evangelio
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos». sobre la imagen
COMENTARIO
El Milagro de una liberación más profunda Todos los milagros son signos, gestos liberadores de Jesús que anuncian la llegada del Reino de Dios. Pero, la curación del sordomudo lo es de forma especial. La persona enferma estaba sorda y tartamuda. Es decir que tenía problemas de comunicación. El relato está cargado de simbolismo. Cada gesto de Jesús vale la pena analizarlo con lupa. Primer paso: Jesús llevó aparte al sordo tartamudo; lo separó del gentío, tal vez de algún ambiente hostil en el que se encontraba. Mucha gente vive en ambientes hostiles donde recibe estímulos negativos: maltratos de palabra y de obra, desatención, marginalidad, etc. Estos ambientes les impiden vivir plenamente. Jesús quiso aplicarle un tratamiento especial, dedicarse por entero a él y consagrar en él su atención. De esta forma surgió un ambiente en la que el sordo tartamudo pudo ser sanado. Luego metió sus dedos en los oídos. Este es un gesto de ternura. Con mucha frecuencia no queremos oír porque las palabras que escuchamos nos molestan (críticas, rechazos, gritos) y entonces cerramos los oídos como un mecanismo de defensa, porque queremos conservar nuestra tranquilidad. Es posible que oigamos, pero no escuchamos, como dice el refrán: “a palabras necias, oídos sordos”. Meter los dedos en los oídos significa querer entrar en comunión con él hasta sanarlo, liberarlo. Después le toca la lengua con saliva. Este es un gesto de amor, de intimidad y de preocupación por el otro. Como el gesto que puede tener una madre que limpia con saliva la suciedad que tiene su hijo después de una caída, y le acaricia los rasguños con saliva para que se rebaje el golpe. Aquí Jesús crea un ambiente de amor, de ternura y de confianza, para que el tartamudo pueda hablar, sin el temor a que alguien se burle de él y sin el miedo a que alguien lo regañe porque habló lo que no debía y donde no debía. De esta manera le abrió el espacio para que se manifestara tal como era, ya que, al hablar, en el fondo siempre nos expresamos a nosotros mismos. Seguidamente Jesús elevó los ojos al cielo. Es decir, entró en comunicación con el Padre, fuente de vida, que se comunica con el ser humano para salvarlo. Quiso abrir el cielo para este hombre enfermo y presentarle el amor sanador de Dios. Cuando nos comunicamos simultáneamente con Dios y con los hermanos, convertimos nuestras palabras en palabras de vida. De esta manera nuestras palabras no son simplemente portadoras de información, sino que están fundamentadas en la misma Palabra de Dios y comunican su amor y su salvación. Luego suspiró. Es decir, le abrió el corazón y le dio entrada en su propio interior. Así, el enfermo dejó de ser un extraño a quien se le podría prestar una ayuda y pasó a ser parte de su misma vida. Pudo sentir con él, identificarse con su dolor y comprender por qué no quería comunicarse. En ese momento ya podía oír porque en las palabras de los demás no sentía odio y hostilidad, rechazo o reprensión, sino amor y amistad. También podía hablar porque no había ninguna cadena de temor que sujetara su lengua. No se encontraba ya bajo la exigencia de tener que hablar perfectamente, bajo la presión de delatarse a sí mismo o de imponerse al otro. Había surgido una atmósfera de confianza y amor. Entonces fue cuando pudo soltar la lengua y ser capaz de hablar correctamente en sus palabras y expresarse así mismo. Fue entonces cuando dejó que otros se acercaran a él y entraran en comunión con su persona. Necesitamos hacer vida estos procesos a nivel personal, familiar y comunitario. Tener momentos a solas con Jesús para que él nos toque los oídos con sus dedos, escuchemos su voz en el vivir cotidiano y en su Palabra siempre viva y dinámica. Permitamos que toque nuestra lengua, que nos abra el cielo, nos guarde en su propio corazón y que su Espíritu inunde todo nuestro ser. De esta manera nos abriremos a los demás, nos comunicaremos con libertad de espíritu y crearemos entre nosotros comunidades de comunión y participación. Necesitamos crear el ambiente propicio para que las personas hablen sin el temor de ser juzgadas ni clasificadas. Un ambiente en el que las lenguas se suelten y las personas encuentren su valor para expresarse. Necesitamos hablar de tal manera que no nos ocultemos detrás de las palabras, sino que nos expresemos a nosotros mismos. Hablar de tal manera que por medio de nuestras palabras abramos un cielo para los demás y que Dios hable por medio nuestro. Que por medio de nuestros oídos, escuchemos a los demás de tal modo que ahí descubramos las palabras, las necesidades y los anhelos de Dios. Pidámoselo juntos al Señor esta semana, dejémonos tocar no sólo el oído y la palabra, sino sobre todo el corazón. Los comentarios están cerrados.
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