Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos». COMENTARIO
Queridas hermanas: En el V Domingo de Pascua, nos encontramos con este precioso evangelio de San Juan, donde Jesús nos anuncia uno de sus nombres : “Yo soy la vid verdadera”, dice; “Si permanecéis en mi amor, daréis fruto abundante” (Jn15.1.5a) San Agustín, nuestro Padre, comentando este evangelio dice que efectivamente Jesús habla de sí mismo: “Yo soy la vid” y habla también de sus discípulos: “Y vosotros sois los sarmientos”. después Agustín añade: “Ellos en Él no de ese modo como Él en ellos. Pues bien, una y otra cosa aprovechan no a Él, sino a ellos. Los sarmientos están en la vid de forma que no son útiles a la vid, sino que de ahí reciben con qué vivan. De hecho, la vid está en los sarmientos de forma que les suministra el vital alimento, no de forma que lo tome de ellos. Y, por eso, una y otra cosa, tener a Cristo que permanece en ellos y permanecer en Cristo, aprovecha a los discípulos, no a Cristo, porque, cortado un sarmiento, otro puede retoñar de la raíz viva; en cambio, el que ha sido cortado no puede vivir sin la raíz. (San Agustín, Tratados sobre el evangelio de San Juan, 36-124.) He aquí la fuerza y la verdad de las palabras de Cristo: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5b). Por ello, este permaneced en mi amor, es una imagen poderosa, es la imagen de un pueblo que está unido a su raíz, a su Señor. (Madre Prado. Charla "Permaneced en mi amor", Semana de Oración por la unidad de los cristianos) Además, es una imagen real en cuanto que es identitaria, no evoca solamente una estampa bucólica del campo, sino que posee también connotaciones de rivalidad y enfrentamiento. El judaísmo tenía como emblema del templo una inmensa vid de oro que fue uno de sus símbolos más conocidos. En este contexto, Jesucristo como la vid verdadera, se halla en relación de oposición y superación a esta representación descrita en el Antiguo Testamento. Por ello decimos que es una imagen poderosa y de enfrentamiento, porque Jesús anuncia al judaísmo que Él es la VERDADERA VID, que Él es el templo sagrado y lo ha repetido en varias ocasiones. Recordemos así otro pasaje de Juan cuando el Evangelista apunta diciendo: “Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,21). Que sería entregado y resucitaría al tercer día ¡He aquí el fruto abundante que la vid nos ha prometido! ¡Esta Resucitaría al tercer día! Otras vides no han sido fructíferas ni eficaces; en cambio, esta VID VERDADERA, la que le pertenece al Padre, al labrador, al dueño de la vida, es la que ha resucitado, la que ha sufrido la poda para dar fruto abundante. En esta tarde en la que iniciamos el día de su resurrección os invito a contemplar esta vid verdadera. Recordad que la imagen que tenéis en vuestras manos nos acompañó en la oración por la unidad de los cristianos. Este icono de la vid nos recuerda que permanecer es morar y a su vez, morar es conocer quién es Él. Emprende una relación íntima con la vid y con el labrador. “ Esta es la vida eterna: Que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn 17, 3) Jesús es la vid, todos los discípulos le miran, y a su vez, Jesús nos mira, te mira. Por ello, permanecer es mirarle a Él y gracias a que le miramos, permanecemos. ¿Recuerdas lo que le pasó a Pedro cuándo se lanzó al mar en medio de la tormenta y caminando sobre las aguas se dirigió hacia Jesús? ¡Cuántas veces nos han indicado que Pedro tuvo miedo, porque notando la fuerza del viento de aquella tormenta, se dio cuenta que caminaba sobre el mar y prestó más atención a la tormenta que a quién le decía ¡Ven! “Hombre de poca fe”, le dijo Jesús y sin dejar de tenderle la mano ni de mirarle, provocó en Pedro una confesión: “En verdad, tú eres el Hijo de Dios” (Mt. 14,32) Hoy es el día para reconocerle como nuestra vid verdadera, confesar unidas a Él, que sin Él no podemos hacer nada y que deseamos que muchos más sarmientos crezcan en torno a Él, permaneciendo todos en su amor para dar mucho fruto en abundancia. Los comentarios están cerrados.
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