Auméntanos la fe (Lc 17, 5-10) El evangelio de Lucas nos invita a hacer el camino con Jesús hacia Jerusalén. El texto que leemos este Domingo XXVII del tiempo ordinario, marca el término de la segunda etapa de ese camino. Tiempo oportuno para hacer balance y retomar fuerzas para seguir caminando. Para el creyente caminar no es solo un desplazamiento físico sino sobre todo una experiencia de vida. Caminar implica tener una meta, pero una vez puestos en marcha es necesario tomar una dirección. Hay diversas formas de alcanzar esa meta. Hoy las prisas y la inmediatez que tiene el ritmo de nuestra vida nos hacen vivir acelerados. Buscamos la eficiencia y practicidad entre otras cosas… El camino de la fe tiene otros parámetros, es necesario adquirir otras dinámicas, buscar otras formas. Jesús, nos propone recorrer el camino de la vida saboreando los encuentros, profundizando las motivaciones y nos abre al crecimiento. Para el Señor la fe no es cuestión de cantidad sino de calidad. Se trata de ser conscientes y abrirnos a una nueva sabiduría de las personas y las realidades. Vivir la vida desde la óptica de la fe es tener la certeza de que nunca hacemos este camino solos, sino que Dios camina a nuestro lado: Es renovar la esperanza asumiendo la vulnerabilidad y la fragilidad; Es descubrir la oportunidad que nos ofrece el momento que vivimos; Es afrontar las circunstancias actuales desde la confianza y el discernimiento; Es redescubrir la fuerza de la fe que nos mueve a la acción y el servicio en el compromiso de transformar la realidad. En este pasaje del evangelio se distinguen claramente dos partes. En la primera parte, Jesús habla de la fuerza eficaz que tiene la fe. Los discípulos son conscientes de las exigencias y dificultades que hay que enfrentar en la vida. Sienten que su fe es pequeña y débil. Por eso le piden al Maestro: “Auméntanos la fe”. Las palabras de Jesús acerca de la fe en esta parte, son análogas a las recordadas por Mateo y Marcos en sus evangelios. Allí se dice que quien tenga fe podrá decir a un monte: “Arráncate y échate al mar”, y la montaña le obedecería (cf. Mt 21,21 y Mc 11,22-24). Aquí se expresa, de modo muy gráfico, que bastaría una fe “Como un grano de mostaza”, una semilla pequeñísima, de apenas un milímetro de diámetro, para decirle a una morera: “Arráncate y plántate en el mar”, y que obedeciese. A través de la imagen de la semilla de mostaza, el Señor, nos ayuda a percibir la potencialidad y el valor que encierra lo pequeño. La fe no es algo mágico como un hechizo de Harry Potter, sino que es la confianza radical en Aquel que nos ha convocado y nos envía. La fe es tener la certeza y la confianza, aún en medio de las dificultades, de que Dios quiere siempre lo mejor para sus hijos. Sus proyectos son mejores que los nuestros; lo que Él quiere para cada uno de nosotros supera con creces lo que nosotros mismos estamos aspirando. La confianza en Dios y en su Palabra es fundamental en nuestra vida cristiana. Como nos lo recuerda el profeta Habacuc en la primera lectura: "El justo vivirá por su fe." En ese sentido debemos recordar que la fe es un don, el principal de los dones. Por otra parte, la morera es un árbol grande, con raíces poderosas y extendidas, muy difícil de arrancar, y, además, imposible de hacerlo crecer en el agua. El ejemplo de la morera, firmemente sostenida con fuertes raíces, está muy en consonancia con el modo en que Jesús comienza su respuesta: “Si tuvierais fe…”. La palabra “fe”, en hebreo (emunah), tiene la misma raíz que el verbo “creer” (he’emin) que también significa “estar bien afianzado”, “tener fortaleza”. Lo que Jesús quiere expresar está bastante claro: La fe proporciona un APOYO SÓLIDO que permite afrontar retos impensables, tareas grandiosas, humanamente imposibles. A quien tiene fe, esto es, al que SE APOYA CONFIADAMENTE EN DIOS, no hay nada que se le resista. Por eso dirá Jesús en otra ocasión que “todo es posible para el que cree” (Mc 9,23). La fe es gracia, viene de Dios. Al igual que los discípulos debemos pedirla; rogar siempre con insistencia para que se nos aumente la fe, y poder vivir en armonía con Dios, enfrentando las crisis que se puedan presentar. En la segunda parte del Evangelio, Jesús ilustra con un ejemplo el hecho de que la fe, si es verdadera, ha de manifestarse en una actitud de servicio desinteresado. Aquí Jesús nos enseña que fe y servicio no se pueden separar, sino que están íntimamente unidos. Un servicio intenso y sacrificado, como el de aquel servidor que trabajó toda la jornada y al regresar a casa, cansado y hambriento, todavía se puso a preparar la cena a su amo, sin quejarse y sin pensar que hacía nada extraordinario. El ejemplo que propone Jesús es muy exigente. Según los parámetros del mundo, podríamos pensar que aquel hombre necesitaría de los buenos consejos de un abogado sobre cómo reivindicar sus derechos frente a un patrón así. Pero ese servicio total que reclama Jesús es el mismo que él realizó: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos” (Mc 10,45). La fe hace milagros, pero cuando se manifiesta en hechos de servicio, siguiendo el ejemplo de Jesús. Por tanto, no estamos llamados a servir para tener una recompensa, sino para imitar a Dios, que se hizo siervo por amor nuestro. Un requisito básico de la fe, que proporciona fortaleza con el apoyo de Dios, es la humildad. Esta virtud la tiene el siervo que ha alcanzado alguna madurez de su fe e implica el reconocimiento de la propia debilidad. Dios es el protagonista de la historia de la salvación y nos invita a colaborar en ella como buenos servidores suyos. De eso también habla la segunda parte de este pasaje evangélico. La consigna es ser conscientes de que quien obra es el Señor; cuando hayamos obrado bien debemos decir con sencillez: "Somos unos pobres siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer." Es la recompensa de quien sirve desinteresadamente a los demás por amor a Dios, “le aliviará saber, que, en definitiva, él no es más que un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo... Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas” (Benedicto XVI “Deus Caritas Est”). Como conclusión podemos decir que Jesús nos propone desplegar nuestros dones y cualidades al servicio del Reino. La fe vivida y compartida transforma la realidad y nos hace abrir caminos de vida y esperanza. Jesús vivió esa confianza con el Padre, dando su vida, compartiendo, alentando y ayudando a que nuestra mirada siempre tenga un horizonte más amplio. Por eso como los discípulos, hoy nosotros le pedimos: “Señor, Auméntanos la fe”. Los comentarios están cerrados.
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TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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