Después del desierto y de la montaña, el pozo. Era necesario que Jesús pasara. No: geográficamente no era necesario que Jesús pasara por Samaria camino a Galilea. Sí: era necesario porque le esperaba un encuentro. Lo mismo que en el desierto y en la montaña: Jesús va al pozo para tener un encuentro.Y este encuentro también es rompedor: un judío con una samaritana, un hombre con una mujer. La mujer va al pozo a la hora sexta precisamente para no tener ningún encuentro. Para evitar el encuentro incluso con las mujeres con las que normalmente iría por agua. Es una pecadora pública que no puede ir al pozo con sus compañeras por agua. Va a la hora sexta, sola. Es la hora de su vergüenza. - Mujer, háblame de tu sed. Yo te he revelado mi sed, mi cansancio, mi humanidad. Dame de beber. Yo tengo sed de Ti, como tierra reseca, sin agua (Sal 26) Se encuentra el deseo de Dios y el deseo del hombre (S. Agustín) - “¡Cuánto he deseado tomar esta cena con vosotros!” (Lc 22,15) ¡Cuánto he deseado este encuentro contigo en la fuente! El deseo de Dios es darse. Darse por amor. Darse como pan del cielo. Darse como agua viva. - Y ahora te revelo mi divinidad: Yo soy. El agua que yo te daré, se convertirá dentro de ti en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. (Jn 4,14) El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rm 5, 5b). Su claridad nunca es oscurecida, y sé que toda luz de ella es venida, aunque es de noche. El corriente que nace de esta fuente bien sé que es tan capaz y omnipotente, aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquesta viva fuente que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche. Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. Aquella eterna fonte está escondida, que bien sé yo do tiene su manida, aunque es de noche. Sé que no puede ser cosa tan bella, y que cielos y tierra beben de ella, aunque es de noche. (S. Juan de la Cruz) Adorémosle en Espíritu y en verdad en el secreto de nuestro corazón donde la eterna fuente de su Amor está escondida en nosotros.
Gracias, Señor, por salir a nuestro encuentro, por desvelarnos la sed que tenemos de Ti y saciarnos de tu Amor. “Hacia la transformación”¿Quién de nosotros se encuentra completamente satisfecho con lo que es? ¿Acaso no nos sentimos insatisfechos de nosotros mismos y de la sociedad en la que vivimos? El hombre, por naturaleza, es un ser inquieto, con deseos de búsqueda en su corazón. Pero no tendríamos esta inquietud interior si no descubriéramos más allá de nosotros mismos alguien que nos llama, que nos atrae, que nos impulsa a ponernos en camino. Este deseo de transformación, de querer constantemente ir volviendo la mirada hacia Él es la vocación que Dios ha puesto en nuestros corazones. Todo hombre es una semilla de posibilidades, y también la sociedad en la que vivimos está llamada por Dios a ir transformando sus estructuras. Pero, con sinceridad, ¿queremos realmente una transformación social y personal? Y si es así, entonces, ¿por qué acallamos las llamadas interiores o pactamos con una vida mediocre que no nos exige nada o muy poco? Ciertamente muchas veces nos dejamos llevar por el cansancio, la rutina o el desánimo y nos auto justificamos diciendo que ya hemos hecho bastante, y que por eso tenemos derecho a descansar, a orillarnos en medio de la vida. Preferimos que sigan andando otros, porque nosotros ya nos sentimos cansados, sin fuerzas para seguir. Las lecturas de este domingo nos confrontan de lleno con nuestro conformismo: esta actitud espiritual marcada por una fuerte acedia, que nos impide transformarnos interiormente hacia el proyecto de Dios. El latido de la Cuaresma, en medio de este combate espiritual que apenas hemos comenzado, pretende sonar como el timbre de un despertador, donde se nos invita a replantearnos la vida, para poder reemprender con esperanza el camino de la renovación pascual que nos espera. San Mateo, nos presenta la transfiguración de Cristo en medio de la perspectiva de la Pasión y formando parte de su mismo camino (16. 21-22). La transfiguración es el signo que nos expresa la actitud interior de Cristo: Jesús es capaz de emprender el camino de la Pasión, porque confía en la Gloria del Padre que ya posee, y que por eso mismo es capaz de revelar a sus discípulos que le acompañan hasta la cima del monte. Sin la esperanza por alcanzar una promesa, es imposible comprometerse en la realización de una transformación real de la propia vida. Lo que se espera es el único impulso que nos mueve a ponernos en camino, a seguir avanzando. La esperanza de lo que vendrá es una fuerza, un poder dinámico, que nos sostiene en medio del dolor, de nuestras propias pasiones humanas; que es capaz de transformar la cruz en gloria, haciéndonos escuchar en medio de la maldición la bendición, ayudando al pecador a que se reconozca, en medio de su pobreza y de sus constantes luchas, como "el hijo amado" del Padre. Al final del camino esperamos, como aquel que sube una montaña escabrosa, alcanzar aquello que nos llama a recorrerla. Así el futuro se va cumpliendo ya en el presente, la resurrección se adelanta en la transfiguración, en el camino de la cruz se va perfilando el hombre nuevo "con un rostro resplandeciente como el sol... y sus vestidos... como la luz". El hombre que acepta el camino de la transfiguración se va iluminando poco a poco (1 P 2. 9), se hace "a su imagen y semejanza" (Gn 1. 26), cambia al hombre viejo, corrompido por el peso del pecado y de la culpa, para dejar paso al hombre nuevo, revestido de Jesucristo (Ef 4. 22-24; Col 3. 5-15). El hombre sólo alcanza la meta ofrecida por Dios, conforme nos vamos esforzando por configurar nuestra vida con la voluntad divina. La transfiguración, por tanto, implica antes una decisión firme de querer ponerse en camino, de querer subir una montaña, no nos viene dado como un regalo caído del cielo. El que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nuestra colaboración. El hombre es un caminante. Abrahán, como vemos en la primera lectura de este domingo, va hacia la tierra que él no ve y que se la mostrará Dios, solamente porque tiene confianza en la fidelidad de Dios, por eso es capaz de recorrer este camino. La garantía de su esperanza es la promesa hecha por Dios En el evangelio, contemplamos el camino de la Pasión de Cristo. Él también tuvo que recorrer el sendero de la muerte, confiando en la tierra nueva que Dios le iba a mostrar. La transfiguración nos manifiesta hasta qué punto, en medio de la Pasión, seguía brillando en el corazón de Cristo la fe y la esperanza en la Promesa de Dios; por eso podía asumir plenamente el peso de la cruz. Confiemos también nosotras, hermanas, en esta promesa, y pongámonos en camino. Dispongámonos a emprender este combate espiritual, y esforcémonos por subir juntas las montañas escabrosas y dolorosas de la vida. Acojamos el plan que Dios ha provisto para nosotras como un regalo para nuestra salvación y esto hará de nuestra vida personal y comunitaria una existencia luminosa. ¡Feliz y Santa peregrinación hacia la Pascua! Lecturas:
Gn 12, 1-4a Sal 32,4-5.18-19.20.22 2 Tm 1, 8b-10 Mt 17, 1-9 |
TodosMateoMarcos1, 12-15 Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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