Todos somos templos del Dios vivo y estamos llamados a vaciar de otros intereses nuestro culto a Dios.
Este pasaje evangélico que nos propone la Iglesia en este tercer domingo de Cuaresma nos sitúa en nuestra subida a Jerusalén y pretende orientar nuestros pasos en el camino hacia la Pascua, inmersos en esta crisis mundial causada por la pandemia. El tema central que trata es el templo. Si recordamos la primera referencia a la relación que tuvo Jesús con el templo, tras el episodio de la presentación, vemos cómo a los doce años adopta una conducta de aparente desobediencia a José y a María, por empezar a “ocuparse de las cosas de su Padre” (Lc 2, 49). Si nos remontamos a la experiencia del Pueblo de Israel y la revelación de Dios a través del éxodo, el templo será el lugar teofánico por excelencia, que inicia su recorrido histórico con el signo material más claro de esta presencia de Dios, que guía los pasos del pueblo elegido hacia Jerusalén: las tablas de la ley transportadas en el arca de la alianza. Y posteriormente, esta presencia encontrará una morada más estable con la construcción de un templo majestuoso en tiempos de Salomón. La imagen del templo en el Nuevo Testamento surge con la Encarnación en el mismo vientre de María, arca de la nueva alianza, en la que ya no serán las tablas de la ley escritas en piedra, sino el mismo Verbo de Dios, la Palabra hecha carne, quien ponga su tienda entre nosotros. De este misterio brota la doble referencia, en nuestro pasaje, al templo hecho de piedra, por un lado, y al nuevo templo, por otro, que es el cuerpo de Cristo. La gran enseñanza de Jesús que clarifica el verdadero sentido del templo se concentra en su diálogo con la samaritana, que expresa la verdad profunda de esta presencia de Dios en la historia y de su inmersión en la vida humana: “los verdaderos adoradores lo harán en espíritu y verdad” (Jn 4, 23). La afirmación con la que concluye el libro del Éxodo: “la gloria de Dios llenaba el templo” (Ex 40, 34), esconde una verdad profunda que se convierte en exigencia de vida: todos somos templos del Dios vivo y estamos llamados a vaciar de otros intereses nuestro culto a Dios, a cambiar el corazón para que la fe se exprese en la vida como una única realidad, una única verdad: Él ha venido a habitar en la brevedad de nuestro mundo para que nosotros aprendamos a morar en Él para siempre por medio del Amor. Jesús advierte a sus oyentes del peligro de reducir la fe en Dios a una práctica legalista o a un culto meramente externo y vacío. Y recrimina la pretensión de encerrar, dentro de los muros de un templo construido por manos humanas, la acción de Dios en la historia y su presencia en la Iglesia. Por tanto, el eje central de este fragmento que meditamos hoy es la palabra que Jesús dice al Padre revelando así su íntima relación con Él: “el celo de tu casa me devora” (Jn 2, 17). Lo absolutamente peculiar de este pasaje no es la imagen de un Jesús violento con el látigo en la mano, volcando las mesas de los cambistas. Esta acción aparentemente desmedida, como sacada de contexto del mesianismo de un Jesús, manso y humilde, sin embargo, es motivada por el fuego de amor que llena su humanidad ofrecida al Padre por la salvación de los hombres. La respuesta de Jesús a los judíos, lejos de ser un escándalo, revela que usar el templo con un fin para el que no ha sido construido equivale a robarle su sentido viviendo en la falsedad y desvirtuando su valor. Además, responde con un doble sentido, porque destruir el templo hecho por manos humanas es algo que ocurrirá debido a la temporalidad de este mundo. De este modo, dejando de lado este significado de la pregunta de los judíos, alude al templo de su cuerpo, instruyéndoles acerca de la resurrección y, además, les habla de la dignidad de todo ser humano hecho a su imagen y semejanza, que debe ser respetada y no puede ser alienada, precedida por otros intereses. Sea así la Palabra de Dios proclamada hoy en nuestros templos, dejando que resuene en el templo interior que es cada cristiano el eco de su voz, para salir al mundo y actuar como Jesús, si es necesario, con el látigo del amor que expulse de nuestra vida todo aquello que no respeta la verdad de la dignidad humana, que vuelca las mesas de nuestras acostumbradas comodidades, indiferencias y mentiras, para sacar de nosotros una coherencia de vida con lo que somos, hijos de Dios Padre, templos del Espíritu Santo, hermanos de todos los hombres. Los comentarios están cerrados.
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TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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Marzo 2024
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