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Domingo 2º de Cuaresma

3/3/2023

 
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“Hacia la transformación”

¿Quién de nosotros se encuentra completamente satisfecho con lo que es? ¿Acaso no nos sentimos insatisfechos de nosotros mismos y de la sociedad en la que vivimos? El hombre, por naturaleza, es un ser inquieto, con deseos de búsqueda en su corazón. Pero no tendríamos esta inquietud interior si no descubriéramos más allá de nosotros mismos alguien que nos llama, que nos atrae, que nos impulsa a ponernos en camino.

Este deseo de transformación, de querer constantemente ir volviendo la mirada hacia Él es la vocación que Dios ha puesto en nuestros corazones. Todo hombre es una semilla de posibilidades, y también la sociedad en la que vivimos está llamada por Dios a ir transformando sus estructuras. Pero, con sinceridad, ¿queremos realmente una transformación social y personal? Y si es así, entonces, ¿por qué acallamos las llamadas interiores o pactamos con una vida mediocre que no nos exige nada o muy poco? Ciertamente muchas veces nos dejamos llevar por el cansancio, la rutina o el desánimo y nos auto justificamos diciendo que ya hemos hecho bastante, y que por eso tenemos derecho a descansar, a orillarnos en medio de la vida.  Preferimos que sigan andando otros, porque nosotros ya nos sentimos cansados, sin fuerzas para seguir. Las lecturas de este domingo nos confrontan de lleno con nuestro conformismo: esta actitud espiritual marcada por una fuerte acedia, que nos impide transformarnos interiormente hacia el proyecto de Dios.

El latido de la Cuaresma, en medio de este combate espiritual que apenas hemos comenzado, pretende sonar como el timbre de un despertador, donde se nos invita a replantearnos la vida, para poder reemprender con esperanza el camino de la renovación pascual que nos espera.

San Mateo, nos presenta la transfiguración de Cristo en medio de la perspectiva de la Pasión y formando parte de su mismo camino (16. 21-22). La transfiguración es el signo que nos expresa la actitud interior de Cristo: Jesús es capaz de emprender el camino de la Pasión, porque confía en la Gloria del Padre que ya posee, y que por eso mismo es capaz de revelar a sus discípulos que le acompañan hasta la cima del monte.

Sin la esperanza por alcanzar una promesa, es imposible comprometerse en la realización de una transformación real de la propia vida. Lo que se espera es el único impulso que nos mueve a ponernos en camino, a seguir avanzando. La esperanza de lo que vendrá es una fuerza, un poder dinámico, que nos sostiene en medio del dolor, de nuestras propias pasiones humanas; que es capaz de transformar la cruz en gloria, haciéndonos escuchar en medio de la maldición la bendición, ayudando al pecador a que se reconozca, en medio de su pobreza y de sus constantes luchas, como "el hijo amado" del Padre.

Al final del camino esperamos, como aquel que sube una montaña escabrosa, alcanzar aquello que nos llama a recorrerla. Así el futuro se va cumpliendo ya en el presente, la resurrección se adelanta en la transfiguración, en el camino de la cruz se va perfilando el hombre nuevo "con un rostro resplandeciente como el sol... y sus vestidos... como la luz".

El hombre que acepta el camino de la transfiguración se va iluminando poco a poco (1 P 2. 9), se hace "a su imagen y semejanza" (Gn 1. 26), cambia al hombre viejo, corrompido por el peso del pecado y de la culpa, para dejar paso al hombre nuevo, revestido de Jesucristo (Ef 4. 22-24; Col 3.  5-15).

El hombre sólo alcanza la meta ofrecida por Dios, conforme nos vamos esforzando por configurar nuestra vida con la voluntad divina. La transfiguración, por tanto, implica antes una decisión firme de querer ponerse en camino, de querer subir una montaña, no nos viene dado como un regalo caído del cielo. El que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nuestra colaboración. 

El hombre es un caminante. Abrahán, como vemos en la primera lectura de este domingo, va hacia la tierra que él no ve y que se la mostrará Dios, solamente porque tiene confianza en la fidelidad de Dios, por eso es capaz de recorrer este camino. La garantía de su esperanza es la promesa hecha por Dios
En el evangelio, contemplamos el camino de la Pasión de Cristo. Él también tuvo que recorrer el sendero de la muerte, confiando en la tierra nueva que Dios le iba a mostrar. La transfiguración nos manifiesta hasta qué punto, en medio de la Pasión, seguía brillando en el corazón de Cristo la fe y la esperanza en la Promesa de Dios; por eso podía asumir plenamente el peso de la cruz.

Confiemos también nosotras, hermanas, en esta promesa, y pongámonos en camino. Dispongámonos a emprender este combate espiritual, y esforcémonos por subir juntas las montañas escabrosas y dolorosas de la vida. Acojamos el plan que Dios ha provisto para nosotras como un regalo para nuestra salvación y esto hará de nuestra vida personal y comunitaria una existencia luminosa.
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¡Feliz y Santa peregrinación hacia la Pascua!

Lecturas:
Gn 12, 1-4a
Sal 32,4-5.18-19.20.22
2 Tm 1, 8b-10
Mt 17, 1-9

Domingo 1º de Cuaresma

24/2/2023

 
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“Al Señor, tu Dios, adorarás y
​ a él solo darás culto”

​Hoy celebramos el primer domingo de Cuaresma. El tiempo cuaresmal es un tiempo especial de interioridad, reflexión, profundización y conversión. Hoy se nos invita a adentrarnos en el desierto, a dejarnos conducir por el Espiritu, acompañando a Jesús. Se nos invita a aprender a ver la realidad con ojos más limpios.
En la Biblia el desierto es lugar de aridez, de exigencia, de prueba, pero es también  lugar de encuentro, donde Dios habla al corazón (Oseas 2,14), donde nace el Pueblo de Dios a una vida nueva (Ex 13,3). Desde esta perspectiva de encuentro y vida podemos mirar nuestra realidad personal, comunitaria...
Jesús ayuna: “Durante cuarenta días con cuarenta noches”. Es lo que conmemora la Cuaresma. Y esta acción penitencial del Señor está cargada de simbolismo: Cuarenta días y cuarenta noches duró el castigo del diluvio (Gn 7,4); cuarenta días y cuarenta noches pasó Moisés en la nube del Sinaí (Dt 9,25), antes de entregarle la Ley (Ex 24,18); también pasó Elías cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber, caminando hasta el monte Horeb para encontrarse con el Señor (1R 19,8); y en especial, durante 40 años habitó Israel en el desierto, en medio de pruebas y tentaciones (Nm 14,34).
En esta Cuaresma se nos invita a seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz, culmen de su misión de salvación. Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la cruz? La respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. El sentido del pecado, que no es lo mismo que el “sentido de culpa”, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios. Como muy bien lo expresa el salmo que se reza hoy, atribuido al rey David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: “Contra ti, contra ti sólo pequé” (Sal 50, 6).
Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar al pecador. Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente por esto no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para salvar a la humanidad, Dios interviene. Dios está decidido a liberar a sus hijos de la esclavitud para conducirlos a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente la del PECADO. Por esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a los hombres del dominio de Satanás. Contra este plan de salvación definitivo y universal, el Diablo se ha opuesto con todas sus fuerzas, como lo demuestra el Evangelio que se proclama hoy. Por tanto, entrar en este tiempo litúrgico significa afrontar el combate espiritual contra el espíritu del mal. La escena de: “Las tentaciones de Jesús” es un relato que no hemos de interpretar ligeramente. Las tentaciones que se nos describen no son propiamente de orden moral. El relato nos está advirtiendo de que podemos arruinar nuestra vida, si nos desviamos del camino de seguimiento de Jesús.
Vencer las tentaciones por otra parte, no es fácil; no lo fue para Jesús ni lo será para nosotros. Pero el Maestro nos da herramientas. En primer lugar, Jesús, se aferra firmemente a su fe, se acoge a Dios y a su Palabra para vencer las tentaciones; no dialoga con ellas, se da cuenta desde el principio de que el tentador quiere desviarle de su camino. Mateo nos sugiere así una forma de lucha contra la tentación, la Palabra de Dios: Leerla, meditarla, orarla, hacerla nuestra, incorporarla a nuestro sentir y a nuestra forma de comprender el mundo y la vida. En segundo lugar, todas las tentaciones suponen querer servirse de los demás, o de Dios, en vez de ofrecer la propia vida al servicio de los otros; el servicio callado y desinteresado, como Jesús mismo vivió y nos enseñó, será una herramienta poderosa contra la tentación del egoísmo. En tercer lugar, la tentación siempre se desenmascara como esclavitud; los textos del Antiguo Testamento son muy claros, el pueblo murmura contra Dios y contra Moisés añorando lo bien que vivían siendo esclavos en Egipto. En la Biblia Dios siempre quiere liberarnos, nunca esclavizarnos, pero también deja que nosotros escojamos el camino. Por último, Jesús no nos deja solos en nuestra lucha, nos prometió que estaría siempre con nosotros, hasta el fin de los tiempos, y así sigue siendo. Pidámosle cada día: “No nos dejes caer en la tentación” .
Lecturas:
Gn 2, 7-9; 3, 1-7
Sal 50,3-4.5-6a.12-13.14.17
Rom 5, 12-19
Mt 4, 1-11

Domingo VII - Tiempo Ordinario

17/2/2023

 
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San Martín parte su capa con un pobre
En este domingo VII del tiempo ordinario, ya a las puertas de iniciar el camino cuaresmal, el pórtico del Antiguo Testamento nos presenta el mal en forma de odio y venganza, como semilla escondida en el interior del ser humano, y el modo de combatirlo por medio del amor y la santidad. Este mal es una amenaza que enturbia la bondad del corazón humano, hecho a imagen de Dios; dotado con la soberanía de decidir ser esclavo o ser hijo, de abrir la puerta del consentimiento, que da paso al odio y a la venganza, o de poner un límite al mal, impidiendo que anide dentro.
Jesús se dirige a sus discípulos, a los cristianos de todos los tiempos y en cualquier lugar del mundo, que escuchan su Palabra y deciden vivirla.

El evangelio proclamado hoy es una profecía de odio y persecución para aquel que se decide a escuchar, que solo es posible afrontar con la identidad recibida en el bautismo: la filiación divina. Ser hijo en el Hijo, en Jesús, tener a Dios por Padre y saberse hermano de todo ser humano.

La novedad del mensaje de Jesús en este pasaje responde directamente a la ley del Talión que, originariamente pretendía parar esta espiral del mal, poniendo un límite al deseo de venganza. Esta ley fue promulgada por los antiguos para que nadie devolviera a nadie un mal mayor del que había sufrido. Parecía inevitable responder a una ofensa con otra ofensa, y la justicia intervenía para permitir responder solo en la misma medida, sin exceder el daño infligido, sin entender que, de este modo, algo se iba sembrando en el corazón humano, como una cadena interminable de eslabones de odio y venganza.

La ley nueva del amor de la que Jesús nos habla y predica con su vida invita, paradójicamente, a una respuesta muy distinta a esta. En el sermón de la montaña, Jesús parece escalar un nivel de mayor exigencia hacia sus oyentes a medida que les habla. ¿Quién puede llegar a la cima de amar a los enemigos y rezar por quienes nos persiguen?

Jesús parece invitar a sus seguidores en sentido contrario a lo que apunta la lógica humana, la justicia de los antiguos. Él no pone límite al mal que le llega: “si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”. Jesús se presenta de este modo a sus enemigos, a sus verdugos, a sus acusadores… sin responder con la misma medida, sin perder su libertad, sin robar la libertad de elegir el bien o el mal. Se hace vulnerable, pero sin dejarse encadenar en esa espiral que no tiene fin. El amor al que Jesús nos llama es el de la soberanía de ser hijo y saberse amado. De esta manera, el mal que se sufra no afectará a la entraña de este sello que todos llevamos impreso en el interior. Será el arma que nos capacite para responder como Él.

Amar a los enemigos y rezar por ellos significa no dejarse derrotar por este mal que nos acecha y responder con la bondad de Dios, que siempre está a nuestro alcance, porque somos templos donde Él quiere habitar.

No es una utopía ni un imposible. Para la voluntad y las fuerzas humanas, sí, pero no para Dios, para el poder que reside en todo cristiano, en todo hijo de Dios. Los santos han vivido así y es la llamada que se nos hace hoy. El “yo, en cambio, os digo” de Jesús podemos verlo encarnado en la vida de Josefina Bakhita, cuya memoria acabamos de celebrar. En ella, el odio no tuvo su efecto porque la gracia de Dios paró la espiral de este mal, transformándolo en bien.

Este es el reto de la Palabra de hoy, para responder al mal que nos viene, que quiere arraigar en el interior, que viene de fuera o que está patente en nuestro mundo, y al que podemos vencer de una sola manera: siendo hijos amados y, desde la creatividad del amor, buscar mil caminos de dar paso al bien y a la bondad, que es la raíz de la existencia, el ser hijos de un mismo Padre.
Lecturas:
Lv 19, 1-2. 17-18
Sal 102,1-2.3-4.8.10.12-13
1 Co 3, ,16-23-
Mt 5, 38-48

Domingo VI - Tiempo Ordinario

11/2/2023

 
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Lecturas:

​Si 15, 16-21
Sal 118,1-2.4-5.17-18.33-34

1Cor 2,6-10
Mt 5, 17-37
Para mí, hermanas, la respuesta que nos invita a dar el evangelio de este domingo me parece resumida en la primera lectura del Eclesiástico: “Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera”.

El pasaje que nos presenta Mateo está encuadrado en el Discurso evangélico de Jesús. Este discurso comienza con la predicación de las bienaventuranzas añadiendo seguidamente la apelación a ser luz y sal en el mundo. El paso de la Sagrada Escritura nos habla de diez consejos para ser “bienaventurados” que a mi parecer coinciden en número con los Mandamientos de la Ley dados a Moisés. Todo lo que se recoge en el Decálogo es totalmente avalado y alabado por Jesús sólo que añadiendo y reafirmando, además, con absoluta autoridad que con Él la justicia va más allá de la propia Ley, más allá de la norma porque el único modo de que alcance su plenitud es viviéndola desde el amor entregado hasta el límite.

Las bienaventuranzas abren un nuevo horizonte, redescubren la grandeza que se nos dio en el Monte Sinaí a través de la persona de Moisés... Por ello, nada puede quedar eliminado sino que el Decálogo alcanza su culmen cuando es impulsado por la novedosa fuerza de la misericordia y del Mandamiento del amor que nos enseña Jesús. El mandato se transforma en la Buena Nueva que Dios nos explica a través de su Hijo hecho carne para salvarnos.

La Palabra es actual, viva y eficaz y hoy somos invitados a escucharla. Escuchar desde un nuevo monte Su Voz. Sentarnos a sus pies con el corazón abierto y los oídos atentos haciendo eco de su mensaje. Dejar que resuene hasta alcanzar lo más hondo de nuestro corazón y escoger libremente la preciosa senda que Él nos pone delante. Una vía ciertamente costosa pero que promete no sólo avistar la Tierra Prometida, sino que además nos conduce hasta la puerta del Paraíso donde se halla el verdadero y único Árbol que da Vida. Sólo el amor es la llave que puede abrir esta puerta.

En este nuevo caminar el amor al prójimo alcanza su más alta cima. Ya no consiste en “no matar físicamente” sino en acompañar, perdonar, reconocer la dignidad del hermano hasta sus últimas consecuencias. Por tanto nunca bastará no odiar, sino que se nos pide amar hasta el extremo. Podemos matar con nuestras indiferencias, silencios, egoísmos, injusticias, rencores...

Esta nueva ley aparece inscrita en nuestros corazones, es luz que ilumina lo que hemos de vivir dentro, en lo más íntimo de nuestra conciencia. El amor se transparenta con obras externas que pueden acreditarlo pero la auténtica integridad del corazón se juega en el interior.

Sin duda, Jesús removió la conciencia de sus coetáneos. Algunos reconocieron su sabiduría y autoridad. Otros reaccionaron con falta de aceptación, aversión y antipatía.
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Hoy, su Palabra sigue invitándonos a descubrir dónde se encuentra la verdadera alegría y nos interroga desde el abismo de su Amor: “¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?”

Domingo V - Tiempo Ordinario

6/2/2023

 
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 Identidad, Comunión y Misión

Esta semana hemos celebrado la XXVII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, en la Fiesta de la Presentación del Señor. Recordamos en la oración en este día a aquellos hermanos y hermanas en la fe, que dentro de su llamada a la Santidad como bautizados han sido llamados a imitar más de cerca al Señor en su forma de vida, llamados a encarnar una vida cristiforme, con un peculiar seguimiento, abrazando los consejos evangélicos y determinando vivir en profundidad este carácter trinitario recibido como gracia en el Bautismo.
 
Las lecturas de hoy Domingo (V del TO) tienen mucho que ver con esta llamada eclesial y su triple dimensión: Identidad, Comunión y Misión.
 
Confessio Trinitatis (Identidad)

La Vida Consagrada es anticipación del Reino, quiere mostrar al mundo la belleza de la transfiguración, el deseo de plenitud humana de vivir en Dios y para Dios, la llamada a una conversión continua del corazón a Él.

El Señor nos dice hoy a los Consagrados: “Vosotros sois la sal de la tierra, sois la luz del mundo”. Tenemos este precioso legado de conservar, como sal, lo que se nos ha dado, la experiencia del Espíritu, el don Trinitario de su Amor. Somos llamados a ser luz en medio de un mundo habitado por muchas oscuridades. El testimonio de cada consagrado es importante, la fidelidad desde lo más nimio a lo más vistoso es ese grano de sal, es esa llama pequeña, que transforma nuestro mundo. Nuestra experiencia de vida se enraíza en la experiencia de los apóstoles recorriendo el camino pascual de Jesús, camino que nos desvela el rostro Trinitario de Dios. Camino que revela también la bajada del monte, a la vida cotidiana más dura, y el doloroso camino hasta la cruz, acompañando así a tantas personas que sufren, que se acercan a nuestro Monasterio en busca de consuelo, de paz, de luz, de encuentro con el Amor.
 
 
“Signum fraternitatis” (Comunión)

San Pablo nos exhorta en la segunda lectura a dar testimonio anunciando el misterio de Dios con la sabiduría que viene del Espíritu. Se presentó a la comunidad “débil y temblando de miedo”, manifestando así la necesidad de que la fe no se apoyara en la sabiduría humana sino divina. Pablo quería con ello fortalecer la fe de sus hermanos, signo de auténtica fraternidad.
 
Los consagrados también estamos llamados a mantener viva en la Iglesia la exigencia de la fraternidad como confesión de la Trinidad, se nos pide que seamos expertos en comunión" y que vivamos la respectiva espiritualidad como 'testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que constituye la cima de la historia del hombre según Dios”.
 
En nuestra Regla agustiniana leemos como principio y fundamento de nuestra vida:
 
“Ante todo, que habitéis unánimes en la casa (cf. Sal 67,7) y tengáis una sola alma y un solo corazón (Hch 4,32) en camino hacia Dios. Este es el motivo por el que, deseosos de unidad, os habéis congregado.”
 
Es para nosotras un don de Dios y parte de nuestra llamada e identidad como agustinas, la fraternidad. Como en las primeras comunidades cristianas, queremos encarnar esta llamada de los primeros discípulos de Jesús los cuales “tenían un solo corazón”, y aquella forma de vivir era el primer testimonio del amor de Dios a los hombres. Tertuliano en el siglo II nos dejó escrito su testimonio sobre los primeros cristianos: “la gente, al verlos decía: “Mirad cómo se aman”. Así deseamos vivir también nosotras, este es el deseo de nuestro corazón.
 
 
“Servitium caritatis” (Misión)

El libro de Isaías nos recuerda un gesto fundamental de todo el que quiere ser luz de Dios en este mundo: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos.” La labor de la Iglesia a los más necesitados a lo largo de la Historia ha tenido gran parte de su desarrollo a través de innumerables congregaciones religiosas, monasterios, vírgenes consagradas, y personas que han consagrado sus vidas a Dios, a través de los Consejos Evangélicos.
 
Toda consagración es para una misión. La imitación de Cristo nos conduce a buscar el Reino y su justicia, ser una Iglesia en salida, acercarnos a las realidades más pobres y necesitadas. Hoy el Evangelio nos lo recuerda: “Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos”.
 
Que el Espíritu Santo se manifieste en nuestras obras y con su poder transforme nuestro mundo en el sueño de Dios para cada persona.
 
María, figura de la Iglesia,
Esposa sin arruga y sin mancha,
que imitándote «conserva virginalmente
la fe íntegra, la esperanza firme y el amor sincero»,
sostiene a las personas consagradas
en el deseo de llegar a la eterna y única Bienaventuranza.
Las encomendamos a ti,
Virgen de la Visitación,
para que sepan acudir
a las necesidades humanas
con el fin de socorrerlas,
pero sobre todo para que lleven a Jesús.
Enséñales a proclamar
las maravillas que el Señor hace en el mundo,
para que todos los pueblos ensalcen su nombre.
Sostenlas en sus obras en favor de los pobres,
de los hambrientos, de los que no tienen esperanza,
de los últimos y de todos aquellos
que buscan a tu Hijo con sincero corazón.
Te lo pedimos,
para que en todos y en todo
sea glorificado, bendito y amado
el Sumo Señor de todas las cosas,
que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
 
Lecturas:
 Is 58, 7-10
Sal 111,4-5.6-7.8a.9
1 Co 2, 1-5
Mt 5, 13-16

Domingo IV - Tiempo Ordinario

29/1/2023

 
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Imagen: Sermón en la montaña ​|​ Karolyn Ferenczy 
​Galería Magyar Nemzeti, Budapest (Hungría)
Las bienaventuranzas, camino de vida
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El evangelio de este domingo nos presenta el primer gran discurso que Jesús dirige a la gente, en lo alto de las colinas que rodean el lago de Galilea. 
Jesús proclama bienaventurados a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los misericordiosos, a quienes tienen hambre de justicia, a los limpios de corazón, a los perseguidos(cf. Mt 5, 3-10). ​Es una enseñanza que viene de lo alto y toca la condición humana, la que quiso asumir, para salvarla. ​​

Comienza con bienaventurados, sigue con la condición para ser tales y concluye haciendo promesa. El motivo de las bienaventuranzas no está en la condición de pobres de espíritu, afligidos, hambrientos de justicia, perseguidos…sino en la promesa, que hay que acoger con fe como don de Dios. Se comienza con las condiciones de dificultad para abrirse al don de Dios y acceder al mundo nuevo, al Reino anunciado por Jesús. La realidad de miseria y aflicción es vista en una perspectiva nueva y vivida según la conversión que se lleve a cabo. No se es bienaventurado si no se convierte, para poder apreciar y vivir los dones de Dios.      
Las bienaventuranzas hablan de sufrimiento, de pobreza, de hambre, de persecución, de llanto, de falta de paz y de justicia, de mentira y de insultos. Hablan del sufrimiento del hombre en su vida terrena.  

Pero no se detienen ahí. Hablan de dicha, de alegría y de las razones, del porqué de esta dicha. “Porque de ellos es el Reino de los cielos”, porque de ellos es Dios mismo, amor sin límites, abismo sin fondo de misericordia, plenitud de vida, justicia y paz, bondad suprema, reconciliación y perdón para todos, fuente de luz.

Las bienaventuranzas son como una velada biografía interior de Jesús, trazó de sí mismo, Él fue pobre de espíritu, manso, misericordioso, perseguido; son la expresión de la vida que Él encarnó y vivió históricamente; la vida que sus discípulos vieron con sus propios ojos y palparon con sus manos. Su manera de vivir era provocativa. Ser cristiano es vivir como Él vivió. Jesús reveló el amor de Dios a los más desfavorecidos de la sociedad y manifiesta la voluntad de Dios de conducir a los hombres a la felicidad.

Las bienaventuranzas nos introducen por el bautismo en la participación de la muerte y resurrección de Jesús. Se basan en el hecho de que existe una justicia divina, que enaltece a quien ha sido humillado injustamente y humilla a quien se ha enaltecido, para convertirlo. Nos abren un horizonte nuevo con relación a la vida y a la forma de vivirla. Nos invitan a purificar nuestro corazón, a poner en Dios la confianza plena, a no esperar de otro la salvación. Nos enseñan que la verdadera felicidad no reside en tener, ni en el éxito o el poder, ni en ninguna obra humana sino en la entrega y donación de nosotros mismos. Dios.

Este es el camino del hombre nuevo y renovado que camina y vive en comunión con los demás. Jesús no quiere ni nos manda que vivamos en la miseria, que suframos, que lloremos, que pasemos hambre y sed. Quisiera para nosotros una vida digna y desde ella, preparar y empezar ya a vivir la eterna. Pero, la cruda y dura realidad es que existe el hambre, la sed, la pobreza, a veces extrema, la enfermedad, el sufrimiento, la soledad, la injusticia y la discriminación racial como acabamos de ver en la semana de oración por los cristianos. Pero, lo que Jesús dijo y prometió fue algo mucho más profundo, mucho más difícil, eterno: ¡Seréis dichosos, felices! Y esa dicha y felicidad nadie os la podrá arrebatar. 

 San Agustín relacionó las bienaventuranzas con las siete etapas del progreso en la vida espiritual y, además, asociaba a cada una de ellas, a uno de los siete dones del Espíritu Santo: pobreza de espíritu y temor de Dios; la mansedumbre y el don de piedad; las lágrimas de la oración y el don de la ciencia; el hambre de la justicia con la fortaleza; misericordia y don de consejo; pureza de corazón e inteligencia; la paz de los hijos de Dios y el don de la sabiduría. La octava de las bienaventuranzas de Mateo (en Lucas son cuatro) expresa, según él, la perfección de todos los grados precedentes.

La mejor manera de ir penetrando en el espíritu de las bienaventuranzas es orarlas:
“Tú que eres el que tienes un corazón limpio, contágiame tu limpieza; tú que eres misericordioso, contágiame tu misericordia; tu que eres el que tienes hambre y ser de justicia…” 
​

Y así nos vamos convirtiendo y asemejando más a Jesús, “pobre y humilde.”
Lecturas:
 So 2,3; 3, 12 - 13
Sal 145, 7.8 - 9a.9bc- 10
Cor 1, 26 - 31
Mt 5, 1 - 12a

Domingo 3º del Tiempo Ordinario.                  Domingo de la Palabra

21/1/2023

 

La Palabra de Dios es Jesucristo

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                                                 Icono: Jesús como judío, Emaús-Nicópolis, Israel
En este domingo III del Tiempo Ordinario, Domingo de la Palabra, los textos bíblicos elegidos para proclamar en la Eucaristía expresan con mucha fuerza que justamente el cristianismo no es una religión del libro y que la Biblia, por tanto, no es un mero relato ni un cuerpo de doctrina ni una memoria escrita sobre hechos importantes de la historia porque la Palabra se ha hecho acontecimiento, carne, persona. La Palabra de Dios es Jesucristo.

No estamos ante una enseñanza sino ante una Presencia, un Rostro, un Tú, una Libertad que nos provoca, nos atrae, nos zarandea, nos apasiona y conmueve toda nuestra existencia y todas las dimensiones de nuestro ser. La Palabra de Dios, Jesucristo, ha salido a recorrer la faz de la tierra, ha salido a nuestro encuentro, se dirige a nosotros y nos invita a una relación.

Cuando Jesús aparece se rompe el curso establecido de los acontecimientos, porque Él introduce una novedad radical, una discontinuidad con el ritmo previsto de las cosas. Lo oscuro se ilumina, los alejados se avecinan, los gentiles son invitados a la mesa de los hijos y los hijos de los pescadores ya no tendrán que  ser más pescadores, como lo fueron sus padres y los padres de sus padres. Saldrán de esa línea marcada de sucesión, de destino, de imposición, para libremente romper filas, iniciar una nueva existencia y seguirle. Pedro, Andrés, Juan y Santiago dejan lo que se preveía que debían hacer, pasar sus vidas repasando redes, y se ponen en camino, se van con Él: “Y lo siguieron”.

Así es la irrupción de Cristo en la historia, catalizando toda la atención, porque Él es el principio de verificación de la autenticidad de una vida. En Él se reconoce la razón primera y última de la existencia, de mi pequeña vida.

​La Escritura habla de Él. Todo en ella está orientado hacia Él. Todo lo que en ella se narra, todos aquellos que en ella aparecen lo esperan. Todo se cumple ante su Presencia. Sí, el Reino ha llegado, lo hace presente Él, que está aquí, que está entre nosotros, que está vivo y sigue pasando por la orilla de nuestras vidas y nos llama, se fija en nosotros, nos conoce, viene a buscarnos, hasta los confines de la tierra, “allende el Jordán”. Ante Él se despiertan los anhelos profundos del corazón que ya habíamos dado por perdidos… porque Aquel al que admiran el sol, la luna y las estrellas, el deseado de las naciones y el esperado de los pueblos, el cumplimiento de las promesas está aquí, ante Mí y me llama. 
Lecturas:
Is 8, 23b–9, 3
Sal 26,1.4.13-14
1 Co 1, 10-13. 17
Mt 4, 12-23

Domingo 2º del Tiempo Ordinario

14/1/2023

 
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                             Cordero de Dios, de Francisco de Zurbarán 
El evangelio de hoy es de una densidad tremenda. El primero que aparece es Juan. Si tenemos en la mente la primera lectura, que es del profeta Isaías, Juan se nos puede presentar como el último de una larga historia de profetas. Lo encontramos como el último eslabón de una cadena de profetas, en esa cadena de hombres y mujeres que a lo largo de la historia lo han deseado, han intuido su venida y lo han hecho esperar a los demás hombres. En el fondo, en los profetas estamos todos, en su voz se escucha la voz de la humanidad entera, que espera una plenitud de la vida, una paz y una justicia, y que confiesa que solo de ti, Señor, nos viene la salvación.

Y así tenemos a Juan, que al final del hilo del Antiguo Testamento levanta su dedo para señalar a otro. Ahí está Jesús, Él es el Cordero de Dios. En Él se cumple la promesa hecha desde muy antiguo, la que anunciaba Isaías. Poca cosa, dirá el profeta, es que Dios mande una salvación para unos pocos, para un grupito selecto. Tiene más valor estas palabras cuando recordamos el contexto en el que lo escribía. Israel vivía entonces el exilio, o apenas estaba volviendo de él. Habían vivido el destierro de su tierra y de sus costumbres, una tremenda desgracia. Que Dios quisiera hacerles volver a su tierra y rescatarles era ya una grandísima alegría. Tendría entonces Israel la experiencia que podemos tener nosotros cuando Dios nos ha salvado de nuestra propia problemática, de nuestra propio destierro, la alegría de un Dios que nos ayudado y salvado en un momento dificílisimo. Pero es entonces cuando Israel conoce el amor de Dios que le hace decir que este Dios no es señor solo de mi historia y mis problemas, sino que de Él esperaran la salvación todos los hombres, y que Él la traerá hasta los confines de la tierra. Esta fe nace en Israel de la experiencia de un Dios cuya fuerza es misericordia con cada hombre, con cada mujer, con cada pueblo.

Éste es en quien se cumplirán las promesas, dirá Juan. Y el texto se llena entonces de títulos sobre Jesús con los que entrar en este misterio. Este, Jesús de Nazaret, es el Cordero de Dios, es Ungido por el Espíritu, y el Hijo de Dios.

​Tú eres, Señor Jesús, la esperanza de todos los hombres, tú eres la esperanza mía, salvación de mis días. Tú has que venido a restaurar la paz y la justicia con tu sangre, con tus días, con tu piel. Eres Tú, corderillo de Dios, la luz que alumbra nuestros pasos, a Ti te confesamos lleno del Espíritu y el Hijo de Dios esperado desde siempre, y esperado ahora también por tantos hombres que anhelan la paz, el bien, la justicia. Ven, Jesús, llena nuestras vidas, sé salvación de nuestras horas y déjanos, si Tú quieres, que también nosotros podamos reconocerte en nuestra vida, alzar los ojos como Juan para verte en nuestras vidas y señalarte a los demás: “Ahí está, es Jesús, el que quita el pecado del mundo”.
Lecturas:

Is 49, 3. 5-6
Sal 39,2.4ab.7-8a.b-9.10
1 Co 1, 1-3
Jn 1, 29-34

8 de enero 2023 – Domingo: La Epifanía del Señor

13/1/2023

 
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                                        Bautismo de Jesús. Sieger Koder

“Este es mi Hijo amado, escuchadle”

Con la celebración del Bautismo del Señor culminamos el tiempo de la Navidad, tiempo en el que hemos contemplado al Hijo amado de Dios en la ternura de un Niño recién nacido, custodiado con inmensa ternura por sus Padres: San José y la Virgen María. Ellos tuvieron la experiencia asombrosa de escuchar las primeras palabras del predilecto. Ellos fueron los primeros que recibieron este mensaje del Padre: “¡Este es mi Hijo amado, escuchadle!”

¡Cómo no seguir el ejemplo de escucha en María y José, para atender a las palabras del Padre! Esta actitud de escucha en ambos, nos puede llevar con mayor asombro a
contemplar el acontecimiento del Bautismo del Señor en el Jordán.

Esta voz del Padre ya no llega a la humanidad por medio de un mensajero, sino que “La voz del Señor sobre las aguas, ha tronado” .Es su propia voz, su propio mensaje el que llega a los oídos de los que esperaban un nuevo bautismo; aquellos, reconocen sus culpas y quieren volver a Dios y empezar de nuevo,iban con un corazón quebrantado a recibir el bautismo de Juan y además del bautismo tuvieron la gracia de escuchar la voz del Padre sobre el Hijo y ver al Espíritu Santo que se cernía como una paloma sobre él.

Este pasaje de la vida de Jesús muestra a las dos personas de la Trinidad que custodian la vida del Hijo, que humilde entregará su vida por la Salvación de sus hermanos. Hoy podemos contemplar este icono de la Trinidad entre el cielo y la tierra; entre la hondura del agua en la que desciende Jesús y el cielo abierto sobre él, puente de comunión entre Dios y los hombres(1), por Él y a través de Él se nos han abierto las puertas de la vida para siempre. Este es el Hijo amado, el predilecto sobre el cual descansa el beneplácito de Dios.

En este tiempo ordinario que se avecina, muchas palabras de Jesús llegarán a nuestros oídos. Os invito a renovar la manera de escuchar al Hijo amado de Dios para experimentar una relación más profunda con Él; no escucharle con los oídos solamente, sino con los oídos del corazón.(2)

Escuchar a Dios es una gracia que hay que pedir y custodiar cuando se nos da. Y cuando vivamos esta experiencia de escucharle, recordemos que Dios ama al hombre y que por esta razón le dirige la palabra e inclina su oído para escucharlo.(3) él quiere que tengamos una relación cercana, auténtica de verdadero diálogo y profunda comunión con cada uno de sus Hijos. Escucha al Hijo y podrás escuchar al Padre y , no te preocupe cómo hacerlo porque el Espíritu Santo vendrá en tu ayuda.

(1) Benedicto XVI Jesús de Nazaret Cap.1 El bautismo de Jesús
(2) “Escuchar con los oídos del corazón” Papa Francisco mensaje para la 56ª Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales
(3) id.
Lecturas:

Is 42, 1-4. 6-7
Sal 28, 1b y2. 3ac-4. 3b y 9c-10
Hch 10, 34-38
Mt 3, 13-17

Solemnidad de Santa María Madre de Dios

31/12/2022

 
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 Adoración de los pastores. Lorenzo Lotto

El evangelio de hoy nos presenta a dos tipos de personas alrededor del Niño Dios, recién nacido en la carne: los pastores y María, su madre.

Los pastores son los primeros en acoger al Mesías en la tierra. Representan a los que Él ha venido a visitar y a redimir: a los más sencillos, más humildes, marginados por impuros en la sociedad judía. El evangelio de Lucas, evangelio de la misericordia, deja claro la predilección de Dios por ellos. Lo escondido a los sabios y entendidos se les revela a ellos. Los pastores reconocen el cumplimiento de las promesas en el nacimiento de Jesús. No piden más signos. Agradecen y alaban a Dios con corazón sencillo.

​María tiene otra actitud ante su Hijo. Ella custodia todo lo que ha oído en su corazón. Sabe que la encarnación encierra un misterio inabarcable. Su actitud es el asombro, la contemplación. María, la madre de Dios, es la única que desde el momento del alumbramiento, tiene ya experiencia de “lo traumático que viene después del asombroso nacimiento”. Ha vivido ya en su carne “la dolorosa interrupción, separación, distancia”. A partir de dar a luz, será modelo de custodiar a esta vida frágil, acompañar sus primeros pasos, proteger la vulnerabilidad con ternura… Y cuando se le confiará la misión de ser Madre de la Iglesia, madre nuestra, lo hará con todos nosotros.

​El nacimiento es cumplimiento. Ha llegado la plenitud de los tiempos (Gal 4, 4-7), pero es también inicio de un nuevo capítulo de la historia de la salvación que queda por escribir. ¡Cuántos nuevos nacimientos hemos de vivir hasta comprender lo que significa la adopción filial, nuestra filiación; hasta poder llamar a Dios de corazón “Abba, Padre”; vivir como hijos, confiados, sabernos custodiados; comprender que “tanto la esencia del cristianismo como la santidad cristiana o el discipulado, descansan en la Filiación”!

Para este nuevo año que marca el calendario civil, pedimos aprender de María la actitud de asombro, la aceptación de la dolorosa separación, la maternidad que custodia y protege cada vida frágil, pequeña, vulnerable. Aprenderemos a bendecir a todos los que el Señor nos permite acompañar, con la bendición veterotestamentaria (Núm 6, 22-27). Y el Señor nos concederá, según su promesa, la PAZ.
Lecturas:

Nm 6, 22-27
Sal 67:2-3, 5-6, 8 
Gal 4, 4-7
​Lc 2, 16-21
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    Mateo

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    ​4, 1-11
    4, 12-23
    5, 1-12a
    ​5, 13-16
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    11, 2-11
    17, 1-9
    24, 37-44
    27, 11-54

    28, 16-20

    Marcos

    1, 12-15
    1, 29-39
    ​
    ​1, 40-45
    ​
    4, 26-34
    5, 21-43
    6, 1-6
    6, 7-13
    6, 30-34

    7, 1-8a.14-15. 21-23
    8, 27-35
    9, 2-10
    9, 30-37
    12, 28-34
    12, 38-44

    13, 24-32
    14, 1-15,47
    14, 12-16. 22-26
    ​16, 15-20

    Lucas

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    ​2, 13-21
    2, 16-21

    3, 1-6
    3, 15-16. 21-22
    4, 1-13
    ​4, 21-30
    5, 1-11
    ​6, 17. 20-26
    ​6, 27-38
    ​6, 39-45
    9, 11b-17
    10, 38-42
    ​10, 25-37
    ​11, 1-13
    12, 13-21
    12, 32-48
    ​12, 49-53
    ​13, 22-30
    14, 25-33
    ​15, 1-10
    16, 10-13
    16-19-31
    ​17, 5-10
    17, 11-19

    18, 1-8
    18, 9-14
    19, 1-10
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    21, 25-28.34-36
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    Juan
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    ​
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    8, 1-11
    ​9, 1-41
    10, 1-10
    10, 27-30
    ​​12, 20-33 
    ​13,31-33a. 34-35
    ​
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