Recibid el Espíritu SantoCon la fiesta de Pentecostés llega a su término y a su culminación la solemne celebración, por la Iglesia, de la cincuentena pascual. Después de haber celebrado a lo largo de estos 50 días la victoria de Jesús sobre la muerte, su manifestación a los discípulos y su exaltación a la derecha del Padre, hoy la contemplación y la alabanza de la Iglesia destaca la alegría espiritual ante la presencia del Espíritu de Dios y la entrega por el Resucitado de su Espíritu a los suyos para hacerles participar de su misma vida y constituir con ellos el nuevo Pueblo de Dios. ¿De qué estamos hablando al hablar de Pentecostés? La tradición ha instalado aquello de las lenguas “como de fuego” descendiendo sobre los discípulos reunidos en Jerusalén. Y nuestros lugares de celebración se llenan de imágenes alusivas en las que predominan los colores que van del amarillo al rojo. Así se lo describe en el texto de Hechos 2, 1-13, que da origen al nombre de Pentecostés (cinco decenas), que son los días transcurridos desde la Pascua. Pero, limitar la presencia del Espíritu divino a ese único acontecimiento sería un error. El soplo de ese sagrado viento que arropa a quienes seguían a Jesús en sus momentos de mayor temor, miedo, ansiedad, dudas e incertidumbres es un acontecimiento que hoy se actualiza, y que por tanto, todo cristiano puede experimentar de distintas maneras, y en el momento adecuado en el que Dios quiera dárselo. Pentecostés fue un acontecimiento que vivió la primera comunidad cristiana, y que aún hoy sigue sucediendo porque el Espíritu está vivo en medio de nosotros. Para varios comentaristas de este pasaje de la Sagrada Escritura que hoy estamos leyendo, lo que Juan menciona es apenas un anticipo de algo que recibirían en plenitud solo el día de Pentecostés. Para algunos de los padres de la iglesia, es apenas un “símbolo” o una “preparación” de los discípulos que “los hace idóneos” para lo que luego sucedería. Juan expresamente quiere vincular la experiencia pentecostal con Jesús. Por eso la coloca en el mismo relato donde Jesús resucitado muestras las marcas de su crucifixión. Y este soplo del Espíritu es coherente con lo que ya previamente dijera Jesús en su discurso de despedida, en Juan 16,7: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” En el contexto histórico-social que vivimos, en un mundo cargado de violencia, de odios crecientes, de desigualdades escandalosas, de un peligroso desarrollo de los fundamentalismos extremos, ¿cómo interpretar este Pentecostés que nos envía también a nosotros a una misión reconciliadora y de pacificación? ¿Cómo nos desafía este Pentecostés Joánico en la misión de proclamar el mundo nuevo de Dios? ¿Cómo encarnar esa paz de manera profunda en nuestras relaciones personales y en nuestra vinculación con la creación de Dios? Queridas hermanas, también hoy el Resucitado entra en nuestra comunidad y en nuestros corazones, aunque a veces las puertas están cerradas. Entra donando paz y alegría, vida y esperanza, dones que necesitamos para nuestro renacimiento humano y espiritual. Sólo él puede correr aquellas piedras sepulcrales que el hombre a menudo pone sobre sus propios sentimientos, sobre sus propias relaciones, sobre sus propios comportamientos; piedras que sellan la muerte: divisiones, enemistades, rencores, envidias, desconfianzas, indiferencias. Sólo él, el Viviente, puede dar sentido a la existencia y hacer que reemprenda su camino el que está cansado y triste, el desconfiado y el que no tiene esperanza. La experiencia de los discípulos, hoy, nos invita a reflexionar sobre el sentido que tiene la Pascua sobre nuestras vidas. Dejémonos encontrar por Jesús resucitado. Él, vivo y verdadero, siempre presente en medio de nosotras; camina a nuestro lado para guiar nuestra vida, para abrirnos los ojos, para enviarnos como testigos de su Palabra en medio de este mundo. Lecturas:
Hch 2,1-11 1 Co 12,3b-7. 12-13 Jn 20,19-23 Ascensión de Jesús, obra de Giotto “Sabed que yo estoy con vosotros”Esta semana celebramos esta Fiesta solemne de la Ascensión del Señor que destaca y subraya un aspecto, un acontecimiento, una realidad del único Misterio Pascual: la muerte y resurrección de Jesucristo. Esta Fiesta expresa, la dimensión de exaltación y glorificación de la naturaleza humana de Jesús, como contrapunto a la humillación padecida en la condena y la muerte en la cruz. El significado de la fiesta de la Ascensión se encuentra fuera de la historia humana. Sin embargo, sus implicaciones tocan la vida de todos los creyentes. Podríamos preguntarnos qué sucedió realmente en ese día de la ascensión. ¿Fue Jesús realmente levantado? Y si es así, ¿a dónde fue su cuerpo? Entonces, ¿qué significa esta fiesta? Tanto la primera lectura como el evangelio dan algunos detalles descriptivos del evento, pero es en la carta de San Pablo a los Efesios la que nos dice lo que significa la ascensión de Jesús, nos da la clave: “…Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos”. (Ef 1, 22-23) Pero en este día quisiera meditar el texto del evangelio de San Mateo, (el que propone la liturgia para este año). Lo primero que llama la atención es que la escena de la Ascensión se sitúa en un monte sin nombre. Esto nos indica que lo interesante de esta escena no es el lugar, sino el simbolismo. El monte significa el ámbito de lo divino, donde está Dios y el evangelista quiere situar también a Jesús. En este monte está la plenitud de la verdad, de la belleza, de la libertad, y, sobre todo, del amor, ahí nos invita Jesús a subir para ser felices con Él para siempre. Destacamos tres ideas importantes de este texto: 1.– Jesús se va al cielo, pero se queda siempre con nosotros. Precisamente este evangelio de Mateo ha destacado esta presencia de Jesús con nosotros. Al principio nos habla de Jesús como ENMANUEL. Su nombre, su esencia, es estar con nosotros. Sin nosotros, Él ya no sería Él. Desde el misterio de la Encarnación, Dios es Dios-con-nosotros. Y al final del evangelio nos dice que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Siendo esta presencia de Jesús tan arrolladora, ¿quién podrá decir que está solo?. En la vida podemos experimentar la “amarga soledad” pero sólo la soledad de los hombres, pero nunca la de Jesús. 2.– El encanto de una despedida. Ante la partida del Maestro, los discípulos no se entristecen. Su alegría se explica porque Jesús les dejó un don: la promesa del Espíritu Santo; y una tarea: ser sus testigos hasta los confines del mundo. Además, aquella despedida fue muy diferente a otras. El Señor Jesús mientras se marchaba les bendecía. Se fue de este mundo con los brazos abiertos, como los tuvo en la cruz, bendiciendo a la humanidad y abriendo definitivamente la senda y las puertas del cielo a todos. “Aquella solemne bendición de Jesús no era sólo para unos apóstoles en un momento preciso; era la bendición del Supremo Sacerdote que antes de entrar en el Sancta Sanctorum de la Jerusalén celeste, nos dejaba una bendición permanente para toda la Humanidad”. (Benedicto XVI). 3.– La importancia de la Misión. “Id y haced discípulos a todos los pueblos”. Lo que nos manda Jesús a todos sus seguidores es que “hagamos discípulos”. Precisamente a sus discípulos, llenos de intrepidez por la fuerza del Espíritu Santo, corresponderá hacer perceptible su presencia con el testimonio, el anuncio y el compromiso misionero. También a nosotros la solemnidad de la Ascensión del Señor debería colmarnos de serenidad y entusiasmo, como sucedió a los Apóstoles, que del Monte de los Olivos se marcharon "con gran gozo". Al igual que ellos, también nosotros, no debemos quedarnos mirando al cielo, sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, debemos ser misioneros, y proclamar el anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. Para la salvación de muchos, somos transformados por el misterio de Cristo que nos hace uno con El. Nos acompañan y consuelan sus mismas palabras, con las que concluye el Evangelio según san Mateo: "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20) Así pues, la Ascensión del Señor nos ha de colmar de esperanza, da plenitud a la alegría pascual. En el Cristo elevado al cielo el hombre ha entrado de una manera novedosa, en la intimidad de Dios. El "cielo", la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad. Por tanto, la solemnidad de la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros. Sin embargo, no pocos cristianos viven hoy mirando exclusivamente a la tierra, Al parecer, no nos atrevemos a levantar la mirada más allá de lo inmediato de cada día. En esta fiesta cristiana de la Ascensión del Señor quiero recordar unas palabras de Theilhard de Chardin: “Cristianos, a solo veinte siglos de la Ascensión, ¿qué habéis hecho de la esperanza cristiana?”… En medio de un mundo lleno de interrogantes e incertidumbres, los cristianos no podemos perder la esperanza, nos sostiene una certeza, una firme convicción. Cuando parece que la vida se termina, DIOS PERMANECE. El misterio último de la realidad es un misterio de Bondad y de Amor. Dios es una Puerta abierta a la vida que nadie puede cerrar. Lecturas:
Hch 1, 1-11 Ef 1, 17-23 Mt 28, 16-20 La evidencia del amorEstamos llegando a los últimos días de esta cincuentena Pascual. Dentro de poco celebraremos la Ascensión del Señor a los cielos y la gran fiesta de Pentecostés que es el el inicio de la Iglesia, animada por el Espíritu Santo, en las primeras comunidades cristianas, como estamos escuchando en la lectura cotidiana de los Hechos de los Apóstoles. Hoy nos encontramos con el pasaje del Evangelio de San Juan en el cual Jesús anuncia a sus discípulos un acontecimiento importante, una despedida esperanzada: tras su resurrección, el Señor les enviará el Espíritu Santo, que les guiará haciéndoles recordar y comprender cuanto Él les había dicho. El Espíritu Santo es revelado así como otra Persona divina con relación a Jesús y al Padre. Con ello se anuncia ya el misterio de la Santísima Trinidad, que se revelará en plenitud con el cumplimiento de esta promesa. Leemos en el evangelio de este domingo que Jesús dice: "os enviaré otro Paráclito", significa que Él actuó con los discípulos como paráclito, es decir, como «llamado junto» a cada uno de ellos, con el fin de acompañar, consolar, proteger, defender... custodiar la vida del espíritu en ellos. Jesús habla del Espíritu Santo como de «otro Paráclito», porque el mismo Jesús es nuestro Abogado y Mediador en el cielo junto al Padre. Y el Espíritu Santo será dado a los discípulos en lugar suyo como custodio, cuando Él suba al cielo. También hoy recibimos esa promesa, somos custodiados por el Espíritu Santo, nos acompaña e ilumina en esta peregrinación de la vida, hacia Dios, y siempre está con nosotros, y con ello se cumple su palabra: "no os dejaré huérfanos". "Así como Jesucristo predicaba, así ahora el Espíritu Santo predica; así como enseñaba, así el Espíritu Santo enseña; así como Cristo consolaba, el Espíritu Santo consuela y alegra." (San Juan de Ávila) Las acciones del Espíritu Santo son una evidencia de esta custodia. En la Palabra de hoy leemos diferentes verbos: amar, guardar, ver, conocer, morar, estar en, volver, vivir, aceptar. Todas estas acciones nos revelan la acción del Espíritu Santo en nosotros: aceptar su Palabra, guardarla en el corazón, ver con ojos de fe, conocer a Dios, saberme habitada, esperar su regreso, confiar en la vida eterna, todo esto es manifestación del Espíritu en nosotros, porque nadie puede decir " Jesús es el Señor" si el Espíritu Santo no se lo concede. (cf. 1Cor 12,3) Pero aún hay una evidencia mayor: "No hay amor más grande que dar la vida" (Jn 15,13) Jesús fue el primer paráclito, custodió la vida de aquellos que le habían sido entregados por el Padre (Jn 17,9), y una vez finalizada su misión en esta tierra, en su último aliento de vida... "entregó el Espíritu" (Jn 19,30), y por este Espíritu somos vivificados, consagrados, animados, fortalecidos, iluminados en la verdad, porque Él es la verdad (cf. Jn 14,17). No tenemos mayor evidencia, ni es posible, de su amor por nosotros. Ante esta evidencia, ante este amor tan inmenso, surge en nuestro pequeño corazón: "¿cómo puedo corresponderte, Señor?" y Jesús dice: "el que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama". La verdadera evidencia de un corazón que ama a Dios es que este guarde sus mandamientos, guardarlos no por temor, sino porque le amamos. Y aún para ello necesitamos del Espíritu Santo, que habla el lenguage de Dios, que es capaz de transformar nuestra mente, nuestra vida, nuestro corazón, en morada suya, llena de luz y de verdad. Guardar sus mandamientos consiste fundamentalmente en este consejo: “amar al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y amar a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 34-40), no hay mandamiento mayor que éste. MARÍA, nuestro modelo. María acogió la promesa del ángel Gabriel, enviado por Dios, guardó todo en su corazón, se dejó llenar del Espíritu Santo (cf. Lc 1,35), aceptó ser morada de Él. A Ella nos dirigimos con humildad para pedirle su intercesión y así, como Ella, sepamos acoger la Palabra, guardarla, y dejar obrar al Espíritu Paráclito en nosotros. Lecturas:
Hch 8, 5-8. 14-17 1 Ped 3, 15-18 Jn 14, 15-21 El tiempo Pascual tiene un significado especial en la celebración de la fe y en la enseñanza de la Iglesia. Nos traslada a los inicios de las primeras comunidades cristianas tras la Resurrección de Jesús. Nos introduce en la vida de los apóstoles, su llamada, sus incertidumbres, los primeros pasos para ser fieles a la fe recibida. Nos ayuda a vivir ese encuentro personal con el Resucitado hoy. Nos habla de la misma llamada encarnada en nuestro tiempo, sin perder la verdadera orientación, que es la escucha y la obediencia al Espíritu Santo, aprender a discernir los signos de los tiempos, que es la esencia de ese “caminar juntos”. El evangelio de este domingo es un anuncio de este paso de Jesús, de la Pascua: ha sido enviado por el Padre para llevarnos con Él, por la fuerza del Espíritu. Misterio insondable, inabarcable para la mente humana, que Jesús quiere explicar a sus discípulos, pero ellos no entienden. Es como pretender abarcar el misterio trinitario desde los parámetros humanos de la razón, de los sentidos. El lenguaje que Jesús usa es el de las paradojas, para “hacerles comprender” lo que está fuera del control humano, más allá de la razón: la fuerza invisible de la comunión que vive con el Padre, la absoluta certeza de la confianza en Él, la entrega incondicional hasta la muerte, la seguridad de su designio salvífico para la humanidad. “No se turbe vuestro corazón”… “Creed en mí”… “En la casa de mi Padre hay muchas estancias”… “Yo soy el camino, la verdad y la vida”… Detrás de esta revelación de sí mismo, Jesús nos está repitiendo una y otra vez que lo que anhela el corazón humano está en su persona. El camino es el evangelio. Su modo de vivir, el mandato del amor, dar la vida, servir, es por donde hay que caminar, todos los días de la vida, en esta tierra. Él es el camino para encontrar la verdad, la única verdad que salva, la vida verdadera. ¿Podemos decir que aún no entendemos? Jesús es el rostro del Padre. La fuerza de su amor crucificado por nosotros es el Espíritu. Esta Palabra que se proclama hoy tiene el poder de fortalecer la fe de todo creyente. La luz de la Pascua hoy es más luminosa que cualquier tiniebla que ensombrece el corazón humano. El anhelo de la casa del Padre, mientras se está de camino, es el soplo del Espíritu que habita en nosotros y nos lleva. ¿Podemos decir que aún no le conocemos? Hoy estamos llamados a avivar la fe para leer entre líneas, en las palabras de Jesús, lo que no se ve con los ojos humanos. Su Palabra sigue ardiendo en los corazones de quienes aún van de camino. Su Espíritu sigue obrando, su Palabra encarnándose, los brazos del Padre esperándonos. El camino se abre cada día para quien acepta el reto de ser peregrino. El Camino tiene un nombre, Jesús. Tiene un cayado, el Espíritu, que nos guía a la Verdad plena, la única que nos hace libres. Tiene un destino, el Padre que es Vida abundante. Lecturas:
Hch 6, 1-7 1 Ped 2, 4-9 Jn 14, 1-12 |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
Archivos
Marzo 2024
|