¡No tengáis miedo!¡No tengáis miedo! Son palabras de Jesús que se repiten en tres momentos del evangelio de este domingo. Jesús acaba de decir a sus discípulos que les perseguirán y les encarcelarán, y aunque el no tengáis miedo” está encuadrado en el contexto de la misión, sin embargo, lo podemos aplicar a todas las situaciones de miedo paralizante de nuestra vida. El miedo es la duda frente a lo desconocido, lo que no sabemos, lo que nos falta por comprender. Tememos. Y tememos cosas comprensibles: los hombres, la muerte, la vida sin Dios. En esto se resume los miedos que enumera Jesús en este evangelio. Jesús no desconoce nuestra condición humana, sino que la sintió profundamente suya como verdadero hombre. Lo peor del miedo y del temor es que nos hacen pensar que la vida, la puedo tener asegurada y vivir sin asumir ningún riesgo. Si Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos prometa un camino sin dificultades. Dios no es la garantía de que todo va a ir bien, sino la seguridad de que Él estará en todo momento. No tener miedo es hacer uso de mi libertad para arriesgar la vida por seguirle, imitando su vida. El Papa Francisco nos interpela diciendo: “¿A qué tienes miedo? Tal vez miedo a la soledad, a no ser acogida, a las malas interpretaciones de las demás, a la enfermedad, al dolor, a la muerte… Cristo tiene una respuesta y te la está comunicando en el Evangelio de este domingo. Confía en Dios y se te acabarán todos tus miedos y tus temores” “No tengáis miedo porque vuestro Padre celestial cuida de vosotros” Mensaje de Jesús tremendamente actual a cada uno de nosotros. “No tengas miedo porque Dios está contigo y Él te protege” No tengas miedo porque el poder de Dios, su amor y su providencia son infinitamente superiores al poder humano y todas las amenazas. Y si falla esta convicción, la contemplación de la naturaleza nos debe recordar que Dios cuida de todas sus criaturas. Jesús nos llama a mantener una esperanza segura. La verdadera y gran esperanza que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, que nos ama hasta el extremo. Lecturas:
Jer 20, 10-13 Rom 5, 12-15 Mt 10, 26-33 Juan Genovés "Multitudes" Viendo a las multitudes se compadeció de ellasAl leer las lecturas de este domingo un primer movimiento salta a nuestra vista como si fuera un cambio de escenario. En la primera lectura Moisés ha de subir al monte, para encontrarse con Dios. En el Evangelio Dios mismo ha bajado de su santuario, recorre el camino inverso, y le habla a los hombres pisando su mismo suelo. Dios se hizo hombre y vino a nuestra tierra, y se compadeció de nosotros. Por nosotros vino, por amor a nosotros. No podemos hoy menos que proclamar esta Buena Noticia, que se hace verdad nuevamente hoy. ¿Qué vives?, ¿dónde estás?, ¿quién eres entre la multitud? Hay Uno que hoy viene a Ti, como a cada hombre, y que nos mira compadecidos, porque vivimos, en el fondo, como ovejas sin pastor. Más allá de esta diferencia, encontramos una similitud entre ambos pasajes. Tanto en el Monte Sinaí, como en el episodio evangélico, aparece una multitud, una muchedumbre anónima. Una multitud de fugitivos será Israel que acaba de ser librada de las manos de la muerte, y una multitud extenuada y abandonada será con la que se encuentre Jesús. ¿Es que no estás tú a veces entre esa multitud angustiada? Y en ambos casos será la presencia de Dios el que nos saque del anonimato de la muchedumbre, el que nos mire personalmente y el que nos convertirá en pueblo. Para ello Dios empieza pidiéndole a Israel que recuerde lo que ha hecho por él. No te olvides, no te olvides de lo que Él hizo por ti. La memoria de lo que Él ha hecho por nosotros se graba a fuego en nuestro corazón y está al inicio de cualquier experiencia religiosa. Yo haré contigo Alianza, seréis reino de sacerdotes. De muchedumbre en huida a pueblo de Dios salvados por su Gracia. De andar como ovejas sin pastor a tener una tierra, un destino, por el Amor de Dios. También en el Evangelio Jesús se encuentra ante una muchedumbre. Cada uno de nosotros en muchas circunstancias se encuentra en una multitud anónima, con frecuencia formamos parte de ella. En la vorágine del tráfico, en una cola para pagar la compra, o simplemente cuando estoy rodeado de desconocidos. Estoy entre la multitud también cuando no confío en los que me rodean, ellos de alguna manera me son desconocidos.Cada uno entre la multitud lleva escondido sus propias penas, los problemas, las dificultades, las esperanzas más tenaces, los proyectos. La multitud, paradójicamente, constituye el refugio secreto donde cada uno puede esconderse, esconder lo que lleva dentro, sustraerse a los demás, negarse al otro. Convertirse en pueblo, en comunidad, significa por el contrario conocerse, encontrarse con la mirada, comunicar, hablar, escuchar. Significa también dejar circular la vida, la simpatía, el calor humano. En una comunidad no hay individuos uno al lado del otro, sino personas con rostro, nombre e historia que se comprometen a hacer comunidad. No hay gente anónima, sino personas que se miran cara a cara. Pero esto no sería posible si nosotros no hubiéramos sido mirados antes con amor. La distancia, la sospecha, el egoísmo, los propios intereses y la propia carrera, el orgullo o el amor propio nos lo impedirían si cada una de nosotras no hubiera sido salvada por la mirada de Jesús. Cada una de nosotras puede contar que Él nos vio entre la multitud y su mirada nos rescató. Yo soy porque Tú, Señor, me miras con compasión y esa mirada la necesito cada día. Jesús, finalmente, nos implica en su compasión. Somos nosotros mismos enviados a mirar a los demás así, con nuestro nombre propio, como los apóstoles, con nuestra historia propia, a llevar Tu nombre y Tu vida a tantos hombres y mujeres que tienen sed, que viven extenuadas como ovejas sin pastor. Porque gratis Señor nos lo das, gratis lo damos. Porque nunca fue nuestro ni lo merecimos. Porque siendo nosotros indignos, siendo nosotros heridos y pecadores, Tu vida diste por nosotros. Amén Lecturas:
Ex 19, 2-6a Rom 5, 6-11 Mt 9, 36—10, 8 “ El que coma de este pan vivirá para siempre ”Queridas hermanas: En este domingo de la Solemnidad del Santísimo cuerpo y sangre de Cristo, con gratitud recordamos el camino que hemos hecho hacia la Pascua de la Paz. Haciendo memoria de lo vivido podemos adentrarnos en las palabras que Moisés dice al pueblo: «Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer”. Ha sido un camino de gracia tras gracia, porque el Cordero manso con su sacrificio en la cruz, nos ha traído la paz! La hemos invocado, la hemos anhelado, la hemos visto posarse en nuestro interior como una brisa suave, y hoy, la vemos entrar en nuestros corazones, entrar en nuestro interior como alimento para la vida eterna. Por ello en esta tarde, de manera especial rumiando la palabra que hoy se nos regala ponemos nuestra mirada en el Señor, El pan vivo bajado del cielo. “Oh! Dios escondido (…) A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte. En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad. Salve cuerpo verdadero nacido de la Virgen María, verdaderamente sacrificado en la cruz por la humanidad cuyo costado traspasado manó agua y sangre. ¡Te adoramos, te contemplamos, te damos gracias! ¡Te has quedado entre nosotros, con nosotros, esa fue tu promesa y así lo has cumplido! Has preparado una mesa, una mesa de fraternidad, un banquete que no acabará nunca y por ello, ¡Te damos gracias! Te has donado a nosotros de tal manera que, ahora nosotros comiéndote, teniéndote dentro, podamos donarnos a los demás. Somos tu cuerpo y por ello, ¡te damos gracias! Con alegría, hoy alzamos la copa de la Salvación, bendiciendo tu nombre. ¿Cómo pagaremos todo el bien que nos has hecho? Nos has abierto las puertas del Reino, nos has donado de tu Espíritu, Nos has hecho hermanos tuyos, e hijos del Padre, nos has dejado a María como madre, y te has quedado aquí para ser alimento para la vida eterna! Y por ello, te damos gracias! Te confieso como mi Dios y te pido que hagas que crea más y más en Ti, que en Ti espere y que a Ti solo ame. Que sea también yo alimento para mis hermanos y así mi vida sea testimonio de que Tú habitas en mí y que yo habito en ti.” Amén. Lecturas:
Deut 8, 2-3. 14-16 1 Co 10, 16-17 Jn 6, 51-58 Contemplar nuestra herencia Contemplar la Santísima Trinidad es contemplar la comunión desde la cual hemos sido creados y a la cual somos llamados. “Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad” (Sal 16 ). La comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es nuestra herencia, el lote de nuestra heredad, según el eterno designio del Padre. Tanto amó Dios al mundo que nos ha dado el Unigénito (cf Jn 3,16). En el Hijo, hemos recibido gracia tras gracia (Jn1,16), hemos sido enriquecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales (Ef 1,3), por su sangre hemos recibido la redención (Ef 1,7). En Él reside toda la plenitud y por Él hemos sido reconciliados con todos los seres (Col 1, 19-20). Los himnos cristológicos inspirados por el Espíritu, recogen la experiencia pascual que después de Pentecostés brota en los labios de los apóstoles como primeras confesiones de la fe, primeros anuncios del kerygma en toda su fuerza genuina. Jesús es la nueva Alianza entre Dios y los hombres. Moisés, que baja del monte Sinaí y sube a la presencia de Dios con las tablas de la Ley, es figura de Jesucristo, el único que bajó del cielo y que conoce al Padre. Los hombres rompen las tablas de la Alianza, Moisés las restaura y las vuelve a presentar ante Dios. “Si he obtenido tu favor … tómanos como heredad tuya” (Ex 34, 9). Que nosotros seamos Tu heredad era la primera Alianza. Que Tú seas nuestra heredad, es la nueva Alianza. El Padre nos ha dado el Hijo y el Hijo nos ha dado el Espíritu. El Espíritu, derramado en el mundo en Pentecostés, nos hace intuir en qué consiste la promesa, entregada ya como herencia, porque por el Hijo hemos sido hechos hijos y por lo tanto, herederos. Por Él, por el bautismo en su nombre con agua y con Espíritu, hemos recibido la vida en el Espíritu, la vida divina, la vida trinitaria, vida eterna. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, por eso podemos decir con el Hijo: Padre nuestro. Este es el nuevo nacimiento que viene explicando Jesús a Nicodemo en el diálogo del que el evangelio de hoy toma nada más dos versículos, referentes a la esencia de nuestra fe. Reconocer al Hijo que el Padre envió - no para juzgar al mundo, sino para que el mundo crea en Él y tenga la vida eterna. La vida eterna es el conocimiento del Dios trino. Reconocer que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo están siempre con todos nosotros (2Cor 13,11-13) es reconocer el Reino, la vida de Dios entre y en nosotros. Vivir desde ya la gracia de la comunión que es nuestra herencia. Es el saludo de paz que inicia cada Eucaristía, cada vez que en la tierra se vuelve a celebrar y se vuelve a actualizar por la acción del Espíritu Santo el Misterio Pascual, en el seno de la Iglesia. En este día Pro Orantibus, día de la Vida Contemplativa, demos gracias por nuestra herencia, herencia de todos los bautizados. Gustemos del lote de nuestra heredad, de la vida de comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Lecturas:
Ex 34, 4b-6. 8-9 2 Cor 13, 11-13 Jn 3,16-18 |
TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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