mero hombre con cuya habilidad y utilidad ella puede contar. Ella confía una necesidad humana a su poder –a un poder que es más que capacidad y habilidad humana. En este diálogo con Jesús, la vemos realmente como una Madre que pide, que intercede. De ella podemos aprender la manera correcta de rezar. María realmente no pide algo de Jesús: ella simplemente le dice: « no tienen vino» (Juan 2, 3). Ella no le dice lo que tiene que hacer, no le pide nada en particular, y ciertamente no le pide realizar un milagro para hacer vino. Ella simplemente le hace saber el problema a Jesús y lo deja decidir.. En las palabras de la Madre de Jesús, por lo tanto, podemos apreciar dos cosas: por un lado su vemos su cariño maternal que la hace estar atenta a los problemas de los otros. Pero también hay otro, que podemos ver fácilmente, María deja todo a la decisión de Dios. En Nazaret, ella entregó su voluntad, sumergiéndola en la de Dios: «He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1, 38). Y esta continúa siendo su actitud fundamental. Así es como ella nos enseña a rezar: no para conseguir nuestra voluntad y nuestros propios deseos ante Dios, sino para permitirle que decida aquello que Él quiera hacer. De María aprendemos la disposición para ayudar, pero también aprendemos la humildad y generosidad para aceptar la voluntad de Dios, en la confiada convicción de que lo que él diga como respuesta será lo mejor para nosotros.
Nos resulta llamativa la manera como Jesús se dirige a su madre: «Mujer». ¿Por qué no le dice «Madre»? Sin embargo, este título expresa realmente el lugar de María en la historia de la salvación. Señala al futuro, a la hora de la crucifixión, cuando Jesús le dirá: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre» (Cf. Juan 19, 26-27). Ello anticipa la hora cuando él hará de la mujer, su Madre, la Madre de todos los creyentes. Por otro lado, el título «mujer», recuerda el relato de la creación de Eva; en ella Adán encuentra la compañía que buscaba, y le da el nombre de «mujer». En el Evangelio de Juan, María representa la nueva, la definitiva mujer, la compañía del Redentor, nuestra Madre: el nombre, que parecía muy falto de afecto, realmente expresa la grandeza de la misión de María. Menos aún nos gusta la respuesta de Jesús a María en Caná: «Mujer, ¿que tengo que ver yo contigo? Aún no ha llegado mi hora» (Juan 2, 4). El «sí» del Hijo: «Vengo para hacer tu voluntad», y el «sí» de María: «Hágase en mí según tu palabra» –este doble «sí» se convierte en un único «sí», y de esta manera el Verbo se hace carne en María. En este común «sí» a la voluntad del Padre, encontramos el vínculo que une a la Madre con el Hijo, que ha hecho posible nuestra salvación. Partiendo de ello comprendemos también la segunda frase de la respuesta de Jesús: «Aún no ha llegado mi hora». Jesús no actúa jamás por agradar a los otros. Él actúa siempre partiendo del Padre, y es justamente esto lo que le une a María, porque en esta unidad de voluntad con el Padre, ha querido depositar también ella su petición. Por esto, después de la respuesta de Jesús, que parece rechazar la petición, ella sorprendentemente puede decir a los siervos con simplicidad: «Haced lo que Él os diga». Jesús no hace un prodigio, no juega con su poder en un acontecimiento del todo privado. Él pone en acción un signo, con el cual anuncia su hora, la hora de las bodas, de la unión entre Dios y el hombre. Él no «produce» simplemente vino, sino que transforma las bodas humanas en una imagen de las bodas divinas, a las cuales el Padre invita mediante el Hijo. Las bodas se convierten en imagen de la Cruz, sobre la cual Dios lleva su amor hasta el extremo, dándose a sí mismo en el Hijo en carne y sangre de su Hijo. La hora de Jesús no ha llegado aún, pero en el signo de la transformación del agua en vino, en el signo del don festivo, anticipa su hora ya en este momento. Su «hora» definitiva será su regreso al final de los tiempos. Él anticipa continuamente esta hora en la Eucaristía, en la cual viene siempre ahora. Y siempre de nuevo lo hace por intercesión de su Madre, por intercesión de la Iglesia, que lo invoca en las oraciones eucarísticas: «¡Ven, Señor Jesús!» En el bautismo de Jesús es el Padre quien lo daba a conocer: Este es mi Hijo Amado, en quien tengo todas mis complacencias. En Caná es María quien lo presenta y hace que se muestre ya delante de los hombres la misión a la que ha sido enviado: anticipar el Banquete de las Bodas del Cordero. En el Jordán, Jesús se humilló y en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él, comenzó la fe de la Iglesia. La persona que lo descubre y se encuentra con Jesús, experimenta su existencia llena del “vino” de la Alegría. Los comentarios están cerrados.
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TodosMateo1, 18-24 1, 29-39 3, 1-12 3, 13-17 4, 1-11 4, 12-23 5, 1-12a 5, 13-16 5, 38-48 9, 36—10, 8 10, 26-33 11, 2-11 11, 25-30 13, 1-23 13, 24-43 13, 44-52 14, 22-33 15, 21-28 17, 1-9 17, 1-9 18, 15-20 18, 21-35 21, 33-43 22, 1-14 22, 15-21 24, 37-44 25, 1-13 Mt 25, 14-15. 19-21 25, 31-46 27, 11-54 28, 16-20 Marcos
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1, 26-38 1, 39-56 2, 13-21 2, 16-21 3, 1-6 3, 15-16. 21-22 4, 1-13 4, 21-30 5, 1-11 6, 17. 20-26 6, 27-38 6, 39-45 9, 11b-17 10, 38-42 10, 25-37 11, 1-13 12, 13-21 12, 32-48 12, 49-53 13, 22-30 14, 25-33 15, 1-10 16, 10-13 16-19-31 17, 5-10 17, 11-19 18, 1-8 18, 9-14 19, 1-10 20, 27-38 21, 25-28.34-36 24, 35-48 24, 46-53 Juan
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