Lecturas: Génesis 18, 20-32 Salmo 137 Carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 2, 12-14 Evangelio según san Lucas 11, 1-13 Comentado por una hermana Ladislav Záborský EL ARTE DE ORAR En el relato evangélico de este domingo de nuevo nos vuelve a aparecer el tema de la oración, del que también tratamos el domingo pasado a propósito del relato de las dos hermanas, Marta y María, e inmediatamente antes, el domingo anterior, Jesús nos hablaba de la parábola del buen samaritano.
El texto se inicia con la imagen de Jesús orando, y uno de sus discípulos al verle se siente profundamente fascinado, por eso no puede evitar hacerle esta petición: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Creo que es importante que, precisamente en este ambiente de verano, en el que nos encontramos, se nos hable este domingo sobre el tema de la oración. Ya que todos deseamos descubrir o profundizar en nuestra manera de acercarnos y poder comunicarnos con Dios. Y quizás en estos días de vacaciones, muchas personas busquen pasar unos días de descanso y serenidad en los monasterios o en las casas religiosas, como sucede también aquí, en nuestra casa. Por eso vamos a ver qué claves son las que nos regala este domingo el Señor, para ponerlas en práctica y prestar especial atención durante esta semana. Cada una de nosotras, en mayor o menor medida, tenemos experiencia de lo que es la oración y sabemos que existen numerosos modos de orar, pero es frecuente que la mayoría recurramos con mayor frecuencia a la oración de petición, porque el corazón humano es insacibale y no se cansa nunca de anhelar, de esperar, de necesitar, de desear. Y es precisamente, en esto domingo, donde aparece especialmente subrayado en la segunda parte del evangelio el tema de la oración de petición. Jesús, después de haber rezado la oración del padrenuestro, entra en el tema de la petición a través de dos sencillas comparaciones. La primera es la de aquel hombre que es despertado a mitad de la noche, y que al final se acaba levantando para atender y así librarse de aquel que llama insistentemente a su puerta. La segunda es la de aquel padre que nunca dará una serpiente o un escorpión al hijo que le pide algo para comer. En este contexto Jesús, nos dice con gran claridad “Pedid y se os dará, buscar y hallaréis, llamad y se os abrirá, porque quien pide, recibe; quien busca, llama; y al que llama, se le abre”. Y, sin embargo, todos somos conscientes y tenemos experiencia, de que hemos pedido, incluso con mucha insistencia algún favor a Dios y no lo hemos obtenido; hemos buscado y no hemos encontrado y hemos llamado a la puerta, y nos hemos ido con la sensación de vivir en un absoluto silencio o vacío. Y es que, hermanas, es importante, que pongamos atención a las comparaciones que utiliza Jesús. Él no dice que si le pedimos pan, se nos va a conceder el pan deseado, lo que si nos dice es que no vamos a recibir una piedra. Tampoco nos dice que el que pide un pescado o un huevo, lo que va a recibir sea esto, pero lo que si afirma claramente es que no va a recibir una serpiente o un escorpión. Y su mensaje queda claro en sus últimas palabras: “¡Cuánto más vuestro padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!”. La oración de petición no tiene nada que ver con que yo consiga lo que deseo, como si yo tuviera que negociar con Dios aquello que deseo obtener de Él, como se insinúa en el relato de Abrahán de la 1ª lectura de hoy del libro del Génesis (18,20-32), sino que debe situarse en un nivel distinto. Nuestro Padre San Agustín lo expresa espléndidamente al decir: “El hombre no ora para orientar a Dios, sino para orientarse a sí mismo”. El fin de la oración no es el de Abrahán, decirle a Dios qué es lo que tiene que hacer, sino el conocer qué es lo que nosotros debemos realizar. ¡Cómo cambian mis ideas cuando las rezo!, ¿verdad? La verdadera oración hermanas, nos va transformando la vida. A nosotras muchas veces nos gustaría que la oración fuese más eficaz y respondiese tangiblemente a nuestros deseos, pero, ¿no es más que suficiente que la oración nos vaya ayudando a ir asumiendo la vida, para así ser capaces de encontrar la alegría que nadie nos puede quitar, la alegría de la que nos habla el Evangelio, y que es la que han encontrado todos los santos? Pidamos juntas hermanas, esta semana, por tantas personas, situaciones e intenciones que todas llevamos en el corazón. Pidamos al Espíritu Santo la gracia de ser escuchadas y acompañadas en el camino de la vida, y que el Señor siga llenando nuestros corazones con su luz, su paz, su alegría, esperanza y fortaleza. Lecturas: Génesis 18,1-10a Salmo 14,2-3ab.3cd-4ab.5 Carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses (1,24-28) Evangelio según san Lucas (10, 38-42) Comentado por una hermana Vermeer "Cristo en casa de Marta y María" Sólo una cosa es necesariaEn este Domingo XVI del tiempo Ordinario, el evangelio de Lucas nos presenta a Jesús, en su camino a Jerusalén, que hace una pausa en casa de Marta y María. Llama la atención que se nos describa esta escena en la que el Señor entra en casa de unas mujeres, lo que no podía ser bien visto en aquella sociedad judía. Pero el evangelista Lucas es el evangelista de la mujer y pone de manifiesto aquellos aspectos que deben ser tenidos en cuenta en la comunidad cristiana. Este primer paso, que no es otro que recibir a Jesús en su casa, nos enseña la importancia de la acogida; saber recibir al otro, ser hospitalarios… Un segundo aspecto a destacar es el ejemplo de la amistad: «el amigo fiel es seguro refugio; el que lo encuentra, ha encontrado un tesoro» (Si 6, 14 ss.), en el que almas gemelas comparten bienes espirituales (María), y por añadidura, materiales (Marta). Esto supera el mandato del amor al prójimo, porque dicha relación está basada en la confianza. Que se nota por parte de Jesús, en ir Él solo a casa de Marta, María y Lázaro (que tiene el título de «nuestro amigo Lázaro»), o como vemos en la actitud de María, sentada a los pies del Maestro, y en la “queja” de Marta. Para el cristiano, los ejemplos de confianza de los tres personajes evangélicos (María-Marta-Lázaro) con el que llega dándole posada, es hacer realidad las obras de misericordia; tanto corporales como espirituales (cfr. Mt 25,35 y ss.). En este tiempo de vacaciones, dar un vaso de agua fresca al sediento, al inmigrante o refugiado, que pase por delante de nuestra tienda (1ª lectura), será signo de madurez cristiana en la vida en Cristo y manifestación de que en Él reside nuestra esperanza (como indicaba la 2ª lectura). Continuamos con el pasaje evangelico y vemos que Marta, desbordada por el trabajo se queja a Jesús porque su hermana no le echa una mano en el servicio, no le ayudaba nada: “Acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada»”.(Lc 10, 40-42). De estos versículos sacaríamos dos lecciones importantes: 1.- La importancia de la corrección fraterna. Marta aparece en varios pasajes del evangelio, como el que estamos meditando, como la mujer que es corregida y que acepta las correcciones. Ella es educada, corregida con amor por Cristo. La aceptación de las correcciones forma parte del camino de santificación de nuestra vida espiritual. Aprendamos como Marta a dejarnos mirar por Dios, a dejarnos transformar por Él, a ser dóciles a su Amor. 2.- La importancia de la Escucha de la Palabra de Dios. Lo que el evangelista quiere destacar, es la actitud de escuchar a Jesús, al Maestro, quien tiene lo más importante que comunicar. María estaba eligiendo lo mejor en ese momento que él las visita. Este episodio, todavía hoy, nos sugiere la importancia de la escucha de la Palabra de Dios, del evangelio, como la posibilidad alternativa a tantas cosas como se dicen, se proponen y se hacen en este mundo. Jesús es la palabra profética, crítica, radical, que llega a lo más hondo del corazón, para iluminar y liberar. María se siente auténtica discípula de Jesús y se pone a escuchar como la única cosa importante en ese momento. Y de eso se trata, de ese ahora en que Dios, el Señor, pasa a nuestra lado, por nuestra vida y tenemos que acostumbrarnos a elegir lo más importante: escucharle, acogerle en lo que tiene que decir, dejando otras cosas para otros momentos. Lucas, sin duda, privilegia a María como oyente de la palabra y eso, en este momento de subida a Jerusalén, es casi decisivo para el evangelista. Es necesaria, por tanto, la oración. «El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del “hacer por hacer”. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando “ser” antes que “hacer”. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: ‘Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria’ (Lc 10,41-42)» (San Juan Pablo II). Para concluir diremos que el cristiano ha de tener actitudes similares a las dos hermanas del evangelio. De generosidad dentro del contexto del amor a Dios, de servicio y de escucha. De servicio para hacer de la acogida signo de hospitalidad, y de escucha, signo de resolución de los problemas de aquellos que se acerquen. El que escucha a Jesús se reconoce acompañado, miembro gozoso de una comunidad de hermanos y hermanas. Le pedimos al Señor que nos abra los ojos, para saber descubrirlo a diario y lo sepamos sentir cerca, a nuestro lado. Pedimos al Señor que vivamos cada eucaristía, con apertura a la palabra de Dios con la misma actitud de María, y con la misma diligencia que Marta, Abrahán y Sara. «La vida de Marta, es nuestro mundo; la vida de María es el mundo que esperamos. Vivamos la de aquí con rectitud para obtener plenamente la otra» (San Agustín). Fritz Eichenberg, 1951 De la independencia a la interdependencia.En este Domingo XV del Tiempo Ordinario nos encontramos en el capítulo 10 del evangelio según Lucas. Es el centro del relato lucano, en el que podemos acompañar a Jesús en el camino hacia Jerusalén, como hemos escuchado hace unos días: “Mientras se estaban cumpliendo los días en los que sería arrebatado del mundo, se dirigió decididamente hacia Jerusalén” (Lc 9,51). Sabemos que, para Lucas, Jerusalén es la ciudad donde se realiza la salvación y el viaje de Jesús hacia Jerusalén es un tema central. El relato de Lucas comienza en la ciudad santa (Lc 1,5) y termina en la misma ciudad (Lc 24,52). En este texto que hoy contemplamos, se narra la parábola del Buen Samaritano. Aquí encontramos de nuevo el tema de un viaje, de un camino, esta vez de Jerusalén hacia Jericó (Lc 10,30). El texto de la parábola se abre con un dialogo entre un doctor de la ley que se levanta para poner a prueba al Señor diciendo: “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús no responde, sino que le hace otra pregunta: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? (Lc 10, 26). Más adelante a la pregunta de “¿quién es mi prójimo? le responderá con: ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Las preguntas de Jesús nos llevan al fondo de nosotros mismos y nos conducen a buscar nuestra verdad. Nos ponen frente a una realidad imperante, que nos cuesta afrontar muchas veces. Él no da la respuesta, ofrece el camino para iluminar nuestro entendimiento y la libertad para dar un paso al frente. La escena sucede en el camino. La vida acontece en el camino, una vez más. A veces el camino es fácil y está lleno de compañía; en otros, es difícil y solitario. No sabemos por qué el hombre iba por el camino largo de Jerusalén a Jericó; sólo lo encontramos golpeado, robado y medio muerto. Parece haber una violencia implícita construida en nuestras relaciones. Por otro lado, están el sacerdote y el levita que actúan con una indiferencia que no nos es muy desconocida. Ellos hicieron lo justo, pero no pudieron dar cauce a la compasión que había en sus corazones. “Todos somos o hemos sido como estos personajes: todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y algo del buen samaritano. Cuando se ama no se mira si el hermano herido o necesitado es de aquí o es de allá. El amor rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes.” (Papa Francisco, Fratelli Tutti) La decisión más radical es la decisión de ver. “Al verlo, se compadeció”. Una vez que veas, todo lo demás tiene sentido. La compasión que nace del amor es creadora: ¡crea un prójimo! «Podríamos incluso hablar de un sacramento, de un sacramento del amor: cuando alguien pone a disposición del prójimo su mismo ser vivo, su corazón, su fuerza, sus energías, entonces Dios hace entrar en juego su fuerza creadora, y surge el milagro de la relación con el hermano». (Romano Guardini) Entonces comprenderemos que todos estamos conectados, que dependemos unos de otros, que nos necesitamos para ser, pasaremos de la insensibilidad que deshumaniza a una proximidad sanadora. De la independencia a la interdependencia. La interdependencia es la clave de la compasión. Para reconstruir este mundo que nos duele, ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. No hay otra opción que compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. “¿Quién es santo? - se pregunta el poeta Kabir- Aquél que es consciente del sufrimiento ajeno”. Ser conscientes, estar presentes, conocer nuestros límites. La interdependencia hace posible la compasión, “sufrir juntos”, ese vínculo de amor que está en tu “corazón y tu boca” (Dt 30,14). La gente compasiva tiene claros sus límites. Conocer nuestros límites hace posible la proximidad, el cuidado del otro, la corresponsabilidad de mi hermano. “acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó.” Porque no se reconocía mejor, conectó con el hermano que compartía sus mismos límites. El final del Evangelio nos urge: “Vete y haz tú lo mismo”, no hay tiempo para pensar, sin dilaciones, sin excusas, “ve, ponte en camino”. Que el Señor nos conceda entrañas compasivas con los próximos y los no tan próximos, en este mundo tan necesitado de esta relación humana tan vital. Nos necesitamos mutuamente, porque en las llagas de nuestros hermanos está el camino hacia Jerusalén, nuestra salvación. Festival of lights (John August Swanson) Lucas (10,1-12.17-20):
Comentado por una hermana Las lecturas de este XIV domingo del tiempo ordinario nos adentran en una atmósfera que invita a la alegría y es sembradora de paz. Son los dos temas candentes en el evangelio de Lucas, que describe con palabras de Jesús la misión de aquellos que van delante de Él, anunciando el reino. La eficacia de la misión va siempre marcada por la oración incesante que hace fecundas nuestras obras, al estar precedidas por esta confianza en Dios y su promesa, la que nos anuncia el profeta Isaías. Es un envío hecho imperativo. Antes de ponerse en camino se ha orado al Padre para que mande obreros a su mies. Sin su gracia, sin el poder del amor de Dios, nada se puede predicar que sea verdadero. Sin la comunión de los que caminan juntos porque son enviados, conscientes de la misión recibida, nada será veraz. El saludo de paz al llegar a una casa no será auténtico si no es corroborado por el testimonio del amor fraterno. Sin ofrecer lo que se tiene y lo que se es, las capacidades o dones recibidos de Dios, para ponerlos al servicio de los demás, no se dará el milagro. Sin la astucia y la creatividad que vienen de la fe y la caridad unidas, no se superarán las dificultades. Solo la paz verdadera, la que nos trae Jesús, la que no da el mundo, es el signo de la presencia del reino entre nosotros, del mensajero que no se busca ni se anuncia a sí mismo, sino que se retira para señalarle a Él, al que viene detrás. La alegría que acompaña a estos setenta y dos es, no la de los méritos propios o los éxitos logrados, sino la de recibir un nombre que está escrito en el cielo. El nombre que Dios da con la identidad, la llamada, es irrevocable, y es el modo de permanecer, de gozar de la dicha verdadera. Es vivir en Él, por Él y para Él, mientras se peregrina aquí en la tierra, porque solo se podrá contemplar el amor en plenitud en el cielo si se acoge la vida de Dios derramada en nuestros corazones por el Espíritu. Lo que cuenta es la criatura nueva. Hoy se nos invita a ser cauces mientras caminamos, porque Él hará derivar como un río, la paz. La criatura nueva que recibe esta paz de los discípulos es la que verá florecer sus huesos, la que, vistiendo de luto por un tiempo, será consolada para siempre. Se nos invita a alegrarnos con Dios, escuchando lo que Él ha hecho con tantos, los que, llevando las marcas de Jesús en su cuerpo, pero sin talega, alforja ni sandalias, solo hablan de paz por el camino, solo dejan la paz como rastro para otros. Este evangelio hoy nos habla de nuestra peregrinación en la tierra, de que la vida del evangelio es un camino en comunión, que exige despojarse de sí para acoger el mandato de quien nos envía a un mundo que necesita experimentar caminos de paz y de gratuidad. Hoy más que nunca, esta Palabra es un reclamo para todo cristiano, a ser encarnada en la profundidad del mensaje que nos revela. En nuestro mundo, amenazado y golpeado por la violencia, la guerra, las divisiones, el sinsentido y la desorientación, hoy se nos llama con contundencia y belleza a ser testigos del gozo y la paz que solo Dios nos da, que nadie podrá arrebatarnos y que es para todos. Testigos veraces de la promesa de Dios con la fidelidad a la elección propia, la llamada y el abajamiento, para abrir paso al Reino, que es Jesús mismo, hecho hombre, Dios cercano y misericordia. Llamados a alumbrar para muchos el camino de la vida, porque la meta es llegar juntos, en familia, como hermanos, para ser abrazados por el Padre y contemplar su rostro irradiando la paz y la alegría verdaderas, viendo nuestros nombres escritos en el libro de la vida. |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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