"Que os améis unos a otros como yo os he amado"El breve texto del Evangelio de Juan de este domingo nos hace dirigir los ojos hacia el interior de la comunidad cristiana para preguntarnos por dos cuestiones que son clave: su identidad y su estilo de vida. Todo parece girar en torno a estas dos preguntas. La primera: ¿Quiénes somos los cristianos y en qué nos distinguimos de los demás hombres? Y la segunda: ¿Cuál es el estilo de vida de nuestra comunidad y cómo vivimos nuestras relaciones?
Ambas preguntas están íntimamente relacionadas, ya que nuestra vida comunitaria se encuentra insertada en la gran comunidad humana, por tanto, la segunda pregunta es sólo una forma concreta de responder a la primera. ¿En qué radica la originalidad del cristianismo y cuál debe de ser la verdadera identidad del cristiano dentro del gran elenco de religiones, culturas e ideologías que existen? Ya conocemos la respuesta de Jesús: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros.» El mandamiento del amor constituye en realidad la esencia de la antigua Ley y era conocido y practicado desde antiguo. Sin embargo, Jesús lo llama ahora «nuevo». ¿Por qué? ¿Dónde está su novedad? Con la muerte y resurrección de Cristo se ha inaugurado una nueva etapa de la humanidad: el reencuentro de todos los hombres en el amor de Cristo. Caen las barreras de la raza y las diferencias sociales; caen los ritos cultuales antiguos; cae el templo y su sacerdocio. En su lugar se inaugura el único culto del Amor: Dios manifiesta totalmente su amor a los hombres y éstos también lo manifiestan en el servicio a sus hermanos. Jesús no habla del amor así, sin más. Habla de «amar como yo os he amado», es decir, amar hasta el extremo, hasta la muerte por el otro. Que los hombres se amen no es una novedad. Pero que se consagre toda la vida al servicio exclusivo de la comunidad hasta la muerte de uno mismo, sigue siendo tal novedad que, para Jesús, es el único rasgo definitivo por el cual se puede reconocer a un discípulo como discípulo verdaderamente suyo. Y eso es novedad, porque no se reconoce a alguien como cristiano por el nacimiento en una familia cristiana o por el bautismo, por la misa o por recitar el credo, por un acto piadoso o por el conocimiento de la ley de las normas eclesiásticas. Sólo por el Amor. Recordemos que, en la Biblia, y particularmente en el Evangelio de Juan, la palabra «amor» tiene un significado muy especial: es la propia vida de Dios en cuanto que se manifiesta a los hombres. No nace de la pura simpatía o de las buenas relaciones. Y por eso, es más fuerte que la antipatía o que las malas relaciones. No es sólo amar al prójimo, al que está cerca de nosotros, sino que es hacerse prójimo del otro, entrar en comunión con cada hombre y sólo porque es hombre, sin tener en cuenta otras formas de catalogar totalmente circunstanciales como son el color, la raza, el dinero o la posición social. Y Jesús concibe el amor como un servicio a la comunidad, un hacerse servidores de los hombres. Él que se hizo servidor dando su vida en la cruz. Es ésa la actitud fundamental de Jesús y de sus discípulos; y por tanto son los pasos por los que debemos seguir caminando toda comunidad cristiana en medio del mundo. Lo que para la mentalidad común era un signo de vergüenza -servir a otro-, para el cristiano es signo de libertad y de «prestigio». No hay mayor gloria que hacerse servidor, porque se ama, porque se elige el camino que nos transforma en verdaderas personas, y que hace que también que el otro se sienta persona. Es el amor lo que engendra a la comunidad y lo que la alimenta. El amor manifiesta día a día la presencia de Dios en el mundo; por eso, una comunidad servicial es el templo viviente de Dios; es su casa y su morada. Y desde ese amor, tan divino como humano, tan espiritual como concreto, tan interior como sensible, deben leerse los demás signos cristianos. Ni la cruz ni la eucaristía tienen sentido si no son expresión de este amor. Y una Iglesia sin amor es simplemente un cuerpo muerto, sin vida. El domingo pasado hablábamos de interiorizar nuestra relación con Jesucristo. Hoy podemos ver que sólo el amor produce esa interiorización. El amor constituye la verdadera ideología del cristianismo, el punto de vista desde donde todo puede tener valor o puede no servir para nada. El amor tiene que encontrar formas concretas en la misma vida y organización de la comunidad. Y cada comunidad debe encontrar ese estilo peculiar que le confiere su identidad en medio del mundo que le toca vivir. Santa Teresita, en su sencillez y confianza de niña, afirma en sus escritos recogidos en el libro “Historia de un Alma”: “Yo sé, Señor, que tú no mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección. Tú sabes bien que yo nunca podré amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en mí. Y porque querías concederme esta gracia, por eso diste un mandamiento nuevo… ¡Y cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que tu voluntad es amar tú en mí a todos los que me mandas amar…! Con la mirada y la confianza puesta en Dios, pidamos juntas al Señor hermanas, que nos ayude cada día a vivir y amar como Él nos ama.
Carmen Rodriguez
15/5/2022 10:55:05
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