" A ver si da fruto" Los discípulos acuden a Jesús contándole dos acontecimientos trágicos. De este modo se abre el Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma. El primer episodio del que informan al Maestro trata de la agresión romana brutal a los galileos que ofrecían sacrificios en el templo. En el segundo le cuentan el derrumbe de la torre de Siloé que ocasiona la muerte a 18 víctimas. Hoy no nos resultan lejanas ni extrañas noticias así porque de un modo u otro son experiencias que lamentamos cada día. Hechos que nos sobrecogen y encogen el corazón provocándonos interrogantes acerca de la permisión de Dios en las tragedias humanas. La historia está llena de horrores y calamidades que ocurrieron, ocurren y seguirán ocurriendo. Es inútil indagar en el misterio del dolor porque ante el sufrimiento de la humanidad sólo podemos acogernos a la fe y a la esperanza en Él. Un día se nos revelará el amor infinito de Dios por cada ser humano. Se nos aclarará cómo se compatibilizan en el amor divino la justicia y la misericordia. Doy por hecho que a ninguna de nosotras se nos ocurre pensar que en esta tierra hay “castigos divinos” como respuesta desafiante a la maldad del corazón. Dios no responde con nuestra misma lógica de venganza y crueldad. ¿Por qué este pasaje evangélico en el tiempo cuaresmal? Tal vez sea un modo de plasmar la intensidad con la que se nos impele a la renovación personal. La Cuaresma es un tiempo fuerte. La llamada incisiva de Jesús a sus discípulos es la misma que nos hace hoy a todos los cristianos sin excepción. Convertíos porque no sois mejores que los que han perecido. Jesús nos coloca en el puesto que nos corresponde: el de criaturas frágiles y pecadoras que necesitan conversión. El tiempo apremia, la Patria definitiva nos espera. Se nos invita a levantar la mirada, dar un nuevo rumbo a nuestra existencia tan atada a menudo a los pilares de este mundo aun cuando constatamos que todo cae, que hay mucha veleidad o que la vida es muy fugaz. El evangelio nos zarandea y sacude la memoria con la exigencia de quien busca nuestro bien, de quien ofrece la verdadera felicidad, de quien nos recuerda que la vida se nos ha dado como don para agradecer por la multitud de beneficios que nos reporta, y también ¿por qué no? para dar solidez y aguante a nuestra paciencia cuando el sufrimiento o el drama nos pesen mucho más que el gozo. En comunión escuchemos con sinceridad esta Voz que nos reclama con insistencia la conversión. “Convertíos” porque si no vosotros pereceréis de igual modo”. Me evocan estas palabras otras alusiones semejantes. “Convertíos” porque no sabéis ni el día ni la hora, “convertíos” porque el dueño de la casa, que os ha puesto al frente de su servidumbre, puede regresar cuando menos lo esperéis, “convertíos” porque el Esposo tal vez llegue a media noche… Esta recomendación no es una amenaza ni describe a un Dios que busca sorprendernos, “pillarnos”, como decimos coloquialmente, en el momento menos agraciado para así machacarnos. Es una llamada a la vigilancia, a reconducir nuestro modo de pensar, de vivir según el Evangelio, de mejorar o corregir nuestro modo de rezar, actuar, trabajar por el Reino, de poner nuestra vida al servicio de Dios y de los hermanos. Nos recuerda que estamos aquí de paso. La conclusión del pasaje nos pone en la perspectiva de la misericordia divina. ¿Quién no se reconoce alguna vez higuera estéril? Ante la infertilidad para dar frutos en nuestra vida se nos podría talar y echar al fuego sin contemplaciones. Y, sin embargo, tenemos a Uno que “aboga por nosotros ante el Padre”. Sale al camino con confianza renovada esperando nuestra vuelta, suplica paciencia por nuestra morosidad y demora, continúa esparciendo la semilla de su gracia para que en algún momento caiga en tierra buena. Ante tanta bondad supliquemos con frecuencia las palabras que rezamos cada día en el Invitatorio: “Ojalá escuchemos hoy la voz del Señor, no endurezcamos nuestro corazón”. Vivamos con la consciencia despierta y convencida de que nunca nuestros pecados ganarán a la multitud de oportunidades que Él nos ofrece instante tras instante para recomenzar. Y a la vez, con honestidad, custodiemos la misma consciencia y seriedad para vivir desde la apertura real, verdadera y concreta a la gracia que nos ofrece cada día, igual que nos da el pan. LECTURAS DEL DOMINGO Y PALABRAS DEL SANTO PADRELos comentarios están cerrados.
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TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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