Celebramos el IV Domingo de Cuaresma, tradicionalmente llamado “domingo Laetare”.
La cercanía de la Pascua nos hace gustar anticipadamente la alegría del encuentro con Cristo resucitado y se nos invita a alegrarnos en el Señor, dentro de este tiempo penitencial que vivimos, es una invitación a cantar con toda la Iglesia: “Alegraos Jerusalén, gozad y alegraos vosotros, que por ella estabais tristes” (Is 66, 10) En el Evangelio de hoy, el encuentro de Jesús con Nicodemo, se nos revela y contiene uno de los versículos más centrales de nuestra fe, todo el AT y toda la obra de Jesús se resumen en él: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16) “Tanto amó”, ese “tanto” es la medida sin medida de Dios, es la lógica divina que desmonta todas nuestros esquemas humanos. Es el exceso de Dios. Dios nos ama de un modo que podríamos llamar “obstinato”, con inagotable ternura. A la luz de tanto amor y tanta misericordia entendemos mejor la gravedad de nuestros pecados, infidelidades e ingratitudes que nos conducen a la muerte y nos alejan de Dios, así como al pueblo de Israel los condujo al destierro, como nos narra la primera lectura en el libro de las Crónicas. La caída de Jerusalén, la destrucción del templo y la abolición de la dinastía davídica han entrado a formar parte del designio de Dios. Ya Jeremías y el Levítico las habían previsto. Sin embargo Dios tiene un plan de misericordia. Ante la rebeldía del pueblo de Israel, Dios suscitará un pagano, Ciro, rey de Persia, para liberar a Israel y reconstruir el Templo de Jerusalén. Podemos pensar también en esta lógica divina que, de modo similar, hizo nacer la Iglesia universal, compuesta de paganos y gentiles, frente al pueblo judío, a la Sinagoga, a los Sumos Sacerdotes. Dios demuestra que no tiene límites, que su amor no hace acepción de personas, y que su salvación es para todo el que mire al crucificado y crea en Él, como nos recuerda el evangelio de hoy. Contemplamos hoy el anuncio de la “elevación” de Jesús en la cruz, "esta elevación será una glorificación del Padre, será la redención del hombre, su manifestación es el renacimiento del hombre.” (P. Marko Ivan Rupnik, SJ) El punto de reflexión no es la muerte, sino la vida en Él. Jesús elevado atraerá a todos hacia sí, será dador de vida para todos los que crean en él,“exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Hch 2,33). La entrega del Hijo revela el Amor loco de Dios, amor desinteresado, volcado sobre los que ama, perdido en los otros. La cruz es la revelación del Amor que une al Padre y al Hijo donde el Espíritu del Creador es entregado a la criatura, es un amor abierto, accesible para el hombre, con un poder de atracción que nos urge, nos invita, nos espera. La omnipotencia de Dios se muestra en su omnidebilidad. “He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera” (Is 52, 13). El exceso del Amor de Dios no se conforma con entregar a su Hijo amado por cada uno de nosotros, sino que lo hace pecado por nosotros, lo eleva en cruz y despliega su poder redentor que toma todo el mal y lo transforma en bien, para regeneración de la humanidad, de la creación, en una donación absoluta de su corazón de Padre. Así, como la serpiente fue imagen de sanación y antídoto para todos los israelitas que acompañaban a Moisés en el desierto, también Jesús nos cura, nos restaura, nos atrae de nuevo hacia Él, porque hemos sido creados por Él y para Él. En palabras de Nicolás Cabasillas: “El amor que Dios tiene a los hombres le anonadó. No se contentó con llamar al siervo a quien amaba a que viniera a sí, quedándose él en su cielo, sino que saliendo de sí, vino a buscarle en persona. Saliendo de sí, viene a decirle cuánto le ama. Y en retorno de este amor solo le pide que le ame. Nada deja por hacer a fin de manifestar su amor. Soporta los sufrimientos y se abraza con la muerte.” Hoy se nos invita a tener una memoria agradecida, alegre, confiada. Traer al corazón, a la mente, este amor de Dios que nos hace hijos en el Hijo. No solo amar sino sobretodo ser amado es propio de la vida de Dios. “Para ver el acontecimiento del reino de Dios, hay que tener la vida de Dios,...,participar en la vida de Dios quiere decir tener la xperiencia de la salvación". (P. Marco Ivan Rupnik) Dios no es solo fuente del amor, sino objeto del amor, receptividad del amor, acogida del amor. Podemos repetir las palabras de San Pablo: “por el gran amor con que nos amó, estando muertos... nos ha hecho revivir con Cristo” y esta vida nueva, esta regeneración humana llevada a cabo por su entrega y sacrifico en la cruz, nos da una nueva identidad como hijos de Dios, "somos obra suya, Dios nos ha creado en Cristo Jesús,... por la inmensa riqueza de su gracia, mediante su bondad infinita con nosotros.” (cf. Ef 2, 4-10) En este domingo de la alegría celebramos con gozo que Jesucristo es el centro de nuestra fe, la Verdad que se nos revela como fuente de luz, la Vida que se manifiesta en los gestos cotidianos, el Camino que nos hace hermanos e hijos en Él. Caminamos en la certeza de su mirada, y nosotros, mirándole en la cruz renovamos nuestra confesión de fe: Creo en ti, Señor, espero en ti, te adoro y te amo. Finalmente, esta semana celebraremos también la festividad de San José. En este año dedicado al “custodio del redentor” nos confiamos a su presencia amiga y le recordamos como “un padre amado, tierno y obediente; que acoge la voluntad de Dios y del prójimo; valiente y creativo, un ejemplo de amor a la Iglesia y a los pobres; un padre que enseña el valor, la dignidad y la alegría del trabajo; también un padre a la sombra, «descentrado» a favor de María y Jesús.” (Papa Francisco) Invocamos con fe su intercesión y amistad. Los comentarios están cerrados.
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