Jesús comienza la predicación de su Reino con un gran mensaje centrado en el gran anhelo que tiene toda la humanidad: LA FELICIDAD. Este es un deseo fundamental que se haya en todo hombre. Pero la felicidad que anuncia y promete Jesús no la coloca en el poseer, en el dominar, en el triunfar, en el gozar; sino en la experiencia personal de amar y ser amado.
¿Quiénes son los realmente felices? Jeremías nos dice en la primera lectura: “bendito quién confía en el Señor”. El salmo refuerza esta misma idea: “dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni se sienta en reunión con los cínicos”. Para Jesús, los dichosos, los bienaventurados son: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los perseguidos. En definitiva, los que, no teniendo donde agarrarse y confían verdaderamente sólo en el Señor. Esos son los dichosos. Esos son el árbol que sobrevive a los desastres porque, como dice Jeremías, están arraigados en el Señor. Todos esos, en su pobreza, son dichosos porque conociendo sus limitaciones, pueden luchar para superarlas; por el contrario, los ricos, los hartos, los que siempre reciben alabanzas, son, en realidad, unos desgraciados, porque creen que ya lo tienen todo; pero en el fondo cuando sobrevienen las dificultades se dan cuenta de que no tienen nada firme que les sostenga en la vida. Confiando en sí mismos son como el árbol en el desierto, al que, a pesar de tener mucho espacio, le falta lo importante: el agua, el Señor. En todas estas bienaventuranzas que va relatando Jesús, la felicidad está en querer a Dios y ser queridos por él. Jesús nos quiere lanzar a vivir una plenitud que está lejos de los ideales de este mundo. Este amor de Dios no consistirá en la abundancia, ni en el triunfo, ni en la gloria, sino que se descubrirá en la pobreza, en el hambre y en la persecución. Es una locura evangélica que produce el desprendimiento, el compartir, el estar pendiente del otro. Es el verdadero camino de la felicidad ¡Dichoso tú, yo y el otro! Lucas presenta la contrapartida de las bienaventuranzas terminando con las malaventuranzas. Nos hemos quedado con las de Mateo y las hemos dulcificado dejando a un lado la versión de Lucas. En el fondo, si somos sinceros, tenemos que reconocer que nos cuesta escucharlas porque nos resultan duras. Es como el aguijón que se introduce en nuestro ser y remueve nuestras conciencias. Y es que las bienaventuranzas de Jesús distan mucho de ser una bella historia sentimental y dulce. No son una especie de prólogo brillante y literario del sermón de la montaña. Son el punto central de su mensaje. Son ocho fórmulas (en Mateo) o cuatro (en Lucas), que resumen todo el nuevo espíritu que se anuncia; son la apuesta del hombre entre dos caminos. La apuesta es radical, y sin intermedios: o la bienaventuranza o bien ¡ay de vosotros…! Si comprendemos la novedad que el mensaje de Jesús quiere traer a nuestra vida, seremos capaces de situarnos en la vida con otra mirada. Para Jesús es una actitud de vida: la vida es el objetivo de sus bienaventuranzas no hay otro camino por el que avanzar. Pero si nos preocupamos de nosotros mismos el camino se hace difícil. Sólo hay dos alternativas, o emprendemos el camino de la felicidad o lo dejamos, eso depende de nosotros y de nuestra libertad. Jesús es el primer “bienaventurado”. Las bienaventuranzas son el retrato de su vida. Ajustar la vida a las bienaventuranzas es seguir a Jesús, comprometerse con su persona y su causa; asumir su proyecto de salvación y felicidad. En la medida que lo hagamos podemos alegrarnos y saltar de gozo ya en este día, adelantando la felicidad que será plena en el cielo. Convirtamos juntos esta pequeña reflexión en una sencilla plegaria que pida al Señor que nos ayude a avanzar por el Camino de las Bienaventuranzas, que Él nos haga descubrir lo que más necesitamos, y nos mantenga los ojos y el corazón bien abiertos para seguir caminando junto a Él por este camino que conduce a la VIDA.
Gloria
20/2/2022 07:21:34
Jesús aquí no usa paradojas, ni giros de palabras. Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Esta es la novedad cristiana. Es la diferencia cristiana. Rezar y amar. El Señor nos pide la valentía de un amor sin cálculos. ¡Cuántas veces hemos descuidado lo que nos pide, actuando como todos los demás! Sin embargo, el mandamiento del amor no es una simple provocación, sino es el espíritu del Evangelio. No te preocupes de la maldad de los demás, o del que piensa mal de ti. En cambio, comienza a transformar tu corazón por amor a Jesús. Porque quien ama a Dios no tiene enemigos en el corazón. El culto a Dios es lo opuesto a la cultura del odio. (Homilía, misa en Bari del 23 febrero 2020) Los comentarios están cerrados.
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TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
Lucas1,1-4; 4,14-21
1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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