“El resucitado nos ha enseñado a caminar con el pie herido” Durante la misma explicó que la contemplación joánica tiene dos dinámicas: la atención, que requiere una mirada atenta y silenciosa; y la intención, que es lo que sale de mí para responder a lo que me ha llamado la atención. Madre Prado recordaba que en la contemplación joánica hay una admiración, como cualidad que me hace salir de mí mismo: “Me provoca la salida de mí, el olvido de mí”. “La contemplación es dar un espacio a algo que me llama la atención, hasta el punto que me olvido de mí”. En el Evangelio según san Juan se nos presenta a Dios amor: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16). Madre Prado nos decía cuatro claves para entender este amor herido: Dios ha elegido la omni-debilidad en lugar de la omnipotencia porque es un Dios que no tiene armas; Dios ha escogido la vulnerabilidad, ya que hacerse carne significa que puedo ser herido; es un amor que se hace próximo, que se abaja, perdiendo todo lo mío para dártelo a ti; y el amor loco de Dios. Asimismo, los principios del amor de Dios son: es un amor que no pactará nunca con el mal; un amor que reconcilia, que reúne, que no separa; un amor comprometido con la verdad y la justicia; un amor que confía; y un amor consagrado al amor, que da la vida. El Dios joánico tiene que ver con una gloria que transmite que Dios es amor y un amor vulnerable. “Es un amor humilde, que ha dado la vida hasta la muerte”, indicaba Madre Prado, añadiendo que “Cristo ha querido llevarse al cielo todas las heridas”. “El resucitado nos ha enseñado a caminar con el pie herido”. Después de la clave, Marta y Nacho, un matrimonio de nuestra fraternidad de laicos, dieron testimonio justo el día en que celebraban su aniversario de boda. Ellos se conocieron en el camino de la fe y, desde el inicio de nuestra Comunidad, conocieron a las primeras hermanas, siendo el primer matrimonio que comenzó a formar nuestra Fraternidad de Laicos. Contaban cómo ellos han visto la gloria de Dios en el nacimiento y el crecimiento de nuestra Comunidad y también en los momentos difíciles, en los que tanto las hermanas, como los laicos de la fraternidad, han sido un gran apoyo. Un matrimonio que, junto a sus tres hijos, viven fielmente anclados en el amor de Dios, en la salud y en la enfermedad, que les hace proclamar como en el Salmo: “Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad”. Nuestra Hna. Clara, también daba testimonio para contar su experiencia sobre los últimos meses de vida de su padre. “Las puertas del cielo se abrieron de par en par”. Los primeros momentos tras diagnosticarle la enfermedad a su padre fueron muy difíciles: “Al principio la enfermedad nos quitó las fuerzas”, contaba la Hna. Clara, pero después la enfermedad les dio fortaleza porque su padre sólo tenía que ser hijo del Padre, ponerse en sus manos. “Nos pudimos despedir y hablamos mucho del cielo” y “nos animaba a no estar tristes”, comentaba la Hna. Clara, que también decía que su padre tenía una certeza muy grande del encuentro con el Padre. Después, hubo tiempo de oración, de caminar en medio de la Creación, de contemplar en silencio la ausencia de Jesús que ‘duerme’ cuando conmemoramos el Sábado Santo. A las once de la noche comenzaba la Vigilia Pascual. Iniciamos el recorrido con una hoguera en nuestra Cruz de Mambré y fuimos caminando hacia la Iglesia. Ya dentro, fuimos recorriendo toda la celebración solemne de esta Vigilia donde hacemos memoria de la Historia de Salvación de Dios con su pueblo Israel, a través de una serie de lecturas y salmos. El paso de la oscuridad a la luz también está muy presente en esta noche en la que se simboliza el paso de la Muerte a la Resurrección de Cristo. Este Domingo de Resurrección culminaba el Triduo Pascual con un encuentro donde los asistentes han podido dar testimonio de su experiencia vivida durante estos días en nuestro monasterio.
Después, hemos celebrado la Eucaristía y, a continuación, cerrábamos este Triduo con una comida fraterna. Gracias a todos los que habéis compartido con nosotras este Triduo Pascual. ¡Feliz Pascua de Resurrección! “La gloria de Jesús es el amor del Padre descansando en Él”
Madre Carolina recordaba que el Viernes Santo entonamos el trisagio: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal”, como una confesión de fe ante Jesús crucificado y, también, que la cruz es una “palabra loca” porque Dios sigue la locura del amor. Dios ha elegido lo débil, lo bajo, lo que no cuenta porque Él se hace fuerte en la debilidad. En lo que hay en nosotros de débil somos profundamente amados, rescatados. “Es más grande nuestra confianza en el amor de Dios”, señalaba Madre Carolina, porque la fuerza del Señor se realiza en la fragilidad. Después de la clave pudimos escuchar los testimonios de Guillermo y de la Hna. Jadzia. Guillermo, laico de nuestra fraternidad –casado y con cuatro hijos—, es oncólogo médico y reconoce que en su consulta ve un lugar sagrado, un lugar de encuentro con Dios. Además, explicaba que junto a su mujer han hecho un camino de conversión continua, confiando en el Padre, en un padre que les ama. “Cuando miramos a la cruz, vemos que Dios nos ha amado hasta el extremo”. Nuestra Hna. Jadzia compartía su experiencia al acompañar en sus últimas semanas de vida a su hermano, en él veía a Jesucristo. “He visto al amor vencer”, decía la Hna. Jadzia, y aseguraba que “el sufrimiento no tiene la última palabra, la última palabra la tiene el amor”. Su hermano “murió amando a los suyos y al Señor”. A las doce del mediodía comenzaba el Vía Crucis en nuestra Iglesia de la Reconciliación, de la mano de los niños presentes en nuestro Triduo Pascual. Por la tarde tuvimos un tiempo de mistagogía –catequesis litúrgica— con el sacerdote Manuel González, quien explicaba que el Viernes Santo es el primer día del Triduo: el Viernes Santo, la Pascua de la Cruz; el Sábado Santo, la Pascua del Silencio; y el Domingo de Resurrección, la Pascua de la Luz. ![]() El Viernes Santo celebramos que ha sido inmolada nuestra víctima pascual. La Iglesia medita la Pasión del Señor. El Viernes Santo no es un día eucarístico, sino un día de Cruz: Cristo es el sacerdote que intercede. En la Adoración a la Cruz hay una triple monición y el trisagio: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal”. Precisamente, después de la mistagogía, a las cinco de la tarde, comenzaba la celebración de la Pasión del Señor, teniendo como momento clave la Adoración a la Cruz. Por la noche, cerrábamos el día con una oración ante la Cruz, en la que también recordamos cómo María permaneció junto a Jesús, al pie de la Cruz.
“La gloria de Dios es humilde porque ama”
Tras esta primera presentación, comenzaba la primera clave del Triduo, de la mano de la Hna. Inma, en la que nos introdujo en el misterio de la Eucaristía, pasando por tres etapas: la gloria en el Antiguo Testamento; la gloria de Dios en Cristo, en la Eucaristía; y cómo llevar esa gloria de Dios manifestada en la Eucaristía a nuestra vida diaria. En la primera parte, correspondiente al Antiguo Testamento, se recordaba que lo que sucede en el Jueves Santo estaba pensado desde toda la eternidad. “Toda la historia de la salvación se puede recorrer con el hilo de la gloria”, decía la Hna. Inma, explicando que Dios quiere buscarnos, llegar hasta el espacio donde habitamos. Por eso, encontramos la gloria de Dios en la Creación, en el hombre y en la historia. “Dios da un paso atrás para el mundo entero sea”. En este sentido, la Hna. Inma apuntaba que “la gloria del hombre será siempre en relación con otro, con la mirada de los otros”. Una relación en la que Dios da y el hombre acoge y en la que “la gloria de Dios es humilde porque ama”. En la segunda parte, relacionada con la gloria de Dios en Cristo, en la Eucaristía, entrábamos en ese misterio de humildad en el que “Dios se nos entrega a través de los signos del pan y el vino”, decía la Hna. Inma, que destacaba que “toda la vida cristiana toma la forma de la Eucaristía”. La Eucaristía educa la vida, la fe, porque a través de ella “entramos a participar de esa mesa abierta”. Para vivir la comunión con Cristo, hay que vivir en comunión con los hermanos, también entrar en comunión con los que sufren porque, en la Eucaristía, “Dios se ha solidarizado con la humanidad doliente”. En la tercera parte, la Hna. Inma nos invitaba a llevar esa gloria de Dios manifestada en la Eucaristía a nuestra vida diaria, en concreto, el signo del Jueves Santo del Lavatorio de los pies: “Cuando salgas de la Eucaristía, vive este gesto. La Eucaristía continúa cuando salimos de ella”. “Toda esta entrega de Dios es la gloria de Dios que se nos ha manifestado”.
A las siete de la tarde comenzaba la celebración de la Cena del Señor, donde se conmemora la Última Cena de Jesús con sus discípulos, y en la que se originó la institución de la Eucaristía, la institución del Orden Sacerdotal y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna, por eso, el Jueves Santo también celebramos el día del Amor Fraterno. Al finalizar el día, ya entrada la noche, nos quedábamos acompañando al Señor en oración, en la Hora de Jesús.
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“HEMOS CONTEMPLADO SU GLORIA”Jn 1, 14CARTA DE COMUNIÓN | PASCUA JUBILAR 2025 Entramos en la Semana de la Gloria, en la Hora en la que el Hijo del Hombre será entregado (cfr. Jn 12, 12; 13, 1; 18, 19), en ese gozne de la Historia que separa la muerte de la Vida y las tinieblas de la claridad, y transforma la dispersión, distancia y lejanía, en encuentro, reconocimiento, comunión. La Pascua de este Año Jubilar de la Iglesia y de la Comunidad recoge los 25 años de andadura comunitaria en Cristo y en la Iglesia. Este tiempo ha estado alentado por la esperanza pascual. Todo lo vivido ha sido un Camino Pascual en el que hemos podido contemplar su Gloria, ser testigos de ella, de su Presencia entre nosotros como Pan cotidiano, como Siervo “herido de Dios y humillado” (Is 53, 4) y como manifestación de la Gloria de Dios, Vencedor del pecado, del mal y de la muerte. Querer ver a Dios en este mundo, en un cara a cara, tal vez sea la íntima razón de la esperanza del ser humano(1). No poder verle, no poder oírle, no poder tocarle nos deja solos en este mundo que se torna oscuro e inhóspito y, sobre todo, sinsentido. “Si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto” (Jn 11, 21). Este grito constante del hombre por ver su Rostro, es el anhelo más íntimo del hombre (hecho para creer, esperar y amar); verle presente, más allá de escuchar su Voz o ver los signos misteriosos de su misericordia, sería la esperanza cierta. Por eso, el gran mensaje evangélico es que los ciegos ven… y poder contar lo que se ha visto (cfr. Lc 7, 22; 1Jn 1-3). La Humanidad ha estado a la espera de esa manifestación urgente, con gritos, con lágrimas, con súplicas, con búsquedas desesperadas y esperanzadas, porque ha intuido que verle en esta Tierra daría sentido a la vida, al amor, al sufrimiento, a la muerte. Seguir leyendo
¿Querer ver tu Gloria no significa querer ver que triunfa la verdad sobre el engaño, el amor frente al odio, la paz frente a la guerra, la fraternidad frente al fratricidio…? ¿No significa que queremos que actúe y que ese Reino de Justicia, de Amor y de Paz se instaure definitivamente en esta Tierra, en este ahora siempre temporal, limitado, finito, tembloroso e inseguro en el que vivimos? Dios se ha dejado ver y lo que podemos ver de Él no es sino su Gloria (hod, הוד y kabod , כבד K-B-D; doxa, δόξα), la misma persona de Dios manifestándose, haciéndose presente, comunicándonos su más profunda identidad, su gravedad resplandeciente, su plenitud, su Gracia vertida ante el hombre, a la vista del hombre. Y hemos querido recoger su Gloria en un odre, en un Arca (cfr. Jer 14, 21), en una Tienda en el desierto (cfr. Éx 40, 34-38), en un Templo (cfr. 2Cró 7, 1-3) … porque eso nos aseguraba su Presencia consoladora, protectora, cercana, liberadora, su Compañía en el aquí y ahora humanos. Hemos escuchado su voz, hemos visto sus espaldas, hemos sentido sus manos guiadoras, hemos conocido sus entrañas de madre (cfr. Éx 3, 14; 33, 18; Dt 1, 31; Is 49, 14-15), pero el hombre ha pedido siempre una revelación mayor, impensable, total. SU GLORIA EN LO CREADO “El cielo proclama la gloria de Dios, / el firmamento pregona la obra de sus manos” (Sal 18, 2-5). Su Gloria lo llena todo y lo invade de Luz, y esa luminosidad es también lenguaje, palabra que habla de Quien lo ha creado, sostiene y salva. El hombre, ante el espectáculo de lo existente, reconoce la cara oculta y alaba al Creador: “Dad gracias al Señor de los señores: porque es eterna su misericordia. / Sólo él hizo grandes maravillas: porque es eterna su misericordia” (Sal 135, 3-9). Y, junto a esta exultación sálmica, ¿no constatamos los gemidos de parto (cfr. Rm 8, 22-23) de una Creación que, en su dinamismo evolutivo, es violenta y desgarradora, ocasionando tragedias humanas? Nuestra Comunidad ha reconocido en la Zarza Ardiente de lo Creado, de la realidad, un ugar epifánico, el ambón litúrgico desde el cual Él nos habla y deja a su cuidado. Por todo ello, nos hemos sentido llamadas a la vocación del Cuidado de lo Creado, a la responsabilidad por esta Tierra en la que habitamos y habitan tantos millones de seres vivos, para que siga siendo un Oikós sobre todo para los más desfavorecidos a causa del del cambio climático, de la guerra destructora, de los intereses económicos y políticos. SU GLORIA EN EL HOMBRE “La gloria de Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios”(2). El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, no sólo es transparencia de Dios en sí mismo y para sí mismo, sino que, además, es la transparencia de Dios en este mundo, como imagen suya. Todo él está traspasado por su Gloria inmarcesible y así es mensajero, cantor, instrumento musical de Dios en el mundo(3), entona un himno a Dios a través del instrumento polífono y canta con el instrumento que es el hombre: ‘Pues tú eres para mí una cítara, una flauta y un templo”. Este humilde cuenco de barro que es el hombre está hecho para acoger a Dios y el icono es la Encarnación y María como Vaso santo, Morada de Dios. El hombre es capax Dei(4), es receptor de Dios, recipiente y esta recipiencia es lo que le hará reconocerlo y confesarlo(5), alabándolo y adorándolo, sirviéndole hasta dar la vida. Junto a este Don inexorable, el hombre se distancia de Dios y de un designio de Vida, que le da la mejor humanidad, y entonces se transforma en verdugo de sí mismo y del otro, se adueña y domina todo lo que no le pertenece. La misma vulnerabilidad, presente en lo creado, le roza a él, arrastrando consigo el destino de todo lo Creado, que le ha sido confiado. Por ello la aproximación a toda fragilidad, vulnerabilidad y flaqueza humana es la primacía del amor y la compasión, porque el pecado contra la persona o su cuidado decidirá el destino futuro de cada uno de nosotros. Dios ha dejado en el ser humano una huella que resiste toda fealdad y distancia, y esa huella nos grita respeto y amor, porque todos podemos decir “llevo los estigmas de mis iniquidades, pero soy a imagen de tu gloria indecible(6)”. EN CRISTO HEMOS CONTEMPLADO LA GLORIA DE DIOS El Hijo, que estaba vuelto hacia el Padre, se nos manifestó (cfr. 1Jn 1, 2), y en Él hemos visto al fin el Rostro de Dios. Así hemos conocido a Dios, al Padre y al Espíritu. Él nos ha revelado su misericordia, su amor total y sin retorno, nos ha visitado y redimido, es Hijo, Hermano, Siervo, Kyrios, porque ha bajado hasta nuestros infiernos y nos ha alzado con Él. La Gloria de Dios manifestada en Cristo Jesús (cfr. Jn 1, 14) ha atravesado la opacidad de este mundo, ha asumido lo más agónico de la existencia, ha traído a la Historia una novedad inédita y lo ha llevado a cabo revelando su invisibilidad en la visibilidad humilde, asumiendo nuestra vulnerabilidad y convirtiéndola en camino de encuentro con Él, abrazando la temporalidad, la corporeidad y, por tanto, la finitud, el dolor y la muerte. Su Gloria se ha manifestado con un esplendor inesperado: atravesando toda incompletud, toda vulnerabilidad y bajura y dejándose atravesar Él mismo por la herida, la brecha, la hendidura humana. Así se nos presentará como Herido de Dios y Gloria de Dios mismo, Hombre y Dios, Vulnerable y Glorioso. La Gloria del Jueves será la del Siervo, ciñéndose un paño, sirviendo, sentándose a la Mesa de los pecadores y partiendo el Pan, repartiendo el Cuerpo, las vestiduras, escanciando la Copa, ofreciendo la Vida. La Gloria de la Cruz no es otra que la de un Dios que se autolimita por amor, que se “vierte” hacia la Humanidad por amor; en Él hemos visto la Gloria del Dios Trinitario, Dios Comunión, relación de Personas que viven en el Amor y en la autodonación mutua, hasta la kénosis total. La Gloria de Dios es su Amor. Reconocerse amados a pesar y por nuestra fragilidad, vulnerabilidad y quebranto infinito nos levanta del polvo y hace brotar de lo hondo un trémulo pero decidido canto de alabanza y de gratitud. Dios es Amor, y la Resurrección del Hijo es la victoria del Amor sobre la muerte, el pecado y el mal, y el triunfo definitivo de la Vida. Por eso, ante Él “toda rodilla se doble, en el cielo y en la tierra y toda lengua proclame Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 10-11). Ante Él “andamos en una Vida nueva” (Rom 6, 4) siendo una criatura nueva y cantando el Cántico Nuevo (cfr. 2Cor 5, 17): ¡Aleluya! En el cara a cara definitivo “le veremos tal cual es” (1Cor 13, 12) y “seremos semejantes a Él” (1Jn 3, 2) y allí cantaremos el Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu que hoy entonamos en esperanza porque “lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que nuestras manos han tocado del Verbo de la Vida…” (1Jn 1, 1) es la primicia de lo que nos espera en el Cielo. En estos 25 años damos gracias al Señor que “nos ha visitado y redimido” (Lc 1, 68), su Amor nos ha sostenido y curado nuestras heridas y permanece con nosotros (Mt 28, 20). ¡Feliz Pascua Jubilar de la Iglesia y de nuestras comunidades! M. Prado Presidenta Federal Federación de la Conversión de San Agustín Sotillo de la Adrada, Ávila España (1) “La ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza.” José Saramago, Ensayo sobre la ceguera, trad. B. Losada, Buenos Aires, Suma de Letras, 2003. Sigla: EC., p. 282. (2) San Ireneo, Adversus haereses, 4, 20, 7. (3) Clemente de Alejandría, Protréptico, cap. I. Madrid: Gredos, 1994, pp. 37-55. “El Logos de Dios… (4) S. Agustín, De Trinit. XIV, 8: PL 42, 1044. (5) Cfr. S. Agustín, Com. Evang. De Juan, 121, 28-29. Tocar al hombre y confesar a Dios. (6) Tropario fúnebre en Paul Evdokimov, El amor loco de Dios; Narcea, Madrid, 1990. ALEMÁN
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Queridos amigos,
compartimos con todos vosotros el horario de la Pascua que celebraremos en el Monasterio de la Conversión . Os pedimos que, si tenéis la intención de uniros a alguna de las celebraciones con nosotras, lo indiquéis en este FORMULARIO. Esto nos ayudará a organizar mejor los espacios dentro de la Iglesia y a vivir los Oficios de manera más ordenada ¡Os deseamos a todos una feliz Pascua!
ArtículoHna. Carolina Blázquez OSA Empieza el tiempo de Pascua que en la Iglesia antigua se llamaba el tiempo de la mistagogía. Era la meta de todo el camino del catecumenado que marcaba el ritmo de las comunidades cristianas que se preparaban cada cuaresma, de forma especial, para la acogida de nuevos miembros.
La Pascua, por tanto, en la Iglesia de los siglos IV y V, era tanto la cumbre en el camino de preparación para los candidatos a entrar en la comunidad de los salvados como el manantial de constante renovación de las propias comunidades. Estas se percibían, realmente, como un seno materno. En ellas se revivía constantemente el misterio de María: generando, gestando y alumbrando la vida de los nuevos hijos de Dios, los neófitos, que, al mismo tiempo, a su vez, vivificaban y renovaban la vida de los ya creyentes. Se cumplía así la palabra de Jesús a Nicodemo al que invitaba a nacer de nuevo, aún siendo viejo (cf. Jn 3,3-7). Evolución histórica Tras el Edicto de Milán y, finalmente, con el reconocimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, las conversiones a la fe cristiana crecieron considerablemente. Aunque ya venía perfilándose, esto provocó que el proceso de incorporación al cristianismo se institucionalizara con unos pasos bien definitivos. En la conciencia de que “los cristianos no nacen, se hacen” (Tertuliano, Apología contra los Gentiles, 18,4), el proceso de catecumenado era largo y podía llegar a durar varios años, en algunos casos. Ahora bien, como la entrada en la economía de la gracia es el mayor bien, estos procesos de preparación se fueron acortando para que una espera prolongada no provocara un sentido elitista de la fe, confundiendo una buena preparación con una cierta dignidad personal para recibir los sacramentos. Se podría olvidar así el sentido auténtico de la palabra que la Iglesia nos invita a decir justo en el momento antes de recibir la comunión eucarística: “Oh Señor, no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme” (cf. Mt 8,8). Por otro lado, porque los ya bautizados deseaban hacer partícipes a sus hijos de la gracia, el bautismo de niños se impuso hasta extinguirse prácticamente el bautismo de adultos. De aquí el olvido de todo este itinerario catequético y mistagógico de incorporación a la Iglesia que, desde el Concilio Vaticano II, estamos tratando de recuperar de forma creativa y actualizada como propuesta de revitalización de la fe de los creyentes y de evangelización e incorporación a la Iglesia de nuevos fieles. De hecho, algunas realidades eclesiales hijas de la renovación conciliar han asumido pasos o el itinerario, más o menos completo, de todo este proceso catecumenal en el que se integran equilibradamente la experiencia personal de encuentro con Cristo —el despertar en la fe—, la inserción eclesial a través de la vía litúrgico-sacramental y el proceso existencial de conversión. Hay aquí algo clave para este momento de la Iglesia que vivimos. Se nos ofrece un marco o guía para todos nuestros proyectos educativos o catequéticos en la fe que siempre corren el peligro de moverse en los esfuerzos, un tanto infecundos, de una intensa educación externa puesto que, en muchos casos, la fe no ha sido despertada al no haber acontecido el encuentro personal con Cristo o, en cambio, en la promoción de propuestas de despertar en la fe que, sin un cuidado itinerario posterior catequético y formativo a todos los niveles y, especialmente, litúrgico-sacramentalmente, suelen ser experiencias eminentemente subjetivas que corren el riesgo de apagarse pronto, al ritmo de las emociones. El Papa Francisco nos recordaba estos dos peligros en Desiderio Desideravi conectando con su magisterio anterior en el que reiteradas veces nos ha pedido atención y cuidado para evitar las tendencias neopelagianas o, su contrario, neognósticas en la Iglesia (cf. DD 17). Para lograr esta vitalidad litúrgica la clave está en la propuesta formativa a través de catequesis litúrgicas o mistagógicas retomando la práctica de la Iglesia antigua y readaptándola a las necesidades del presente en la fidelidad creativa que caracteriza siempre los pasos de renovación en la Iglesia. Ya en Sacrosanctum Concilium se nos invitaba a trabajar en este sentido (cf. SC 36), también Evangelii Gaudium trata el tema de la catequesis mistagógica (cf. EG 163-168) y el Nuevo Directorio para la Catequesis del año 2020 retoma esta cuestión (nn. 61-65; 73-78). Continuamente dados a luz El proceso está detalladamente explicado en el RICA, el Ritual para el Catecumenado de Adultos, redactado en 1972. En 2022 celebramos los 50 años de su publicación y, a pesar de haber transcurrido tantos años y de ser uno de los frutos significativos de la reforma litúrgica conciliar, es un documento aún poco conocido y valorado, aunque puede ser un magnífico instrumento para desarrollar procesos catequéticos y de formación litúrgica que ayuden a profundizar en la vida cristiana para los ya creyentes. La profundización en el proceso de catecumenado ayuda a vivir en la memoria de que el cristiano es siempre un pecador perdonado experimentando así que la alegría de la salvación brota, no de nuestros logros o nuestra perfección personal, sino de la acogida constante de la misericordia de Dios. Esta posición de verdad y humildad ante Dios nos libra de la tentación de creernos el hijo mayor frente al hijo pródigo (cf. Lc 15,29-32) o el fariseo frente al publicano (cf. Lc 18,9-14). Vivimos en un proceso de conversión ininterrumpida, siendo continuamente dados a luz en la fe hasta que Cristo sea formado en nosotros (cf. Ga 4,19). Tras el período kerigmático, en el que se anuncia el corazón del evangelio, que se correspondería con los métodos hoy de evangelización o primer anuncio, para aquellos que tras la conversión a la fe expresaban el deseo de iniciar un proceso de incorporación a la Iglesia se ofrecía la entrada en el catecumenado. Este se concebía como un tiempo largo acompañado por algunos cristianos, los catequistas, que debían introducir, poco a poco, en el conocimiento de la fe y en la experiencia de oración con la consiguiente conversión de las costumbres, que esto traía consigo. En el itinerario era fundamental la oración y la familiarización con la Palabra de Dios, la tarea educativa en la doctrina y la fe de la Iglesia, así como la conversión de costumbres, que para muchos podía suponer un cambio significativo en hábitos de vida, mentalidad y criterios, incluso profesión… San Agustín, por ejemplo, abandonó su oficio de orador tras la conversión. Se avergonzaba de vivir vendiendo mentiras vestidas de verdad solo por estar bien dichas buscando, además en ello, ser estimado y gozar de prestigio. Ante la verdad de Cristo, se cayeron las máscaras en las que se había escondido ante sí mismo durante años (Cf. Confesiones IX, II, 2). Este proceso del catecumenado se intensificaba en la última cuaresma antes del momento del bautismo que se recibía siempre en el contexto de la Pascua, concretamente en la Vigilia Pascua. Esta última cuaresma se la llamaba tiempo de la purificación o iluminación y era un tiempo absolutamente único y especial. Cada semana, marcada por el domingo, estaba ligada a un paso o gesto sumamente bello y expresivo: la elección o inscripción del nombre, los escrutinios o tiempos fuertes de discernimiento sobre la verdad de la propia vida ante la luz de la Palabra, los exorcismos, la entrega de la profesión de fe, del Padre Nuestro, las unciones, el rito del Effetá… En este momento toda la gestualidad y ritualidad eclesial expresa la gestación, la preparación para el nuevo nacimiento que encontrará en la noche de Pascua, la gran noche bautismal, su expresión definitiva. En la Pascua la memoria cuaresmal de la misericordia de Dios se transforma en memoria agradecida por la salvación ante la última y definitiva de las mirabilia Dei: la Resurrección de Cristo de entre los muertos. Esta gracia de la resurrección durante la Pascua no solo se proclama, se realiza en nosotros a través de los sacramentos que nos incorporan al Cuerpo glorioso de Cristo, Su vida entra en la nuestra. Se trata de un recorrido de transformación en Cristo, de modo que el camino de toda una vida cristiana, de años de seguimiento y conformación progresiva con Cristo, se nos entrega en la noche de Pascua, especialmente, durante la cincuenta pascual y, como prolongación de esta, en cada eucaristía cotidiana, que es prenda de lo que ya somos y de lo que estamos llamados a ser. En tu Luz vemos la luz Como somos limitados, como necesitamos el tiempo para asumir, acoger, comprender esta claridad ofrecida del Misterio de Dios en Cristo, la Iglesia madre despliega la mistagogía. El tiempo justamente posterior a la celebración del Triduo Pascual, la cincuentena pascual, tiene este sentido pedagógico de rumia para asimilar mejor y de profundización para tomar conciencia del don ya recibido. La vida cristiana de cada uno de nosotros puede entenderse como un prolongado tiempo de mistagogía hasta la entrada plena en el Misterio en la vida del Cielo. Muchos de nosotros, bautizados en la infancia, necesitamos este tiempo para ir comprendiendo lo que celebramos, lo que creemos y, en definitiva, lo que somos. Vamos asimilando lo que hemos recibido como identidad por la fe y los sacramentos. Es necesario, por tanto, desarrollar procesos mistagógicos como hacían los Padres del siglo IV con los neófitos que asistían por primera vez a las celebraciones sacramentales. Puesto que habían recibido en una sola noche, durante la Vigilia, los sacramentos de iniciación necesitaban después ahondar en lo vivido para, al conocerlo mejor, ir configurándose según esta nueva condición recibida a imagen de Cristo. Hay un modo nuevo de percibir la realidad como portadora del Misterio de Dios en el que vamos siendo introducidos por la acción litúrgica y la Pascua es el tiempo propicio para esto. En ella, la dimensión mistagógica está acentuada y potenciada porque es el tiempo de la plenitud, del cumplimiento donde todo vuelve a su realidad primera y última, a su referencialidad creada y a su verdad en Dios desvelada en Cristo Resucitado. Esta mistagogía litúrgica pascual tiene, especialmente, varias dimensiones o niveles: Mistagogía creacional En la Pascua los signos litúrgicos nos conectan con la creación: el Fuego que purifica e ilumina desde dentro, la luz del cirio pascual y la cera pura elaborada por las abejas, el agua bautismal, el aceite del santo crisma, el viento del Espíritu, la vida que misteriosamente despierta del letargo invernal en la primavera y que irrumpe en el Templo a través de las decoraciones florales, el blanco y dorado de los tejidos… Estas dimensiones cósmicas de la liturgia requieren ser explicadas detenidamente. No son meros elementos decorativos. A través de ellas, la Iglesia expresa la dimensión creacional del acontecimiento de la resurrección, superando todo subjetivismo o reduccionismo emotivista de la fe. Cristo resucitado ha colmado de luz la realidad desde dentro. Esto significa el velo del templo rasgado, el suelo rasgado por los terremotos y las lápidas corridas según nos transmiten los evangelistas al narrar el momento de la Muerte y Resurrección (cf. Mt 27,51-54.28,2). El nudo de las relaciones vitales: con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la creación, ha sido desatado. Desde este momento, todo está transido de Dios y es portador de Dios, como si el misterio de María se cumpliera en cada criatura, todo se abre al Espíritu y el antagonismo carne-pneuma queda reconciliado, la vida de la gracia se alumbra a través de la carne de este mundo. En la liturgia nada es opaco, ni está cerrado sobre sí, ni separado del resto. Todo está transfigurado, irradia claridad y vida. El pan y el vino se hacen totalmente dóciles a la Palabra de Dios y la acción del Espíritu. Esto, que sucede en la liturgia, traspasa los muros del templo y, por la mirada sacramental del creyente transformado por la celebración en la que participa, toca su realidad cotidiana haciendo de ella un espacio y un tiempo sacramental. Mistagogía histórico-salvífica El cristiano, a lo largo de toda su vida, como si toda la historia de Israel se actualizara en su propia historia, es invitado a pasar de la esclavitud a la libertad, de la noche a la luz, del desierto a la tierra prometida, de la tristeza a la fiesta, del hambre al banquete de bodas, de la muerte a la vida, introducido con Cristo, en el último mar rojo de la vida, la muerte y la sepultura para resucitar con Él a una vida nueva, participando de su propia vida resucitada. Para vivir esta experiencia es fundamental la familiaridad con la Historia Sagrada a través de la Palabra de Dios leída, proclamada, celebrada en la liturgia. La Vigilia Pascual es maestra de esta tarea mistagógica. Su recorrido a través del Antiguo Testamento por los libros históricos, proféticos y sapienciales expresan los miedos, los anhelos, los límites, la sed del corazón del hombre salvados constantemente por la mano poderosa de Dios. Toda esta pedagogía de Dios con el pueblo encuentra en el Nuevo Testamento, con el acontecimiento Cristo y su Resurrección, su cumplimiento. Hay que detenerse en las lecturas de cada celebración, iluminar su sentido en Cristo y existencialmente para el hombre de hoy, confiar en la fuerza performativa de la Palabra que encuentra en el marco sacramental su máxima expresión. Ella hace lo que dice. Mistagogía sacramental La Pascua es, por excelencia, el tiempo de los sacramentos. La fuerza salvadora que brotaba del Cuerpo de Cristo ha pasado a su Iglesia y, gracias a su acción, toda la existencia del hombre ha quedado bendecida y salvada. Los sacramentos nos conectan con Cristo resucitado, son la oportunidad del encuentro con su carne gloriosa. Así, vamos siendo incorporados a Él, principalmente, por la comunión eucarística que cumple la comunión inaugurada en el bautismo: Cristo en nosotros, nosotros en Él, con un sentido esponsal: unidos en una sola carne, la Carne ofrecida por Cristo para la vida del mundo. Esta comunión nos alimenta, nos transforma y nos mueve a vivir todo lo humano desde esta dimensión de resurrección. En Pascua se celebran los sacramentos de iniciación y, como gracia que de ellos brota, es el momento propicio para la celebración también de los sacramentos de vocación: el matrimonio y el orden, así como la consagración de vírgenes. Es el tiempo en el que lo humano con su misterio de crecimiento, amor, misión y límite puede desplegarse sin miedo, en una fecundidad cuyo fruto es la presencia del Reino, la santidad. Que a lo largo de esta Pascua que iniciamos seamos capaces los ministros, religiosos, catequistas, responsables de pastoral de desplegar una acción mistagógica creativa en nuestras celebraciones, en las tareas catequéticas, en las homilías, para que realmente seamos transformados por aquello y en aquello que recibimos. Esta es una tarea de conocimiento en el sentido judío de esta palabra: un saber que es comunión y amor, que abarca todas las dimensiones de la persona hasta tocar lo más profundo del ser, hasta mover el corazón, introducir en la intimidad, iluminar la existencia según Cristo. Esta es la acción propia del Espíritu Santo, el gran Mistagogo, por eso la Pascua, el tiempo de la mistagogía, es el tiempo del Espíritu, de hecho, su meta está en Pentecostés. “El Espíritu os lo recordará todo” (Jn 14, 26) ![]() La clave del Sábado Santo llevaba por título “El Espíritu os lo recordará todo” (Jn 14, 26). La encargada de adentrarnos tanto en el Pórtico Marial como en el Pórtico de la Iglesia –que completan los Pórticos de la Memoria Pascual— era Madre Prado. María, como madre de Jesús, recibió del Hijo una nueva maternidad, ya que se convierte en Madre de la Iglesia, morada de la memoria del Hijo, muerto y resucitado. Por otro lado, del Espíritu brota la Iglesia. Es el Espíritu el que otorga la fuerza que “pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas”. Tras la muerte y resurrección de Jesús, el Espíritu nos da una nueva identidad: ser la Memoria Iesu, Memoria de Jesús. Este soplo del Espíritu implica, a su vez, hacerse uno con Cristo y ser sus testigos en medio de este mundo. El Sábado Santo es un día de desierto porque en medio del silencio y la contemplación acompañamos a Jesús, hacemos memorial de su muerte con la esperanza puesta en la Resurrección. Este año, debido a la lluvia, no hemos podido realizar la habitual marcha que hacemos cada año para caminar, hacer silencio, rezar, comer juntos en el campo, compartir… en su lugar, nos quedamos en el monasterio, donde hubo también tiempos de oración y contemplación, comimos por grupos y, por la tarde, tuvimos un momento de compartir, también por grupos, para compartir lo vivido durante el Triduo Pascual. Por la noche llegaba el momento culmen del Triduo con la Gran Vigilia Pascual, en la que celebramos nuestra gran fiesta cristiana: ¡Cristo ha resucitado! La riqueza de la liturgia nos regala en esta celebración todo un elenco de lecturas y salmos que nos recuerdan la Historia de Salvación que Dios ha realizado con el pueblo de Israel. En el transcurso de la Vigilia vamos pasando de la oscuridad a la luz, dando todo ese sentido de pasar de la Muerte a la Resurrección de Cristo para cantar todos juntos el Aleluya. Además, esta Vigilia Pascual la hemos vivido muy unidos a dos catecúmenos, Javier y Alba, amigos de la Comunidad, que durante la Vigilia en sus respectivas parroquias recibieron los sacramentos de iniciación cristiana. Javier llegaba al final de nuestra celebración para compartir con nosotros su alegría de ser cristiano. Alba, acompañada de su familia, estuvo presente en nuestra Eucaristía del Domingo, para poder celebrar juntos su nueva vida en Cristo. Precisamente, el Domingo de Resurrección cerrábamos ese Triduo Pascual con un tiempo de testimonios y, en la Eucaristía de Resurrección, dábamos gracias a Dios con gran júbilo y alegría por tanta gracia recibida. ¡Feliz Pascua de Resurrección a todos! ¡Aleluya!
“Acuérdate de mí” (Lc 23, 42) El pasaje bíblico del “buen ladrón” y, en concreto, la parte en la que dice a Jesús: “Acuérdate de mí” (Lc 23, 42), ha servido para guiar nuestras oraciones y claves en este Viernes Santo, marcado por la Pasión y Muerte de nuestro Señor. Por la mañana, la encargada de dar la segunda clave de este Triduo Pascual fue Marta Redondo, de nuestra Fraternidad de Laicos. Precisamente, “Acuérdate de mí” era el título de esta charla que nos introdujo en el segundo Pórtico de la Memoria de esta Pascua: el Pórtico de la Cruz. Partiendo de la figura del “buen ladrón”, que es el que pide a Jesús que se acuerde de él, se abría ante nosotros toda una fuente de reflexión y contemplación sobre la necesidad de pedir a Cristo, no sólo que se acuerde de mí, sino que se acuerde de los otros. De todas aquellas personas y situaciones que acompañan nuestro día a día y también aquellas realidades que, probablemente, nos quedan lejanas pero que necesitan ser redimidas por Jesús. Pedimos el perdón para otros y nos convertimos en intercesores ante Cristo crucificado del dolor y el sufrimiento de los que viven en circunstancias difíciles. A las doce del mediodía tenía lugar el Vía Crucis que fue guiado por los niños que participan en nuestra Pascua. Ya por la tarde, tras un tiempo previo de preparación de la liturgia y de ensayo en la mistagogía, a las cinco comenzaba la celebración de la Pasión del Señor. Uno de los momentos más significativos fue la adoración a la Cruz en la que todos nos acercamos a acompañar a Jesús en este duelo en el que hacemos memoria de su muerte. Por grupos de familias, hermanas, amigos… nos arrodillamos ante Él para permanecer a su lado y hacernos partícipes de su sufrimiento. El día culminaba por la noche con la oración ante la Cruz, en la que la contemplación, los cantos y las reflexiones en torno al momento de la muerte de Jesús guiaron esta oración. También hubo un pequeño gesto de adoración a la Cruz, encendiendo una vela a su lado y pidiendo a Jesús que se acuerde de tantas personas y situaciones que necesitan ser salvadas por Cristo.
“Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19) El Triduo Pascual comenzaba este Jueves Santo con la acogida de todos los participantes en el mismo: nuestra Fraternidad de Laicos –familias por grupos de adultos, jóvenes, adolescentes y niños—; familiares de las hermanas; amigos de la Comunidad; un grupo de Alcalá de Henares; así como otras personas llegadas de otros lugares. También ha venido un nutrido grupo de personas que participan por primera vez en nuestra Pascua.
A las siete de la tarde llegaba el momento central del día con la celebración de la Cena del Señor, presidida por el sacerdote que nos acompaña en todo este Triduo Pascual, el Padre Miguel Ángel Arribas. Por la noche, terminábamos el día acompañando al Señor en oración en la Hora de Jesús.
SÁBADO SANTOFOTOS
VIERNES SANTO
JUEVES SANTODOMINGO de RamosSolemne Vigilia PascualY llegó el momento de la Vigilia...9.30 h. Oscuridad de tormenta, nubes...y relámpagos por el lado norte que iluminaban el cielo. ¡LUZ! Comenzamos con el lucernario...el Cirio encendido atravesaba la Iglesia rompiendo las tinieblas. Y comenzamos los himnos, el Pregón, las lecturas...y todo fue llenándose de luz de Cristo. |
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Música sugerida
Un texto de San Ireneo de enorme fuerza para mí hoy: "Así como el grano de trigo cae en la tierra, se descompone, para levantarse luego, multiplicarse en espigas y alimentarnos... así nuestros cuerpos, alimentados por la eucaristía y depositados en la tierra, donde sufrirán la descomposición, se levantarán un día y se revestirán de inmortalidad”. Conecto este texto de este santo padre con la cita musical de Gustav Mahler que os propongo un músico postromántico austriaco, judío converso al catolicismo. Su música en muchas ocasiones desea transportarnos “al corazón mismo de la existencia, allá donde se sienten todos los estremecimientos del mundo y de Dios” según sus propias palabras. Ese hálito espiritual está presente en gran parte de su obra, pero especialmente en su 2ª sinfonía, conocida como "Resurrección", de una manera especialmente patente. Aunque la muerte es una constante metafórica en muchas de sus obras, el deseo de ir más allá y superarla también lo es. Esta lucha, esta agonía desarrollada a lo largo de toda la monumental sinfonía, todo el tránsito y la angustia desarrollada se resuelve y supera mediante la salvación de todos los hombres, sea cual sea su condición y sus pecados... por el amor. Morir, pero para vivir. Recomendable escuchar toda la Sinfonía en este tiempo de Pascua. Hoy os traigo tan solo el final, una música brillante y luminosa, total para este domingo sin ocaso, para este banquete sin fin que hoy inauguramos. Gustav Mahler, Sinfonía Nº 2 "Resurrección" Final del V movimiento Im Tempo des Scherzos. Coro, Contralto ¡Deja de temblar! ¡Prepárate para vivir! Soprano, Contralto ¡Oh, dolor! ¡Tú, que todo lo colmas! ¡He escapado de ti! ¡Oh, muerte! ¡Tú que todo lo doblegas! ¡Ahora has sido doblegada! Coro Con alas que he conquistado En ardiente afán de amor, ¡levantaré el vuelo hacia la luz que no ha alcanzado ningún ojo! ¡Moriré para vivir! Coro, Soprano, Contralto ¡Resucitarás, sí, resucitarás, corazón mío, en un instante! Lo que ha latido, ¡habrá de llevarte a Dios! Por Javier Moreno
Gustav Mahler, Sinfonía Nº 2 "Resurrección" Final del V movimiento Im Tempo des Scherzos. |
CARTA DE COMUNIÓN: "Siempre hijos"
CARTA DE COMUNIÓN. Pascua 2019
SIEMPRE HIJOS
“Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abbá! Padre!”
Gal 4, 6
1.- SIEMPRE HIJOS
¿De qué nos serviría que Dios existiera si no fuera Amor? ¿De qué nos serviría que fuera nuestro Creador si no fuera a la vez nuestro Padre? ¿De qué sinsentidos nos hace salir sabernos hijos y no solo creatura divina? Sí, nos salva el signo del Hijo. Somos hijos. Creatura en filiación. Y desde ahí hemos de contemplar nuestra existencia porque este es el modo genuino, auténtico, de ser en este mundo.
La fuerte crisis de relaciones de la postmodernidad viene de lejos, está intuida desde los tiempos antiguos, en el más arcano de los males que padece la humanidad: rehusar toda tutela, no querer dioses, ni padres-madres, nadie por encima, nadie delante. La matanza de Dios, el verdadero inocente, no es de ahora, viene de lejos. Lo que repudia el hombre, y queda ratificado socialmente en la modernidad, es ser hijo, no sentirse autónomo. Querer, sí, ser herederos pero sin el origen, sin el padre, apropiándose de la herencia para uso propio sin gratitudes serviles, sin cuentas a otros. Una herencia para sí y solo para sí, explorando el goce solitario.
2.- EN EL HIJO. Todo ha sido creado bajo la imagen del Hijo único. Toda criatura, todo tiempo y espacio, todo gran pensamiento, toda voluntad, todo profundo océano y sus habitantes, todo aire, toda la tierra, todo anuncia el acontecimiento más decisivo de la historia, la encarnación (cf. Jn 1, 1ss; 3, 16).
Cristo es la rúbrica definitiva de Dios tras habérnoslo dado todo porque, hasta el Espíritu, venía ofrecido con el mismo Don del Hijo, que se posó sobre Él como una paloma para ratificar las Palabras del Padre: “Este es mi Hijo, el Amado, escuchadle” (cf. Mt 3,17; Lc 9, 35).
En Cristo está trazada la firma más plena y perfecta que cierra el testamento del Padre, el conjunto de todo lo creado, de todos los dones recibidos por el hombre. Todo se recapitula en Él. Su Encarnación, sus Palabras, sus gestos, su vida. Su Sangre, su Cuerpo, su Espíritu. Es el sello y la firma en sangre que da sentido a todo porque Él es el Logos, la Palabra definitiva, la Gracia después de la gracia. Él es la última palabra del Testador, su más acabada voluntad última y única, su amor ofrecido hasta el infinito.
Todo en Él y nosotros en Él, porque hemos sido llamados a “ser en Cristo” y, si esto es así, seremos como Él “hijos amados”. Para ser hijos le tenemos a Él y nuestra filiación tiene en Él el molde, la imagen y semejanza. “Acuérdate de Jesucristo. Si morimos con Él viviremos con Él. Si con Él sufrimos reinaremos con Él”, dirá Pablo a uno de sus hijos, Timoteo (2 Tim, 2, 8. 11-12).
Será el bautismo, cuando nuestro yo quede sumergido en las aguas de la gracia de Cristo, el que nos haga renacer a la vida en Él, en la nueva vida, concedida bajo el signo del perdón, de un don renovado, que hace de nosotros una nueva creación. Cristo, y solo Cristo, “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21, 5). Hace nueva a la criatura humana por el don de la filiación en Él.
Quien de Él ha renacido ha vencido el mal hasta el punto de no querer pactar con él y resistirle firme y decididamente, con una violencia pacífica y sufriente, activa y mansa. Esto es lo que recoge el misterio de la cruz: nacemos ahí, con Él, con el Hijo, después de dar muerte a la muerte, de dar muerte a toda agresividad, a todo pecado contra la persona y contra Dios, al egoísmo que elige el yo antes que el tú, después de dar muerte a toda idolatría y hedonismo, a todo escepticismo y nihilismo destructor, a toda venganza y a toda autosatisfacción. Con Él damos muerte a la muerte porque es Él quien rompe en nosotros toda inercia al mal. Esto es ser hijos de Dios.
3.- Y TAMBIÉN HEREDEROS
“Y, si eres hijo, también heredero de Dios” (Gal 4, 7). El don más grande recibido del Dios Padre es el Hijo, su Hijo, su único Hijo y en Él hemos sido hechos herederos, somos en Él “hijos por adopción”. Hemos heredado la filiación. En Él hemos sido hechos capaces de acoger la heredad y disfrutarla, hacerla fecunda y extenderla.
La resurrección es la plenitud de esa herencia que es de nuevo signo del excesivo amor de Dios hacia nosotros porque es esta herencia de filiación la que nos alza del polvo, de la basura, del pecado y del mal. Con tal herencia recibida en Cristo no hay dominio de la muerte, esta es la fuerza imperiosa de la fe en medio de nuestro mundo: en medio de la nada, surge una creación; en medio de la noche, hay una luz; en medio del dolor brota la esperanza; en medio de la soledad, hay un amor que cubre toda desnudez y toda ausencia.
Somos herederos y no queremos ni despilfarrar el don, rebajando nuestra condición de hijos a la condición de siervos, ni vivirlo a expensas del Padre, como si fuésemos huérfanos y solitarios, sino como hijos, celebrando la fiesta de la gratitud por tanto recibido en nuestro verdadero Hermano mayor.
Vivamos la Pascua, entrando en las aguas profundas de la muerte y saliendo de ellas resucitados en Él, por el amor infinito de nuestro Padre, por la fuerza amorosa del Espíritu, por la fraternidad irrompible con nuestro hermano Jesús, el Señor.
Unidas a todos los hijos de Dios os deseamos una Feliz Pascua en el Hijo.
Comunidad de la Conversión.
“Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abbá! Padre!”
Gal 4, 6
1.- SIEMPRE HIJOS
¿De qué nos serviría que Dios existiera si no fuera Amor? ¿De qué nos serviría que fuera nuestro Creador si no fuera a la vez nuestro Padre? ¿De qué sinsentidos nos hace salir sabernos hijos y no solo creatura divina? Sí, nos salva el signo del Hijo. Somos hijos. Creatura en filiación. Y desde ahí hemos de contemplar nuestra existencia porque este es el modo genuino, auténtico, de ser en este mundo.
La fuerte crisis de relaciones de la postmodernidad viene de lejos, está intuida desde los tiempos antiguos, en el más arcano de los males que padece la humanidad: rehusar toda tutela, no querer dioses, ni padres-madres, nadie por encima, nadie delante. La matanza de Dios, el verdadero inocente, no es de ahora, viene de lejos. Lo que repudia el hombre, y queda ratificado socialmente en la modernidad, es ser hijo, no sentirse autónomo. Querer, sí, ser herederos pero sin el origen, sin el padre, apropiándose de la herencia para uso propio sin gratitudes serviles, sin cuentas a otros. Una herencia para sí y solo para sí, explorando el goce solitario.
2.- EN EL HIJO. Todo ha sido creado bajo la imagen del Hijo único. Toda criatura, todo tiempo y espacio, todo gran pensamiento, toda voluntad, todo profundo océano y sus habitantes, todo aire, toda la tierra, todo anuncia el acontecimiento más decisivo de la historia, la encarnación (cf. Jn 1, 1ss; 3, 16).
Cristo es la rúbrica definitiva de Dios tras habérnoslo dado todo porque, hasta el Espíritu, venía ofrecido con el mismo Don del Hijo, que se posó sobre Él como una paloma para ratificar las Palabras del Padre: “Este es mi Hijo, el Amado, escuchadle” (cf. Mt 3,17; Lc 9, 35).
En Cristo está trazada la firma más plena y perfecta que cierra el testamento del Padre, el conjunto de todo lo creado, de todos los dones recibidos por el hombre. Todo se recapitula en Él. Su Encarnación, sus Palabras, sus gestos, su vida. Su Sangre, su Cuerpo, su Espíritu. Es el sello y la firma en sangre que da sentido a todo porque Él es el Logos, la Palabra definitiva, la Gracia después de la gracia. Él es la última palabra del Testador, su más acabada voluntad última y única, su amor ofrecido hasta el infinito.
Todo en Él y nosotros en Él, porque hemos sido llamados a “ser en Cristo” y, si esto es así, seremos como Él “hijos amados”. Para ser hijos le tenemos a Él y nuestra filiación tiene en Él el molde, la imagen y semejanza. “Acuérdate de Jesucristo. Si morimos con Él viviremos con Él. Si con Él sufrimos reinaremos con Él”, dirá Pablo a uno de sus hijos, Timoteo (2 Tim, 2, 8. 11-12).
Será el bautismo, cuando nuestro yo quede sumergido en las aguas de la gracia de Cristo, el que nos haga renacer a la vida en Él, en la nueva vida, concedida bajo el signo del perdón, de un don renovado, que hace de nosotros una nueva creación. Cristo, y solo Cristo, “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21, 5). Hace nueva a la criatura humana por el don de la filiación en Él.
Quien de Él ha renacido ha vencido el mal hasta el punto de no querer pactar con él y resistirle firme y decididamente, con una violencia pacífica y sufriente, activa y mansa. Esto es lo que recoge el misterio de la cruz: nacemos ahí, con Él, con el Hijo, después de dar muerte a la muerte, de dar muerte a toda agresividad, a todo pecado contra la persona y contra Dios, al egoísmo que elige el yo antes que el tú, después de dar muerte a toda idolatría y hedonismo, a todo escepticismo y nihilismo destructor, a toda venganza y a toda autosatisfacción. Con Él damos muerte a la muerte porque es Él quien rompe en nosotros toda inercia al mal. Esto es ser hijos de Dios.
3.- Y TAMBIÉN HEREDEROS
“Y, si eres hijo, también heredero de Dios” (Gal 4, 7). El don más grande recibido del Dios Padre es el Hijo, su Hijo, su único Hijo y en Él hemos sido hechos herederos, somos en Él “hijos por adopción”. Hemos heredado la filiación. En Él hemos sido hechos capaces de acoger la heredad y disfrutarla, hacerla fecunda y extenderla.
La resurrección es la plenitud de esa herencia que es de nuevo signo del excesivo amor de Dios hacia nosotros porque es esta herencia de filiación la que nos alza del polvo, de la basura, del pecado y del mal. Con tal herencia recibida en Cristo no hay dominio de la muerte, esta es la fuerza imperiosa de la fe en medio de nuestro mundo: en medio de la nada, surge una creación; en medio de la noche, hay una luz; en medio del dolor brota la esperanza; en medio de la soledad, hay un amor que cubre toda desnudez y toda ausencia.
Somos herederos y no queremos ni despilfarrar el don, rebajando nuestra condición de hijos a la condición de siervos, ni vivirlo a expensas del Padre, como si fuésemos huérfanos y solitarios, sino como hijos, celebrando la fiesta de la gratitud por tanto recibido en nuestro verdadero Hermano mayor.
Vivamos la Pascua, entrando en las aguas profundas de la muerte y saliendo de ellas resucitados en Él, por el amor infinito de nuestro Padre, por la fuerza amorosa del Espíritu, por la fraternidad irrompible con nuestro hermano Jesús, el Señor.
Unidas a todos los hijos de Dios os deseamos una Feliz Pascua en el Hijo.
Comunidad de la Conversión.
LETTRE DE COMMUNION, Pâques 2019
TOUJOURS ENFANTS
« Dieu a envoyé à nos cœurs l’Esprit de son Fils qui crie : Abba, Père ! »
Gal 4,6
La forte crise de relations de la postmodernité vient de loin, elle est pressentie depuis les temps anciens, dans le plus mystérieux des maux dont souffre l’humanité : refuser toute protection, ne pas vouloir de dieux, ni pères, ni mères, personne au-dessus, personne devant. Le massacre de Dieu, le véritable innocent, ne massacre de Dieu, le véritable innocent, n’est pas d’aujourd’hui, il vient de loin. Ce que l’homme répudie, et qui est confirmé socialement dans la modernité, est être fils, ne pas se sentir autonome. Vouloir, oui, être héritiers mais sans l’origine, sans le père, s’approprier l’héritage pour un usage propre sans reconnaissances serviles, sans comptes aux autres. Un héritage pour soi et seulement pour soi, en explorant le profit solitaire.
Christ est le couronnement définitif de Dieu après nous avoir tout donné car même l’Esprit était offert avec le Don du Fils qui se posa sur Lui comme une colombe pour confirmer les Paroles du Père : « Celui-ci est mon Fils Bien Aimé, écoutez-le » (cf. Mt 3, 17 ; Lc 9, 35).
Dans le Christ est tracée la signature la plus pleine et la plus parfaite qui clôt le testament du Père, l’ensemble de tout ce qui a été créé, de tous les dons reçus par l’homme. Tout se récapitule en Lui. Son Incarnation, ses Paroles, ses gestes, sa vie. Son Sang, son Corps, son Esprit. C’est le sceau et la signature dans le sang qui donnent un sens à tout car Lui est le Verbe, la Parole définitive, la Grâce après le don. Lui est la dernière parole du testateur, sa volonté la plus achevée, la dernière et ultime, son amour offert jusqu’à l’infini.
Tout en Lui et nous en Lui car nous avons été appelés à « être en Christ » et, s’il en est ainsi, nous serons comme Lui « des fils aimés ». Pour être fils, nous l’avons Lui et notre filiation a en Lui le moule, l’image et la ressemblance. « Souviens-toi de Jésus Christ. Si nous mourons avec Lui, avec Lui nous vivrons. Si nous souffrons avec Lui, avec Lui nous règnerons » dira Paul à l’un de ses fils, Timothée (2 Tim, 2,8.11-12).
Ce doit être le baptême, quand notre moi est immergé dans les eaux de la grâce du Christ, qui nous fait renaître à la vie en Lui, à la nouvelle vie, donnée sous le signe du pardon, d’un don renouvelé, qui fait de nous une nouvelle création. Christ et seulement Christ « fait nouvelle toute chose » (cf.Ap 21,5). Il fait neuve la créature humaine par le don de la filiation en Lui.
Celui qui renaît de Lui vainc le mal au point de ne pas vouloir trouver d’accord avec lui et lui résiste fermement et résolument, d’une violence pacifique et douloureuse, active et douce. C’est ce que recueille le mystère de la croix : nous y naissons, avec Lui, avec le Fils, après avoir donné la mort à la mort, donné la mort à toute agressivité, à tout péché contre la personne et contre Dieu, à l’égoïsme qui choisit le moi avant le toi, après avoir donné la mort à toute idolâtrie et à tout hédonisme, à tout scepticisme et nihilisme destructeur, à toute vengeance et à toute autosatisfaction. Avec Lui nous donnons la mort à la mort car c’est Lui qui rompt en nous toute inertie au mal. C’est cela être fils de Dieu.
La résurrection est la plénitude de cet héritage qui est de nouveau signe de l’amour excessif de Dieu vers nous car c’est cet héritage de filiation qui nous sort de la poussière, des ordures, du péché et du mal. Avec un tel héritage reçu en Christ il n’y a pas de maîtrise de la mort, c’est la force impérieuse de la foi au milieu de notre monde : au milieu du néant, surgit une création, au milieu de la nuit, il y a une lumière ; au milieu d’une douleur surgit l’espérance : au milieu de la solitude, il y a un amour qui recouvre toute la nudité et toute l’absence.
Nous sommes héritiers et nous ne voulons pas gaspiller le don en rabaissant notre condition de fils à la condition de serviteurs, pas plus que nous ne voulons la vivre aux dépends du Père comme si nous étions orphelins et solitaires, mais comme des enfants, en célébrant la fête de la reconnaissance pour autant de choses reçues au nom de notre véritable Frère aîné.
Vivons la Pâques en entrant dans les eaux profondes de la mort et en sortant d’elles ressuscités en Lui, par l’amour infini de notre Père, par la force amoureuse de l’Esprit, par la fraternité indestructible avec notre frère Jésus, le Seigneur.
À tous les enfants de Dieu, nous vous souhaitons une Joyeuse fête de Pâques dans le Fils
Communauté de la Conversion
Gal 4,6
- TOUJOURS ENFANTS
La forte crise de relations de la postmodernité vient de loin, elle est pressentie depuis les temps anciens, dans le plus mystérieux des maux dont souffre l’humanité : refuser toute protection, ne pas vouloir de dieux, ni pères, ni mères, personne au-dessus, personne devant. Le massacre de Dieu, le véritable innocent, ne massacre de Dieu, le véritable innocent, n’est pas d’aujourd’hui, il vient de loin. Ce que l’homme répudie, et qui est confirmé socialement dans la modernité, est être fils, ne pas se sentir autonome. Vouloir, oui, être héritiers mais sans l’origine, sans le père, s’approprier l’héritage pour un usage propre sans reconnaissances serviles, sans comptes aux autres. Un héritage pour soi et seulement pour soi, en explorant le profit solitaire.
- DANS LE FILS.
Christ est le couronnement définitif de Dieu après nous avoir tout donné car même l’Esprit était offert avec le Don du Fils qui se posa sur Lui comme une colombe pour confirmer les Paroles du Père : « Celui-ci est mon Fils Bien Aimé, écoutez-le » (cf. Mt 3, 17 ; Lc 9, 35).
Dans le Christ est tracée la signature la plus pleine et la plus parfaite qui clôt le testament du Père, l’ensemble de tout ce qui a été créé, de tous les dons reçus par l’homme. Tout se récapitule en Lui. Son Incarnation, ses Paroles, ses gestes, sa vie. Son Sang, son Corps, son Esprit. C’est le sceau et la signature dans le sang qui donnent un sens à tout car Lui est le Verbe, la Parole définitive, la Grâce après le don. Lui est la dernière parole du testateur, sa volonté la plus achevée, la dernière et ultime, son amour offert jusqu’à l’infini.
Tout en Lui et nous en Lui car nous avons été appelés à « être en Christ » et, s’il en est ainsi, nous serons comme Lui « des fils aimés ». Pour être fils, nous l’avons Lui et notre filiation a en Lui le moule, l’image et la ressemblance. « Souviens-toi de Jésus Christ. Si nous mourons avec Lui, avec Lui nous vivrons. Si nous souffrons avec Lui, avec Lui nous règnerons » dira Paul à l’un de ses fils, Timothée (2 Tim, 2,8.11-12).
Ce doit être le baptême, quand notre moi est immergé dans les eaux de la grâce du Christ, qui nous fait renaître à la vie en Lui, à la nouvelle vie, donnée sous le signe du pardon, d’un don renouvelé, qui fait de nous une nouvelle création. Christ et seulement Christ « fait nouvelle toute chose » (cf.Ap 21,5). Il fait neuve la créature humaine par le don de la filiation en Lui.
Celui qui renaît de Lui vainc le mal au point de ne pas vouloir trouver d’accord avec lui et lui résiste fermement et résolument, d’une violence pacifique et douloureuse, active et douce. C’est ce que recueille le mystère de la croix : nous y naissons, avec Lui, avec le Fils, après avoir donné la mort à la mort, donné la mort à toute agressivité, à tout péché contre la personne et contre Dieu, à l’égoïsme qui choisit le moi avant le toi, après avoir donné la mort à toute idolâtrie et à tout hédonisme, à tout scepticisme et nihilisme destructeur, à toute vengeance et à toute autosatisfaction. Avec Lui nous donnons la mort à la mort car c’est Lui qui rompt en nous toute inertie au mal. C’est cela être fils de Dieu.
- ET AUSSI HÉRITIERS
La résurrection est la plénitude de cet héritage qui est de nouveau signe de l’amour excessif de Dieu vers nous car c’est cet héritage de filiation qui nous sort de la poussière, des ordures, du péché et du mal. Avec un tel héritage reçu en Christ il n’y a pas de maîtrise de la mort, c’est la force impérieuse de la foi au milieu de notre monde : au milieu du néant, surgit une création, au milieu de la nuit, il y a une lumière ; au milieu d’une douleur surgit l’espérance : au milieu de la solitude, il y a un amour qui recouvre toute la nudité et toute l’absence.
Nous sommes héritiers et nous ne voulons pas gaspiller le don en rabaissant notre condition de fils à la condition de serviteurs, pas plus que nous ne voulons la vivre aux dépends du Père comme si nous étions orphelins et solitaires, mais comme des enfants, en célébrant la fête de la reconnaissance pour autant de choses reçues au nom de notre véritable Frère aîné.
Vivons la Pâques en entrant dans les eaux profondes de la mort et en sortant d’elles ressuscités en Lui, par l’amour infini de notre Père, par la force amoureuse de l’Esprit, par la fraternité indestructible avec notre frère Jésus, le Seigneur.
À tous les enfants de Dieu, nous vous souhaitons une Joyeuse fête de Pâques dans le Fils
Communauté de la Conversion
Lettera di Comunione. Pasqua 2019
SEMPRE FIGLI
«Dio ha inviato nei nostri cuori lo Spirito di suo Figlio, che grida: Abbà, Padre!»
(Gal 4,6)
1. SEMPRE FIGLI
A cosa ci servirebbe l’esistenza di Dio se non fosse Amore? A cosa ci servirebbe che fosse il nostro Creatore se non fosse anche nostro Padre? Da quali assenze di senso ci fa uscire saperci figli e non solo creature di Dio? Sì, ci salva il segno del Figlio. Siamo figli. Creature di filiazione. Ed è da qui che dobbiamo contemplare la nostra esistenza, perché è il modo vero, autentico, di stare in questo mondo.
La forte crisi relazionale della postmodernità viene da lontano, è intuita già dall’antichità, è il più arcano dei mali che patisce l’umanità: rifiutare ogni tutela, non avere déi, né padri né madri, nessuno sopra di noi, nessuno davanti. La morte di Dio, il vero innocente, non è di oggi, viene da lontano. Ciò che l’uomo rifiuta, e viene ratificato socialmente nella modernità, è l’essere figlio, il non sentirsi autonomo. Volere, sì, essere erede, ma senza un’origine, senza il padre, appropriandosi dell’eredità per uso proprio, senza gratitudini servili, senza rendere conto a nessuno. Un’eredità per sé e solo per sé, alla ricerca di una gioia solitaria.
2. NEL FIGLIO
Tutto è stato creato a immagine del Figlio unico. Ogni creatura, tutto il tempo e lo spazio, ogni grande pensiero, ogni volontà, ogni oceano profondo con i suoi abitanti, l’aria, la terra tutta, ogni cosa annuncia l’avvenimento più decisivo della storia, l’incarnazione (cf. Gen 1,1ss; 3,16).
Cristo è il segno definitivo di Dio, che ci è stato donato interamente perché anche lo Spirito ci è stato offerto insieme al dono stesso del Figlio, quello Spirito che si posò sopra di Lui come una colomba per ratificare le Parole del Padre: «Questo è il mio Figlio, l’Amato, ascoltatelo» (cf. Mt 3,17; Lc 9,35).
In Cristo è scritta la firma più piena e perfetta che chiude il testamento del Padre, l’insieme di tutto il creato, di tutti i doni ricevuti dall’uomo. Tutto è ricapitolato in Lui. La sua Incarnazione, le sue Parole, i suoi gesti, la sua vita. Il suo Sangue, il suo Corpo, il suo Spirito. È il timbro e la firma scritta col sangue che dà senso a tutto perché Egli è il Logos, la Parola definitiva, la Grazia sopra ogni grazia. Egli è l’ultima parola del Testatore, la sua più completa volontà, ultima e unica, il suo amore offerto all’infinito.
Tutto in Lui e noi in Lui, perché siamo stati chiamati a “essere in cristo” e, se questo è vero, saremo come Lui “figli amati”. Per essere figli abbiamo Lui e la nostra filiazione ha in Lui il modello, l’immagine e la somiglianza.
«Ricordati di Gesù Cristo. Se moriamo con Lui, vivremo con Lui. Se con Lui soffriamo, regneremo con Lui» dirà Paolo a uno dei suoi figli, Timoteo (2Tim 2, 8.11-12).
È il battesimo, quando il mostro io viene sommerso nelle acque della grazia di Cristo, il momento che ci fa rinascere alla vita in Lui, alla nuova vita, concessa nel segno del perdono, di un dono rinnovato, che fa di noi una nuova creazione. Cristo e solo Cristo «fa nuove tutte le cose» (cf. Ap 21,5). Rende nuova la creatura umana attraverso il dono della filiazione in Lui.
Chi è rinato da Lui ha vinto il male fino al punto da non voler scendere a patti con esso e resistergli in modo fermo e deciso, con una violenza pacifica e sofferente, attiva e mansueta. Questo è ciò che è riassunto nel mistero della croce: nasciamo lì, con Lui, con il Figlio, dopo avere dato morte alla morte, dato morte a ogni aggressività, a ogni peccato contro la persona e contro Dio, all’egoismo che sceglie l’io invece del tu, dopo aver dato morte a ogni idolatria ed edonismo, a ogni scetticismo e nichilismo distruttore, a ogni vendetta e ad ogni autosoddisfazione. Con Lui diamo morte alla morte perché è Lui che rompe in noi ogni inerzia verso il male. Questo è essere figli di Dio.
3. E ANCHE EREDI
«E, se sei figlio, sei anche erede di Dio (Cf Gal 4,7). Il dono più grande ricevuto da Dio Padre è il Figlio, il suo Figlio, il suo unico Figlio e in Lui siamo state fatti eredi, siamo in Lui “figli per adozione”. Abbiamo ereditato la filiazione. In lui siamo stati resi capaci di accogliere l’eredità e di goderne, renderla feconda ed estenderla.
La resurrezione è la pienezza di questa eredità che è nuovamente segno dell’eccesso di amore di Dio verso di noi, perché è questa eredità di filiazione quella che ci solleva dalla polvere, dall’immondizia, dal peccato e dal male. Con tale eredità ricevuta in Cristo non c’è più il dominio della morte, questa è la forza misteriosa della fede in mezzo al nostro mondo; in mezzo al nulla, inizia una creazione; in mezzo alla notte, si accende una luce; in mezzo al dolore sgorga la speranza; in mezzo alla solitudine, c’è un amore che ricopre ogni nudità e ogni assenza.
Siamo eredi e non vogliamo sprecare questo dono, abbassando la nostra condizione di figli alla condizione di servi, ne vivere facendo a meno del Padre, come se fossimo orfani e soli, ma come figli, celebrando la festa della gratitudine per tutto ciò che abbiamo ricevuto nel nostro vero Fratello maggiore.
Viviamo la Pasqua entrando nelle acque profonde della morte e uscendone risuscitati in Lui, per l’amore infinito del nostro Padre, per la forza amorosa dello Spirito, per la fraternità incancellabile con il nostro fratello Gesù, il Signore.
A tutti voi, figli di Dio, auguriamo una Buona Pasqua nel Figlio.
Comunità della Conversione
«Dio ha inviato nei nostri cuori lo Spirito di suo Figlio, che grida: Abbà, Padre!»
(Gal 4,6)
1. SEMPRE FIGLI
A cosa ci servirebbe l’esistenza di Dio se non fosse Amore? A cosa ci servirebbe che fosse il nostro Creatore se non fosse anche nostro Padre? Da quali assenze di senso ci fa uscire saperci figli e non solo creature di Dio? Sì, ci salva il segno del Figlio. Siamo figli. Creature di filiazione. Ed è da qui che dobbiamo contemplare la nostra esistenza, perché è il modo vero, autentico, di stare in questo mondo.
La forte crisi relazionale della postmodernità viene da lontano, è intuita già dall’antichità, è il più arcano dei mali che patisce l’umanità: rifiutare ogni tutela, non avere déi, né padri né madri, nessuno sopra di noi, nessuno davanti. La morte di Dio, il vero innocente, non è di oggi, viene da lontano. Ciò che l’uomo rifiuta, e viene ratificato socialmente nella modernità, è l’essere figlio, il non sentirsi autonomo. Volere, sì, essere erede, ma senza un’origine, senza il padre, appropriandosi dell’eredità per uso proprio, senza gratitudini servili, senza rendere conto a nessuno. Un’eredità per sé e solo per sé, alla ricerca di una gioia solitaria.
2. NEL FIGLIO
Tutto è stato creato a immagine del Figlio unico. Ogni creatura, tutto il tempo e lo spazio, ogni grande pensiero, ogni volontà, ogni oceano profondo con i suoi abitanti, l’aria, la terra tutta, ogni cosa annuncia l’avvenimento più decisivo della storia, l’incarnazione (cf. Gen 1,1ss; 3,16).
Cristo è il segno definitivo di Dio, che ci è stato donato interamente perché anche lo Spirito ci è stato offerto insieme al dono stesso del Figlio, quello Spirito che si posò sopra di Lui come una colomba per ratificare le Parole del Padre: «Questo è il mio Figlio, l’Amato, ascoltatelo» (cf. Mt 3,17; Lc 9,35).
In Cristo è scritta la firma più piena e perfetta che chiude il testamento del Padre, l’insieme di tutto il creato, di tutti i doni ricevuti dall’uomo. Tutto è ricapitolato in Lui. La sua Incarnazione, le sue Parole, i suoi gesti, la sua vita. Il suo Sangue, il suo Corpo, il suo Spirito. È il timbro e la firma scritta col sangue che dà senso a tutto perché Egli è il Logos, la Parola definitiva, la Grazia sopra ogni grazia. Egli è l’ultima parola del Testatore, la sua più completa volontà, ultima e unica, il suo amore offerto all’infinito.
Tutto in Lui e noi in Lui, perché siamo stati chiamati a “essere in cristo” e, se questo è vero, saremo come Lui “figli amati”. Per essere figli abbiamo Lui e la nostra filiazione ha in Lui il modello, l’immagine e la somiglianza.
«Ricordati di Gesù Cristo. Se moriamo con Lui, vivremo con Lui. Se con Lui soffriamo, regneremo con Lui» dirà Paolo a uno dei suoi figli, Timoteo (2Tim 2, 8.11-12).
È il battesimo, quando il mostro io viene sommerso nelle acque della grazia di Cristo, il momento che ci fa rinascere alla vita in Lui, alla nuova vita, concessa nel segno del perdono, di un dono rinnovato, che fa di noi una nuova creazione. Cristo e solo Cristo «fa nuove tutte le cose» (cf. Ap 21,5). Rende nuova la creatura umana attraverso il dono della filiazione in Lui.
Chi è rinato da Lui ha vinto il male fino al punto da non voler scendere a patti con esso e resistergli in modo fermo e deciso, con una violenza pacifica e sofferente, attiva e mansueta. Questo è ciò che è riassunto nel mistero della croce: nasciamo lì, con Lui, con il Figlio, dopo avere dato morte alla morte, dato morte a ogni aggressività, a ogni peccato contro la persona e contro Dio, all’egoismo che sceglie l’io invece del tu, dopo aver dato morte a ogni idolatria ed edonismo, a ogni scetticismo e nichilismo distruttore, a ogni vendetta e ad ogni autosoddisfazione. Con Lui diamo morte alla morte perché è Lui che rompe in noi ogni inerzia verso il male. Questo è essere figli di Dio.
3. E ANCHE EREDI
«E, se sei figlio, sei anche erede di Dio (Cf Gal 4,7). Il dono più grande ricevuto da Dio Padre è il Figlio, il suo Figlio, il suo unico Figlio e in Lui siamo state fatti eredi, siamo in Lui “figli per adozione”. Abbiamo ereditato la filiazione. In lui siamo stati resi capaci di accogliere l’eredità e di goderne, renderla feconda ed estenderla.
La resurrezione è la pienezza di questa eredità che è nuovamente segno dell’eccesso di amore di Dio verso di noi, perché è questa eredità di filiazione quella che ci solleva dalla polvere, dall’immondizia, dal peccato e dal male. Con tale eredità ricevuta in Cristo non c’è più il dominio della morte, questa è la forza misteriosa della fede in mezzo al nostro mondo; in mezzo al nulla, inizia una creazione; in mezzo alla notte, si accende una luce; in mezzo al dolore sgorga la speranza; in mezzo alla solitudine, c’è un amore che ricopre ogni nudità e ogni assenza.
Siamo eredi e non vogliamo sprecare questo dono, abbassando la nostra condizione di figli alla condizione di servi, ne vivere facendo a meno del Padre, come se fossimo orfani e soli, ma come figli, celebrando la festa della gratitudine per tutto ciò che abbiamo ricevuto nel nostro vero Fratello maggiore.
Viviamo la Pasqua entrando nelle acque profonde della morte e uscendone risuscitati in Lui, per l’amore infinito del nostro Padre, per la forza amorosa dello Spirito, per la fraternità incancellabile con il nostro fratello Gesù, il Signore.
A tutti voi, figli di Dio, auguriamo una Buona Pasqua nel Figlio.
Comunità della Conversione
A Közösség levele 2019 Húsvétjá
FIAK MINDÖRÖKKÉ
„Mivel az Isten fiai vagytok, a Fia Lelkét árasztotta szívünkbe az Isten, aki kiáltja: Abba, Atya!” (Gal 4,6)
A kapcsolatok erős válsága a posztmodern időkben régről ered, régóta sejthető. Az ember legarchaikusabb betegsége, hogy leráz minden gyámságot, nem akar isteneket, sem apát-anyát, senkit önmaga felett, senkit maga előtt. A valóban ártatlan Istenre nem most, hanem már régóta kezet emelt. Az ember elutasítja fiúi mivoltát, hiányolja a függetlenség érzését – és ez a modern korban társadalmilag elfogadottá vált. Örökölni akar, de gyökerek nélkül, apa nélkül, saját hasznára akarja megkaparítani az örökséget, szolgai hálaérzet nélkül, számadás nélkül. Örökölni, csak maga, egyedüli haszonélvezőként.
Krisztus az Isten utolsó tollvonása, miután mindent nekünk adott. Még a Szentlelket is a Fiúval adta nekünk, amint galamb képében leszállt rá, hogy igazolja az Atya szavát: Ez az én szeretett Fiam, őt hallgassátok (Ld. Mt 3,17; Lk 9, 35)
Krisztus a legtejesebb és legtökéletesebb utolsó tollvonás az Atya testamentumán. Benne, mint főben összegződik minden teremtmény, minden adomány, amit az ember kapott. Megtestesülése, szavai, tettei, élete, Teste, Vére, Lelke. Ő a vérrel írt és megpecsételt kézjegy, mely mindennek értelmet ad, mert Ő a Logos, a végső Szó, minden kegyelem Kegyelme. A Hagyatékozó utolsó szava, egyetlen és teljes végakarata, örökre feláldozott szeretete.
Minden Őbenne létezik, mi is Őbenne létezünk, mert arra hívattunk, hogy Krisztusban legyünk, és ha így van, akkor szeretett fiak leszünk, akárcsak Ő. Ahhoz, hogy fiak lehessünk, szükségünk van rá, mert fiúi mivoltunk mintája, képe és hasonlatossága Őbenne van.
“Ne felejtsd, hogy Jézus Krisztus, Dávid sarja feltámadt a halálból (...)ha meghalunk vele, majd élünk is vele;12 ha tűrünk vele, uralkodni is fogunk vele” (2 Tim 2,8; 11-12) mondja Pál lelki gyermekének, Timóteusnak.
A keresztségben, amikor énünk alámerül Krisztus kegyelmének vizébe és újjászületünk a Benne való életre, új életre a megbocsájtás jegyében, megújult adományként új teremtménnyé válunk. Krisztus, egyedül Krisztus alkot újjá minket (Ap 21,5). Újjá alkotja az emberi teremtést a Benne való fiúság adománya által.
Aki Ő belőle újjászületett, olyannyira legyőzi a rosszat, hogy többé nem lép szövetségre vele, hanem határozottan és erősen ellene mond, békésen, tűrve, tevékenyen és szelíden. Ebben áll a kereszt titka: onnan születünk új életre Vele, a Fiúval, miután legyőzte a halált, véget vetett minden erőszaknak, minden Isten- és ember elleni bűnnek, az „én”-t a „te” elébe helyező önzésnek, véget vetett minden bálványimádásnak és hedonizmusnak, minden romboló szkepszisnek és nihilizmusnak, minden bosszúnak és önelégültségnek. Általa legyőzzük a halált, mert Ő az, aki megtöri bennünk a rosszra való hajlamot. Ez az Istenfiúság.
A feltámadás az örökségünk teljessége, újból az Isten túláradó szeretetének jele irántunk, mert ez az örökség emel fel bennünket a porból, a szennyből, a bűnből, a rosszból. Ezzel az örökséggel Krisztusban nincs többé hatalma rajtunk a halálnak. Ez a hit ellenállhatatlan ereje a világban: a semmi közepette megjelenik a teremtés, az éjszaka közepette a fény, a fájdalom közepette a remény, a magány közepette a szeretet, ami minden mezítelenséget és hiányt befed.
Örökösök vagyunk. Nem akarjuk sem eltékozolni amit kaptunk, fiúi mivoltunkat lealacsonyítva, sem pedig az Atya kontójára felélni, mintha magányosak és árvák volnánk, hanem fiúként akarunk élni, hálaünnepet ülve mindazért a sok jóért, amit valóságos Bátyánk által kaptunk.
Ezen a Húsvéton merüljünk alá a halál mély vizébe és jöjjünk ki belőle Benne feltámadva, az Atya végtelen szeretete által, a Lélek szerető ereje által, bátyánkhoz, az Úr Jézushoz fűződő felbonthatatlan testvéri szeretet által.
Minden Istengyermekkel egységben Áldott Húsvétot kívánunk nektek a Fiúban
Megtérés Közösség
FOGADJ EL, Uram
Vedd e pillanatot
S feledd el az árván, Nélküled eltöltött napokat.
Vedd el pillanatot, nyugtasd el öledben, békésen,
Vesd rá fényedet.
Hangok után futottam, melyek vonzottak,
De nem vezettek sehová.
Hagyd, hogy most nyugodtan leüljek
Hogy csendem szívében a Te szavad halljam.
Ne fordítsd el arcodat lelkem sötét zugaitól,
Perzseld fel őket tüzed lángjaiban.
„Mivel az Isten fiai vagytok, a Fia Lelkét árasztotta szívünkbe az Isten, aki kiáltja: Abba, Atya!” (Gal 4,6)
- FIAK MINDÖRÖKKÉ
A kapcsolatok erős válsága a posztmodern időkben régről ered, régóta sejthető. Az ember legarchaikusabb betegsége, hogy leráz minden gyámságot, nem akar isteneket, sem apát-anyát, senkit önmaga felett, senkit maga előtt. A valóban ártatlan Istenre nem most, hanem már régóta kezet emelt. Az ember elutasítja fiúi mivoltát, hiányolja a függetlenség érzését – és ez a modern korban társadalmilag elfogadottá vált. Örökölni akar, de gyökerek nélkül, apa nélkül, saját hasznára akarja megkaparítani az örökséget, szolgai hálaérzet nélkül, számadás nélkül. Örökölni, csak maga, egyedüli haszonélvezőként.
- A FIÚBAN
Krisztus az Isten utolsó tollvonása, miután mindent nekünk adott. Még a Szentlelket is a Fiúval adta nekünk, amint galamb képében leszállt rá, hogy igazolja az Atya szavát: Ez az én szeretett Fiam, őt hallgassátok (Ld. Mt 3,17; Lk 9, 35)
Krisztus a legtejesebb és legtökéletesebb utolsó tollvonás az Atya testamentumán. Benne, mint főben összegződik minden teremtmény, minden adomány, amit az ember kapott. Megtestesülése, szavai, tettei, élete, Teste, Vére, Lelke. Ő a vérrel írt és megpecsételt kézjegy, mely mindennek értelmet ad, mert Ő a Logos, a végső Szó, minden kegyelem Kegyelme. A Hagyatékozó utolsó szava, egyetlen és teljes végakarata, örökre feláldozott szeretete.
Minden Őbenne létezik, mi is Őbenne létezünk, mert arra hívattunk, hogy Krisztusban legyünk, és ha így van, akkor szeretett fiak leszünk, akárcsak Ő. Ahhoz, hogy fiak lehessünk, szükségünk van rá, mert fiúi mivoltunk mintája, képe és hasonlatossága Őbenne van.
“Ne felejtsd, hogy Jézus Krisztus, Dávid sarja feltámadt a halálból (...)ha meghalunk vele, majd élünk is vele;12 ha tűrünk vele, uralkodni is fogunk vele” (2 Tim 2,8; 11-12) mondja Pál lelki gyermekének, Timóteusnak.
A keresztségben, amikor énünk alámerül Krisztus kegyelmének vizébe és újjászületünk a Benne való életre, új életre a megbocsájtás jegyében, megújult adományként új teremtménnyé válunk. Krisztus, egyedül Krisztus alkot újjá minket (Ap 21,5). Újjá alkotja az emberi teremtést a Benne való fiúság adománya által.
Aki Ő belőle újjászületett, olyannyira legyőzi a rosszat, hogy többé nem lép szövetségre vele, hanem határozottan és erősen ellene mond, békésen, tűrve, tevékenyen és szelíden. Ebben áll a kereszt titka: onnan születünk új életre Vele, a Fiúval, miután legyőzte a halált, véget vetett minden erőszaknak, minden Isten- és ember elleni bűnnek, az „én”-t a „te” elébe helyező önzésnek, véget vetett minden bálványimádásnak és hedonizmusnak, minden romboló szkepszisnek és nihilizmusnak, minden bosszúnak és önelégültségnek. Általa legyőzzük a halált, mert Ő az, aki megtöri bennünk a rosszra való hajlamot. Ez az Istenfiúság.
- ÖRÖKÖSÖK IS
A feltámadás az örökségünk teljessége, újból az Isten túláradó szeretetének jele irántunk, mert ez az örökség emel fel bennünket a porból, a szennyből, a bűnből, a rosszból. Ezzel az örökséggel Krisztusban nincs többé hatalma rajtunk a halálnak. Ez a hit ellenállhatatlan ereje a világban: a semmi közepette megjelenik a teremtés, az éjszaka közepette a fény, a fájdalom közepette a remény, a magány közepette a szeretet, ami minden mezítelenséget és hiányt befed.
Örökösök vagyunk. Nem akarjuk sem eltékozolni amit kaptunk, fiúi mivoltunkat lealacsonyítva, sem pedig az Atya kontójára felélni, mintha magányosak és árvák volnánk, hanem fiúként akarunk élni, hálaünnepet ülve mindazért a sok jóért, amit valóságos Bátyánk által kaptunk.
Ezen a Húsvéton merüljünk alá a halál mély vizébe és jöjjünk ki belőle Benne feltámadva, az Atya végtelen szeretete által, a Lélek szerető ereje által, bátyánkhoz, az Úr Jézushoz fűződő felbonthatatlan testvéri szeretet által.
Minden Istengyermekkel egységben Áldott Húsvétot kívánunk nektek a Fiúban
Megtérés Közösség
FOGADJ EL, Uram
Vedd e pillanatot
S feledd el az árván, Nélküled eltöltött napokat.
Vedd el pillanatot, nyugtasd el öledben, békésen,
Vesd rá fényedet.
Hangok után futottam, melyek vonzottak,
De nem vezettek sehová.
Hagyd, hogy most nyugodtan leüljek
Hogy csendem szívében a Te szavad halljam.
Ne fordítsd el arcodat lelkem sötét zugaitól,
Perzseld fel őket tüzed lángjaiban.
Brief der Einheit, Ostern 2019
Immer Söhne und Töchter
“Gott sandte den Geist seines Sohnes in unser Herz, den Geist, der ruft: Abba, Vater.”
(Gal 4, 6)
1.- SÖHNE UND TÖCHTER FÜR IMMER
Was würde uns die Existenz Gottes nützen, wenn er nicht Liebe wäre? Was würde es uns nützen, dass er unser Schöpfer ist, wenn er nicht gleichzeitig unser Vater wäre? Welcher Sinnlosigkeit entreiβt uns das Wissen darum, dass wir Söhne und Töchter sind und nicht nur göttliche Schöpfung? Ja, uns rettet das Zeichen des Sohnes. Wir sind Söhne und Töchter. Schöpfung in Kindschaft. Und von hier aus müssen wir unsere Existenz betrachten, denn dies ist die ursprüngliche, autentische Art unseres Seins in dieser Welt.
Die starke Beziehungskrise der Postmoderne kommt von weit her, sie reicht zurück bis in die Antike, ist präsent im innersten Übel, an dem die Menschheit leidet: die Verschmähung jeglicher Vormundschaft, die Ablehnung von Göttern, wie auch von Vätern und Müttern, niemanden möchte sie über sich, niemanden vor sich. Das Töten Gottes, des wahrhaft Unschuldigen, ist keine Neuheit, es kommt von weit her. Was der Mensch ablehnt, und worin er in der Moderne gesellschaftlich bestärkt wird, ist seine Sohn- und Tochterschaft, sich nicht autonom fühlen. Er will wohl Erbe sein, aber ohne Ursprung, ohne Vater, er will sich das Erbe aneignen zum Eigennutz ohne unterwürfige Dankbarkeit, ohne jemandem etwas schuldig zu sein. Ein Erbe für sich selbst, und nur für sich, zur alleinigen Nutznieβung.
2.- IM SOHN. Alles wurde als Abbild des einzigen Sohnes geschaffen. Jedes Geschöpf, alle Zeit und jeder Raum, jeder groβe Gedanke, jeder Wille, jeder tiefe Ozean und seine Bewohner, alle Luft, die ganze Erde, kündet vom entscheidensten Ereignis der Weltgeschichte, der Menschwerdung (vgl. Joh 1, 1ff; 3, 16).
Christus ist der definitive Namenszug Gottes, nachdem er uns alles gegeben hat, sogar der Geist wurde mit demselben Geschenk des Sohnes gegeben, als er sich auf Ihm in Form einer Taube niederlieβ, um die Worte des Vaters zu bestätigen: “Dies ist mein geliebter Sohn, auf ihn sollt ihr hören” (vgl. Mt 3, 17; Lk 9, 35).
In Christus wurde die vollkommenste Unterschrift gezeichnet, die das Testament des Vaters schlieβt, die Gesamtheit alles Geschaffenen, aller Gaben, die der Mensch empfangen hat. In Ihm wird alles vereint. In seiner Menschwerdung, seinen Worten, seinen Gesten, seinem Leben. Seinem Blut, seinem Leib, seinem Geist. Es ist das Siegel und die Unterschrift des Blutes, das allem Sinn verleiht, weil Er das Logos ist, das entgültige Wort, die Gnade über alle Gnade. Er ist das letzte Wort des Erblassers, sein letzter und einzigster vollendeter Wille, seine bis ins Unendliche hingegebene Liebe.
Alles in Ihm und wir in Ihm, denn wir wurden gerufen, um “in Christus zu sein”, und wenn dem so ist, werden wir wie Er “geliebte Söhne und Töchter” sein. Um Söhne und Töchter zu sein, haben wir Ihn, und unsere Kindschaft hat in Ihm seine Form, sein Abbild. “Denke an Jesus Christus. Wenn wir mit Ihm gestorben sind, werden wir auch mit Ihm leben; wenn wir mit Ihm leiden, werden wir auch mit Ihm herrschen”, wird Paulus einem seiner Söhne, Timotheus, sagen (vgl. 2 Tim 2, 8.11-12).
Die Taufe ist der Moment, in dem unser Ich tief ins Wasser der Gnade Christi sinkt, wodurch wir zum Leben in Ihm wiedergeboren werden, zum neuen Leben, das uns geschenkt wird unter dem Zeichen der Vergebung, einer erneuten Gabe, die uns zu einer neuen Schöpfung macht. Christus und nur Christus “macht alles neu” (vgl. Offb 21, 5). Er macht das Geschöpf Mensch neu durch die Gabe der Kindschaft in Ihm.
Wer in Ihm neu geboren wurde, hat das Böse besiegt bis zu dem Punkt, dass er nicht mehr kollaborieren möchte und ihm unbeirrbar und entschlossen die Stirn bietet, mit einer friedlichen und leidenden, aktiven und sanftmütigen Gewalt. Dies ist es, was das Geheimnis des Kreuzes beinhaltet: hier werden wir geboren, mit Ihm, mit dem Sohn, nachdem er den Tod getötet hat und mit ihm jegliche Aggressivität, jegliche Sünde gegen den Menschen und gegen Gott, den Egoismus, der sich selbst vor den anderen stellt, nachdem er jegliche Idolatrie und jeglichen Hedonismus, Skeptizismus und zerstörerischen Nihilismus getötet hat, jegliche Rachsucht und Selbstzufriedenheit. Mit Ihm bezwingen wir den Tod, denn Er ist es, der in uns jegliche Resistenzlosigkeit gegenüber dem Bösen zerstört. Dies bedeutet, Kind Gottes zu sein.
3. – Und auch Erben
“Bist du aber Sohn, dann auch Erbe Gottes” (Gal 4, 7). Das gröβte Geschenk, das wir von Gott Vater erhalten haben, ist der Sohn, sein Sohn, sein einziger Sohn, und in Ihm wurden wir zu Erben gemacht, in Ihm sind wir “Adoptivkinder”. Wir haben die Kindschaft geerbt. In Ihm wurden wir dazu befähigt, die Erbschaft zu empfangen und zu genieβen, sie fruchtbar zu machen und sie weiter zu verbreiten.
Die Auferstehung ist die Fülle dieses Erbes, sie ist erneut Zeichen der übermäβigen Liebe Gottes zu uns, denn es ist dieses Erbe der Kindschaft, das uns aus dem Staub heraushebt, aus dem Abfall, aus der Sünde und dem Bösen. Mit dieser in Christus empfangenen Erbschaft hat der Tod keine Macht mehr, dies ist die drängende Kraft des Glaubens mitten in unserer Welt: mitten im Nichts entsteht eine Schöpfung; mitten in der Nacht erscheint ein Licht; mitten im Schmerz keimt die Hoffnung; mitten in der Einsamkeit gibt es eine Liebe, die jede Nacktheit und jeden Verlust deckt.
Wir sind Erben und möchten die Gabe nicht verschleudern, indem wir unseren Stand als Söhne und Töchter zu der eines Dienstboten heruntersetzen, und auch nicht, indem wir sie auf Kosten des Vaters ausleben, als wären wir Waisen oder Einzelgänger, sondern als Söhne und Töchter, die das Fest der Danksagung feiern für so vieles, das sie in ihrem wahren groβen Bruder erhalten haben.
Lasst uns das Osterfest leben, lasst uns in die tiefen Wasser des Todes eintauchen und wieder aus ihnen hervorgehen als Auferstandene in Ihm, durch die unendliche Liebe unseres Vaters, durch die liebende Kraft des Geistes, durch die unzerstörbare Gemeinschaft mit unserem Bruder Jesus, dem Herrn.
In Gemeinschaft mit allen Söhnen und Töchtern Gottes wünschen wir Euch ein Frohes Osterfest im Sohn.
Comunidad de la Conversión
“Gott sandte den Geist seines Sohnes in unser Herz, den Geist, der ruft: Abba, Vater.”
(Gal 4, 6)
1.- SÖHNE UND TÖCHTER FÜR IMMER
Was würde uns die Existenz Gottes nützen, wenn er nicht Liebe wäre? Was würde es uns nützen, dass er unser Schöpfer ist, wenn er nicht gleichzeitig unser Vater wäre? Welcher Sinnlosigkeit entreiβt uns das Wissen darum, dass wir Söhne und Töchter sind und nicht nur göttliche Schöpfung? Ja, uns rettet das Zeichen des Sohnes. Wir sind Söhne und Töchter. Schöpfung in Kindschaft. Und von hier aus müssen wir unsere Existenz betrachten, denn dies ist die ursprüngliche, autentische Art unseres Seins in dieser Welt.
Die starke Beziehungskrise der Postmoderne kommt von weit her, sie reicht zurück bis in die Antike, ist präsent im innersten Übel, an dem die Menschheit leidet: die Verschmähung jeglicher Vormundschaft, die Ablehnung von Göttern, wie auch von Vätern und Müttern, niemanden möchte sie über sich, niemanden vor sich. Das Töten Gottes, des wahrhaft Unschuldigen, ist keine Neuheit, es kommt von weit her. Was der Mensch ablehnt, und worin er in der Moderne gesellschaftlich bestärkt wird, ist seine Sohn- und Tochterschaft, sich nicht autonom fühlen. Er will wohl Erbe sein, aber ohne Ursprung, ohne Vater, er will sich das Erbe aneignen zum Eigennutz ohne unterwürfige Dankbarkeit, ohne jemandem etwas schuldig zu sein. Ein Erbe für sich selbst, und nur für sich, zur alleinigen Nutznieβung.
2.- IM SOHN. Alles wurde als Abbild des einzigen Sohnes geschaffen. Jedes Geschöpf, alle Zeit und jeder Raum, jeder groβe Gedanke, jeder Wille, jeder tiefe Ozean und seine Bewohner, alle Luft, die ganze Erde, kündet vom entscheidensten Ereignis der Weltgeschichte, der Menschwerdung (vgl. Joh 1, 1ff; 3, 16).
Christus ist der definitive Namenszug Gottes, nachdem er uns alles gegeben hat, sogar der Geist wurde mit demselben Geschenk des Sohnes gegeben, als er sich auf Ihm in Form einer Taube niederlieβ, um die Worte des Vaters zu bestätigen: “Dies ist mein geliebter Sohn, auf ihn sollt ihr hören” (vgl. Mt 3, 17; Lk 9, 35).
In Christus wurde die vollkommenste Unterschrift gezeichnet, die das Testament des Vaters schlieβt, die Gesamtheit alles Geschaffenen, aller Gaben, die der Mensch empfangen hat. In Ihm wird alles vereint. In seiner Menschwerdung, seinen Worten, seinen Gesten, seinem Leben. Seinem Blut, seinem Leib, seinem Geist. Es ist das Siegel und die Unterschrift des Blutes, das allem Sinn verleiht, weil Er das Logos ist, das entgültige Wort, die Gnade über alle Gnade. Er ist das letzte Wort des Erblassers, sein letzter und einzigster vollendeter Wille, seine bis ins Unendliche hingegebene Liebe.
Alles in Ihm und wir in Ihm, denn wir wurden gerufen, um “in Christus zu sein”, und wenn dem so ist, werden wir wie Er “geliebte Söhne und Töchter” sein. Um Söhne und Töchter zu sein, haben wir Ihn, und unsere Kindschaft hat in Ihm seine Form, sein Abbild. “Denke an Jesus Christus. Wenn wir mit Ihm gestorben sind, werden wir auch mit Ihm leben; wenn wir mit Ihm leiden, werden wir auch mit Ihm herrschen”, wird Paulus einem seiner Söhne, Timotheus, sagen (vgl. 2 Tim 2, 8.11-12).
Die Taufe ist der Moment, in dem unser Ich tief ins Wasser der Gnade Christi sinkt, wodurch wir zum Leben in Ihm wiedergeboren werden, zum neuen Leben, das uns geschenkt wird unter dem Zeichen der Vergebung, einer erneuten Gabe, die uns zu einer neuen Schöpfung macht. Christus und nur Christus “macht alles neu” (vgl. Offb 21, 5). Er macht das Geschöpf Mensch neu durch die Gabe der Kindschaft in Ihm.
Wer in Ihm neu geboren wurde, hat das Böse besiegt bis zu dem Punkt, dass er nicht mehr kollaborieren möchte und ihm unbeirrbar und entschlossen die Stirn bietet, mit einer friedlichen und leidenden, aktiven und sanftmütigen Gewalt. Dies ist es, was das Geheimnis des Kreuzes beinhaltet: hier werden wir geboren, mit Ihm, mit dem Sohn, nachdem er den Tod getötet hat und mit ihm jegliche Aggressivität, jegliche Sünde gegen den Menschen und gegen Gott, den Egoismus, der sich selbst vor den anderen stellt, nachdem er jegliche Idolatrie und jeglichen Hedonismus, Skeptizismus und zerstörerischen Nihilismus getötet hat, jegliche Rachsucht und Selbstzufriedenheit. Mit Ihm bezwingen wir den Tod, denn Er ist es, der in uns jegliche Resistenzlosigkeit gegenüber dem Bösen zerstört. Dies bedeutet, Kind Gottes zu sein.
3. – Und auch Erben
“Bist du aber Sohn, dann auch Erbe Gottes” (Gal 4, 7). Das gröβte Geschenk, das wir von Gott Vater erhalten haben, ist der Sohn, sein Sohn, sein einziger Sohn, und in Ihm wurden wir zu Erben gemacht, in Ihm sind wir “Adoptivkinder”. Wir haben die Kindschaft geerbt. In Ihm wurden wir dazu befähigt, die Erbschaft zu empfangen und zu genieβen, sie fruchtbar zu machen und sie weiter zu verbreiten.
Die Auferstehung ist die Fülle dieses Erbes, sie ist erneut Zeichen der übermäβigen Liebe Gottes zu uns, denn es ist dieses Erbe der Kindschaft, das uns aus dem Staub heraushebt, aus dem Abfall, aus der Sünde und dem Bösen. Mit dieser in Christus empfangenen Erbschaft hat der Tod keine Macht mehr, dies ist die drängende Kraft des Glaubens mitten in unserer Welt: mitten im Nichts entsteht eine Schöpfung; mitten in der Nacht erscheint ein Licht; mitten im Schmerz keimt die Hoffnung; mitten in der Einsamkeit gibt es eine Liebe, die jede Nacktheit und jeden Verlust deckt.
Wir sind Erben und möchten die Gabe nicht verschleudern, indem wir unseren Stand als Söhne und Töchter zu der eines Dienstboten heruntersetzen, und auch nicht, indem wir sie auf Kosten des Vaters ausleben, als wären wir Waisen oder Einzelgänger, sondern als Söhne und Töchter, die das Fest der Danksagung feiern für so vieles, das sie in ihrem wahren groβen Bruder erhalten haben.
Lasst uns das Osterfest leben, lasst uns in die tiefen Wasser des Todes eintauchen und wieder aus ihnen hervorgehen als Auferstandene in Ihm, durch die unendliche Liebe unseres Vaters, durch die liebende Kraft des Geistes, durch die unzerstörbare Gemeinschaft mit unserem Bruder Jesus, dem Herrn.
In Gemeinschaft mit allen Söhnen und Töchtern Gottes wünschen wir Euch ein Frohes Osterfest im Sohn.
Comunidad de la Conversión
HORARIO
Dios ha pasado por nuestra comunidad en esta Pascua del Inocente. Éramos muchísimos y esto ya era un signo del atractivo de Cristo, pues vivimos en la estrechez del espacio pero Dios ha ensanchado la tienda de nuestra vida y nuestra casa para que cupieran todos, sin excepción y así hacer realidad Su sueño: la reunión de todos los puntos de la tierra de su Pueblo, sus hijos dispersos.
La Pascua ha tenido dos iconos: el Inocente que presidió nuestra sala Oikós e iluminaba con su mirada las charlas, los momentos de oración, los encuentros, ¡todo! Y la presencia de Rafa y Alex entre nosotros, los inocentes que Dios nos ha regalado para recordar siempre que en la fragilidad y la debilidad del mundo Él manifiesta su Gloria.
¡Amén, Aleluya!
La Pascua ha tenido dos iconos: el Inocente que presidió nuestra sala Oikós e iluminaba con su mirada las charlas, los momentos de oración, los encuentros, ¡todo! Y la presencia de Rafa y Alex entre nosotros, los inocentes que Dios nos ha regalado para recordar siempre que en la fragilidad y la debilidad del mundo Él manifiesta su Gloria.
¡Amén, Aleluya!
Primer día - Jueves Santo
El Padre Agustino, Miguel de la Lastra presidió todo el Triduo.
Viernes Santo
Sábado...
Día de preparación para la Pascua: peregrinación, charla, reflexión, encuentro...
Reuniones por grupos de familias, jóvenes, adultos, acompañados por hermanas para entrar todos a una y estar dispuestos para la Vigilia.
Reuniones por grupos de familias, jóvenes, adultos, acompañados por hermanas para entrar todos a una y estar dispuestos para la Vigilia.
Solemne Vigilia Pascual
Domingo de Resurrección

Al final de la Eucaristía han tomado la Cruz de la Comunidad dos hermanos de la fraternidad.
Despedida
Cada Pascua comienza desplegando las tiendas, tarea que se hace entre todos con la ilusión de vivir el Santo Triduo... ensanchando cada vez más el espacio, añadiendo tiendas... y termina con la recogida, cansados, pero llenos de alegría por lo vivido... y esta vez anhelando celebrar la próxima Pascua 2019, Dios mediante, en la Iglesia de la Reconciliación. |
"El inocente que salva"
| Damos comienzo a la Semana Santa del "Inocente que salva". La lluvia nos dejó celebrar la liturgia. Salió el sol y pudimos cantar "Hossana al hijo de David" junto con las familias de retiro que estaban en el Monasterio. |
Pascua 2018 - EL INOCENTE QUE SALVA |