Santa Trinidad - Parroquia San Benito Menni, Madrid | Hna. Francis, o.s.a. evangelio
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les habla indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». COMENTARIO
Queridas hermanas, Entramos en la plenitud de la revelación gracias al don de la Pascua de la que vivimos y que acabamos de celebrar. Somos hijas de los tiempos definitivos y, por eso, en estos domingos siguientes al cierre del ciclo pascual celebramos litúrgicamente los misterios centrales de nuestra fe que son fruto y don de la Pascua, que no termina, sino que nos ha introducido en el tiempo definitivo, la vida de Dios y con Dios. La Pascua es el espacio, el ambiente, el oxígeno en el que vivimos los cristianos. Por esta luz, por este don, por la plenitud del amor de Dios dada a nuestros corazones hemos llegado a conocer, es decir, tener relación, intimidad, amistad con Dios y así saborear, gozar, reconocer quién es, cómo es. Todo esto es posible gracias a la relación abierta y plena que en Jesús se ha establecido para siempre entre la vida de Dios y los hombres. Por el don del Espíritu entramos en relación de amistad, de comunión, de intimidad con Dios que es relación de Personas, es Amor. El Espíritu Santo nos introduce en la vida de Cristo, no solo le actualiza y nos hace contemporáneas con Él sino que nos permite entrar en amistad con Él, teniendo una relación de tú a tú, de corazón a Corazón. Jesucristo, en esta relación de comunión, nos revela, nos cuenta, nos habla del Padre, nos conduce hacia Él. Si el Espíritu nos lleva a Cristo, el Hijo, Él nos lleva al Padre, revelándonos que somos verdaderas hijas en el Hijo. Así, somos introducidas en la vida trinitaria: el Espíritu que es el Dios en nosotros, nos pone en contacto con Cristo, el Dios con nosotros (“Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” Mt 28,20). El nos conduce hacia el seno del Padre, el Dios para nosotros, el Dios vertido sobre sus hijas, sobre su obra, el Padre. El Espíritu es el Amor de Dios dado, derrochado sobre nosotras, que se pierde, se gasta, se esconde para llevarnos al Hijo, a Jesucristo. El Espíritu no retiene nada para Sí, es total donación, Él nos enseña a decir “Jesús es el Señor”. El Hijo es el amado, es la gracia, es acogida total, recepción total. Vive recibiendo el amor del Padre. En Él aprendemos nuestra actitud ante el Padre: acogida plena, receptividad, dejarnos hacer. Con el Hijo reconocemos que el Origen de nuestra vida, de todo ser es una fuente inagotable de amor, el Padre, que es el Amante, el Principio, la Fuente, la Casa siempre abierta de la que partimos y a la que vamos, a pesar de todas nuestras pérdidas. Amante, Amado y Amor mismo, esta imagen trinitaria tan querida por san Agustín, nos desvela algo del Misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amor que da vida, Amor que recibe la vida, Amor que se da más allá, que es fecundidad de esta relación, que es la comunión perfecta de esta relación. Somos llamadas a vivir de esta comunión, entremos en ella, habitemos en ella, que nuestra vida personal y comunitaria esté envuelta en este amor: donación, acogida, comunión. Quisiera terminar con la parte final de la oración de santa Isabel de la Trinidad: “¡Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios!, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero hacerme dócil a tus enseñanzas, para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y morar en tu inmensa luz. ¡Oh, Astro mío querido!, fascíname para que no pueda ya salir de tu esplendor. ¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de Amor, «desciende sobre mí» para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo. Que yo sea para El una humanidad suplementaria en la que renueve todo su Misterio. Y Tú, ¡oh Padre Eterno!, inclínate sobre esta pequeña criatura tuya, «cúbrela con tu sombra», no veas en ella sino a tu Hijo Predilecto en quien has puesto todas tus complacencias. ¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Ti como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas” Elevación a la Trinidad, de Santa Isabel de la Trinidad. Los comentarios están cerrados.
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TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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