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XXVI Domingo del tiempo ordinario

25/9/2021

 

"...Porque no es de los nuestros”

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Michael Dudash | Fishers of Men

Mc 9, 38-43.
​45. 47-48  ​

Comentado por una hermana
evangelio
En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús:
«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros».
Jesús respondió:
«No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.
Y el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la “gehenna”, al fuego que no se apaga.
Y, si tu pie te hace pecar, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la “gehenna.”
Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la “gehenna”, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga».



COMENTARIO
La escena presentada por el libro de los Número es un paralelo tan  evidente que resulta inevitable comentar el Evangelio haciendo  referencia a esta primera lectura.  

En la escena de los Números nos encontramos con que Dios derrama  el espíritu sobre 70 ancianos, sobre una multitud de hombres del  pueblo. El espíritu ya no es, como hubiera parecido, algo exclusivo de  Moisés. Pero no solo eso, sino que sorprendentemente el espíritu se ha  posado también sobre otros dos, que habían faltado al encuentro en la  tienda. Esto es algo interesante: estos dos habían faltado  culpablemente a la reunión en la tienda, no asistieron a lo que debían.  Sin embargo, el espíritu de Dios no los despreció por su falta, no les olvidó sino que supo dónde estaba su corazón y, allí donde estaban, en  la intimidad de la que no querían salir, les encontró.  

Dios se nos muestra así en este texto como el que da su espíritu generosamente, no sobre una sola persona o un selecto grupo, sino  abundantemente. Excediendo los propios criterios de la comunidad, los  prejuicios sobre dónde debía posarse el espíritu de Dios. Dios se nos  revela como aquel que se derrama en bien del hombre. Dios es el que  nos busca, hasta ser excesivo, para entrar en diálogo con nosotros, para  que el hombre sepa de Él y pueda hablar de Él. Como tantas veces lo  podemos reconocer en nuestra vida cotidiana no es un mezquino, no es  un huraño que tuviera miedo de perder al dar generosamente. Es más,  podríamos decir que Dios es, como si fuera un nombre suyo, “El que da”,  Dios es “El que se da”. Esta es la inmensa gratuidad de Dios que tantas  veces en nuestra vida ha roto nuestra manera lógica de pensar. Frente  a lo que nosotros pensamos que debe ser, frente a lo que pensamos  que merecemos o que los demás merecen, Dios aparece con ese rostro, en nuestros quehaceres cotidianos. “Tú eres, Señor, el que das”, con  largueza, con exceso, con generosidad, vida abundante. Me recuerda a  lo que hace poco un chico nos comentaba a la comunidad: “Yo,  buscando a Dios era un sediento, y le pedí un vaso de agua, pero me  encontré una fuente”. Este eres tú Señor, la fuente de los sedientos, el  Espíritu que nos busca para hablar, aun cuando nosotros hayamos faltado a la cita, aun sobre aquellos que nosotros creemos que no  pueden hablar en tu nombre. 

En cambio, si así se nos revela Dios en el texto de los Números, en el  Evangelio se contrasta con la actitud de los discípulos, que algunas  veces se parecen a las nuestras. “Hemos visto a uno que profetiza en tu  nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de los nuestros”, le dice  el discípulo Juan a Jesús. Aparece en ellos el deseo de guardar en  exclusiva el mensaje y la obra de Jesús. Con una expresión elocuente:  “porque no es de los nuestros”, como si la preocupación por el grupo  fuera mayor que la alegría porque su nombre, el nombre de Jesús,  fuera conocido y actuara más allá de los límites de su grupo. Jesús, sin  embargo, responde conforme a la acción de Dios de la primera lectura:  “No se lo impidáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre  puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está  a favor nuestro”. 

Dios da con largueza y nosotros, en cambio, muchas veces nos sentimos molestos con el bien de los demás, o somos incapaces de ver o de  alegrarnos por la obra que Dios hace en otros. Danos Señor tu espíritu, entra en nosotros y desbórdanos, así, como tú  haces, sin considerar nuestros pequeños esquemas. No dejes que me  pierda tu voz que me habla en los demás, también en los que no me  espero. No dejes Señor que piense que tu Espíritu me pertenece,  porque estoy en la Iglesia, porque soy cristiana, porque soy consagrada,  porque estoy en mi sitio en el mundo. No dejes Señor que cuando hable  o cuando escuche piense que ya lo sé todo, que conocí tu verdad, como  si tu verdad fuera tan pequeña que yo la pudiera aprehender, no dejes Señor, que escuche a los demás con condescendencia, escondiendo mi  orgullo, sino danos un corazón limpio para que no perdamos ni una  palabra que Tú nos des en los más humildes, o en los que tenemos por  alejados. 

En los versículos siguientes Jesús habla del peligro de escandalizar a los  pequeños y del valor real del pecado. Al escucharlo entiendo que hay  dos extremos que debemos evitar: uno el de tomarlas al pie de la letra  y otro el de despreciar su sentido. Jesús sacude hoy nuestra conciencia  para que consideremos el peso real de nuestra libertad, el significado y  las consecuencias de nuestros actos. Que su espíritu entre en nuestro  corazón para que sea el Evangelio el que nos dé la medida de nuestros  actos. 
​

Y antes de terminar pensamos, Señor, en ese del que habla el Evangelio,  en ese galileo que expulsaba los demonios en tu nombre, aunque no  caminaba en tu grupo. ¿Quién era ese?, ¿qué había visto en ti o qué le  habían dicho de ti para, sin saber más, sin ni siquiera seguirte, pensar  que bastaba tu nombre para arrojar el mal? Aunque tú no estuvieras  tan presente, aunque no supiera mucho de ti, bastaba tu nombre para  traer la vida. Así ocurre en la mía también. Yo no lo sé todo de ti, Señor,  porque tu espíritu abarca más de lo que puedo saber, porque tu verdad  me excede, pero sé, como como este hombre de Galilea, que de Ti nos  viene el bien, de Ti esperamos la vida. Yo no lo sé todo, Señor, pero sé  que de Ti espero la salvación.

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