendación no es una amenaza ni describe a un Dios que busca sorprendernos, “pillarnos”, como decimos coloquialmente, en el momento menos agraciado para así machacarnos. Es una llamada a la vigilancia, a reconducir nuestro modo de pensar, de vivir según el Evangelio, de mejorar o corregir nuestro modo de rezar, actuar, trabajar por el Reino, de poner nuestra vida al servicio de Dios y de los hermanos. Nos recuerda que estamos aquí de paso.
La conclusión del pasaje nos pone en la perspectiva de la misericordia divina. ¿Quién no se reconoce alguna vez higuera estéril? Ante la infertilidad para dar frutos en nuestra vida se nos podría talar y echar al fuego sin contemplaciones.
Y, sin embargo, tenemos a Uno que “aboga por nosotros ante el Padre”. Sale al camino con confianza renovada esperando nuestra vuelta, suplica paciencia por nuestra morosidad y demora, continúa esparciendo la semilla de su gracia para que en algún momento caiga en tierra buena. Ante tanta bondad supliquemos con frecuencia las palabras que rezamos cada día en el Invitatorio: “Ojalá escuchemos hoy la voz del Señor, no endurezcamos nuestro corazón”. Vivamos
con la consciencia despierta y convencida de que nunca nuestros pecados ganarán a la multitud de oportunidades que Él nos ofrece instante tras instante para recomenzar. Y a la vez, con honestidad, custodiemos la misma consciencia y seriedad para vivir desde la apertura real, verdadera y concreta a la gracia que nos ofrece cada día, igual que nos da el pan.

LECTURAS DEL DOMINGO Y PALABRAS DEL SANTO PADRE

II Domingo de Cuaresma

12/3/2022

 
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​Lucas 6, 28b-36 


​“Hablaban de su éxodo,
que él iba a consumar
en Jerusalén”


Comentado por una hermana

         La Transfiguración de Jesús  Sieger Koder
Hoy, segundo domingo de Cuaresma, como en contrapunto con el evangelio de las tentaciones del domingo pasado, contemplamos la escena de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas pone particularmente de relieve el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: es una experiencia profunda de relación con el Padre que Jesús vive en un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9, 28). El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9, 22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Para llegar a la resurrección, tendrá que pasar por la pasión y la muerte de cruz. De esto les ha hablado abiertamente a sus discípulos, los cuales sin embargo no han entendido; más aún, han rechazado esta perspectiva porque no piensan como Dios, sino como los hombres (cf. Mt 16, 23). Por eso Jesús lleva consigo a tres de ellos al monte y les revela su gloria divina, esplendor de Verdad y de Amor.

Jesús quiere que esta luz ilumine sus corazones cuando pasen por la densa oscuridad de su pasión y muerte, cuando el escándalo de la cruz sea insoportable para ellos. Dios es luz, y Jesús quiere dar a sus amigos más íntimos la experiencia de esta luz, que habita en él. Así, después de este episodio, él será en ellos una luz interior, capaz de protegerlos de los asaltos de las tinieblas. Incluso en la noche más oscura, Jesús es la luz que nunca se apaga. San Agustín resume este misterio con una expresión muy bella. Dice: «Lo que para los ojos del cuerpo es el sol que vemos, lo es [Cristo] para los ojos del corazón” (Sermón 78, 2: pl 38, 490).

Y también en la Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celestial: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo» (9, 35). La presencia luego de Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la Alianza está orientada a Él, a Cristo, que realiza un nuevo «éxodo» (9, 31), no hacia la Tierra prometida como en el tiempo de Moisés, sino hacia el Cielo.

Por tanto, Jesús escucha la Ley y los profetas que le hablan de su muerte y resurrección. En su diálogo íntimo con el Padre, no se sale de la historia, no huye de la misión para la que vino al mundo, a pesar de que sabe que para llegar a la gloria tendrá que pasar a través de la Cruz. Es más, Cristo entra más profundamente en esta misión, adhiriendo con todo su ser a la voluntad del Padre, y nos demuestra que la verdadera oración consiste precisamente en unir nuestra voluntad con la de Dios.

En nuestro camino cuaresmal, propicio para renovar nuestra vocación bautismal, la escena de la transfiguración nos ayuda entender con una imagen el sentido de haber sido incorporado a Cristo por el bautismo. Los bautizados tenemos que manifestar a Dios con nuestra vida, símbolo de ello es la vestidura blanca y la vela encendida del bautismo que identifica a quienes creen en Jesucristo que es Luz de Luz. Esto será sólo posible asumiendo todas las consecuencias del seguimiento, también la cruz.

La intervención de Pedro: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!» (9, 33) representa el intento imposible de detener tal experiencia mística. Comenta san Agustín: «[Pedro]... en el monte... tenía a Cristo como alimento del alma. ¿Por qué tuvo que bajar para volver a las fatigas y a los dolores, mientras allí arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios, que le inspiraban por ello a una santa conducta?» (Discurso 78, 3: pl 38, 491).

Meditando este pasaje del Evangelio, podemos obtener una enseñanza muy importante. Ante todo, el primado de la oración, personal y comunitaria, que ofrece aliento a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como habría querido hacer Pedro en el Tabor, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. «La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que de ahí se derivan, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios» (Benedicto XVI).

Durante este tiempo de Cuaresma, pidamos a María, Madre y Maestra de vida espiritual, que nos enseñe a rezar como hacía su Hijo para que nuestra existencia quede transformada por la luz de su presencia.

Tocados por la belleza y la pasión de Jesús, experiencia del amor y presencia de Cristo, podemos recorrer el camino de conversión.
LECTURAS DEL DOMINGO Y PALABRAS DEL SANTO PADRE

I Domingo de Cuaresma

5/3/2022

 
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Cristo en el desierto, 1898, 1912. de Briton Rivière


Lucas 4, 1-13

​“Y el Espíritu lo fue llevando
durante cuarenta días por el desierto”


Comentado por una hermana

Será el evangelio según san Lucas el que acompañe e ilumine el camino cuaresmal a través de los diversos domingos de este ciclo C.
 
En este domingo de las tentaciones se nos presenta a Jesús como el Ungido, lleno del Espíritu Santo, sostenido, guiado y empujado por Él hacia el desierto. La vinculación entre la experiencia del Espíritu y la entrada en el desierto nos recuerda los dos sentidos que el desierto tiene en la experiencia del pueblo de Israel: el desierto es el momento de la prueba, la purificación, la tentación… y el desierto es también el lugar de la intimidad con Dios, la cercanía en la total desnudez y pobreza del pueblo que experimenta en la intemperie que es Dios su Roca, su Agua, su Columna, su Fuego, su Nube, su Ley, su Dios y Señor. Muchas veces pensamos que el tiempo de prueba es tiempo de lejanía de Dios y hoy, justamente, contemplando a Jesús en el desierto, vemos cómo la precariedad, la soledad, la tentación, la duda… son espacios donde el Espíritu no nos abandona, está allí con nosotros y nos sostiene en el combate. Es una gracia reconocer como tiempo del Espíritu, el tiempo de la purificación y la prueba. Reconoce hoy también tú ese desierto donde te sientes probada, agitada y tentada y permite que entre en él y te acompañe la presencia consoladora del Espíritu defensor.
 
Otro segundo aspecto del texto de Lucas que quiero señalar es la centralidad que tiene la Palabra de Dios en esta lucha espiritual. La Palabra de Dios será el arma con la que Jesús logra vencer la prueba. A cada sugestión negativa, a cada tentación de autosatisfacción, de poder sobre los demás y de autoidolatría (así podríamos resumir las tres tentaciones) que el Tentador pone ante Jesús, Él responde con una Palabra de la Escritura. Este modo de actuar de Jesús en el desierto, los monjes antiguos lo llamaron el “método de las contradicciones” o el “método antirrético”. Consiste en oponer a un pensamiento negativo otro positivo de la Sagrada Escritura, como si esta fuera un antídoto. Creo que todas tenemos experiencia de lo doloroso que puede resultar luchar contra los pensamientos negativos que nos atrapan interiormente y nos ciegan, nos acosan, llegan muchas veces a apoderarse de nosotras, raptan la razón y la voluntad y, finalmente, pueden vencernos y nos hacen sentir fatal. Muchas veces intentamos salir de esta cárcel de los pensamientos con el activismo, con la distracción… pero, generalmente, ellos nos persiguen. A través del “método antirrético”, contraponiendo a este pensamiento negativo la luz de la Palabra de Dios se generará vida, libertad, bondad, alegría en tu interior. Se trata de buscar frases de la Escritura muy sencillas como las que dice Jesús u otras que sean para ti significativas, por ejemplo, ante el sentimiento de soledad: “El Señor es mi Pastor, nada me falta” “Tu eres mi hijo amado” o ante el sentimiento de confrontación o comparación con otra hermana, con otra persona: “Deberías alegrarte por este hermano tuyo”. El corazón se va esclareciendo, se coloca ante Dios y ante los hermanos en libertad y la tentación es vencida por la fuerza de la Palabra que hace lo que dice.
 
Solo una aclaración final. En la última tentación de este evangelio, el Diablo se sirve de la Palabra de Dios para tentar a Cristo. El Tentador mismo dice: “Está escrito”. Es la prueba más difícil, cuando el mal se viste de bien y de luz. Cuando se sirve de las cosas de Dios para ponernos contra Dios mismo y contra los hermanos, justificándose en nombre de Dios. En este momento, es necesario el discernimiento para no instrumentalizar la Palabra, la vida de Dios. El criterio para esclarecer esta lucha espiritual está en la orientación última, la intención última de este movimiento interior: lo que viene de Dios tiende siempre a la humildad, la donación, el amor incondicional, la misericordia, la pérdida en favor del otro, no juzga, no se impone, no es agresivo, no es autocomplaciente… el criterio de discernimiento para esclarecer si un pensamiento, una sugerencia interna, una moción es buena o no es, en definitiva, Jesús Crucificado.
 
La vida cotidiana está llena de pequeños desiertos (un día de mayor soledad, una mañana perdida en la burocracia de los papeleos, un atascazo tremendo en la M 30, un imprevisto que nos rompe los planes, un tiempo de enfermedad, un día monótono en el trabajo, un distanciamiento de alguien que amamos) entra en ellos, te lleva el Espíritu y allí ejercítate en la memoria de la Palabra de Dios, elige una frase evangélica o el Nombre de Jesús y repítelo una, dos, tres… muchas veces, hasta acompasarla con tu respiración, hasta hacerla un murmullo interior, hasta que te ilumine desde dentro. Entonces, “acabada toda tentación, el demonio se marcha”.

    Todos

    Imagen

    Mateo


    1, 18-24
    ​1, 29-39
    3, 1-12
    3, 13-17​
    ​4, 1-11
    4, 12-23
    5, 1-12a
    ​5, 13-16
    5, 38-48

    9, 36—10, 8
    10, 26-33

    11, 2-11
    11, 25-30
    ​
    13, 1-23

    13, 24-43
    ​
    ​13, 44-52
    14, 22-33
    15, 21-28

    ​17, 1-9
    17, 1-9
    18, 15-20
    18, 21-35
    21, 33-43
    22, 1-14
    ​22, 15-21
    24, 37-44
    25, 1-13

    Mt 25, 14-15. 19-21
    ​
    ​25, 31-46​
    27, 11-54

    28, 16-20

    Marcos


    1, 1-8
    1, 12-15
    ,1, 14-20
    1, 21-28
    1, 29-39
    ​
    ​1, 40-45
    ​
    4, 26-34
    5, 21-43
    6, 1-6
    6, 7-13
    6, 30-34

    7, 1-8a.14-15. 21-23
    8, 27-35
    9, 2-10
    9, 30-37
    12, 28-34
    12, 38-44

    13, 24-32
    ​13, 33-37

    14, 1-15,47
    14, 12-16. 22-26
    ​16, 15-20


    Lucas

    1,1-4; 4,14-21
    1, 26-38

    1, 39-56
    ​2, 13-21
    2, 16-21

    3, 1-6
    3, 15-16. 21-22
    4, 1-13
    ​4, 21-30
    5, 1-11
    ​6, 17. 20-26
    ​6, 27-38
    ​6, 39-45
    9, 11b-17
    10, 38-42
    ​10, 25-37
    ​11, 1-13
    12, 13-21
    12, 32-48
    ​12, 49-53
    ​13, 22-30
    14, 25-33
    ​15, 1-10
    16, 10-13
    16-19-31
    ​17, 5-10
    17, 11-19

    18, 1-8
    18, 9-14
    19, 1-10
    20, 27-38
    21, 25-28.34-36
    24, 35-48
    ​24, 46-53

    Juan

    Jn 1, 6-8. 19-28
    ​1, 29-34
    2, 1-11
    2, 13-25
    ​3, 16-18
    ​
     4, 5-42
    6, 51-58
    6, 60-69
    8, 1-11
    ​9, 1-41
    10, 1-10
    10, 27-30
    ​​12, 20-33 
    ​13,31-33a. 34-35
    ​
    14, 1-12
    ​14, 15-21
    14, 23-29
    15, 1-8
    15, 9-17
    16, 12-15
    18, 33, 33b-37
    20, 19-23
    ​21, 1 - 19

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