“Abriendo un año jubilar (1999-2024)” El 26 de agosto celebrábamos la memoria de los Santos Liberato, Bonifacio y compañeros mártires, un grupo de religiosos agustinos que vivieron en el siglo V y que fueron martirizados en la época del rey Hunerico. Al más joven –Máximo— le ofrecieron la libertad, con la condición de que abandonara a sus hermanos, pero eligió permanecer junto a sus hermanos, aunque perdiera la vida. Por eso, este día celebramos el día de los novicios –de las novicias en el caso de nuestra Comunidad—. El 27 de agosto, día de Santa Mónica, celebramos esta fiesta en honor a la madre de San Agustín con una oración especial por la tarde, en la que pedimos de manera especial por nuestras madres –por nuestros padres— y también los padres por los hijos. Por la noche, cenábamos todos juntos y, después, los jóvenes de nuestra fraternidad que han participado este verano en la ‘Misión Perú’ nos compartían cómo han vivido las semanas que han estado allí en distintos pueblos afrontando diversas labores de cuidado y apostolado. El 28 de agosto fue el día grande: la Solemnidad de Nuestro Padre San Agustín. En la carta para conmemorar este día, Madre Prado recordaba la importancia de preguntarnos de dónde venimos, “qué nos ha sucedido antes de llegar al Júbilo que se nos regala”. Porque, precisamente, estas fiestas de San Agustín son la antesala de lo que celebramos en Comunidad a partir del 6 de septiembre: nuestro 25 Aniversario. En su carta, Madre Prado hacía referencia a ‘Las Confesiones’ de San Agustín, destacando que en ellas da gracias porque en pleno trayecto humano el Señor se hace presente a través del amor, a pesar de nuestra pobre condición. Nuestra inquietud cesa cuando el hombre encuentra a Dios y descansa en Él. Es la gracia la que obra en el hombre, haciendo posible lo imposible. El Triduo culminaba el día de San Agustín con la celebración de la Eucaristía y la posterior comida en la que las hermanas, los laicos de nuestra fraternidad y personas cercanas a la Comunidad compartimos este tiempo de comunión y alegría.
“Escucha la voz de la creación” es el tema y la invitación del Tiempo de la Creación de este año. «Es un momento especial -explica el Santo padre- para que todos los cristianos recemos y cuidemos juntos nuestra casa común» y «una oportunidad para cultivar nuestra "conversión ecológica"». Y puntualiza que esta conversión fue alentada por san Juan Pablo II como respuesta a la “catástrofe ecológica” anunciada por san Pablo VI ya en 1970, en su discurso con motivo del 25º aniversario de la FAO. Con motivo de la solemidad de Nuestro Padre San Agustín, el prior general de la Orden, el P. Alejandro Moral, y el prior provincial de la Provincia agustiniana de San Juan de Sahagún, P. Domingo Amigo, han escrito una felicitación dirigida a los religioos y a la fraternidades laicales de la Provincia.
¡Feliz día de San Agustín a todos! Así nació la vocación de Sofía: “El Señor nos llama para ser felices, ¿cómo no vamos a responder?”18/8/2024
Confiamos en la oración como la potencia que puede cambiar el corazón del hombre y hacer del Hostes un Hospites. ¡Cuántas veces hemos pedido esto con palabras, gestos y plegarias! Hoy, más que nunca ha de hacerse realidad porque ese es el Designio de Dios para los hombres. Nos unimos a la propuesta hecha por nuestras Hermanas Agustinas de Pennabilli de pedir la Paz para el Mundo. Os dejamos los mensajes que ellas nos han enviado. Que esta celebración sea un Compromiso de Paz de cada una de nosotras, que hagamos partícipes de este compromiso a todos aquellos que conocemos y con los que tenemos una relación de amistad y de acompañamiento. Pedimos la Paz en el día de la Asunción al Cielo de la Madre de Dios. Mensaje de las hermanas de PennabilliQueridas Hermanas, en este tiempo incierto y difícil en el que tocamos el riesgo de una ampliación de los conflictos y de las guerras, sentimos la urgencia de dirigir un llamamiento, un grito, a la conciencia de la humanidad: ¡QUIEN DEPONE LAS ARMAS VENCE! Hemos elaborado un manifiesto en varios idiomas y un póster para darle la mayor difusión posible en todos los medios sociales a nuestro alcance. El mensaje con el que lo hemos acompañado es el siguiente: Amigos y amigas, la oración y la vida de nuestra comunidad están fuertemente marcadas por la búsqueda de la paz. Ahora que el peligro de una desgraciada ampliación de la guerra es inminente, sentimos que debemos expresarnos con un grito: EL QUE DEPONE LAS ARMAS VENCE QUEREMOS HACERLO LLEGAR A TODO EL MUNDO... Las Agustinas de la Roca de Pennabilli OSA Queridas hermanas y amigas nuestras comunidades pueden ser un gran vehículo de paz y de concienciación. Somos muy conscientes de que esta breve frase no es nada fácil de asumir, especialmente para aquellos que están en el corazón de trágicos acontecimientos, y algunas comunidades entre nosotros lo están. Sin embargo, este mensaje nace de una convicción probada por un gran trabajo por el desarme y el abandono de la violencia, empezando por las relaciones cotidianas en fraternidad y extendiéndose a situaciones más complejas de nuestras historias. Os pedimos que os unáis a nuestro grito que también hemos enviado al Card. Pizzaballa y al Card. Aveline quienes nos animaron a hacer circular este mensaje por todas partes. Hace apenas unos minutos llegó la respuesta del Card. Aveline, que ha hecho suyo nuestro llamamiento y nos ha pedido que lo enviemos no sólo a nuestra Red, sino a todas vuestras comunidades del mundo. (Copio a continuación el texto de su mensaje) Mensaje del Cardenal AvelineQueridos amigos En un momento en que la amenaza de guerra en Oriente Medio es cada día más preocupante, invito a todas las comunidades miembros de la Red de Monasterios del Mediterráneo a rezar intensamente por la paz, especialmente durante la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, el 15 de agosto. Pedimos a la Madre de Dios que nos ayude a aliviar, con nuestras oraciones y compromisos, el sufrimiento acumulado por tantas personas y familias, víctimas de la guerra, del terrorismo y del insolente comercio de armas. Lo sabemos: quién usa las armas puede ganar una batalla. Pero sólo quien tiene el valor de deponer las armas puede ganar la paz. Por eso, unámonos para pedir al Señor, por intercesión de su Madre, tan presente en los santuarios del Mediterráneo, que traiga la paz al mundo y especialmente al Mediterráneo. La oración es nuestra única fuerza: en ella ponemos humildemente toda nuestra confianza. ¡Bienaventurados los que trabajan por la paz! + Jean-Marc Aveline No se puede visualizar este documento con tu navegador. Haz clic aquí para descargarlo. Con la ‘Experiencia Civitas’ culminaba la tercera semana dedicada a los Civitas Dei de este verano en nuestro monasterio, bajo el lema ‘Duc in altum’. Del 14 al 20 de julio, un grupo de jóvenes mayores de 18 años han participado en esta experiencia en la que se aunaban el trabajo y el itinerario espiritual, además de la convivencia que conlleva el compartir cotidiano. Por las mañanas, los jóvenes junto con las hermanas han trabajado en varias tareas de campo en nuestro monasterio. Uno de los proyectos más destacados –que ya comenzó a realizarse en otro campo de trabajo anterior— fue la finalización del camino de los sentidos, que ya puede recorrerse plenamente en la zona de la fuente de Sicar, próxima a la iglesia de nuestro monasterio. Se trata de un recorrido en el que, todo el que venga a nuestro monasterio, puede andar por él siguiendo un itinerario físico y espiritual, a través de los sentidos y acompañado por las indicaciones que se pueden ir leyendo mientras recorres este camino. Por las tardes, las hermanas daban cada día una clave a los jóvenes, dentro del itinerario espiritual de este año, y después había tiempo para la oración y la reflexión, además de la Eucaristía que celebrábamos en cada jornada vespertina. Por las noches, era el momento de compartir canciones, testimonios o rapsodias en las veladas. Damos gracias a todos los que han participado en esta ‘Experiencia Civitas’ por su trabajo, su tiempo, su dedicación y por todo lo compartido durante estos días.
El tema de fondo ha sido el elegido este año para todos los Civitas Dei de nuestro Monasterio de la Conversión: ‘Duc in altum’, rema mar adentro. El itinerario que se ha desarrollado durante la semana –del 7 al 13 de julio— ha estado relacionado con la interioridad, la trascendencia y el llevar ese encuentro personal con Dios hacia los otros. Para ello, cada mañana comenzábamos con una clave que guiaba todo el día y que iba introduciendo a los participantes en la dinámica de la búsqueda de Dios dentro de nosotros, pero también en los que tenemos cerca y en la creación que nos rodea. Casi todas las claves iban acompañadas de un taller posterior relacionado con ellas. Los juegos de la mañana y los talleres y juegos de la tarde, servían –especialmente algunos de ellos— para seguir avanzando en esta temática de remar juntos mar adentro de una forma divertida.
En la velada final del viernes por la noche, celebramos todos juntos con distintas actuaciones la alegría por todo lo vivido y compartido durante la semana. Gracias a todos los que han hecho posible este Civitas Dei Adolescentes. De manera especial, a los monitores, a cada uno de los chicos y chicas que han participado en él y a los padres que nos han confiado las vidas de sus hijos durante estos días.
Seguimos remando juntos mar adentro, para encontrarnos cada día con el Señor. Del 30 de junio al 6 de julio las actividades, los talleres y las distintas dinámicas han tenido como referencia este rema mar adentro, que ha hecho posible que los niños profundizaran en una experiencia de oración y convivencia. Después de comenzar el día en esta clave orante, los niños disfrutaban de los distintos talleres y juegos elaborados por los monitores y las hermanas. En medio de este mar de juegos y actividades surgió la pesca milagrosa, un divertido juego en el que los niños tenían que pescar en la fuente de Sicar peces y otros objetos para conseguir puntos. Gracias a todos los que han hecho posible este Civitas Dei Niños. Especialmente, a los monitores y a todos los niños y niñas que han participado este año.
Leer las ‘Confesiones’ de San Agustín en clave náutica implica siempre encontrar la manera de hacer el tornaviaje interior, esa búsqueda intensa de Dios en los pliegues del alma hasta descansar cuando se le encuentra. El llamado tornaviaje del Pacífico fue un hallazgo del monje agustino Andrés de Urdaneta, que supo encontrar la ruta que devolvía las naves a América desde las costas de Asia inaugurando así la más estable relación comercial marítima que conectaba Manila y Sevilla (a través de los puertos novohispanos de Acapulco y Veracruz y el Camino Real que atravesaba México de costa a costa para trasladar la mercancía a lomos de acémilas) durante más de dos siglos y medio a través del galeón de Manila, también llamado nao de la China. De Urdaneta y sus conocimientos de cosmografía, de tesoros coloniales de China, Japón y las Filipinas y, por supuesto, de ‘tornaviaje interior’ hemos oído mucho en este Oikos de la Fraternidad Laical del monasterio de las agustinas de la Conversión, en Valladolid, durante el fin de semana del 21 al 23 de junio. La visita al Museo Oriental, en el Real Colegio de los Agustinos Filipinos (por la provincia misional a la que arribaron tres millares de frailes a partir de 1575), ocupó la mañana del sábado después del ensayo musical para preparar la adoración a la que se había invitado a cuantos feligreses de la archidiócesis de Valladolid quisieran acompañar la oración cantada de las hermanas, ya por la tarde. La experiencia resultó un éxito. No sólo en términos numéricos con casi cuarenta asistentes a esa toma de contacto con las hermanas agustinas sino por la calidez y la hondura de los encuentros que se propiciaron. Muchos de los presentes expresaron su reconocimiento del carisma de las agustinas de la Conversión y las habían conocido en tiempos de su estancia en la cercana Becerril de Campos (Palencia). En cierto sentido, este Oikos era una especie de tornaviaje a las raíces fundacionales de la federación de la Conversión, que el 6 de septiembre inaugura un año jubilar por el veinticinco aniversario de la primera fundación en San Andrés de Arroyo, en una abadía cisterciense a donde se trasladaron las primeras cuatro religiosas. Estuvo muy presente esa mirada retrospectiva, llena de gratitud por lo vivido, en todos los actos que jalonaron este encuentro de la Fraternidad Laical que forma parte de la familia agustiniana de Sotillo de la Adrada. Especialmente intenso resultó el sábado, cuando se incorporaron los últimos participantes en este Oikos de primavera (aunque por unas horas se internara en el verano). A la misa en la parroquia de San Agustín oficiada por Miguel de la Lastra OSA siguió la exposición del Santísimo, subrayada con la interpretación musical de las propias hermanas y los laicos miembros del coro. Fue una tarde de muchos abrazos, de muchos saludos, de ponerse cara y de plantar semillas de fraternidad para que germinen, si Dios quiere, a su debido tiempo. Después de la cena, en la intimidad del seminario menor de Valladolid donde se alojaron los participantes, se improvisó una velada en torno a la memoria de los comienzos de la Federación de la Conversión. Uno por uno, todos los asistentes detallaron los primeros contactos con las hermanas y los caminos inefables por los que Dios los había conducido para vivir la fe en los monasterios que a lo largo de estos veinticinco años han ido ocupando las agustinas de la Conversión. Fue de esos momentos de grato recuerdo, lleno de risas, de anécdotas y de agradecimiento por lo vivido junto a las hermanas en todo este tiempo.
Para el domingo se reservó la asamblea de la Fraternidad, con el anticipo de los actos del año jubilar que a partir del 6 de septiembre rememorará la fundación de la Federación de la Conversión hace un cuarto de siglo. El numeroso grupo celebró la eucaristía en la basílica nacional de la Gran Promesa, templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús, presidida por el obispo emérito de Santander Manuel Sánchez Monge. El almuerzo compartido puso fin a este Oikos que bien puede calificarse como del tornaviaje.
Lo que puede esperar:
Las plazas son limitadas, para tratar de buscar que viváis verdaderamente una experiencia personal, por eso os animamos a todos los que estéis interesados en participar que os inscribais lo antes posible. Para ellos sólo tenéis que escribir un correo: [email protected] ¡No perdáis esta oportunidad de descansar y fortalecer vuestra relación con Dios a través de la oración y los salmos! Monasterio de la Conversión Cañada Real Leonesa Oriental s/n 05420 Sotillo de la Adrada Correo electrónico: [email protected] Teléfono: 918660244 ¡Esperamos darte la bienvenida y compartir juntos esta semana de retiro espiritual!
Será un momento propicio para conocernos y dar gracias a Dios juntos, celebrando y haciendo memoria de todo lo que Él hace en nosotros y a través de nosotros.
Con una sola alma y un solo corazón. Comunidad de la Conversión. Os invitamos a todos a participar en las Jornadas de Estudio que se llevarán a cabo del 14 al 16 de junio en el Monasterio de la Conversión. Si estás buscando un espacio de reflexión, aprendizaje y crecimiento personal en un entorno de paz y espiritualidad, no dejes de venir.
Será en el MONASTERIO DE LA CONVERSIÓN, del día 14 al 20 de JULIO. Está abierto a todo joven mayor de 18 años. Contacta con nosotras, para inscribirte o para resolver cualquier duda.
¡Te esperamos! El Noviciado –que ahora comienzan— es un tiempo de formación y mayor conocimiento de Cristo y del carisma de nuestra Comunidad de hermanas Agustinas. Una nueva etapa en la que se irán preparando para el siguiente paso, que sería la Consagración. Acogemos con gran alegría el sí de nuestras hermanas, para seguir viviendo todas unidas con un solo corazón hacia Dios. Queridos amigos, os queremos invitar a vivir junto a nosotras un espacio de oración.
Tendrán lugar el JUEVES 16 de mayo en la parroquia Nuestra Señora del Rosario de Madrid a las 20:15 h. y en la parroquia Santa María del Pinar de Madrid a las 20:45 h. Muy unidos, os esperamos. Comunidad de la Conversión. “Mi peso es mi amor; Él me lleva” (San Agustín, Confesiones XIII, 9, 10)
Acompañada de sus hermanas: Sara y Verónica; de familiares, amigos, de los laicos de nuestra fraternidad y de todas las personas cercanas que han querido estar con ella en este paso tan importante de la Consagración, nuestra Hermana Sofía decía sí a Cristo con los votos de castidad, pobreza y obediencia Varios sacerdotes concelebraron la Eucaristía, presidida por el obispo emérito de la Diócesis de Ávila, don Jesús García Burillo. Un día de inmensa alegría con el que comienza para nuestra Hermana Sofía un tiempo fuerte de entrega en la Comunidad, en la Iglesia, dentro de nuestra Orden de San Agustín. Eso sí, con el descanso de saber que su peso es su amor y que es Cristo el que la lleva cada día más hacia Él. Acción de graciasMi peso es mi Amor; él me lleva son también las palabras que hablan de ti, Señor. Empiezo mi acción de gracias reconociendo con gratitud el gran amor que me has revelado en estos años a través de tu Palabra y la Eucaristía, llamándome cada día y sosteniéndome en mi respuesta. Tú me has llevado; has sido columna de nube en el día y columna de fuego en la noche, y por amor de tu amor, yo, pequeña parte de tu Creación, quiero alabarte hoy, junto a estos hermanos míos que me acompañan y celebran conmigo tu inmenso amor.
Gracias, Señor, por el don de mi vida; por pensarla, desearla y custodiarla. Gracias por hacerla hoy conmigo ofrenda como respuesta al AMOR. Tú has dicho hágase y mi vida ha sido. Has creado y recreado mi historia continuamente, hasta llegar al día de hoy. Por este misterio de amor, te doy gracias. Gracias por mi familia y mis amigos, por cada persona que has puesto en mi camino que como el Buen Samaritano se han acercado a mí y me han subido a su propia cabalgadura hasta llevarme a Ti. Gracias por regalarme a mis hermanas Sara y Vero que han sido para mí testimonio claro de entrega y amor. Gracias por el don de la fe que me regalaste en el seno de mi colegio CEU San Pablo, a donde fui llevada por Ti sin saberlo, para que ellos me llevaran a Ti sabiéndolo. Gracias porque a través de la enfermedad te revelaste como Dios con nosotros y has seguido haciéndolo con fuerza hasta el día de hoy. En mi fragilidad has hecho alianza conmigo y me has enseñado que me basta tu Gracia. Gracias por mi parroquia que ha acompañado mis primeros pasos de seguimiento; por Ángel y Miguel, que me han ayudado a escuchar tu voz de Buen Pastor. Gracias también porque a través de la parroquia llegué a este lugar que Tú me habías preparado como hogar. Gracias por cada hermana a la que has llamado de nuestra Federación, a las que hoy me vinculas por amor, con ellas empecé este camino y con ellas deseo entregar mi vida. Gracias por su compañía fiel en el camino; por concederme experimentar cuán bello y gozoso es que los hermanos vivan unidos. Gracias por nuestra fraternidad de laicos, por cada uno de nuestros hermanos que ha respondido a tu llamada y caminan con nosotras hacia Ti. Gracias por llamarme a formar parte de la Orden de san Agustín, por tantos hermanos y hermanas que me han precedido y me preceden en este Santo Viaje; gracias por Nuestro Gran Padre Agustín, por su testimonio que en mi noviciado me ha ayudado a volverme una y otra vez a Ti. Te has fijado en mi pequeñez y has hecho obras grandes por mí, por eso te cantará mi alma sin callarse, Señor y te daré gracias por siempre. El sábado, 27 de abril, fue el día reservado a las claves, con las que se alternaban los tiempos de reflexión personal. La primera clave de la mañana, a cargo del padre Agustino, Gonzalo Tejerina, planteaba el tema del cristianismo como una religión de convertidos, centrándose también en la Conversión de San Agustín. A las doce del mediodía, Madre Prado nos adentraba en la segunda clave del día con la fenomenología de la conversión. En ella, recordaba que el hombre es capaz de Dios porque Dios se ha acercado al hombre, propiciando una conversión. En este sentido, Madre Prado explicaba cómo se estructura una conversión a través de tres pasos: la iniciativa siempre es de Dios, que irrumpe e interrumpe la vida; es una iniciativa que nos provoca en un instante y, además, es inesperada; y, en tercer lugar, el conocimiento, el instante en el que se resuelve, pues la conversión no es un paso previo sino una consecuencia de la acogida. Madre Prado decía que el Libro VIII de las Confesiones de San Agustín incluye varios núcleos temáticos que provocan que ese momento de dolor ante el mal hasta derramar lágrimas, ese momento de catástrofe, se transforme en conversión: la mediación humana; el ejemplo de los otros; la ‘interrogatio cordis’, es decir, lo que oye y ve lo interioriza y se interroga a sí mismo; también la amistad y el diálogo, el coloquio con alguien que te puede comprender. El único peligro que hay en la vida, decía Madre Prado, es no convertirnos a Dios, no volver a Él. Y eso forma parte de la fenomenología humana, depende de una decisión humana. Después, a primera hora de la tarde del sábado, tenía lugar la última charla de este Járis, en la que Madre Carolina explicó las claves para permanecer en conversión continua. Por la tarde también hubo tiempo para una puesta común entre los participantes en este Járis y las hermanas, y por la noche terminábamos el día con un encuentro fraterno. El domingo, 28 de abril, después de la Eucaristía, tenía lugar en nuestra Iglesia de la Reconciliación la lectura del Libro VIII de las Confesiones de San Agustín, con la que culminaba este LIII Járis. En pleno tiempo pascual celebramos la Profesión Solemne de nuestras hermanas Charo, Karol e Isabel. El pasado sábado, 13 de abril, nuestra Iglesia de la Reconciliación se llenaba de familiares y amigos que quisieron acompañarlas en este paso tan importante y definitivo en nuestra Comunidad. “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28) era el lema de esta Profesión sustentada en una sólida confesión de fe: Cristo, la roca firme, el Dios y Señor que ha traído hasta aquí a nuestras hermanas es el centro y el esposo que permanecerá en sus vidas para siempre. En esta Eucaristía, en la que cada momento de la liturgia se cuida especialmente, pedimos insistentemente, con la intercesión de todos los santos, por las hermanas que dicen sí a Cristo. Las letanías nos recuerdan que, los que nos preceden en el camino de la santidad, están ahí para interceder por nosotros y llevarnos hacia Dios. Unos quince sacerdotes concelebraron la Eucaristía, presidida por el padre Agustino, Gonzalo Tejerina. Al júbilo pascual de la Resurrección de nuestro Señor, sumamos la alegría de ser testigos del sí de nuestras hermanas Charo, Karol e Isabel a Cristo. Un sí para toda la eternidad al que es el Camino, la Verdad y la Vida. Acción de gracias SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO, Creemos y confesamos tu humanidad y tu divinidad. Tú nos has amado desde siempre y para siempre, has salido a nuestro encuentro ofreciéndonos un horizonte de eternidad. Has hecho de nuestra historia una historia de salvación, nos has reconciliado contigo, con nosotras mismas, con los hermanos.
Te has hecho necesario en nuestra existencia. Sin Ti nada tiene sentido. Eres el Hijo amado, enviado por el Padre, el hermano, que apura hasta el fondo el drama de lo humano para conducirnos a Dios. En el Misterio Pascual, que celebramos, nos has entregado el don de la filiación divina: ser Hijas en el Hijo, partícipes de la vida intradivina. SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO, tu compasión y tu misericordia nos sostiene, has acompañado nuestras pérdidas, nuestros silencios y omisiones, has descendido hasta lo más profundo de nosotras mismas. Te hemos reconocido en nuestras heridas, en la herida del altar de la que mana sangre y agua, manantial que sacia nuestra sed. Señor tus heridas nos han curado. Nos has rescatado, con tu muerte, de nuestra propia muerte otorgándonos tu Vida, una vida que se hace ofrenda y se renueva, cada día, en la Eucaristía. Señor todo viene de Ti. Nos has dado una familia, amigos, hermanos y hermanas, la gran familia de la Iglesia que hoy nos acompaña y arropa en este momento tan importante, gracias por tu Amor en ellos: nuestros padres, hermanos y hermanas, cada familiar y cada amigo que de cerca y de lejos, de ahora o de siempre estáis aquí, los hermanos de la Orden, los sacerdotes de la Diócesis, los sacerdotes amigos, la fraternidad de laicos, las familias de las hermanas… en todos ellos reconocemos tu cuidado, Señor, tu Amor hacia nosotras. SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO, nos has dado el don de la fe, nos has llamado a vivir con radicalidad nuestra consagración bautismal en esta comunidad. Somos hermanas unidas por los vínculos del Amor, un Amor que se hace carne en cada una de nosotras y transciende los límites de nuestra propia humanidad: ama, custodia, libera, cura, sana, levanta, sostiene. Tu fidelidad hace posible la fidelidad de cada una de nosotras, sostiene nuestra Vida, una vida querida, reconciliada. Ensanchas los espacios de nuestra tienda para acoger y custodiar la vida que nos entregas. Cada una de las hermanas y cada persona que pones en nuestro camino es tierra sagrada. Haz que nuestra consagración haga de nosotras una casa para todos, un espacio de acogida donde descansar en tu Amor. Tu presencia en medio de nosotras acrecienta la comunión y configura nuestra comunidad como espacio seguro donde vivir con plenitud y libertad nuestra vocación: ser hijas, discípulas, esposas, madres… Tu Espíritu nos lo recuerda todo y nos mueve a amar hasta el extremo, transparentando en nuestra existencia tu Rostro. SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO, nos has atraído hacia Ti, hemos reconocido en ti al Tú de nuestra vida, a pesar de nuestras traiciones, junto a Pedro exclamamos: Señor tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero. ¡Ya tenemos fechas para los próximos Civitas Dei, 2024! A continuación encontrarás enlaces para obtener más información, nuestros datos de contacto y, sobre todo, los formularios de inscripción. Si ya sabes que quieres venir a Civitas Dei este verano, te animamos a inscribirte cuanto antes - ¡tenemos plazas limitadas! Y como siempre, no dudes en invitar a nuevos amigos a vivir esta experiencia, y construir así juntos la Ciudad de Dios. ¡Os esperamos!
LIII Encuentro JARISTestigos y caminos de conversión
ArtículoHna. Carolina Blázquez OSA Empieza el tiempo de Pascua que en la Iglesia antigua se llamaba el tiempo de la mistagogía. Era la meta de todo el camino del catecumenado que marcaba el ritmo de las comunidades cristianas que se preparaban cada cuaresma, de forma especial, para la acogida de nuevos miembros.
La Pascua, por tanto, en la Iglesia de los siglos IV y V, era tanto la cumbre en el camino de preparación para los candidatos a entrar en la comunidad de los salvados como el manantial de constante renovación de las propias comunidades. Estas se percibían, realmente, como un seno materno. En ellas se revivía constantemente el misterio de María: generando, gestando y alumbrando la vida de los nuevos hijos de Dios, los neófitos, que, al mismo tiempo, a su vez, vivificaban y renovaban la vida de los ya creyentes. Se cumplía así la palabra de Jesús a Nicodemo al que invitaba a nacer de nuevo, aún siendo viejo (cf. Jn 3,3-7). Evolución histórica Tras el Edicto de Milán y, finalmente, con el reconocimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, las conversiones a la fe cristiana crecieron considerablemente. Aunque ya venía perfilándose, esto provocó que el proceso de incorporación al cristianismo se institucionalizara con unos pasos bien definitivos. En la conciencia de que “los cristianos no nacen, se hacen” (Tertuliano, Apología contra los Gentiles, 18,4), el proceso de catecumenado era largo y podía llegar a durar varios años, en algunos casos. Ahora bien, como la entrada en la economía de la gracia es el mayor bien, estos procesos de preparación se fueron acortando para que una espera prolongada no provocara un sentido elitista de la fe, confundiendo una buena preparación con una cierta dignidad personal para recibir los sacramentos. Se podría olvidar así el sentido auténtico de la palabra que la Iglesia nos invita a decir justo en el momento antes de recibir la comunión eucarística: “Oh Señor, no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme” (cf. Mt 8,8). Por otro lado, porque los ya bautizados deseaban hacer partícipes a sus hijos de la gracia, el bautismo de niños se impuso hasta extinguirse prácticamente el bautismo de adultos. De aquí el olvido de todo este itinerario catequético y mistagógico de incorporación a la Iglesia que, desde el Concilio Vaticano II, estamos tratando de recuperar de forma creativa y actualizada como propuesta de revitalización de la fe de los creyentes y de evangelización e incorporación a la Iglesia de nuevos fieles. De hecho, algunas realidades eclesiales hijas de la renovación conciliar han asumido pasos o el itinerario, más o menos completo, de todo este proceso catecumenal en el que se integran equilibradamente la experiencia personal de encuentro con Cristo —el despertar en la fe—, la inserción eclesial a través de la vía litúrgico-sacramental y el proceso existencial de conversión. Hay aquí algo clave para este momento de la Iglesia que vivimos. Se nos ofrece un marco o guía para todos nuestros proyectos educativos o catequéticos en la fe que siempre corren el peligro de moverse en los esfuerzos, un tanto infecundos, de una intensa educación externa puesto que, en muchos casos, la fe no ha sido despertada al no haber acontecido el encuentro personal con Cristo o, en cambio, en la promoción de propuestas de despertar en la fe que, sin un cuidado itinerario posterior catequético y formativo a todos los niveles y, especialmente, litúrgico-sacramentalmente, suelen ser experiencias eminentemente subjetivas que corren el riesgo de apagarse pronto, al ritmo de las emociones. El Papa Francisco nos recordaba estos dos peligros en Desiderio Desideravi conectando con su magisterio anterior en el que reiteradas veces nos ha pedido atención y cuidado para evitar las tendencias neopelagianas o, su contrario, neognósticas en la Iglesia (cf. DD 17). Para lograr esta vitalidad litúrgica la clave está en la propuesta formativa a través de catequesis litúrgicas o mistagógicas retomando la práctica de la Iglesia antigua y readaptándola a las necesidades del presente en la fidelidad creativa que caracteriza siempre los pasos de renovación en la Iglesia. Ya en Sacrosanctum Concilium se nos invitaba a trabajar en este sentido (cf. SC 36), también Evangelii Gaudium trata el tema de la catequesis mistagógica (cf. EG 163-168) y el Nuevo Directorio para la Catequesis del año 2020 retoma esta cuestión (nn. 61-65; 73-78). Continuamente dados a luz El proceso está detalladamente explicado en el RICA, el Ritual para el Catecumenado de Adultos, redactado en 1972. En 2022 celebramos los 50 años de su publicación y, a pesar de haber transcurrido tantos años y de ser uno de los frutos significativos de la reforma litúrgica conciliar, es un documento aún poco conocido y valorado, aunque puede ser un magnífico instrumento para desarrollar procesos catequéticos y de formación litúrgica que ayuden a profundizar en la vida cristiana para los ya creyentes. La profundización en el proceso de catecumenado ayuda a vivir en la memoria de que el cristiano es siempre un pecador perdonado experimentando así que la alegría de la salvación brota, no de nuestros logros o nuestra perfección personal, sino de la acogida constante de la misericordia de Dios. Esta posición de verdad y humildad ante Dios nos libra de la tentación de creernos el hijo mayor frente al hijo pródigo (cf. Lc 15,29-32) o el fariseo frente al publicano (cf. Lc 18,9-14). Vivimos en un proceso de conversión ininterrumpida, siendo continuamente dados a luz en la fe hasta que Cristo sea formado en nosotros (cf. Ga 4,19). Tras el período kerigmático, en el que se anuncia el corazón del evangelio, que se correspondería con los métodos hoy de evangelización o primer anuncio, para aquellos que tras la conversión a la fe expresaban el deseo de iniciar un proceso de incorporación a la Iglesia se ofrecía la entrada en el catecumenado. Este se concebía como un tiempo largo acompañado por algunos cristianos, los catequistas, que debían introducir, poco a poco, en el conocimiento de la fe y en la experiencia de oración con la consiguiente conversión de las costumbres, que esto traía consigo. En el itinerario era fundamental la oración y la familiarización con la Palabra de Dios, la tarea educativa en la doctrina y la fe de la Iglesia, así como la conversión de costumbres, que para muchos podía suponer un cambio significativo en hábitos de vida, mentalidad y criterios, incluso profesión… San Agustín, por ejemplo, abandonó su oficio de orador tras la conversión. Se avergonzaba de vivir vendiendo mentiras vestidas de verdad solo por estar bien dichas buscando, además en ello, ser estimado y gozar de prestigio. Ante la verdad de Cristo, se cayeron las máscaras en las que se había escondido ante sí mismo durante años (Cf. Confesiones IX, II, 2). Este proceso del catecumenado se intensificaba en la última cuaresma antes del momento del bautismo que se recibía siempre en el contexto de la Pascua, concretamente en la Vigilia Pascua. Esta última cuaresma se la llamaba tiempo de la purificación o iluminación y era un tiempo absolutamente único y especial. Cada semana, marcada por el domingo, estaba ligada a un paso o gesto sumamente bello y expresivo: la elección o inscripción del nombre, los escrutinios o tiempos fuertes de discernimiento sobre la verdad de la propia vida ante la luz de la Palabra, los exorcismos, la entrega de la profesión de fe, del Padre Nuestro, las unciones, el rito del Effetá… En este momento toda la gestualidad y ritualidad eclesial expresa la gestación, la preparación para el nuevo nacimiento que encontrará en la noche de Pascua, la gran noche bautismal, su expresión definitiva. En la Pascua la memoria cuaresmal de la misericordia de Dios se transforma en memoria agradecida por la salvación ante la última y definitiva de las mirabilia Dei: la Resurrección de Cristo de entre los muertos. Esta gracia de la resurrección durante la Pascua no solo se proclama, se realiza en nosotros a través de los sacramentos que nos incorporan al Cuerpo glorioso de Cristo, Su vida entra en la nuestra. Se trata de un recorrido de transformación en Cristo, de modo que el camino de toda una vida cristiana, de años de seguimiento y conformación progresiva con Cristo, se nos entrega en la noche de Pascua, especialmente, durante la cincuenta pascual y, como prolongación de esta, en cada eucaristía cotidiana, que es prenda de lo que ya somos y de lo que estamos llamados a ser. En tu Luz vemos la luz Como somos limitados, como necesitamos el tiempo para asumir, acoger, comprender esta claridad ofrecida del Misterio de Dios en Cristo, la Iglesia madre despliega la mistagogía. El tiempo justamente posterior a la celebración del Triduo Pascual, la cincuentena pascual, tiene este sentido pedagógico de rumia para asimilar mejor y de profundización para tomar conciencia del don ya recibido. La vida cristiana de cada uno de nosotros puede entenderse como un prolongado tiempo de mistagogía hasta la entrada plena en el Misterio en la vida del Cielo. Muchos de nosotros, bautizados en la infancia, necesitamos este tiempo para ir comprendiendo lo que celebramos, lo que creemos y, en definitiva, lo que somos. Vamos asimilando lo que hemos recibido como identidad por la fe y los sacramentos. Es necesario, por tanto, desarrollar procesos mistagógicos como hacían los Padres del siglo IV con los neófitos que asistían por primera vez a las celebraciones sacramentales. Puesto que habían recibido en una sola noche, durante la Vigilia, los sacramentos de iniciación necesitaban después ahondar en lo vivido para, al conocerlo mejor, ir configurándose según esta nueva condición recibida a imagen de Cristo. Hay un modo nuevo de percibir la realidad como portadora del Misterio de Dios en el que vamos siendo introducidos por la acción litúrgica y la Pascua es el tiempo propicio para esto. En ella, la dimensión mistagógica está acentuada y potenciada porque es el tiempo de la plenitud, del cumplimiento donde todo vuelve a su realidad primera y última, a su referencialidad creada y a su verdad en Dios desvelada en Cristo Resucitado. Esta mistagogía litúrgica pascual tiene, especialmente, varias dimensiones o niveles: Mistagogía creacional En la Pascua los signos litúrgicos nos conectan con la creación: el Fuego que purifica e ilumina desde dentro, la luz del cirio pascual y la cera pura elaborada por las abejas, el agua bautismal, el aceite del santo crisma, el viento del Espíritu, la vida que misteriosamente despierta del letargo invernal en la primavera y que irrumpe en el Templo a través de las decoraciones florales, el blanco y dorado de los tejidos… Estas dimensiones cósmicas de la liturgia requieren ser explicadas detenidamente. No son meros elementos decorativos. A través de ellas, la Iglesia expresa la dimensión creacional del acontecimiento de la resurrección, superando todo subjetivismo o reduccionismo emotivista de la fe. Cristo resucitado ha colmado de luz la realidad desde dentro. Esto significa el velo del templo rasgado, el suelo rasgado por los terremotos y las lápidas corridas según nos transmiten los evangelistas al narrar el momento de la Muerte y Resurrección (cf. Mt 27,51-54.28,2). El nudo de las relaciones vitales: con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la creación, ha sido desatado. Desde este momento, todo está transido de Dios y es portador de Dios, como si el misterio de María se cumpliera en cada criatura, todo se abre al Espíritu y el antagonismo carne-pneuma queda reconciliado, la vida de la gracia se alumbra a través de la carne de este mundo. En la liturgia nada es opaco, ni está cerrado sobre sí, ni separado del resto. Todo está transfigurado, irradia claridad y vida. El pan y el vino se hacen totalmente dóciles a la Palabra de Dios y la acción del Espíritu. Esto, que sucede en la liturgia, traspasa los muros del templo y, por la mirada sacramental del creyente transformado por la celebración en la que participa, toca su realidad cotidiana haciendo de ella un espacio y un tiempo sacramental. Mistagogía histórico-salvífica El cristiano, a lo largo de toda su vida, como si toda la historia de Israel se actualizara en su propia historia, es invitado a pasar de la esclavitud a la libertad, de la noche a la luz, del desierto a la tierra prometida, de la tristeza a la fiesta, del hambre al banquete de bodas, de la muerte a la vida, introducido con Cristo, en el último mar rojo de la vida, la muerte y la sepultura para resucitar con Él a una vida nueva, participando de su propia vida resucitada. Para vivir esta experiencia es fundamental la familiaridad con la Historia Sagrada a través de la Palabra de Dios leída, proclamada, celebrada en la liturgia. La Vigilia Pascual es maestra de esta tarea mistagógica. Su recorrido a través del Antiguo Testamento por los libros históricos, proféticos y sapienciales expresan los miedos, los anhelos, los límites, la sed del corazón del hombre salvados constantemente por la mano poderosa de Dios. Toda esta pedagogía de Dios con el pueblo encuentra en el Nuevo Testamento, con el acontecimiento Cristo y su Resurrección, su cumplimiento. Hay que detenerse en las lecturas de cada celebración, iluminar su sentido en Cristo y existencialmente para el hombre de hoy, confiar en la fuerza performativa de la Palabra que encuentra en el marco sacramental su máxima expresión. Ella hace lo que dice. Mistagogía sacramental La Pascua es, por excelencia, el tiempo de los sacramentos. La fuerza salvadora que brotaba del Cuerpo de Cristo ha pasado a su Iglesia y, gracias a su acción, toda la existencia del hombre ha quedado bendecida y salvada. Los sacramentos nos conectan con Cristo resucitado, son la oportunidad del encuentro con su carne gloriosa. Así, vamos siendo incorporados a Él, principalmente, por la comunión eucarística que cumple la comunión inaugurada en el bautismo: Cristo en nosotros, nosotros en Él, con un sentido esponsal: unidos en una sola carne, la Carne ofrecida por Cristo para la vida del mundo. Esta comunión nos alimenta, nos transforma y nos mueve a vivir todo lo humano desde esta dimensión de resurrección. En Pascua se celebran los sacramentos de iniciación y, como gracia que de ellos brota, es el momento propicio para la celebración también de los sacramentos de vocación: el matrimonio y el orden, así como la consagración de vírgenes. Es el tiempo en el que lo humano con su misterio de crecimiento, amor, misión y límite puede desplegarse sin miedo, en una fecundidad cuyo fruto es la presencia del Reino, la santidad. Que a lo largo de esta Pascua que iniciamos seamos capaces los ministros, religiosos, catequistas, responsables de pastoral de desplegar una acción mistagógica creativa en nuestras celebraciones, en las tareas catequéticas, en las homilías, para que realmente seamos transformados por aquello y en aquello que recibimos. Esta es una tarea de conocimiento en el sentido judío de esta palabra: un saber que es comunión y amor, que abarca todas las dimensiones de la persona hasta tocar lo más profundo del ser, hasta mover el corazón, introducir en la intimidad, iluminar la existencia según Cristo. Esta es la acción propia del Espíritu Santo, el gran Mistagogo, por eso la Pascua, el tiempo de la mistagogía, es el tiempo del Espíritu, de hecho, su meta está en Pentecostés. “El Espíritu os lo recordará todo” (Jn 14, 26) La clave del Sábado Santo llevaba por título “El Espíritu os lo recordará todo” (Jn 14, 26). La encargada de adentrarnos tanto en el Pórtico Marial como en el Pórtico de la Iglesia –que completan los Pórticos de la Memoria Pascual— era Madre Prado. María, como madre de Jesús, recibió del Hijo una nueva maternidad, ya que se convierte en Madre de la Iglesia, morada de la memoria del Hijo, muerto y resucitado. Por otro lado, del Espíritu brota la Iglesia. Es el Espíritu el que otorga la fuerza que “pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas”. Tras la muerte y resurrección de Jesús, el Espíritu nos da una nueva identidad: ser la Memoria Iesu, Memoria de Jesús. Este soplo del Espíritu implica, a su vez, hacerse uno con Cristo y ser sus testigos en medio de este mundo. El Sábado Santo es un día de desierto porque en medio del silencio y la contemplación acompañamos a Jesús, hacemos memorial de su muerte con la esperanza puesta en la Resurrección. Este año, debido a la lluvia, no hemos podido realizar la habitual marcha que hacemos cada año para caminar, hacer silencio, rezar, comer juntos en el campo, compartir… en su lugar, nos quedamos en el monasterio, donde hubo también tiempos de oración y contemplación, comimos por grupos y, por la tarde, tuvimos un momento de compartir, también por grupos, para compartir lo vivido durante el Triduo Pascual. Por la noche llegaba el momento culmen del Triduo con la Gran Vigilia Pascual, en la que celebramos nuestra gran fiesta cristiana: ¡Cristo ha resucitado! La riqueza de la liturgia nos regala en esta celebración todo un elenco de lecturas y salmos que nos recuerdan la Historia de Salvación que Dios ha realizado con el pueblo de Israel. En el transcurso de la Vigilia vamos pasando de la oscuridad a la luz, dando todo ese sentido de pasar de la Muerte a la Resurrección de Cristo para cantar todos juntos el Aleluya. Además, esta Vigilia Pascual la hemos vivido muy unidos a dos catecúmenos, Javier y Alba, amigos de la Comunidad, que durante la Vigilia en sus respectivas parroquias recibieron los sacramentos de iniciación cristiana. Javier llegaba al final de nuestra celebración para compartir con nosotros su alegría de ser cristiano. Alba, acompañada de su familia, estuvo presente en nuestra Eucaristía del Domingo, para poder celebrar juntos su nueva vida en Cristo. Precisamente, el Domingo de Resurrección cerrábamos ese Triduo Pascual con un tiempo de testimonios y, en la Eucaristía de Resurrección, dábamos gracias a Dios con gran júbilo y alegría por tanta gracia recibida. ¡Feliz Pascua de Resurrección a todos! ¡Aleluya!
“Acuérdate de mí” (Lc 23, 42) El pasaje bíblico del “buen ladrón” y, en concreto, la parte en la que dice a Jesús: “Acuérdate de mí” (Lc 23, 42), ha servido para guiar nuestras oraciones y claves en este Viernes Santo, marcado por la Pasión y Muerte de nuestro Señor. Por la mañana, la encargada de dar la segunda clave de este Triduo Pascual fue Marta Redondo, de nuestra Fraternidad de Laicos. Precisamente, “Acuérdate de mí” era el título de esta charla que nos introdujo en el segundo Pórtico de la Memoria de esta Pascua: el Pórtico de la Cruz. Partiendo de la figura del “buen ladrón”, que es el que pide a Jesús que se acuerde de él, se abría ante nosotros toda una fuente de reflexión y contemplación sobre la necesidad de pedir a Cristo, no sólo que se acuerde de mí, sino que se acuerde de los otros. De todas aquellas personas y situaciones que acompañan nuestro día a día y también aquellas realidades que, probablemente, nos quedan lejanas pero que necesitan ser redimidas por Jesús. Pedimos el perdón para otros y nos convertimos en intercesores ante Cristo crucificado del dolor y el sufrimiento de los que viven en circunstancias difíciles. A las doce del mediodía tenía lugar el Vía Crucis que fue guiado por los niños que participan en nuestra Pascua. Ya por la tarde, tras un tiempo previo de preparación de la liturgia y de ensayo en la mistagogía, a las cinco comenzaba la celebración de la Pasión del Señor. Uno de los momentos más significativos fue la adoración a la Cruz en la que todos nos acercamos a acompañar a Jesús en este duelo en el que hacemos memoria de su muerte. Por grupos de familias, hermanas, amigos… nos arrodillamos ante Él para permanecer a su lado y hacernos partícipes de su sufrimiento. El día culminaba por la noche con la oración ante la Cruz, en la que la contemplación, los cantos y las reflexiones en torno al momento de la muerte de Jesús guiaron esta oración. También hubo un pequeño gesto de adoración a la Cruz, encendiendo una vela a su lado y pidiendo a Jesús que se acuerde de tantas personas y situaciones que necesitan ser salvadas por Cristo.
“Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19) El Triduo Pascual comenzaba este Jueves Santo con la acogida de todos los participantes en el mismo: nuestra Fraternidad de Laicos –familias por grupos de adultos, jóvenes, adolescentes y niños—; familiares de las hermanas; amigos de la Comunidad; un grupo de Alcalá de Henares; así como otras personas llegadas de otros lugares. También ha venido un nutrido grupo de personas que participan por primera vez en nuestra Pascua.
A las siete de la tarde llegaba el momento central del día con la celebración de la Cena del Señor, presidida por el sacerdote que nos acompaña en todo este Triduo Pascual, el Padre Miguel Ángel Arribas. Por la noche, terminábamos el día acompañando al Señor en oración en la Hora de Jesús.
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