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Domingo 1º de Cuaresma

24/2/2023

 
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“Al Señor, tu Dios, adorarás y
​ a él solo darás culto”

​Hoy celebramos el primer domingo de Cuaresma. El tiempo cuaresmal es un tiempo especial de interioridad, reflexión, profundización y conversión. Hoy se nos invita a adentrarnos en el desierto, a dejarnos conducir por el Espiritu, acompañando a Jesús. Se nos invita a aprender a ver la realidad con ojos más limpios.
En la Biblia el desierto es lugar de aridez, de exigencia, de prueba, pero es también  lugar de encuentro, donde Dios habla al corazón (Oseas 2,14), donde nace el Pueblo de Dios a una vida nueva (Ex 13,3). Desde esta perspectiva de encuentro y vida podemos mirar nuestra realidad personal, comunitaria...
Jesús ayuna: “Durante cuarenta días con cuarenta noches”. Es lo que conmemora la Cuaresma. Y esta acción penitencial del Señor está cargada de simbolismo: Cuarenta días y cuarenta noches duró el castigo del diluvio (Gn 7,4); cuarenta días y cuarenta noches pasó Moisés en la nube del Sinaí (Dt 9,25), antes de entregarle la Ley (Ex 24,18); también pasó Elías cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber, caminando hasta el monte Horeb para encontrarse con el Señor (1R 19,8); y en especial, durante 40 años habitó Israel en el desierto, en medio de pruebas y tentaciones (Nm 14,34).
En esta Cuaresma se nos invita a seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz, culmen de su misión de salvación. Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la cruz? La respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. El sentido del pecado, que no es lo mismo que el “sentido de culpa”, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios. Como muy bien lo expresa el salmo que se reza hoy, atribuido al rey David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: “Contra ti, contra ti sólo pequé” (Sal 50, 6).
Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar al pecador. Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente por esto no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para salvar a la humanidad, Dios interviene. Dios está decidido a liberar a sus hijos de la esclavitud para conducirlos a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente la del PECADO. Por esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a los hombres del dominio de Satanás. Contra este plan de salvación definitivo y universal, el Diablo se ha opuesto con todas sus fuerzas, como lo demuestra el Evangelio que se proclama hoy. Por tanto, entrar en este tiempo litúrgico significa afrontar el combate espiritual contra el espíritu del mal. La escena de: “Las tentaciones de Jesús” es un relato que no hemos de interpretar ligeramente. Las tentaciones que se nos describen no son propiamente de orden moral. El relato nos está advirtiendo de que podemos arruinar nuestra vida, si nos desviamos del camino de seguimiento de Jesús.
Vencer las tentaciones por otra parte, no es fácil; no lo fue para Jesús ni lo será para nosotros. Pero el Maestro nos da herramientas. En primer lugar, Jesús, se aferra firmemente a su fe, se acoge a Dios y a su Palabra para vencer las tentaciones; no dialoga con ellas, se da cuenta desde el principio de que el tentador quiere desviarle de su camino. Mateo nos sugiere así una forma de lucha contra la tentación, la Palabra de Dios: Leerla, meditarla, orarla, hacerla nuestra, incorporarla a nuestro sentir y a nuestra forma de comprender el mundo y la vida. En segundo lugar, todas las tentaciones suponen querer servirse de los demás, o de Dios, en vez de ofrecer la propia vida al servicio de los otros; el servicio callado y desinteresado, como Jesús mismo vivió y nos enseñó, será una herramienta poderosa contra la tentación del egoísmo. En tercer lugar, la tentación siempre se desenmascara como esclavitud; los textos del Antiguo Testamento son muy claros, el pueblo murmura contra Dios y contra Moisés añorando lo bien que vivían siendo esclavos en Egipto. En la Biblia Dios siempre quiere liberarnos, nunca esclavizarnos, pero también deja que nosotros escojamos el camino. Por último, Jesús no nos deja solos en nuestra lucha, nos prometió que estaría siempre con nosotros, hasta el fin de los tiempos, y así sigue siendo. Pidámosle cada día: “No nos dejes caer en la tentación” .
Lecturas:
Gn 2, 7-9; 3, 1-7
Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17
Rom 5, 12-19
Mt 4, 1-11

Domingo VII - Tiempo Ordinario

17/2/2023

 
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San Martín parte su capa con un pobre
En este domingo VII del tiempo ordinario, ya a las puertas de iniciar el camino cuaresmal, el pórtico del Antiguo Testamento nos presenta el mal en forma de odio y venganza, como semilla escondida en el interior del ser humano, y el modo de combatirlo por medio del amor y la santidad. Este mal es una amenaza que enturbia la bondad del corazón humano, hecho a imagen de Dios; dotado con la soberanía de decidir ser esclavo o ser hijo, de abrir la puerta del consentimiento, que da paso al odio y a la venganza, o de poner un límite al mal, impidiendo que anide dentro.
Jesús se dirige a sus discípulos, a los cristianos de todos los tiempos y en cualquier lugar del mundo, que escuchan su Palabra y deciden vivirla.

El evangelio proclamado hoy es una profecía de odio y persecución para aquel que se decide a escuchar, que solo es posible afrontar con la identidad recibida en el bautismo: la filiación divina. Ser hijo en el Hijo, en Jesús, tener a Dios por Padre y saberse hermano de todo ser humano.

La novedad del mensaje de Jesús en este pasaje responde directamente a la ley del Talión que, originariamente pretendía parar esta espiral del mal, poniendo un límite al deseo de venganza. Esta ley fue promulgada por los antiguos para que nadie devolviera a nadie un mal mayor del que había sufrido. Parecía inevitable responder a una ofensa con otra ofensa, y la justicia intervenía para permitir responder solo en la misma medida, sin exceder el daño infligido, sin entender que, de este modo, algo se iba sembrando en el corazón humano, como una cadena interminable de eslabones de odio y venganza.

La ley nueva del amor de la que Jesús nos habla y predica con su vida invita, paradójicamente, a una respuesta muy distinta a esta. En el sermón de la montaña, Jesús parece escalar un nivel de mayor exigencia hacia sus oyentes a medida que les habla. ¿Quién puede llegar a la cima de amar a los enemigos y rezar por quienes nos persiguen?

Jesús parece invitar a sus seguidores en sentido contrario a lo que apunta la lógica humana, la justicia de los antiguos. Él no pone límite al mal que le llega: “si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”. Jesús se presenta de este modo a sus enemigos, a sus verdugos, a sus acusadores… sin responder con la misma medida, sin perder su libertad, sin robar la libertad de elegir el bien o el mal. Se hace vulnerable, pero sin dejarse encadenar en esa espiral que no tiene fin. El amor al que Jesús nos llama es el de la soberanía de ser hijo y saberse amado. De esta manera, el mal que se sufra no afectará a la entraña de este sello que todos llevamos impreso en el interior. Será el arma que nos capacite para responder como Él.

Amar a los enemigos y rezar por ellos significa no dejarse derrotar por este mal que nos acecha y responder con la bondad de Dios, que siempre está a nuestro alcance, porque somos templos donde Él quiere habitar.

No es una utopía ni un imposible. Para la voluntad y las fuerzas humanas, sí, pero no para Dios, para el poder que reside en todo cristiano, en todo hijo de Dios. Los santos han vivido así y es la llamada que se nos hace hoy. El “yo, en cambio, os digo” de Jesús podemos verlo encarnado en la vida de Josefina Bakhita, cuya memoria acabamos de celebrar. En ella, el odio no tuvo su efecto porque la gracia de Dios paró la espiral de este mal, transformándolo en bien.

Este es el reto de la Palabra de hoy, para responder al mal que nos viene, que quiere arraigar en el interior, que viene de fuera o que está patente en nuestro mundo, y al que podemos vencer de una sola manera: siendo hijos amados y, desde la creatividad del amor, buscar mil caminos de dar paso al bien y a la bondad, que es la raíz de la existencia, el ser hijos de un mismo Padre.
Lecturas:
Lv 19, 1-2. 17-18
Sal 102,1-2.3-4.8.10.12-13
1 Co 3, ,16-23-
Mt 5, 38-48

Domingo VI - Tiempo Ordinario

11/2/2023

 
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Lecturas:

​Si 15, 16-21
Sal 118,1-2.4-5.17-18.33-34

1Cor 2,6-10
Mt 5, 17-37
Para mí, hermanas, la respuesta que nos invita a dar el evangelio de este domingo me parece resumida en la primera lectura del Eclesiástico: “Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera”.

El pasaje que nos presenta Mateo está encuadrado en el Discurso evangélico de Jesús. Este discurso comienza con la predicación de las bienaventuranzas añadiendo seguidamente la apelación a ser luz y sal en el mundo. El paso de la Sagrada Escritura nos habla de diez consejos para ser “bienaventurados” que a mi parecer coinciden en número con los Mandamientos de la Ley dados a Moisés. Todo lo que se recoge en el Decálogo es totalmente avalado y alabado por Jesús sólo que añadiendo y reafirmando, además, con absoluta autoridad que con Él la justicia va más allá de la propia Ley, más allá de la norma porque el único modo de que alcance su plenitud es viviéndola desde el amor entregado hasta el límite.

Las bienaventuranzas abren un nuevo horizonte, redescubren la grandeza que se nos dio en el Monte Sinaí a través de la persona de Moisés... Por ello, nada puede quedar eliminado sino que el Decálogo alcanza su culmen cuando es impulsado por la novedosa fuerza de la misericordia y del Mandamiento del amor que nos enseña Jesús. El mandato se transforma en la Buena Nueva que Dios nos explica a través de su Hijo hecho carne para salvarnos.

La Palabra es actual, viva y eficaz y hoy somos invitados a escucharla. Escuchar desde un nuevo monte Su Voz. Sentarnos a sus pies con el corazón abierto y los oídos atentos haciendo eco de su mensaje. Dejar que resuene hasta alcanzar lo más hondo de nuestro corazón y escoger libremente la preciosa senda que Él nos pone delante. Una vía ciertamente costosa pero que promete no sólo avistar la Tierra Prometida, sino que además nos conduce hasta la puerta del Paraíso donde se halla el verdadero y único Árbol que da Vida. Sólo el amor es la llave que puede abrir esta puerta.

En este nuevo caminar el amor al prójimo alcanza su más alta cima. Ya no consiste en “no matar físicamente” sino en acompañar, perdonar, reconocer la dignidad del hermano hasta sus últimas consecuencias. Por tanto nunca bastará no odiar, sino que se nos pide amar hasta el extremo. Podemos matar con nuestras indiferencias, silencios, egoísmos, injusticias, rencores...

Esta nueva ley aparece inscrita en nuestros corazones, es luz que ilumina lo que hemos de vivir dentro, en lo más íntimo de nuestra conciencia. El amor se transparenta con obras externas que pueden acreditarlo pero la auténtica integridad del corazón se juega en el interior.

Sin duda, Jesús removió la conciencia de sus coetáneos. Algunos reconocieron su sabiduría y autoridad. Otros reaccionaron con falta de aceptación, aversión y antipatía.
​

Hoy, su Palabra sigue invitándonos a descubrir dónde se encuentra la verdadera alegría y nos interroga desde el abismo de su Amor: “¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?”

Domingo V - Tiempo Ordinario

6/2/2023

 
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 Identidad, Comunión y Misión

Esta semana hemos celebrado la XXVII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, en la Fiesta de la Presentación del Señor. Recordamos en la oración en este día a aquellos hermanos y hermanas en la fe, que dentro de su llamada a la Santidad como bautizados han sido llamados a imitar más de cerca al Señor en su forma de vida, llamados a encarnar una vida cristiforme, con un peculiar seguimiento, abrazando los consejos evangélicos y determinando vivir en profundidad este carácter trinitario recibido como gracia en el Bautismo.
 
Las lecturas de hoy Domingo (V del TO) tienen mucho que ver con esta llamada eclesial y su triple dimensión: Identidad, Comunión y Misión.
 
Confessio Trinitatis (Identidad)

La Vida Consagrada es anticipación del Reino, quiere mostrar al mundo la belleza de la transfiguración, el deseo de plenitud humana de vivir en Dios y para Dios, la llamada a una conversión continua del corazón a Él.

El Señor nos dice hoy a los Consagrados: “Vosotros sois la sal de la tierra, sois la luz del mundo”. Tenemos este precioso legado de conservar, como sal, lo que se nos ha dado, la experiencia del Espíritu, el don Trinitario de su Amor. Somos llamados a ser luz en medio de un mundo habitado por muchas oscuridades. El testimonio de cada consagrado es importante, la fidelidad desde lo más nimio a lo más vistoso es ese grano de sal, es esa llama pequeña, que transforma nuestro mundo. Nuestra experiencia de vida se enraíza en la experiencia de los apóstoles recorriendo el camino pascual de Jesús, camino que nos desvela el rostro Trinitario de Dios. Camino que revela también la bajada del monte, a la vida cotidiana más dura, y el doloroso camino hasta la cruz, acompañando así a tantas personas que sufren, que se acercan a nuestro Monasterio en busca de consuelo, de paz, de luz, de encuentro con el Amor.
 
 
“Signum fraternitatis” (Comunión)

San Pablo nos exhorta en la segunda lectura a dar testimonio anunciando el misterio de Dios con la sabiduría que viene del Espíritu. Se presentó a la comunidad “débil y temblando de miedo”, manifestando así la necesidad de que la fe no se apoyara en la sabiduría humana sino divina. Pablo quería con ello fortalecer la fe de sus hermanos, signo de auténtica fraternidad.
 
Los consagrados también estamos llamados a mantener viva en la Iglesia la exigencia de la fraternidad como confesión de la Trinidad, se nos pide que seamos expertos en comunión" y que vivamos la respectiva espiritualidad como 'testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que constituye la cima de la historia del hombre según Dios”.
 
En nuestra Regla agustiniana leemos como principio y fundamento de nuestra vida:
 
“Ante todo, que habitéis unánimes en la casa (cf. Sal 67,7) y tengáis una sola alma y un solo corazón (Hch 4,32) en camino hacia Dios. Este es el motivo por el que, deseosos de unidad, os habéis congregado.”
 
Es para nosotras un don de Dios y parte de nuestra llamada e identidad como agustinas, la fraternidad. Como en las primeras comunidades cristianas, queremos encarnar esta llamada de los primeros discípulos de Jesús los cuales “tenían un solo corazón”, y aquella forma de vivir era el primer testimonio del amor de Dios a los hombres. Tertuliano en el siglo II nos dejó escrito su testimonio sobre los primeros cristianos: “la gente, al verlos decía: “Mirad cómo se aman”. Así deseamos vivir también nosotras, este es el deseo de nuestro corazón.
 
 
“Servitium caritatis” (Misión)

El libro de Isaías nos recuerda un gesto fundamental de todo el que quiere ser luz de Dios en este mundo: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos.” La labor de la Iglesia a los más necesitados a lo largo de la Historia ha tenido gran parte de su desarrollo a través de innumerables congregaciones religiosas, monasterios, vírgenes consagradas, y personas que han consagrado sus vidas a Dios, a través de los Consejos Evangélicos.
 
Toda consagración es para una misión. La imitación de Cristo nos conduce a buscar el Reino y su justicia, ser una Iglesia en salida, acercarnos a las realidades más pobres y necesitadas. Hoy el Evangelio nos lo recuerda: “Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos”.
 
Que el Espíritu Santo se manifieste en nuestras obras y con su poder transforme nuestro mundo en el sueño de Dios para cada persona.
 
María, figura de la Iglesia,
Esposa sin arruga y sin mancha,
que imitándote «conserva virginalmente
la fe íntegra, la esperanza firme y el amor sincero»,
sostiene a las personas consagradas
en el deseo de llegar a la eterna y única Bienaventuranza.
Las encomendamos a ti,
Virgen de la Visitación,
para que sepan acudir
a las necesidades humanas
con el fin de socorrerlas,
pero sobre todo para que lleven a Jesús.
Enséñales a proclamar
las maravillas que el Señor hace en el mundo,
para que todos los pueblos ensalcen su nombre.
Sostenlas en sus obras en favor de los pobres,
de los hambrientos, de los que no tienen esperanza,
de los últimos y de todos aquellos
que buscan a tu Hijo con sincero corazón.
Te lo pedimos,
para que en todos y en todo
sea glorificado, bendito y amado
el Sumo Señor de todas las cosas,
que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
 
Lecturas:
 Is 58, 7-10
Sal 111,4-5.6-7.8a.9
1 Co 2, 1-5
Mt 5, 13-16

    Todos

    Imagen

    Mateo

    1, 18-24
    3, 1-12
    3, 13-17​
    ​4, 1-11
    4, 12-23
    5, 1-12a
    ​5, 13-16
    5, 38-48

    11, 2-11
    17, 1-9
    24, 37-44

    28, 16-20

    Marcos

    1, 12-15
    1, 29-39
    ​
    ​1, 40-45
    ​
    4, 26-34
    5, 21-43
    6, 1-6
    6, 7-13
    6, 30-34

    7, 1-8a.14-15. 21-23
    8, 27-35
    9, 2-10
    9, 30-37
    12, 28-34
    12, 38-44

    13, 24-32
    14, 1-15,47
    14, 12-16. 22-26
    ​16, 15-20

    Lucas

    1,1-4; 4,14-21
    1, 39-56
    ​2, 13-21
    2, 16-21

    3, 1-6
    3, 15-16. 21-22
    4, 1-13
    ​4, 21-30
    5, 1-11
    ​6, 17. 20-26
    ​6, 27-38
    ​6, 39-45
    9, 11b-17
    10, 38-42
    ​10, 25-37
    ​11, 1-13
    12, 13-21
    12, 32-48
    ​12, 49-53
    ​13, 22-30
    14, 25-33
    ​15, 1-10
    16, 10-13
    16-19-31
    ​17, 5-10
    17, 11-19

    18, 1-8
    18, 9-14
    19, 1-10
    20, 27-38
    21, 25-28.34-36
    24, 35-48
    ​24, 46-53

    Juan
    1, 29-34
    2, 1-11
    2, 13-25
    ​
     4, 5-42
    6, 60-69
    8, 1-11
    10, 27-30
    ​​12, 20-33 
    ​13,31-33a. 34-35
    14, 23-29
    15, 1-8
    15, 9-17
    16, 12-15
    18, 33, 33b-37
    ​
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