El próximo jueves 23 de junio tendrá lugar la presentación del último libro de Louis Bouyer traducido al español. La traducción ha sido realizada por M. Carolina, OSA, quien intervendrá en un coloquio a partir del libro junto con la directora de la Oficina para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española, Lourdes Groso García, M.Id.
Se trata de un evento abierto al público en el que os invitamos a participar a todos los que queráis asomaros a la vida de estas cinco figuras místicas. Haz clic aquí para editar. Tu mano me sostiene… Durante estos días estamos de enhorabuena porque celebramos los 25 años de Consagración de nuestra hermana Marian. El 13 de abril de 1997 profesó los votos de pobreza, castidad y obediencia. En la Eucaristía celebrada el pasado lunes 23 de mayo, oficiada por el Padre agustino Gonzalo Tejerina, nuestra hermana Marian renovaba sus votos reconociendo que estos años de fidelidad han sido posibles porque Cristo la ha sostenido en todo momento. También ha sido un momento propicio para dar las gracias a todos los que la han acompañado en este camino: en primer lugar, a Dios; a sus padres y a su familia; a su primera comunidad de San Mateo; a nuestra comunidad del Monasterio de la Conversión; a Madre Prado y a las primeras hermanas que la recibieron en Becerril de Campos (Palencia); y a todos y cada uno de los que han hecho posible su entrega y su vocación. El amor que Dios ha infundido en ella desde siempre, desde la infancia, ha hecho posible su sí, su fidelidad durante estos 25 años de vida consagrada. Y, a la vez, este aniversario es un signo de entrega y confianza, que nos llena de alegría a todas las hermanas de la comunidad y que nos impulsa a seguir caminando unidas. TESTIMONIO DE LA HERMANA MARIAN |
Queridos amigos, con motivo de la celebración de la Pascua, como en años anteriores, el próximo jueves 26 de mayo, las hermanas del Monasterio de la Conversión, viviremos junto a todos los que queráis compartir este momento con nosotras, un espacio de oración a través de la música. será a 20:15 h. en la parroquia Nuestra Señora del Rosario, situada en Plaza Franciscanos, 3, Madrid. A través de la Palabra, la presencia, el canto, la música... deseamos abrir nuestros corazones junto a los vuestros al cielo para entonar la alegría de la Resurrección: ¡Aleluya es nuestro canto! Os esperamos a todos. Cor Unum in Deum. Hnas. del Monasterio de la Conversión |
XLIX Encuentro JARIS - El beso de la paz.
"La justicia y la paz se besan" Salmo 84
Consulta el programa, para saber temas y horarios del fin de semana |
Si quieres participar en Civitas Dei este verano, ya puedes inscribirte a través de los siguientes formularios: Y si quieres venir como monitor, puedes inscribirte en el siguiente formulario: MONITORES |
El pasado fin de semana del 23 y 24 de abril nos hemos movido en dos direcciones: la fidelidad y la conversión. La fidelidad porque hemos sido testigos de las Bodas de Plata de Nacho y Marta. Un matrimonio de nuestra Fraternidad de Laicos que han celebrado sus 25 años de casados en nuestro monasterio, acompañados de familiares, amigos, hermanos de la fraternidad y de las hermanas de nuestra comunidad. |
La Eucaristía de este sábado, presidida por don Victoriano, comenzaba con una emotiva y simpática monición de entrada leída por uno de los tres hijos de Nacho y Marta, Pablo, en la que quedaba de manifiesto que el primer amor ha aumentado en estos 25 años hasta convertirse en un amor que sigue creciendo con el paso del tiempo. También estuvieron muy presentes los familiares y las personas cercanas que ya no están
Nacho y Marta se casaron el 19 de abril de 1997 y fueron de los primeros que se acercaron a nuestra comunidad en sus comienzos. Ellos son los que iniciaron la Fraternidad de Laicos. Precisamente, en la oración de la tarde, en Vísperas, la Madre Carolina recordaba que el día de la Conversión de San Agustín –el 24 de abril- de hace 22 años, las primeras cuatro hermanas se trasladaban de San Andrés de Arroyo a Becerril de Campos (Palencia).
Todo lo que hemos vivido este fin de semana ha sucedido en el marco de la Conversión de nuestro Padre San Agustín, que celebramos este domingo, 24 de abril, coincidiendo con el Domingo de la Divina Misericordia.
La festividad de la conversión ha ido de la mano del Evangelio de este domingo, el del discípulo Tomás, que no cree que el resto de los discípulos haya visto a Jesús resucitado y solo cree cuando él mismo ve la señal de los clavos y mete su mano en el costado de Cristo (Jn 20, 19-31). En este sentido, la Madre Carolina también nos invitaba a acercarnos al costado abierto esculpido en el altar de nuestra iglesia, para hacer, como el discípulo Tomás, nuestra confesión de fe y decir: “¡Señor mío y Dios mío!”.
Con inmensa gratitud por todo lo vivido en esta Pascua 2022, compartimos el testimonio del paso de Dios por nuestras vidas en estos días, que han sido la oportunidad de vivir en comunidad los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Agradecemos especialmente a todos los que habéis hecho posible que después de más de 20 años de andadura comunitaria, hayamos podido celebrar por primera vez una Pascua con tantas personas en una IGLESIA. |
¡Muchísimas gracias y Feliz Pascua de Resurrección!
- JUEVES SANTO -
El Jueves Santo ha estado marcado por la Cena del Señor, con la que se abre el Triduo Pascual. La institución de la Eucaristía en la Última Cena y el lavatorio de los pies, signo de los que dedican su vida a servir de manera humilde, como Jesús nos enseñó, fueron los momentos claves de esta celebración. También es el día en el que Jesús instituyó el sacramento del Orden sacerdotal, por lo que se celebra el día del sacerdote.
En nuestra comunidad el Jueves Santo es importante por ser el día del amor fraterno, ya que la fraternidad es uno de los pilares de nuestro carisma agustiniano y lo celebramos de forma especial.
Además, este año –tras los dos años anteriores en los que, debido al COVID, no pudimos compartir el Triduo Pascual con aquellos que nos acompañan durante estos días— de nuevo podemos vivir este momento tan importante con los jóvenes, familias y matrimonios de nuestra Fraternidad de Laicos, así como con todos los que se están acercando a los Santos Oficios.
Además, este año –tras los dos años anteriores en los que, debido al COVID, no pudimos compartir el Triduo Pascual con aquellos que nos acompañan durante estos días— de nuevo podemos vivir este momento tan importante con los jóvenes, familias y matrimonios de nuestra Fraternidad de Laicos, así como con todos los que se están acercando a los Santos Oficios.
En este día, en el que la primera clave del Triduo Pascual llevaba por título ‘Éxodo’, nuestra hermana, Madre Carmen Toledano, nos explicaba desde la comunidad de Lima (Perú) que el éxodo es un camino de liberación: somos un pueblo peregrino y herederos de esta tierra de caminantes. En esta charla, han estado muy presentes los hermanos que han tenido que ponerse en camino a causa de la guerra –como la que se vive actualmente en Ucrania—, porque en ellos Dios se hace camino y también se hace peregrino por nosotros.
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Clave del día:
ÉXODO " Un viaje de tres jornadas para ofrecer sacrificios al Señor, Nuestro Dios” (Éx 3, 18) M. Carmen Toledano |
La clave de nuestra hermana Carmen Toledano estaba ilustrada con imágenes de la exposición ‘Exodus’ del pintor bosnio Safet Zec, una obra que refleja el drama de la inmigración.
Esta primera clave fue todo un recorrido del camino de liberación por el que Dios, a través de Moisés, guía a su pueblo desde la salida de Egipto, el paso por el mar, la travesía por el desierto, hasta la alianza en el Sinaí.
Después, con la nueva alianza que Dios establece con su pueblo a través de Jesucristo, experimentamos el Dios con nosotros: caminante y Camino.
- VIERNES SANTO -
La clave comenzaba con la proyección del trailer del documental ‘Human Flow’ (Marea Humana) del artista y cineasta Ai Weiwei, en el que retrata una realidad dramática en la que más de 65 millones de personas en todo el mundo han sido obligadas a salir de sus hogares para escapar del hambre, el cambio climático y la guerra. |
La hermana Carolina nos explicaba que el éxodo y el exilio nos hablan de personas que salen, que se ponen en camino. La diferencia radica en que en el éxodo hay un destino esperanzador hacia la patria, mientras que en el exilio el camino empieza por una expulsión, el hombre camina sin saber adónde.
Pero el exilio no es solo una condición antropológica, sino que afecta también a Dios. El exilio de la casa del Padre es un exilio para Dios, que es expulsado de su tierra.
Asimismo, Dios asume esta dimensión exílica de forma total en Cristo. Por amor deja su vida trinitaria. Él llama una y otra vez, y el hombre le rechaza. Dios, como un mendigo, se queda a las puertas esperando. Los exiliados son icono de Dios que se queda a la puerta esperando.
La Pasión es la consumación de este rechazo: Jesús es crucificado y muere junto a los malditos. Está junto a los que están fuera.
Jesús crucificado dice dos palabras esenciales:
Venid, volved: Jesús llama a todos, a los de dentro y a los de fuera.
Y la otra palabra es salid: salid de los espacios cerrados, de las comodidades.
Con esta clave de Madre Carolina nos adentrábamos en el Viernes Santo, en el que tuvimos oportunidad de buscar tiempos de silencio para la oración y la reflexión personal, así como vivir en comunidad el Misterio de la Pasión del Señor. Para ello, el grupo de jóvenes de la Fraternidad de Laicos preparó un Vía Crucis para los más pequeños, y por la tarde conmemoramos la Pasión del Señor, donde hubo un tiempo largo de adoración a la Cruz y en la que todos los presentes nos pusimos a los pies de Jesús acompañándole y recordando el momento de su crucifixión, para la salvación de la humanidad. |
- SÁBADO SANTO -
“Lo que nos arraiga en la vida es el amor. Conocer el sentido, la razón y el por qué estar aquí”. Son palabras de Madre Prado que, desde la comunidad de Genzano (Italia), nos daba la tercera clave de este Triduo Pascual.
Ella nos compartía cuáles son los pasos imprescindibles de ‘El Santo Viaje’, fijando los ojos en Jesucristo. Este viaje se inicia sabiendo quién soy yo. Comienza con Jesús, que se hizo bautizar por Juan el Bautista, recibiendo del Padre su identidad en el Bautismo: “Este es mi Hijo amado, el predilecto”. Padre, Hijo y Espíritu Santo comienzan este Santo Viaje juntos. El amor viene de arriba abajo, de un Padre que me ha nombrado hijo. Por eso, la clave del Santo Viaje es la certeza de una filiación.
El Santo Viaje de Jesús no solo tiene una identidad sino también una misión. Él, estando vuelto hacia el Padre, se vuelve a la humanidad. Cristo es la Palabra dirigida al mundo entero como buena nueva. Jesús nos invita a hacer un camino hacia el otro de sanación, de cuidado, de misericordia.
En este sentido, Madre Prado explicaba que el Santo Viaje será un impulso espiritual para que la Iglesia sepa quién es. Los cristianos somos los que siguen el Camino.
Además, este Santo Viaje nos tiene que impulsar a vivir más a la intemperie. Peregrinar, salir a los caminos, para llevar la Palabra a los hombres que sufren. Vivimos en camino hacia: estamos llamados a vivir el carisma de la proximidad con el hombre que sufre. Y este caminar lo realizamos siendo comunidad, caminando juntos, porque nos damos vida los unos a los otros.
Y esto debe realizarse gracias al fuego del Espíritu, nuestros caminos no nos pertenecen. El Santo Viaje será el fruto de esta vida que nació en el Bautismo. Estamos hechos para vivir en Él.
Ella nos compartía cuáles son los pasos imprescindibles de ‘El Santo Viaje’, fijando los ojos en Jesucristo. Este viaje se inicia sabiendo quién soy yo. Comienza con Jesús, que se hizo bautizar por Juan el Bautista, recibiendo del Padre su identidad en el Bautismo: “Este es mi Hijo amado, el predilecto”. Padre, Hijo y Espíritu Santo comienzan este Santo Viaje juntos. El amor viene de arriba abajo, de un Padre que me ha nombrado hijo. Por eso, la clave del Santo Viaje es la certeza de una filiación.
El Santo Viaje de Jesús no solo tiene una identidad sino también una misión. Él, estando vuelto hacia el Padre, se vuelve a la humanidad. Cristo es la Palabra dirigida al mundo entero como buena nueva. Jesús nos invita a hacer un camino hacia el otro de sanación, de cuidado, de misericordia.
En este sentido, Madre Prado explicaba que el Santo Viaje será un impulso espiritual para que la Iglesia sepa quién es. Los cristianos somos los que siguen el Camino.
Además, este Santo Viaje nos tiene que impulsar a vivir más a la intemperie. Peregrinar, salir a los caminos, para llevar la Palabra a los hombres que sufren. Vivimos en camino hacia: estamos llamados a vivir el carisma de la proximidad con el hombre que sufre. Y este caminar lo realizamos siendo comunidad, caminando juntos, porque nos damos vida los unos a los otros.
Y esto debe realizarse gracias al fuego del Espíritu, nuestros caminos no nos pertenecen. El Santo Viaje será el fruto de esta vida que nació en el Bautismo. Estamos hechos para vivir en Él.
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Clave del día:
EL SANTO VIAJE " Dichoso el que encuentra en ti la fuerza, y en su corazón decide el santo viaje” , Salmo 84 (M. Prado) |
En el Sábado Santo, la comunidad propone realizar una pequeña peregrinación y vivir así un día de desierto, a la espera de la Resurrección.
El Sábado Santo culmina con la gran Vigilia Pascual
en la que celebramos que Cristo ha resucitado:
¡Aleluya!
en la que celebramos que Cristo ha resucitado:
¡Aleluya!
Al inicio de este TRIDUO PASCUAL, compartimos la Carta de Comunión que nos acompañará a lo largo de estos días, así como el HORARIO y el material necesario para poder participar activamente en la LITURGIA.
¡Feliz y Santo Triuduo!
¡Feliz y Santo Triuduo!
CARTA DE COMUNIÓN |
ESPAÑOL
DICHOSO EL QUE ENCUENTRA EN TI LA FUERZA,
Y EN SU CORAZÓN DECIDE EL SANTO VIAJE (Salmo 84)
Pascua 2022 | EL SANTO VIAJE
UNA PAZ, ¿ARMADA?
La paz es un fruto con fecha de caducidad. No conseguimos establecerla como modo de vida duradera. Vivimos en el temor de que nos sea robada, y creamos a su alrededor defensas, muros, blindajes, hasta convertirla en posesión o fortaleza a custodiar, incluso con las armas. ¿Será la paz un imposible humano? La aprovechamos en beneficio de unos pocos y, ella misma, residiendo su belleza en lo común a muchos o a todos, sin embargo, al anidar en ella, nos conquista la indiferencia que comporta todo bienestar.
Los estados de la paz social no dejan de estar bombardeados por conflictos, desencuentros, malentendidos y la paz de cada día es el ejemplo a escala relacional humana. Constantemente impactan sobre la paz deseada y precariamente custodiada nuestras torpes rencillas personales, los juegos inmisericordes que nos alejan del hermano, las envidias cainitas que nunca terminan, las susceptibilidades y vulnerabilidades… Cada cual conoce sus armas personales.
La paz amenazada en la que vivimos no solo nos lleva a defendernos sino también nos lleva a reavivar la esperanza en una promesa que nos empuja a caminar, a salir, a buscar patria-matria, nido, tierra, donde habitar sin ser esclavizados, ser expulsados, heridos, maltratados. Necesitamos habitar una tierra, no para destruirla sino para agradecerla, cuidarla, morar en ella, ser en ella y ser con otros. Ser Pueblo en Paz, que es nuestra llamada de origen.
DISPERSIÓN
Es una historia milenaria. El mal dispersa, desconcierta, separa, aísla, distancia, crea muros. Los pueblos huyen de sus tierras nativas, el mundo va y viene, zarandeado por este caballo apocalíptico que cabalga airado en el corazón humano.
Esta es la razón de todas las Pascuas: la del éxodo del Pueblo de Israel y la del exilio a Babilonia y el retorno a Israel; la de Abrahám, Isaac y Jacob, la de José… la de Jesús niño a Egipto y la de su Crucifixión y muerte, fuera de los muros de la Ciudad de la Paz, Jerusalén.
Las Pascuas del Pueblo de Israel son nuestras pascuas: todo un Pueblo, una comunidad humana, obligada a dejar apresuradamente el lugar que habita, apremiada por una amenaza brutal: los carros del Faraón, el ejército de Nabucodonosor, los tanques de exterminio, las armas nucleares, sequías y hambrunas, amenazas tribales… No queda atrás ni el miedo ni la muerte. Atrás queda lo mismo que dejaban ayer, en ese ayer que siempre nos pisa los talones: familia, casas, trabajos, campos, cosechas, la vida anterior, sea la que sea. De la noche a la mañana, pueblos enteros recogen en una maleta pocos enseres, aquellos que les permitan huir, corren por las carreteras, se adentran en los bosques, los hombres quedan para luchar y las mujeres portan el mejor bagaje, sus hijos pequeños. No hay tiempo que perder, se come el cordero de pie, entero, de un año, con la amargura de no poder reposar, sin pausa alguna. Dios urge: “Pueblo mío, sal” (Gen 12, 1; Is 48,20; 52,11; Jer 51,6.45); “Huid de Babilonia, poned vuestras vidas a salvo, no muráis por su iniquidad” (Ap 2,92; 18, 4). Sal, sal de los lugares donde eres oprimido, aléjate del opresor, del tirano, del dictador (cf. Ex 3, 7). Huyen con los carros de combate tras ellos o con el silbido asesino muy cerca. ¡Como ayer, como siempre!
Pueblos enteros luchan contra pueblos enteros; pueblos enteros salen de Egipto como ayer mismo, se adentran en los desiertos y se reparten, desgajados, dispersos, repartidos por las tierras de acogida, en tantos por ciento… No es uno, son muchos, cientos, miles, millones a la deriva, en una carrera sin tiempo.
Somos testigos de estos vertiginosos viajes. Como vimos atracar barcazas en las playas de Europa y morir los débiles en sus arenas blancas, sabiendo que “no hay ningún lugar adonde ir” pero con la promesa de salvar la vida. “El hombre no es dueño de sus caminos” (Jr 10, 23). Pero Dios tampoco: una familia con un recién nacido huyendo de la envidia de un tirano (cf. Mt 2, 13-15; 19-23). A Egipto, a Polonia, a Manhattan, a Alemania, a España…
LA PROFECÍA
La carencia, la crueldad y la esperanza han tallado la dramática (¡trágica!) condición exódica y exílica del ser humano. No hay mayor necesidad ni justificación a la esperanza como en momentos como estos, pero no hay esperanza sin un contenido, sin una promesa. ¿Qué dará sentido a nuestra esperanza para justificar este tráfico hiriente de nuestra humanidad? Y, ¿quién pondrá límites a tanta desesperanza y desesperación? ¿Habrá viaje de retorno o se encontrará una tierra habitable? En el éxodo o en el exilio se vive del desgarro a la nostalgia, de la nostalgia al recuerdo, del recuerdo al olvido, del olvido a la adaptación y de esta a una vuelta imposible. “No es que no vuelva porque me he olvidado es que perdí el camino de regreso”. Se llega a olvidar, pero olvidar no añade humanidad, la resta. La palabra clave es “recuerda” (Dt 4, 10; 6, 4-9) para poder volver, porque quien olvida ha perdido la esperanza, virtud del que va “de camino hacia”.
Como Moisés condujo al Pueblo por el desierto hasta la Tierra que manaba leche y miel, los profetas hablarán de la vida antes y en pleno exilio y hablarán de las promesas, de la fidelidad y de la esperanza en un Dios que nunca abandona, el que puede salvarnos de toda ingratitud que la existencia trae siempre consigo. “¿Adónde iremos? Sólo Tú tienes Palabras de Vida eterna” (Jn 6,60-69). La profecía no es otra que “Él os reunirá de nuevo” y “volveréis a la tierra que dejasteis” (Dt 30, 1-5), volverán de Asiria, Alemania, Egipto, Sinar, Polonia, Patros, Etiopía, Eiritrea, América, Etiopía, España, Elam, Nigeria, Italia, Rumanía y Hamat, y cruzaréis de nuevo el mar (cf. Is 11, 11-12; Jr 29, 14; Ex 20, 41-42) hasta volver.
¿Podríamos imaginar la reacción de estas palabras proféticas dirigidas a estas grandes comunidades en diáspora, en exilio, en destierro, en desiertos sin fin, fuera de sus ciudades de origen y destinadas a no encontrar patria en el tiempo? ¿No será necesario hoy también una voz profética que nos alce sobre la muerte y nos invite a caminar hacia la paz, incansablemente, sin más armas que la justicia, la bondad, el diálogo, la confianza mutua y el respeto a la dignidad humana? ¿No será necesaria hoy también una voz que aliente esperanzas, una voz que no cese de buscar la concordia posible, la comunión entre hermanos de sangre? Una voz que no nos destruya, que no nos hunda más, que no nos ataque a todos con su grito imperioso y malévolo. La profecía denunciaba un mal y anunciaba también el bien al que estábamos llamados. La profecía animaba al Santo Viaje, al Camino de vuelta de todo un Pueblo, al reencuentro con la Patria, después de todas las batallas, la soledad, el dolor y la muerte (cf. Hb 11,13-16).
LA PROMESA
Más allá de la profecía, la promesa cumplida. La Tierra Prometida, era Él; la promesa de un Retorno se cumpliría en Él; la profecía de ser recogidos de donde fuimos dispersados o abandonados o de donde nos perdimos, estaba en Él; la visión de una Ciudad de Paz en la que habitar, era Él; el nuevo Pueblo no podría ser sin Él en medio; la abundancia de pan y vino, de leche y miel, de hijos y casas y huertos, era Él… Él ha cumplido en sí las búsquedas de todos los Pueblos. Su paso por este mundo ha abierto un camino nuevo, un Corredor humano-Divino, un Corredor de Vida, más llano y seguro que cualquiera de los que abre el hombre para salir del horror. Su propia Pascua es el Camino por el que podemos transitar sin necesidad de armas, de amenazas o de defensas imposibles. En todos estos tránsitos dolorosos de la humanidad está Él presente, nos acompaña con una fuerza más grande que la muerte que es el Amor, reuniendo al Pueblo disperso, con la paz, con la mansedumbre, con la no-violencia, con la humildad, con el amor y la misericordia. No serán las armas las que nos den la paz sino la fuerza de un Amor que vence a la muerte y al mal. Él ha frenado las piedras (Jn 8, 1ss) de nuestra ira, nuestros conflictos con el gesto imperioso de la misericordia, del perdón.
Entremos así en la Pascua y emprendamos con Él el Santo Viaje, aquel que Él mismo inició desde el seno del Padre al seno de María, junto a un grupo de hombres y mujeres que escucharon sus Palabras de Vida y tocaron su salvación y compartieron su Pan y su Vino, que culminó en la Cruz desde donde atrajo a todos hacia sí porque solo un Amor que da la Vida puede atraernos hacia sí. Ese sufrimiento inocente y pacífico nos reunió de nuevo a los que andábamos dispersos y nos llevó consigo al Padre, con la fuerza del Espíritu (cf. Jn 11, 51).
Decidamos en nuestro corazón el Santo Viaje de la Paz. Hoy, en esta Pascua, en este momento de la Humanidad. Como Iglesia del Señor tenemos una misión urgente: ser en medio de un mundo disperso y asesino un Pueblo que transforma los desplazamientos destructores en Santos Viajes de Vida y no de muerte; ser un “recinto de unidad y de paz” (Plegaria eucarística VI b), desterrando toda violencia, toda agresión armada, toda violación de la dignidad y de la libertad; asegurando a este mundo nuestro que “la humanidad no está destinada al extravío y al desconcierto” (La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 121); presentando al mundo con confianza, franqueza y valor la Palabra de Vida y Salvación que viene de Cristo y solo de Él; constituyéndonos para toda la humanidad “germen de unidad, de esperanza y de salvación” (Lumen Gentium, 9); que las armas no desbanquen a los gestos de cercanía, al diálogo y al encuentro; que los hombres podamos vivir unidos en esta tierra, reunidos en nombre de aquello que nos une sobre todo otro lazo: que somos Hijos de Dios y, por tanto, hermanos (cf. Fratelli Tutti). Emprendamos el Santo Viaje como Pueblo unido, como Iglesia, como la multitud unida que ama al Señor y vive un Evangelio vivo, en camino. Quizás estas guerras despierten a este mundo dormido y confinado y nos pongamos en pie, caminemos juntos como una única Humanidad, un único Pueblo, reunido en Su Nombre, apostado a la construcción de un Mundo Nuevo.
María, Madre de Dios y de la Iglesia, Tú has reunido a los hombres tras la Resurrección del Hijo a la espera de que el Espíritu nos pusiera en pie y nos empujara a caminar por este mundo. Acompáñanos en nuestro peregrinar, en nuestros destierros y exilios, en nuestros éxodos y desiertos, para poder conducir a los hombres al Dios de la Paz y de la Vida, Patria esperada, prometida y cumplida en Tu Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor, Resucitado y Vivo entre nosotros.
¡Feliz Pascua del Santo Viaje de la Paz! ¡Feliz Pascua de Resurrección!
M. Prado González Heras, Presidenta Federal
Federación de la Conversión de S. Agustín
Y EN SU CORAZÓN DECIDE EL SANTO VIAJE (Salmo 84)
Pascua 2022 | EL SANTO VIAJE
UNA PAZ, ¿ARMADA?
La paz es un fruto con fecha de caducidad. No conseguimos establecerla como modo de vida duradera. Vivimos en el temor de que nos sea robada, y creamos a su alrededor defensas, muros, blindajes, hasta convertirla en posesión o fortaleza a custodiar, incluso con las armas. ¿Será la paz un imposible humano? La aprovechamos en beneficio de unos pocos y, ella misma, residiendo su belleza en lo común a muchos o a todos, sin embargo, al anidar en ella, nos conquista la indiferencia que comporta todo bienestar.
Los estados de la paz social no dejan de estar bombardeados por conflictos, desencuentros, malentendidos y la paz de cada día es el ejemplo a escala relacional humana. Constantemente impactan sobre la paz deseada y precariamente custodiada nuestras torpes rencillas personales, los juegos inmisericordes que nos alejan del hermano, las envidias cainitas que nunca terminan, las susceptibilidades y vulnerabilidades… Cada cual conoce sus armas personales.
La paz amenazada en la que vivimos no solo nos lleva a defendernos sino también nos lleva a reavivar la esperanza en una promesa que nos empuja a caminar, a salir, a buscar patria-matria, nido, tierra, donde habitar sin ser esclavizados, ser expulsados, heridos, maltratados. Necesitamos habitar una tierra, no para destruirla sino para agradecerla, cuidarla, morar en ella, ser en ella y ser con otros. Ser Pueblo en Paz, que es nuestra llamada de origen.
DISPERSIÓN
Es una historia milenaria. El mal dispersa, desconcierta, separa, aísla, distancia, crea muros. Los pueblos huyen de sus tierras nativas, el mundo va y viene, zarandeado por este caballo apocalíptico que cabalga airado en el corazón humano.
Esta es la razón de todas las Pascuas: la del éxodo del Pueblo de Israel y la del exilio a Babilonia y el retorno a Israel; la de Abrahám, Isaac y Jacob, la de José… la de Jesús niño a Egipto y la de su Crucifixión y muerte, fuera de los muros de la Ciudad de la Paz, Jerusalén.
Las Pascuas del Pueblo de Israel son nuestras pascuas: todo un Pueblo, una comunidad humana, obligada a dejar apresuradamente el lugar que habita, apremiada por una amenaza brutal: los carros del Faraón, el ejército de Nabucodonosor, los tanques de exterminio, las armas nucleares, sequías y hambrunas, amenazas tribales… No queda atrás ni el miedo ni la muerte. Atrás queda lo mismo que dejaban ayer, en ese ayer que siempre nos pisa los talones: familia, casas, trabajos, campos, cosechas, la vida anterior, sea la que sea. De la noche a la mañana, pueblos enteros recogen en una maleta pocos enseres, aquellos que les permitan huir, corren por las carreteras, se adentran en los bosques, los hombres quedan para luchar y las mujeres portan el mejor bagaje, sus hijos pequeños. No hay tiempo que perder, se come el cordero de pie, entero, de un año, con la amargura de no poder reposar, sin pausa alguna. Dios urge: “Pueblo mío, sal” (Gen 12, 1; Is 48,20; 52,11; Jer 51,6.45); “Huid de Babilonia, poned vuestras vidas a salvo, no muráis por su iniquidad” (Ap 2,92; 18, 4). Sal, sal de los lugares donde eres oprimido, aléjate del opresor, del tirano, del dictador (cf. Ex 3, 7). Huyen con los carros de combate tras ellos o con el silbido asesino muy cerca. ¡Como ayer, como siempre!
Pueblos enteros luchan contra pueblos enteros; pueblos enteros salen de Egipto como ayer mismo, se adentran en los desiertos y se reparten, desgajados, dispersos, repartidos por las tierras de acogida, en tantos por ciento… No es uno, son muchos, cientos, miles, millones a la deriva, en una carrera sin tiempo.
Somos testigos de estos vertiginosos viajes. Como vimos atracar barcazas en las playas de Europa y morir los débiles en sus arenas blancas, sabiendo que “no hay ningún lugar adonde ir” pero con la promesa de salvar la vida. “El hombre no es dueño de sus caminos” (Jr 10, 23). Pero Dios tampoco: una familia con un recién nacido huyendo de la envidia de un tirano (cf. Mt 2, 13-15; 19-23). A Egipto, a Polonia, a Manhattan, a Alemania, a España…
LA PROFECÍA
La carencia, la crueldad y la esperanza han tallado la dramática (¡trágica!) condición exódica y exílica del ser humano. No hay mayor necesidad ni justificación a la esperanza como en momentos como estos, pero no hay esperanza sin un contenido, sin una promesa. ¿Qué dará sentido a nuestra esperanza para justificar este tráfico hiriente de nuestra humanidad? Y, ¿quién pondrá límites a tanta desesperanza y desesperación? ¿Habrá viaje de retorno o se encontrará una tierra habitable? En el éxodo o en el exilio se vive del desgarro a la nostalgia, de la nostalgia al recuerdo, del recuerdo al olvido, del olvido a la adaptación y de esta a una vuelta imposible. “No es que no vuelva porque me he olvidado es que perdí el camino de regreso”. Se llega a olvidar, pero olvidar no añade humanidad, la resta. La palabra clave es “recuerda” (Dt 4, 10; 6, 4-9) para poder volver, porque quien olvida ha perdido la esperanza, virtud del que va “de camino hacia”.
Como Moisés condujo al Pueblo por el desierto hasta la Tierra que manaba leche y miel, los profetas hablarán de la vida antes y en pleno exilio y hablarán de las promesas, de la fidelidad y de la esperanza en un Dios que nunca abandona, el que puede salvarnos de toda ingratitud que la existencia trae siempre consigo. “¿Adónde iremos? Sólo Tú tienes Palabras de Vida eterna” (Jn 6,60-69). La profecía no es otra que “Él os reunirá de nuevo” y “volveréis a la tierra que dejasteis” (Dt 30, 1-5), volverán de Asiria, Alemania, Egipto, Sinar, Polonia, Patros, Etiopía, Eiritrea, América, Etiopía, España, Elam, Nigeria, Italia, Rumanía y Hamat, y cruzaréis de nuevo el mar (cf. Is 11, 11-12; Jr 29, 14; Ex 20, 41-42) hasta volver.
¿Podríamos imaginar la reacción de estas palabras proféticas dirigidas a estas grandes comunidades en diáspora, en exilio, en destierro, en desiertos sin fin, fuera de sus ciudades de origen y destinadas a no encontrar patria en el tiempo? ¿No será necesario hoy también una voz profética que nos alce sobre la muerte y nos invite a caminar hacia la paz, incansablemente, sin más armas que la justicia, la bondad, el diálogo, la confianza mutua y el respeto a la dignidad humana? ¿No será necesaria hoy también una voz que aliente esperanzas, una voz que no cese de buscar la concordia posible, la comunión entre hermanos de sangre? Una voz que no nos destruya, que no nos hunda más, que no nos ataque a todos con su grito imperioso y malévolo. La profecía denunciaba un mal y anunciaba también el bien al que estábamos llamados. La profecía animaba al Santo Viaje, al Camino de vuelta de todo un Pueblo, al reencuentro con la Patria, después de todas las batallas, la soledad, el dolor y la muerte (cf. Hb 11,13-16).
LA PROMESA
Más allá de la profecía, la promesa cumplida. La Tierra Prometida, era Él; la promesa de un Retorno se cumpliría en Él; la profecía de ser recogidos de donde fuimos dispersados o abandonados o de donde nos perdimos, estaba en Él; la visión de una Ciudad de Paz en la que habitar, era Él; el nuevo Pueblo no podría ser sin Él en medio; la abundancia de pan y vino, de leche y miel, de hijos y casas y huertos, era Él… Él ha cumplido en sí las búsquedas de todos los Pueblos. Su paso por este mundo ha abierto un camino nuevo, un Corredor humano-Divino, un Corredor de Vida, más llano y seguro que cualquiera de los que abre el hombre para salir del horror. Su propia Pascua es el Camino por el que podemos transitar sin necesidad de armas, de amenazas o de defensas imposibles. En todos estos tránsitos dolorosos de la humanidad está Él presente, nos acompaña con una fuerza más grande que la muerte que es el Amor, reuniendo al Pueblo disperso, con la paz, con la mansedumbre, con la no-violencia, con la humildad, con el amor y la misericordia. No serán las armas las que nos den la paz sino la fuerza de un Amor que vence a la muerte y al mal. Él ha frenado las piedras (Jn 8, 1ss) de nuestra ira, nuestros conflictos con el gesto imperioso de la misericordia, del perdón.
Entremos así en la Pascua y emprendamos con Él el Santo Viaje, aquel que Él mismo inició desde el seno del Padre al seno de María, junto a un grupo de hombres y mujeres que escucharon sus Palabras de Vida y tocaron su salvación y compartieron su Pan y su Vino, que culminó en la Cruz desde donde atrajo a todos hacia sí porque solo un Amor que da la Vida puede atraernos hacia sí. Ese sufrimiento inocente y pacífico nos reunió de nuevo a los que andábamos dispersos y nos llevó consigo al Padre, con la fuerza del Espíritu (cf. Jn 11, 51).
Decidamos en nuestro corazón el Santo Viaje de la Paz. Hoy, en esta Pascua, en este momento de la Humanidad. Como Iglesia del Señor tenemos una misión urgente: ser en medio de un mundo disperso y asesino un Pueblo que transforma los desplazamientos destructores en Santos Viajes de Vida y no de muerte; ser un “recinto de unidad y de paz” (Plegaria eucarística VI b), desterrando toda violencia, toda agresión armada, toda violación de la dignidad y de la libertad; asegurando a este mundo nuestro que “la humanidad no está destinada al extravío y al desconcierto” (La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 121); presentando al mundo con confianza, franqueza y valor la Palabra de Vida y Salvación que viene de Cristo y solo de Él; constituyéndonos para toda la humanidad “germen de unidad, de esperanza y de salvación” (Lumen Gentium, 9); que las armas no desbanquen a los gestos de cercanía, al diálogo y al encuentro; que los hombres podamos vivir unidos en esta tierra, reunidos en nombre de aquello que nos une sobre todo otro lazo: que somos Hijos de Dios y, por tanto, hermanos (cf. Fratelli Tutti). Emprendamos el Santo Viaje como Pueblo unido, como Iglesia, como la multitud unida que ama al Señor y vive un Evangelio vivo, en camino. Quizás estas guerras despierten a este mundo dormido y confinado y nos pongamos en pie, caminemos juntos como una única Humanidad, un único Pueblo, reunido en Su Nombre, apostado a la construcción de un Mundo Nuevo.
María, Madre de Dios y de la Iglesia, Tú has reunido a los hombres tras la Resurrección del Hijo a la espera de que el Espíritu nos pusiera en pie y nos empujara a caminar por este mundo. Acompáñanos en nuestro peregrinar, en nuestros destierros y exilios, en nuestros éxodos y desiertos, para poder conducir a los hombres al Dios de la Paz y de la Vida, Patria esperada, prometida y cumplida en Tu Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor, Resucitado y Vivo entre nosotros.
¡Feliz Pascua del Santo Viaje de la Paz! ¡Feliz Pascua de Resurrección!
M. Prado González Heras, Presidenta Federal
Federación de la Conversión de S. Agustín
Italiano
Beato chi trova in te la sua forza e
decide nel suo cuore il Santo Viaggio
Salmo 84
Lettera di comunione 2022
Il santo viaggio
LA PACE ARMATA.
La pace è un frutto con data di scadenza. Non riusciamo a stabilirla come una forma di vita stabile. Viviamo nel timore che ci venga rubata e creiamo intorno ad essa difese, muri, porte blindate, fino a trasformarla in un possesso o in una fortezza da custodire, persino con le armi. Dunque la pace è un’impossibilità umana? Ne godiamo a beneficio di pochi e, benché la sua bellezza consista nell’essere posta in comune fra molti, o tutti, tuttavia, nel momento in cui vi facciamo il nido, siamo conquistati dall’indifferenza che accompagna ogni benessere. Le situazioni di pace sociale non cessano di essere bombardate da conflitti, scontri, imprevisti, e la pace di ogni giorno è il modello in scala delle relazioni umane. Hanno un costante impatto sulla pace, desiderata e precariamente custodita, i nostri goffi rancori personali, i giochi privi di misericordia che ci allontanano dal fratello, le invidie alla Caino che non finiscono mai, le suscettibilità e le vulnerabilità… Ciascuno conosce le sue armi personali. La pace minacciata in cui viviamo non solo ci porta a difenderci con le unghie e con i denti, ravvivando la crudeltà ma anche la speranza in una promessa che non possiamo mai far tacere, che ci spinge a camminare, a uscire, a cercare patria e “matria”, nido, terra dove abitare senza essere schiavizzati, cacciati, feriti, maltrattati, con l’unico desiderio o necessità di abitare una terra, non per distruggerla ma per goderne, averne cura, dimorarvi, stare in essa e starvi con altri. Essere Popolo in Pace, questa è la nostra chiamata d’origine.
DISPERSIONE
È una storia millenaria. Il male disperde, sconcerta, separa, isola, distanza, crea muri. I popoli fuggono dalle loro terre natie, il mondo va e viene, scosso da questo cavallo apocalittico che cavalca adirato nel cuore umano. Questa è la ragione di ogni Pasqua: quella dell’esodo del Popolo di Israele, e quella dell’esilio a Babilonia e del ritorno di Israele; quella di Abramo, di Isacco e di Giacobbe, quella di Giuseppe… quella del Bambino Gesù in Egitto e quella della Crocifissione e della morte, fuori dalle mura della Città della Pace, Gerusalemme. Le Pasque del Popolo d’Israele sono le nostre pasque: tutto un Popolo, una comunità umana, obbligata a lasciare In fretta il luogo che abita, spinta da una minaccia brutale: i carri del Faraone, l’esercito di Nabucodonosor, i carri armati dello sterminio, le armi nucleari, siccità e carestie, minacce tribali… Non resta indietro né la paura né la morte. Resta indietro ciò che lasciavamo ieri, in questo ieri che ci tallona sempre: famiglia, casa, lavoro, campi, raccolte, la vita precedente, sia quel che sia. Dalla notte alla mattina, popoli interi raccolgono in una valigia pochi effetti personali, quelli che gli permettano di fuggire, corrono per le strade, si addentrano nei boschi, gli uomini rimangono per combattere e le donne portano con sé il bagaglio migliore, i loro figli piccoli. Non c’è tempo da perdere, si mangia l’agnello in piedi, intero, di un anno, con l’amarezza di non poter riposare, senza alcuna pausa. Dio urge: «Esci, Popolo mio!» (Gen. 12, 1; Is 48,20; 52,11; Jer 51,6.45). «Fuggite da Babilonia, mettete in salvo le vostre vite, non morite per la sua iniquità» (cf Ex 3, 7). Fuggono con i carri da combattimento alle spalle e con il sibilo assassino molto vicino. Come ieri, come sempre. Interi popoli lottano contro interi popoli; interi popoli escono dall’Egitto come ieri, si addentrano nei deserti e si dividono, lacerati, dispersi, divisi nelle diverse terre di accoglienza, secondo un criterio percentuale… Non è uno, sono cento, mille, milioni alla deriva, in una strada senza tempo. Siamo testimoni di questi viaggi vertiginosi. Come abbiamo visto attraccare barconi sulle coste d’Europa e morire i deboli sulle sue spiagge bianche, sapendo che “non c’è nessun luogo dove andare”, ma con la promessa di aver salva la vita. “L’uomo non è padrone delle sue strade” (Jr 10, 23), ma neanche Dio. Una famiglia con un neonato che fugge dall’invidia di un tiranno (Mt 2, 13-15; 19-23). In Egitto, in Polonia, a Manhattan, in Germania, in Spagna…
LA PROFEZIA
La carenza, la crudeltà e la speranza hanno segnato la drammatica (tragica!) condizione d’esodo e d’esilio dell’essere umano. Non c’è maggiore necessità né giustificazione per la speranza come in momenti come questi, però non c’è speranza senza un contenuto, senza una promessa. Che cosa darà senso alla nostra speranza per giustificare questo movimento dolente della nostra umanità? Chi porrà un limite a tanto scoramento e disperazione? Ci sarà un viaggio di ritorno o si troverà una terra abitabile? Nell’esodo o nell’esilio si passa dallo strappo alla nostalgia, dalla nostalgia al ricordo, dal ricordo alla dimenticanza, e da questa a un ritorno impossibile. “Non è che non torno perché ho dimenticato, è che ho perduto la via del ritorno”. Si arriva a dimenticare, ma dimenticare non aggiunge umanità, la blocca. La parola chiave è “ricorda” (Dt 4, 10; 6, 4-9) per poter tornare, perché chi dimentica ha perduto la speranza, la virtù di chi va “in cammino verso”. Come Mosè condusse il Popolo attraverso il deserto fino alla Terra che stillava latte e miele, i profeti parleranno della vita prima e in pieno esilio e parleranno delle promesse, della fedeltà e della speranza in un Dio che non abbandona mai, Egli può salvarci da ogni ingratitudine che l’esistenza porta sempre con sé. “Dove andremo? Tu solo hai parole di vita eterna” (Jn 6,60-69). La profezia altro non è se non “Egli ci riunirà di nuovo” e “tornerete alla terra che avete lasciato” (Dt 30, 1-5), torneranno da Siria, Germania, Egitto, Sinar, Polonia, Patros, Etiopia, Eritrea, America, Spagna, Elam, Nigeria, Italia, Romania e Hamat, e attraverserete di nuovo il mare (Is 11, 11-12; Jr 29, 14; Ex 20, 41-42) fino a tornare. Potremmo immaginare la reazione di queste parole profetiche rivolte a queste grandi comunità in diaspora, in esilio, fuori dalla propria terra, in deserti senza fine, fuori dalle proprie città di origine e destinato a non trovare patria nel tempo? Non sarà necessaria anche oggi una voce profetica che ci elevi sopra la morte E ci invita a camminare verso la pace, instancabilmente, senza altre armi se non la giustizia, la bontà, il dialogo, la fiducia reciproca e il rispetto della dignità umana? Non sarà necessaria anche oggi una voce che alimenti, Una luce che non c’è 16 cercare la concordia possibile, la comunione fra fratelli di sangue? Una voce che non ci distrugga, che non ci affondi più, che non attacchi tutti con il suo grido imperioso e malevolo. La profezia denunciava un male e annunciava anche il bene a cui eravamo chiamati. La profezia invitava al Santo Viaggio, al cammino di ritorno di tutto un popolo, a ritrovare una patria dopo tutte le battaglie, la solitudine, il dolore, la morte (cf Hb 11,13-16).
LA PROMESSA
L’abbondanza di pane e vino, di latte e miele, di figli, case e orti, era Lui… Egli ha compiuto in sé le attese di tutti i Popoli. Il suo passaggio per questo mondo ha aperto un cammino nuovo, un Corridoio umano-divino, un Corridoio di vita, più pianeggiante e sicuro di quelli che apre l’uomo per uscire dell’orrore. La Pasqua è il cammino attraverso cui possiamo transitare, senza bisogno di armi, minacce o difese impossibili. In tutti questi passaggi dolorosi dell’umanità Egli è presente, ci accompagna con una forza più grande della morte, che è l’amore, riunendo il popolo disperso mediante la pace, la mansuetudine, la non violenza, l’umiltà, l’amore e la misericordia. Non saranno le armi a darci la pace, ma la forza di un Amore che vince la morte e il male. Egli affermato le pietre della nostra ira (Jn 8, 1ss), i nostri conflitti con il gesto imperioso della misericordia e del perdono. Entriamo così nella Pasqua per intraprendere con Lui il Santo Viaggio, che egli stesso ha iniziato dal seno del Padre al seno di Maria (Hb 10, 19-20), insieme a un gruppo di uomini e donne che hanno ascoltato le sue Parole di Vita e hanno toccato la sua salvezza e hanno condiviso il suo Pane e il suo Vino: un viaggio che è culminato nella Croce da dove ha attratto tutti a sé, perché solo un Amore che dà la Vita può attrarci a sé. Questa sofferenza innocente e pacifica ci ha riunito di nuovo mentre andavamo dispersi, e ci ha portato con sé al Padre, con la forza dello Spirito (Jn 11, 51). Decidiamo nel nostro cuore il santo viaggio della pace. Oggi, in questa Pasqua, in questo momento dell’umanità. In questa Pasqua, in questo momento dell’umanità. Come Chiesa del Signore abbiamo una missione urgente: essere, in mezzo a un mondo disperso e assassino un popolo che trasforma come chiesa del signore abbiamo una missione urgente: essere, in mezzo a un mondo disperso e assassino, un popolo che trasforma gli esodi distruttori in Santi Viaggi di Vita e non di morte; essere un “recinto di musica e di pace” (Preghiera eucaristica VI b), eliminando ogni violenza, ogni aggressione armata, ogni violazione della dignità e della libertà; assicurando a questo nostro mondo che “l’umanità non è destinata al traviamento e allo sconcerto” (La sinodalità nella vita e nella missione della Chiesa, 121); presentando al mondo ho fiducia, franchezza e valore la parola di vita e salvezza che viene da Cristo e solo da lui; divenendo per tutta l’umanità “germe di unità, di speranza e di salvezza” (Lumen Gentium, 9); che le armi non spazzino via i gesti di vicinanza, di dialogo e di incontro (Hb 10, 22-25); che noi uomini possiamo vivere uniti su questa terra, riuniti il nome di ciò che ci unisce più di ogni altro legame: che siamo figli di Dio e pertanto fratelli (Fratelli Tutti). Intraprendiamo il santo viaggio come popolo unito, come chiesa, come la moltitudine unita che ama il signore e vive un vangelo vivo, in cammino. Chissà se queste guerre sveglieranno questo mondo addormentato e confinato e ci mettiamo in piedi, camminando insieme come un’unica umanità, un unico popolo riunito nel suo nome, è impegnato nella costruzione di un mondo nuovo. Maria, madre di Dio e della chiesa, tu hai riunito gli uomini dopo la risurrezione del figlio in attesa dello spirito che ci ponesse in piedi e ci spingesse a camminare in questo mondo. Accompagnaci nel nostro pellegrinaggio, nelle nostre fughe e nei nostri asili, nei nostri esodi e deserti per poter condurre gli uomini al Dio della pace e della vita, patria sperata, attesa e compiuta nel tuo Figlio, Gesù Cristo, nostro signore, risorto e vivo fra di noi.
Buona Pasqua del Santo Viaggio della Pace! Buona Pasqua di Resurrezione!
M. Prado González Heras, Presidente Federale
Federazione de la Conversione di Sant’Agostino
decide nel suo cuore il Santo Viaggio
Salmo 84
Lettera di comunione 2022
Il santo viaggio
LA PACE ARMATA.
La pace è un frutto con data di scadenza. Non riusciamo a stabilirla come una forma di vita stabile. Viviamo nel timore che ci venga rubata e creiamo intorno ad essa difese, muri, porte blindate, fino a trasformarla in un possesso o in una fortezza da custodire, persino con le armi. Dunque la pace è un’impossibilità umana? Ne godiamo a beneficio di pochi e, benché la sua bellezza consista nell’essere posta in comune fra molti, o tutti, tuttavia, nel momento in cui vi facciamo il nido, siamo conquistati dall’indifferenza che accompagna ogni benessere. Le situazioni di pace sociale non cessano di essere bombardate da conflitti, scontri, imprevisti, e la pace di ogni giorno è il modello in scala delle relazioni umane. Hanno un costante impatto sulla pace, desiderata e precariamente custodita, i nostri goffi rancori personali, i giochi privi di misericordia che ci allontanano dal fratello, le invidie alla Caino che non finiscono mai, le suscettibilità e le vulnerabilità… Ciascuno conosce le sue armi personali. La pace minacciata in cui viviamo non solo ci porta a difenderci con le unghie e con i denti, ravvivando la crudeltà ma anche la speranza in una promessa che non possiamo mai far tacere, che ci spinge a camminare, a uscire, a cercare patria e “matria”, nido, terra dove abitare senza essere schiavizzati, cacciati, feriti, maltrattati, con l’unico desiderio o necessità di abitare una terra, non per distruggerla ma per goderne, averne cura, dimorarvi, stare in essa e starvi con altri. Essere Popolo in Pace, questa è la nostra chiamata d’origine.
DISPERSIONE
È una storia millenaria. Il male disperde, sconcerta, separa, isola, distanza, crea muri. I popoli fuggono dalle loro terre natie, il mondo va e viene, scosso da questo cavallo apocalittico che cavalca adirato nel cuore umano. Questa è la ragione di ogni Pasqua: quella dell’esodo del Popolo di Israele, e quella dell’esilio a Babilonia e del ritorno di Israele; quella di Abramo, di Isacco e di Giacobbe, quella di Giuseppe… quella del Bambino Gesù in Egitto e quella della Crocifissione e della morte, fuori dalle mura della Città della Pace, Gerusalemme. Le Pasque del Popolo d’Israele sono le nostre pasque: tutto un Popolo, una comunità umana, obbligata a lasciare In fretta il luogo che abita, spinta da una minaccia brutale: i carri del Faraone, l’esercito di Nabucodonosor, i carri armati dello sterminio, le armi nucleari, siccità e carestie, minacce tribali… Non resta indietro né la paura né la morte. Resta indietro ciò che lasciavamo ieri, in questo ieri che ci tallona sempre: famiglia, casa, lavoro, campi, raccolte, la vita precedente, sia quel che sia. Dalla notte alla mattina, popoli interi raccolgono in una valigia pochi effetti personali, quelli che gli permettano di fuggire, corrono per le strade, si addentrano nei boschi, gli uomini rimangono per combattere e le donne portano con sé il bagaglio migliore, i loro figli piccoli. Non c’è tempo da perdere, si mangia l’agnello in piedi, intero, di un anno, con l’amarezza di non poter riposare, senza alcuna pausa. Dio urge: «Esci, Popolo mio!» (Gen. 12, 1; Is 48,20; 52,11; Jer 51,6.45). «Fuggite da Babilonia, mettete in salvo le vostre vite, non morite per la sua iniquità» (cf Ex 3, 7). Fuggono con i carri da combattimento alle spalle e con il sibilo assassino molto vicino. Come ieri, come sempre. Interi popoli lottano contro interi popoli; interi popoli escono dall’Egitto come ieri, si addentrano nei deserti e si dividono, lacerati, dispersi, divisi nelle diverse terre di accoglienza, secondo un criterio percentuale… Non è uno, sono cento, mille, milioni alla deriva, in una strada senza tempo. Siamo testimoni di questi viaggi vertiginosi. Come abbiamo visto attraccare barconi sulle coste d’Europa e morire i deboli sulle sue spiagge bianche, sapendo che “non c’è nessun luogo dove andare”, ma con la promessa di aver salva la vita. “L’uomo non è padrone delle sue strade” (Jr 10, 23), ma neanche Dio. Una famiglia con un neonato che fugge dall’invidia di un tiranno (Mt 2, 13-15; 19-23). In Egitto, in Polonia, a Manhattan, in Germania, in Spagna…
LA PROFEZIA
La carenza, la crudeltà e la speranza hanno segnato la drammatica (tragica!) condizione d’esodo e d’esilio dell’essere umano. Non c’è maggiore necessità né giustificazione per la speranza come in momenti come questi, però non c’è speranza senza un contenuto, senza una promessa. Che cosa darà senso alla nostra speranza per giustificare questo movimento dolente della nostra umanità? Chi porrà un limite a tanto scoramento e disperazione? Ci sarà un viaggio di ritorno o si troverà una terra abitabile? Nell’esodo o nell’esilio si passa dallo strappo alla nostalgia, dalla nostalgia al ricordo, dal ricordo alla dimenticanza, e da questa a un ritorno impossibile. “Non è che non torno perché ho dimenticato, è che ho perduto la via del ritorno”. Si arriva a dimenticare, ma dimenticare non aggiunge umanità, la blocca. La parola chiave è “ricorda” (Dt 4, 10; 6, 4-9) per poter tornare, perché chi dimentica ha perduto la speranza, la virtù di chi va “in cammino verso”. Come Mosè condusse il Popolo attraverso il deserto fino alla Terra che stillava latte e miele, i profeti parleranno della vita prima e in pieno esilio e parleranno delle promesse, della fedeltà e della speranza in un Dio che non abbandona mai, Egli può salvarci da ogni ingratitudine che l’esistenza porta sempre con sé. “Dove andremo? Tu solo hai parole di vita eterna” (Jn 6,60-69). La profezia altro non è se non “Egli ci riunirà di nuovo” e “tornerete alla terra che avete lasciato” (Dt 30, 1-5), torneranno da Siria, Germania, Egitto, Sinar, Polonia, Patros, Etiopia, Eritrea, America, Spagna, Elam, Nigeria, Italia, Romania e Hamat, e attraverserete di nuovo il mare (Is 11, 11-12; Jr 29, 14; Ex 20, 41-42) fino a tornare. Potremmo immaginare la reazione di queste parole profetiche rivolte a queste grandi comunità in diaspora, in esilio, fuori dalla propria terra, in deserti senza fine, fuori dalle proprie città di origine e destinato a non trovare patria nel tempo? Non sarà necessaria anche oggi una voce profetica che ci elevi sopra la morte E ci invita a camminare verso la pace, instancabilmente, senza altre armi se non la giustizia, la bontà, il dialogo, la fiducia reciproca e il rispetto della dignità umana? Non sarà necessaria anche oggi una voce che alimenti, Una luce che non c’è 16 cercare la concordia possibile, la comunione fra fratelli di sangue? Una voce che non ci distrugga, che non ci affondi più, che non attacchi tutti con il suo grido imperioso e malevolo. La profezia denunciava un male e annunciava anche il bene a cui eravamo chiamati. La profezia invitava al Santo Viaggio, al cammino di ritorno di tutto un popolo, a ritrovare una patria dopo tutte le battaglie, la solitudine, il dolore, la morte (cf Hb 11,13-16).
LA PROMESSA
L’abbondanza di pane e vino, di latte e miele, di figli, case e orti, era Lui… Egli ha compiuto in sé le attese di tutti i Popoli. Il suo passaggio per questo mondo ha aperto un cammino nuovo, un Corridoio umano-divino, un Corridoio di vita, più pianeggiante e sicuro di quelli che apre l’uomo per uscire dell’orrore. La Pasqua è il cammino attraverso cui possiamo transitare, senza bisogno di armi, minacce o difese impossibili. In tutti questi passaggi dolorosi dell’umanità Egli è presente, ci accompagna con una forza più grande della morte, che è l’amore, riunendo il popolo disperso mediante la pace, la mansuetudine, la non violenza, l’umiltà, l’amore e la misericordia. Non saranno le armi a darci la pace, ma la forza di un Amore che vince la morte e il male. Egli affermato le pietre della nostra ira (Jn 8, 1ss), i nostri conflitti con il gesto imperioso della misericordia e del perdono. Entriamo così nella Pasqua per intraprendere con Lui il Santo Viaggio, che egli stesso ha iniziato dal seno del Padre al seno di Maria (Hb 10, 19-20), insieme a un gruppo di uomini e donne che hanno ascoltato le sue Parole di Vita e hanno toccato la sua salvezza e hanno condiviso il suo Pane e il suo Vino: un viaggio che è culminato nella Croce da dove ha attratto tutti a sé, perché solo un Amore che dà la Vita può attrarci a sé. Questa sofferenza innocente e pacifica ci ha riunito di nuovo mentre andavamo dispersi, e ci ha portato con sé al Padre, con la forza dello Spirito (Jn 11, 51). Decidiamo nel nostro cuore il santo viaggio della pace. Oggi, in questa Pasqua, in questo momento dell’umanità. In questa Pasqua, in questo momento dell’umanità. Come Chiesa del Signore abbiamo una missione urgente: essere, in mezzo a un mondo disperso e assassino un popolo che trasforma come chiesa del signore abbiamo una missione urgente: essere, in mezzo a un mondo disperso e assassino, un popolo che trasforma gli esodi distruttori in Santi Viaggi di Vita e non di morte; essere un “recinto di musica e di pace” (Preghiera eucaristica VI b), eliminando ogni violenza, ogni aggressione armata, ogni violazione della dignità e della libertà; assicurando a questo nostro mondo che “l’umanità non è destinata al traviamento e allo sconcerto” (La sinodalità nella vita e nella missione della Chiesa, 121); presentando al mondo ho fiducia, franchezza e valore la parola di vita e salvezza che viene da Cristo e solo da lui; divenendo per tutta l’umanità “germe di unità, di speranza e di salvezza” (Lumen Gentium, 9); che le armi non spazzino via i gesti di vicinanza, di dialogo e di incontro (Hb 10, 22-25); che noi uomini possiamo vivere uniti su questa terra, riuniti il nome di ciò che ci unisce più di ogni altro legame: che siamo figli di Dio e pertanto fratelli (Fratelli Tutti). Intraprendiamo il santo viaggio come popolo unito, come chiesa, come la moltitudine unita che ama il signore e vive un vangelo vivo, in cammino. Chissà se queste guerre sveglieranno questo mondo addormentato e confinato e ci mettiamo in piedi, camminando insieme come un’unica umanità, un unico popolo riunito nel suo nome, è impegnato nella costruzione di un mondo nuovo. Maria, madre di Dio e della chiesa, tu hai riunito gli uomini dopo la risurrezione del figlio in attesa dello spirito che ci ponesse in piedi e ci spingesse a camminare in questo mondo. Accompagnaci nel nostro pellegrinaggio, nelle nostre fughe e nei nostri asili, nei nostri esodi e deserti per poter condurre gli uomini al Dio della pace e della vita, patria sperata, attesa e compiuta nel tuo Figlio, Gesù Cristo, nostro signore, risorto e vivo fra di noi.
Buona Pasqua del Santo Viaggio della Pace! Buona Pasqua di Resurrezione!
M. Prado González Heras, Presidente Federale
Federazione de la Conversione di Sant’Agostino
ALEMÁN
WOHL DEM MENSCHEN, DER KRAFT IN DIR FINDET,
UND SICH IN SEINEM HERZEN ZUR HEILIGEN REISE ENTSCHEIDET. (Psalm 84)
Osterbrief der Einheit 2022
DIE HEILIGE REISE EINEN BEWAFFNETEN FRIEDEN?
Frieden ist eine Frucht mit Verfallsdatum. Wir schaffen es nicht, ihn als dauerhafte Lebensweise zu etablieren. Wir leben in der Angst, dass er uns gestohlen wird, und wir errichten Verteidigungssysteme, Mauern und Panzer um ihn herum, bis er zu einem Besitz oder einer Festung wird, die es zu bewachen gilt, sogar mit Waffen. Ist Frieden eine menschliche Unmöglichkeit? Er dient uns zum Nutzen einiger weniger, und obwohl seine Schönheit in dem liegt, dass er viele oder alle umfasst, werden wir, indem wir uns in ihm einnisten, von der Gleichgültigkeit überwältigt, die mit allem Wohlstand einhergeht. Die Staaten des sozialen Friedens werden ständig von Konflikten, Streitigkeiten und Missverständnissen heimgesucht, und der alltägliche Frieden offenbart sich beispielhaft auf Ebene der menschlichen Beziehungen. Pausenlos wird der ersehnte Frieden überschattet von unseren ungeschickten persönlichen Streitereien, unseren gnadenlosen Spielchen, die uns von unseren Brüdern und Schwestern entfremden, unser nie endender kainitischer Neid, unsere Anfälligkeiten und Verwundbarkeiten... Jeder kennt seine persönlichen Waffen, und ist sich ihrer bewusst. Der bedrohte Friede, in dem wir leben, treibt uns nicht nur dazu, uns bis auf die Zähne zu verteidigen, er belebt die Grausamkeit, aber auch die Hoffnung auf ein Versprechen, das wir nie verschwinden lassen können. Dieses treibt uns an, uns auf den Weg zu machen, hinauszugehen, eine Heimat zu suchen, ein Nest, ein Land, in dem wir leben können, ohne versklavt zu werden, ohne vertrieben zu werden, ohne verletzt, misshandelt zu werden, mit dem einzigen Wunsch und Bedürfnis, ein Land zu bewohnen, nicht um es zu zerstören, sondern um es dankbar zu pflegen, darin zu wohnen, darin zu leben und existieren, gemeinsam mit anderen. Ein Volk, das im Frieden lebt, was unsere ursprüngliche Berufung ist.
ZERSTREUUNG
Es ist eine uralte Geschichte. Das Böse zerstreut, verunsichert, trennt, isoliert, entfernt, errichtet Mauern. Die Menschen fliehen aus ihrer Heimat, die Welt kommt und geht, hin und her geworfen von diesem apokalyptischen Pferd, das aufgewühlt im Herzen der Menschen umhergaloppiert. Das ist der Grund für alle Paschafeste: das des Auszugs des Volkes Israel und das des babylonischen Exils und der Rückkehr nach Israel; das Abrahams, Isaaks und Jakobs, das Josefs... das des Jesuskindes in Ägypten und das seiner Kreuzigung und seines Todes außerhalb der Mauern der Stadt des Friedens, Jerusalem. Das Paschafest des Volkes Israel ist unser Paschafest: ein ganzes Volk, eine menschliche Gemeinschaft, die gezwungen ist, den Ort, den sie bewohnt, überstürzt zu verlassen, bedrängt von einer brutalen Bedrohung: die Streitwagen des Pharao, die Armee Nebukadnezars, die Vernichtungspanzer, die Atomwaffen, Dürren und Hungersnöte, die Bedrohung durch Volksstämme... Weder Angst noch Tod bleiben zurück. Das, was zurückbleibt, ist dasselbe, das sie gestern zurückgelassen haben, dieses Gestern, das uns immer auf den Fersen ist: die Familie, das Haus, die Arbeit, die Felder, die Ernte, das frühere Leben, was immer es sein mag. Über Nacht packen ganze Dörfer ein paar Habseligkeiten in einen Koffer, die es ihnen ermöglichen zu fliehen, sie rennen die Straßen entlang, in die Wälder, die Männer bleiben zum Kämpfen zurück und die Frauen tragen das beste Gepäck, ihre kleinen Kinder. Es gibt keine Zeit zu verlieren, das Lamm wird im Stehen gegessen, ganz, ein Jahr alt, mit der Bitterkeit, nicht ruhen zu können, ohne jedliche Rast. Gott drängt: "Mein Volk, zieh fort" (1. Mose 12,1; Jes 48,20; 52,11; Jer 51,6.45 "Flieht aus Babylon, rettet euer Leben, sterbt nicht durch ihre Schuld"; Offb 2,92; 18,4), zieht fort, heraus aus den Orten eurer Unterdrückung, weit weg vom Unterdrücker, vom Tyrannen, fern vom Diktator (2. Mose 3,7). Sie fliehen mit den Streitwagen im Rücken und mit der mörderischen Bedrohung dicht hinter sich, wie gestern, wie seit jeher! Ganze Völker kämpfen gegen andere komplette Völker; ganze Völker verlassen Ägypten wie gestern, dringen in die Wüsten vor und verteilen sich, zerrissen, zerstreut bilden sie einen bedeutenden Prozentsatz der Bevölkerung in ihrem Zufluchtsland, zu Hunderten, zu Tausenden, Millionen treiben in einem zeitlosen Rennen dahin. Wir sind Zeugen dieser schwindelerregenden Reisen. Wir sahen, wie Lastkähne an den Stränden Europas anlegten und die Schwachen auf dem weißen Sand starben, wissend, dass "es keinen Ausweg gibt", aber mit dem Versprechen, Leben zu retten. "Der Mensch ist nicht Herr seiner eigenen Wege" (Jer 10,23). Aber Gott ist es auch nicht: Eine Familie mit einem neugeborenen Kind auf der Flucht vor dem Neid eines Tyrannen (Mt 2,13-15; 19-23). Nach Ägypten, nach Polen, nach Manhattan, nach Deutschland, nach Spanien?
DIE PROPHEZEIUNG
Der Mangel, die Grausamkeit und die Hoffnung haben die dramatische (tragische!) Exodus- und Exils-Situation der Menschen geprägt. Es gibt kein größeres Bedürfnis und keine größere Rechtfertigung für Hoffnung als in Zeiten wie diesen, aber es gibt keine Hoffnung ohne Inhalt, ohne Verheißung. Was wird unserer Hoffnung einen Sinn geben, das diesen schmerzlichen Verkehrsstrom unserer Menschheit rechtfertigen könnte? Und wer wird dieser Hoffnungslosigkeit und Verzweiflung Grenzen setzen? Wird es eine Rückreise geben oder werden sie ein bewohnbares Land finden? Im Exodus oder Exil lebt man vom Sich-losreiβen hin zur Nostalgie, von der Nostalgie hin zur Erinnerung, von der Erinnerung hin zum Vergessen, vom Vergessen zur Anpassung und von der Anpassung zur unmöglichen Rückkehr. "Es ist nicht so, dass ich nicht mehr zurückkehre, weil ich vergessen habe, sondern weil ich den Rückweg verloren habe.” Man gelangt hin zum Vergessen, aber das Vergessen lässt das Menschsein nicht wachsen, sondern sie reduziert es. Das Schlüsselwort für eine Rückkehr ist "sich erinnern" (Dtn 4,10; 6,4-9), denn wer vergisst, hat die Hoffnung verloren, die Tugend desjenigen, der sich "auf den Weg macht in Richtung eines Ziels”. So wie Mose das Volk durch die Wüste in das Land geführt hat, in dem Milch und Honig fließen, werden die Propheten vom Leben vor und im Exil sprechen und von den Verheißungen, von der Treue und der Hoffnung auf einen Gott, der uns nie im Stich lässt, der uns vor all der Undankbarkeit bewahren kann, die das Leben immer mit sich bringt. "Wohin sollen wir gehen? Du allein hast Worte des ewigen Lebens“ (Joh 6,60-69). Die Prophezeiung ist keine andere als: "Er wird euch wieder sammeln" und "ihr werdet in das Land zurückkehren, das ihr verlassen habt" (Dtn 30, 1-5), ihr werdet aus Assyrien, Deutschland, Ägypten, Schinar, Polen, Patros, Äthiopien, Eritrea, Amerika, Spanien, Elam, Nigeria, Italien, Rumänien und Hamat zurückkehren, und ihr werdet das Meer wieder überqueren (Jes 11, 11-12; Jer 29, 14; Ex 20, 41-42), bis ihr zurückkehrt. Könnten wir uns die Reaktion auf diese prophetischen Worte vorstellen, gerichtet an diese großen Gemeinschaften in der Diaspora, im Exil, in endlosen Wüsten, außerhalb ihrer Herkunftsstädte und dazu bestimmt, auf Dauer keine Heimat zu finden? Brauchen wir heute nicht auch eine prophetische Stimme, die uns über den Tod erhebt und uns auffordert, unermüdlich auf den Frieden zuzugehen, mit keinen anderen Waffen als Gerechtigkeit, Güte, Dialog, gegenseitigem Vertrauen und Achtung der Menschenwürde? Braucht es nicht auch heute eine Stimme, die Hoffnung macht, eine Stimme, die nicht aufhört, die mögliche Einheit, die Gemeinschaft zwischen leiblichen Brüdern und Schwestern zu suchen; eine Stimme, die uns nicht zerstört, die uns nicht noch mehr in den Abgrund drängt, die uns nicht alle aufdringlich und böswillig angreift. Die Prophetie verurteilt ein Übel und kündigt zugleich das Gute an, zu dem wir berufen sind. Die Prophezeiung ermutigte zur Heiligen Reise, die Rückreise eines ganzen Volkes, die Wiedervereinigung mit der Heimat, nach all den Kämpfen, der Einsamkeit, dem Schmerz und dem Tod (Hebr 11,13-16).
DAS VERSPRECHEN
Jenseits der Prophezeiung, die erfüllte Verheißung. Das gelobte Land war Er; die Verheißung einer Rückkehr würde sich in Ihm erfüllen; die Prophezeiung, dass wir von dort, wo wir verstreut oder verlassen oder verloren waren, gesammelt werden, war in Ihm; die Vision einer Stadt des Friedens, in der wir wohnen können, war in Ihm; das neue Volk konnte nicht ohne Ihn in seiner Mitte sein; die Fülle von Brot und Wein, von Milch und Honig, von Kindern und Häusern und Gärten war in Ihm... Er hat in sich selbst die Sehnsüchte aller Völker erfüllt. Sein Gang durch diese Welt hat einen neuen Weg geöffnet, einen menschlich-göttlichen Korridor, einen Korridor des Lebens, der ebener und sicherer ist als alle, die der Mensch geöffnet hat, um aus Horrorszenarien zu entfliehen. Sein eigenes Ostern ist der Weg, auf dem wir gehen können, ohne dass wir Waffen, Drohungen oder unmögliche Verteidigungsmaβnahmen brauchen. In all diesen schmerzhaften Situationen der Menschheit ist Er gegenwärtig, Er begleitet uns mit einer Kraft, die größer ist als der Tod, nämlich der Liebe, die das zerstreute Volk wieder zusammenführt, mit Frieden, mit Sanftmut, mit Gewaltlosigkeit, mit Demut, mit Liebe und Barmherzigkeit. Nicht Waffen werden uns Frieden geben, sondern die Kraft einer Liebe, die den Tod und das Böse besiegt. Er hat die Steine (Joh 8,1ff) unseres Zorns, unserer Konflikte mit der eindringlichen Geste der Barmherzigkeit, der Vergebung gestoppt. So wollen wir uns auf Ostern einlassen und uns mit Ihm auf die Heilige Reise begeben, die Er selbst vom Schoß des Vaters hin zum Schoß Marias angetreten hat, zusammen mit einer Gruppe von Männern und Frauen, die Seine Worte des Lebens hörten, Sein Heil berührten und Sein Brot und Seinen Wein teilten, bis hin zum Kreuz, von dem aus Er alle zu sich zog, denn nur eine Liebe, die Leben schenkt, kann uns zu sich ziehen. Dieses unschuldige und friedliche Leiden hat uns, die wir zerstreut waren, wieder zusammengeführt und uns in der Kraft des Geistes zum Vater gebracht (Joh 11,51). Entscheiden wir uns in unseren Herzen für die Heilige Reise des Friedens. Heute, an diesem Osterfest, in diesem Moment der Menschheit. Als Kirche des Herrn haben wir einen dringenden Auftrag: inmitten einer zerstreuten und mörderischen Welt ein Volk zu sein, das zerstörerische Vertreibungen in heilige Wege des Lebens und nicht des Todes verwandelt; ein "Ort der Einheit und des Friedens" (Eucharistisches Gebet VI b) zu sein, der jede Gewalt, jede bewaffnete Aggression, jede Verletzung von Würde und Freiheit verbannt; dieser unserer Welt zu versichern, dass "die Menschheit nicht dazu bestimmt ist, verloren und verwirrt zu sein" (Synodalität im Leben und in der Sendung der Kirche, 121); der Welt mit Zuversicht, Offenheit und Mut das Wort des Lebens und des Heils zu verkünden, das von Christus und von ihm allein kommt; uns für die ganze Menschheit als "Keim der Einheit, der Hoffnung und des Heils" (Lumen Gentium, 9) zu erweisen; damit die Waffen nicht die Gesten der Nähe, des Dialogs und der Begegnung ersetzen; damit wir Menschen auf dieser Erde vereint leben, versammelt im Namen dessen, was uns über alle anderen Bande hinweg eint: dass wir Kinder Gottes und damit Brüder und Schwestern sind (Fratelli Tutti). Lasst uns die Heilige Reise antreten als geeintes Volk, als Kirche, als geeinte Schar, die den Herrn liebt und ein lebendiges Evangelium lebt, unterwegs. Vielleicht werden diese Kriege diese schlafende und in Quarantäne lebende Welt aufwecken und wir werden uns erheben, wir werden gemeinsam vorangehen als eine Menschheit, ein Volk, vereint in Seinem Namen, dem Aufbau einer neuen Welt verpflichtet. Maria, Mutter Gottes und der Kirche, du hast die Menschen nach der Auferstehung des Sohnes versammelt zum gemeinsamen Warten auf den Heiligen Geist, der uns auf die Füße stellt und uns antreibt, durch diese Welt zu gehen. Begleite uns auf unserer Pilgerreise, in unseren Exilen und Verbannungen, in unseren Exodus und Wüsten, damit wir Männer und Frauen zu dem Gott des Friedens und des Lebens führen, der Heimat, die in deinem Sohn Jesus Christus, unserem Herrn, auferstanden und lebendig unter uns, erwartet, versprochen und erfüllt wurde.
Frohe Ostern auf der Heiligen Reise des Friedens. Frohe Ostern der Auferstehung!
M. Prado González Heras Präsidentin
Föderation der Bekehrung des Heiligen Augustinus
UND SICH IN SEINEM HERZEN ZUR HEILIGEN REISE ENTSCHEIDET. (Psalm 84)
Osterbrief der Einheit 2022
DIE HEILIGE REISE EINEN BEWAFFNETEN FRIEDEN?
Frieden ist eine Frucht mit Verfallsdatum. Wir schaffen es nicht, ihn als dauerhafte Lebensweise zu etablieren. Wir leben in der Angst, dass er uns gestohlen wird, und wir errichten Verteidigungssysteme, Mauern und Panzer um ihn herum, bis er zu einem Besitz oder einer Festung wird, die es zu bewachen gilt, sogar mit Waffen. Ist Frieden eine menschliche Unmöglichkeit? Er dient uns zum Nutzen einiger weniger, und obwohl seine Schönheit in dem liegt, dass er viele oder alle umfasst, werden wir, indem wir uns in ihm einnisten, von der Gleichgültigkeit überwältigt, die mit allem Wohlstand einhergeht. Die Staaten des sozialen Friedens werden ständig von Konflikten, Streitigkeiten und Missverständnissen heimgesucht, und der alltägliche Frieden offenbart sich beispielhaft auf Ebene der menschlichen Beziehungen. Pausenlos wird der ersehnte Frieden überschattet von unseren ungeschickten persönlichen Streitereien, unseren gnadenlosen Spielchen, die uns von unseren Brüdern und Schwestern entfremden, unser nie endender kainitischer Neid, unsere Anfälligkeiten und Verwundbarkeiten... Jeder kennt seine persönlichen Waffen, und ist sich ihrer bewusst. Der bedrohte Friede, in dem wir leben, treibt uns nicht nur dazu, uns bis auf die Zähne zu verteidigen, er belebt die Grausamkeit, aber auch die Hoffnung auf ein Versprechen, das wir nie verschwinden lassen können. Dieses treibt uns an, uns auf den Weg zu machen, hinauszugehen, eine Heimat zu suchen, ein Nest, ein Land, in dem wir leben können, ohne versklavt zu werden, ohne vertrieben zu werden, ohne verletzt, misshandelt zu werden, mit dem einzigen Wunsch und Bedürfnis, ein Land zu bewohnen, nicht um es zu zerstören, sondern um es dankbar zu pflegen, darin zu wohnen, darin zu leben und existieren, gemeinsam mit anderen. Ein Volk, das im Frieden lebt, was unsere ursprüngliche Berufung ist.
ZERSTREUUNG
Es ist eine uralte Geschichte. Das Böse zerstreut, verunsichert, trennt, isoliert, entfernt, errichtet Mauern. Die Menschen fliehen aus ihrer Heimat, die Welt kommt und geht, hin und her geworfen von diesem apokalyptischen Pferd, das aufgewühlt im Herzen der Menschen umhergaloppiert. Das ist der Grund für alle Paschafeste: das des Auszugs des Volkes Israel und das des babylonischen Exils und der Rückkehr nach Israel; das Abrahams, Isaaks und Jakobs, das Josefs... das des Jesuskindes in Ägypten und das seiner Kreuzigung und seines Todes außerhalb der Mauern der Stadt des Friedens, Jerusalem. Das Paschafest des Volkes Israel ist unser Paschafest: ein ganzes Volk, eine menschliche Gemeinschaft, die gezwungen ist, den Ort, den sie bewohnt, überstürzt zu verlassen, bedrängt von einer brutalen Bedrohung: die Streitwagen des Pharao, die Armee Nebukadnezars, die Vernichtungspanzer, die Atomwaffen, Dürren und Hungersnöte, die Bedrohung durch Volksstämme... Weder Angst noch Tod bleiben zurück. Das, was zurückbleibt, ist dasselbe, das sie gestern zurückgelassen haben, dieses Gestern, das uns immer auf den Fersen ist: die Familie, das Haus, die Arbeit, die Felder, die Ernte, das frühere Leben, was immer es sein mag. Über Nacht packen ganze Dörfer ein paar Habseligkeiten in einen Koffer, die es ihnen ermöglichen zu fliehen, sie rennen die Straßen entlang, in die Wälder, die Männer bleiben zum Kämpfen zurück und die Frauen tragen das beste Gepäck, ihre kleinen Kinder. Es gibt keine Zeit zu verlieren, das Lamm wird im Stehen gegessen, ganz, ein Jahr alt, mit der Bitterkeit, nicht ruhen zu können, ohne jedliche Rast. Gott drängt: "Mein Volk, zieh fort" (1. Mose 12,1; Jes 48,20; 52,11; Jer 51,6.45 "Flieht aus Babylon, rettet euer Leben, sterbt nicht durch ihre Schuld"; Offb 2,92; 18,4), zieht fort, heraus aus den Orten eurer Unterdrückung, weit weg vom Unterdrücker, vom Tyrannen, fern vom Diktator (2. Mose 3,7). Sie fliehen mit den Streitwagen im Rücken und mit der mörderischen Bedrohung dicht hinter sich, wie gestern, wie seit jeher! Ganze Völker kämpfen gegen andere komplette Völker; ganze Völker verlassen Ägypten wie gestern, dringen in die Wüsten vor und verteilen sich, zerrissen, zerstreut bilden sie einen bedeutenden Prozentsatz der Bevölkerung in ihrem Zufluchtsland, zu Hunderten, zu Tausenden, Millionen treiben in einem zeitlosen Rennen dahin. Wir sind Zeugen dieser schwindelerregenden Reisen. Wir sahen, wie Lastkähne an den Stränden Europas anlegten und die Schwachen auf dem weißen Sand starben, wissend, dass "es keinen Ausweg gibt", aber mit dem Versprechen, Leben zu retten. "Der Mensch ist nicht Herr seiner eigenen Wege" (Jer 10,23). Aber Gott ist es auch nicht: Eine Familie mit einem neugeborenen Kind auf der Flucht vor dem Neid eines Tyrannen (Mt 2,13-15; 19-23). Nach Ägypten, nach Polen, nach Manhattan, nach Deutschland, nach Spanien?
DIE PROPHEZEIUNG
Der Mangel, die Grausamkeit und die Hoffnung haben die dramatische (tragische!) Exodus- und Exils-Situation der Menschen geprägt. Es gibt kein größeres Bedürfnis und keine größere Rechtfertigung für Hoffnung als in Zeiten wie diesen, aber es gibt keine Hoffnung ohne Inhalt, ohne Verheißung. Was wird unserer Hoffnung einen Sinn geben, das diesen schmerzlichen Verkehrsstrom unserer Menschheit rechtfertigen könnte? Und wer wird dieser Hoffnungslosigkeit und Verzweiflung Grenzen setzen? Wird es eine Rückreise geben oder werden sie ein bewohnbares Land finden? Im Exodus oder Exil lebt man vom Sich-losreiβen hin zur Nostalgie, von der Nostalgie hin zur Erinnerung, von der Erinnerung hin zum Vergessen, vom Vergessen zur Anpassung und von der Anpassung zur unmöglichen Rückkehr. "Es ist nicht so, dass ich nicht mehr zurückkehre, weil ich vergessen habe, sondern weil ich den Rückweg verloren habe.” Man gelangt hin zum Vergessen, aber das Vergessen lässt das Menschsein nicht wachsen, sondern sie reduziert es. Das Schlüsselwort für eine Rückkehr ist "sich erinnern" (Dtn 4,10; 6,4-9), denn wer vergisst, hat die Hoffnung verloren, die Tugend desjenigen, der sich "auf den Weg macht in Richtung eines Ziels”. So wie Mose das Volk durch die Wüste in das Land geführt hat, in dem Milch und Honig fließen, werden die Propheten vom Leben vor und im Exil sprechen und von den Verheißungen, von der Treue und der Hoffnung auf einen Gott, der uns nie im Stich lässt, der uns vor all der Undankbarkeit bewahren kann, die das Leben immer mit sich bringt. "Wohin sollen wir gehen? Du allein hast Worte des ewigen Lebens“ (Joh 6,60-69). Die Prophezeiung ist keine andere als: "Er wird euch wieder sammeln" und "ihr werdet in das Land zurückkehren, das ihr verlassen habt" (Dtn 30, 1-5), ihr werdet aus Assyrien, Deutschland, Ägypten, Schinar, Polen, Patros, Äthiopien, Eritrea, Amerika, Spanien, Elam, Nigeria, Italien, Rumänien und Hamat zurückkehren, und ihr werdet das Meer wieder überqueren (Jes 11, 11-12; Jer 29, 14; Ex 20, 41-42), bis ihr zurückkehrt. Könnten wir uns die Reaktion auf diese prophetischen Worte vorstellen, gerichtet an diese großen Gemeinschaften in der Diaspora, im Exil, in endlosen Wüsten, außerhalb ihrer Herkunftsstädte und dazu bestimmt, auf Dauer keine Heimat zu finden? Brauchen wir heute nicht auch eine prophetische Stimme, die uns über den Tod erhebt und uns auffordert, unermüdlich auf den Frieden zuzugehen, mit keinen anderen Waffen als Gerechtigkeit, Güte, Dialog, gegenseitigem Vertrauen und Achtung der Menschenwürde? Braucht es nicht auch heute eine Stimme, die Hoffnung macht, eine Stimme, die nicht aufhört, die mögliche Einheit, die Gemeinschaft zwischen leiblichen Brüdern und Schwestern zu suchen; eine Stimme, die uns nicht zerstört, die uns nicht noch mehr in den Abgrund drängt, die uns nicht alle aufdringlich und böswillig angreift. Die Prophetie verurteilt ein Übel und kündigt zugleich das Gute an, zu dem wir berufen sind. Die Prophezeiung ermutigte zur Heiligen Reise, die Rückreise eines ganzen Volkes, die Wiedervereinigung mit der Heimat, nach all den Kämpfen, der Einsamkeit, dem Schmerz und dem Tod (Hebr 11,13-16).
DAS VERSPRECHEN
Jenseits der Prophezeiung, die erfüllte Verheißung. Das gelobte Land war Er; die Verheißung einer Rückkehr würde sich in Ihm erfüllen; die Prophezeiung, dass wir von dort, wo wir verstreut oder verlassen oder verloren waren, gesammelt werden, war in Ihm; die Vision einer Stadt des Friedens, in der wir wohnen können, war in Ihm; das neue Volk konnte nicht ohne Ihn in seiner Mitte sein; die Fülle von Brot und Wein, von Milch und Honig, von Kindern und Häusern und Gärten war in Ihm... Er hat in sich selbst die Sehnsüchte aller Völker erfüllt. Sein Gang durch diese Welt hat einen neuen Weg geöffnet, einen menschlich-göttlichen Korridor, einen Korridor des Lebens, der ebener und sicherer ist als alle, die der Mensch geöffnet hat, um aus Horrorszenarien zu entfliehen. Sein eigenes Ostern ist der Weg, auf dem wir gehen können, ohne dass wir Waffen, Drohungen oder unmögliche Verteidigungsmaβnahmen brauchen. In all diesen schmerzhaften Situationen der Menschheit ist Er gegenwärtig, Er begleitet uns mit einer Kraft, die größer ist als der Tod, nämlich der Liebe, die das zerstreute Volk wieder zusammenführt, mit Frieden, mit Sanftmut, mit Gewaltlosigkeit, mit Demut, mit Liebe und Barmherzigkeit. Nicht Waffen werden uns Frieden geben, sondern die Kraft einer Liebe, die den Tod und das Böse besiegt. Er hat die Steine (Joh 8,1ff) unseres Zorns, unserer Konflikte mit der eindringlichen Geste der Barmherzigkeit, der Vergebung gestoppt. So wollen wir uns auf Ostern einlassen und uns mit Ihm auf die Heilige Reise begeben, die Er selbst vom Schoß des Vaters hin zum Schoß Marias angetreten hat, zusammen mit einer Gruppe von Männern und Frauen, die Seine Worte des Lebens hörten, Sein Heil berührten und Sein Brot und Seinen Wein teilten, bis hin zum Kreuz, von dem aus Er alle zu sich zog, denn nur eine Liebe, die Leben schenkt, kann uns zu sich ziehen. Dieses unschuldige und friedliche Leiden hat uns, die wir zerstreut waren, wieder zusammengeführt und uns in der Kraft des Geistes zum Vater gebracht (Joh 11,51). Entscheiden wir uns in unseren Herzen für die Heilige Reise des Friedens. Heute, an diesem Osterfest, in diesem Moment der Menschheit. Als Kirche des Herrn haben wir einen dringenden Auftrag: inmitten einer zerstreuten und mörderischen Welt ein Volk zu sein, das zerstörerische Vertreibungen in heilige Wege des Lebens und nicht des Todes verwandelt; ein "Ort der Einheit und des Friedens" (Eucharistisches Gebet VI b) zu sein, der jede Gewalt, jede bewaffnete Aggression, jede Verletzung von Würde und Freiheit verbannt; dieser unserer Welt zu versichern, dass "die Menschheit nicht dazu bestimmt ist, verloren und verwirrt zu sein" (Synodalität im Leben und in der Sendung der Kirche, 121); der Welt mit Zuversicht, Offenheit und Mut das Wort des Lebens und des Heils zu verkünden, das von Christus und von ihm allein kommt; uns für die ganze Menschheit als "Keim der Einheit, der Hoffnung und des Heils" (Lumen Gentium, 9) zu erweisen; damit die Waffen nicht die Gesten der Nähe, des Dialogs und der Begegnung ersetzen; damit wir Menschen auf dieser Erde vereint leben, versammelt im Namen dessen, was uns über alle anderen Bande hinweg eint: dass wir Kinder Gottes und damit Brüder und Schwestern sind (Fratelli Tutti). Lasst uns die Heilige Reise antreten als geeintes Volk, als Kirche, als geeinte Schar, die den Herrn liebt und ein lebendiges Evangelium lebt, unterwegs. Vielleicht werden diese Kriege diese schlafende und in Quarantäne lebende Welt aufwecken und wir werden uns erheben, wir werden gemeinsam vorangehen als eine Menschheit, ein Volk, vereint in Seinem Namen, dem Aufbau einer neuen Welt verpflichtet. Maria, Mutter Gottes und der Kirche, du hast die Menschen nach der Auferstehung des Sohnes versammelt zum gemeinsamen Warten auf den Heiligen Geist, der uns auf die Füße stellt und uns antreibt, durch diese Welt zu gehen. Begleite uns auf unserer Pilgerreise, in unseren Exilen und Verbannungen, in unseren Exodus und Wüsten, damit wir Männer und Frauen zu dem Gott des Friedens und des Lebens führen, der Heimat, die in deinem Sohn Jesus Christus, unserem Herrn, auferstanden und lebendig unter uns, erwartet, versprochen und erfüllt wurde.
Frohe Ostern auf der Heiligen Reise des Friedens. Frohe Ostern der Auferstehung!
M. Prado González Heras Präsidentin
Föderation der Bekehrung des Heiligen Augustinus
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Cenicientos se prepara para acoger "La noche de la historia" un día en el que la cultura, el arte, la música, el teatro, la artesanía, la literatura, la fotografía, la pintura llenarán las calles del pueblo. Los jóvenes artistas y artesanos con sus manos, voces y creatividad nos descubrirán la belleza en un día apasionante. Lugar: Cenicientos Día: 30 de Abril Hora: desde las 11 de la mañana hasta la madrugada Organizan: Parroquia San Esteban Protomártir y el Excmo. Ayuntamiento de Cenicientos |
Hoy vienes, 25 de marzo, el Papa Francisco consagrará a Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María.
El acto, presidido por el papa Francisco desde la basílica de San Pedro, tendrá lugar aproximadamente a las 6:30 p.m (hora de Roma), en el contexto de la celebración penitencial “24 horas para el Señor” que comenzará a las 5:00 p.m. El mismo día, esta consagración será realizada en Fátima por el cardenal Krajewski, como enviado del papa Francisco, y será realizado por obispos de todo el mundo.
Hace unos días, los obispos católicos de Ucrania pedían al obispado de Roma que consagrara públicamente a ambos países al inmaculado Corazón de María, tal y como lo pidió la Virgen de Fátima en sus apariciones en 1917.
Su esperanza, es que, con esta consagración pública, se ponga fin a la guerra que comenzó el pasado 24 de febrero con la invasión de las tropas rusas a Ucrania. La consagración de Rusia y el mundo entero al Inmaculado Corazón de María ya la hizo el papa San Juan Pablo II en 1984 en el Vaticano.
La Iglesia en el mundo se unirá al rezo del Santo Padre por el pueblo ucraniano y ruso.
El acto, presidido por el papa Francisco desde la basílica de San Pedro, tendrá lugar aproximadamente a las 6:30 p.m (hora de Roma), en el contexto de la celebración penitencial “24 horas para el Señor” que comenzará a las 5:00 p.m. El mismo día, esta consagración será realizada en Fátima por el cardenal Krajewski, como enviado del papa Francisco, y será realizado por obispos de todo el mundo.
Hace unos días, los obispos católicos de Ucrania pedían al obispado de Roma que consagrara públicamente a ambos países al inmaculado Corazón de María, tal y como lo pidió la Virgen de Fátima en sus apariciones en 1917.
Su esperanza, es que, con esta consagración pública, se ponga fin a la guerra que comenzó el pasado 24 de febrero con la invasión de las tropas rusas a Ucrania. La consagración de Rusia y el mundo entero al Inmaculado Corazón de María ya la hizo el papa San Juan Pablo II en 1984 en el Vaticano.
La Iglesia en el mundo se unirá al rezo del Santo Padre por el pueblo ucraniano y ruso.
Oración de Consagración al Corazón Inmaculado de María
Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.
Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.
En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con ternura.
Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión. En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: «¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?». Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.
Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3). Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.
Acoge, oh Madre, nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra.
Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación.
Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traer la armonía de Dios al mundo.
Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar.
Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad.
Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.
Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por nosotros hagan florecer este valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece, que tu oración nos disponga a la paz. Que tus manos maternas acaricien a los que sufren y huyen bajo el peso de las bombas. Que tu abrazo materno consuele a los que se ven obligados a dejar sus hogares y su país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la compasión, nos impulse a abrir puertas y a hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.
Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó a ti. Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu madre» (v. 27). Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti. El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos diezmados a causa de la guerra, el hambre, las injusticias y la miseria.
Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania. Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra, provee al mundo de paz. El sí que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de tu Corazón, la paz llegará. A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.
Que a través de ti la Divina Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios. Tú que eres «fuente viva de esperanza», disipa la sequedad de nuestros corazones. Tú que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por sendas de paz. Amén.
Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos, Señor.
En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces con ternura.
Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión. En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: «¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?». Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.
Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3). Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.
Acoge, oh Madre, nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra.
Tú, arca de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación.
Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a traer la armonía de Dios al mundo.
Extingue el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar.
Líbranos de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad.
Reina de la paz, obtén para el mundo la paz.
Que tu llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por nosotros hagan florecer este valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece, que tu oración nos disponga a la paz. Que tus manos maternas acaricien a los que sufren y huyen bajo el peso de las bombas. Que tu abrazo materno consuele a los que se ven obligados a dejar sus hogares y su país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la compasión, nos impulse a abrir puertas y a hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.
Santa Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó a ti. Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu madre» (v. 27). Madre, queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti. El pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos diezmados a causa de la guerra, el hambre, las injusticias y la miseria.
Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania. Acoge este acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra, provee al mundo de paz. El sí que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de tu Corazón, la paz llegará. A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.
Que a través de ti la Divina Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios. Tú que eres «fuente viva de esperanza», disipa la sequedad de nuestros corazones. Tú que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por sendas de paz. Amén.
2022-066_p._gen._lettera_per_affidamento_di_ucraina_e_russia_a_maria__spa_.pdf | |
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Queridos hermanos y amigos, en plena cuaresma, atisbando de lejos la mañana de Pascua, os queremos invitar a vivir junto a nosotras un espacio de oración. Tendrá lugar mañana jueves 24 de marzo en la parroquia Nuestra Señora del Rosario de Madrid a las 20:15 h.
Este verano participamos con la Diócesis de Ávila en la peregrinación Europa de Jóvenes a Santiago de Compostela Del 28 de Julio al 7 de Agosto (desde 4º ESO) ¿Te vienes? |
A las ocho de la mañana de este Miércoles de Ceniza comenzaba la Jornada de Oración por la Paz en la parroquia de Sotillo de la Adrada (Ávila) donde las hermanas del Monasterio de la Conversión de forma continua y los vecinos del municipio que han ido llegando en distintos momentos, hemos acompañado al Santísimo que ha permanecido expuesto hasta las siete de la tarde, momento en el que hemos celebrado todos juntos la Eucaristía.
De esta forma, nos hemos unido a la Jornada de Oración y Ayuno que el Papa Francisco había pedido para este día ofrecido por la paz. Durante las oraciones de Laudes y Vísperas se han hecho peticiones expresas por la paz en Ucrania y en el mundo y la Eucaristía ha sido un momento especial de orar todos por la paz y por la conversión en este tiempo de Cuaresma que comenzamos. Con la imposición de ceniza hemos renovado nuestro deseo de seguir a Cristo: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
El pasado día 12 de febrero la Fraternidad de laicos de la Conversión participó en el Encuentro de Fraternidades Laicales Agustinianas que se celebró en la parroquia de San Manuel y San Benito de Madrid.
Participaron aproximadamente 65 personas y junto a nuestra fraternidad, asistieron miembros de las fraternidades del Monasterio de la Vid, del Colegio San Agustín de Madrid, de las parroquias San Manuel y San Benito, Santa Ana y la Esperanza y San Manuel y San Benito (que ejerció de anfitriona), todas ellas de Madrid.
Estuvimos acompañados por varios padres agustinos y por varias de nuestras hermanas del Monasterio de la Conversión. Ellas, junto con miembros de nuestra fraternidad, se encargaron de presentar el tema del encuentro: la oración y como cuidarla desde la fraternidad.
En la presentación del tema del encuentro se nos mostró que cuidar la oración implica profundizar en la esencia de nuestro ser; es el deseo de entrar en comunicación con Dios; es el encuentro con Cristo. Cuidar la oración es atender la necesidad que tiene el hombre de abrirse a la trascendencia.
También se ofrecieron actitudes que ayudan a la oración y se habló también de cómo la relación con Dios despierta el anhelo de más. Además, se hizo un breve recorrido por la carta 130 a Proba de San Agustín en la cual se presenta al hombre como un ser necesitado de ayuda divina, cuya inquietud en el corazón le hace acercarse a la oración, convirtiéndose la misma en necesidad.
Tras la presentación del tema, algunos miembros de nuestra fraternidad dieron testimonio de cómo la oración ayuda en cada momento de la vida y acerca a Dios, presentando cada uno de los que intervinieron la oración de intercesión, la oración litúrgica y la oración de confianza.
A continuación tuvimos un diálogo entre todos los participantes en el encuentro que nos sirvió para enriquecernos mutuamente sobre la experiencia de oración de cada uno.
El encuentro se cerró con una oración preparada por nuestras hermanas del Monasterio que tomó como referencia el Evangelio que se proclamaba ese domingo, el Evangelio de las Bienaventuranzas.
Participaron aproximadamente 65 personas y junto a nuestra fraternidad, asistieron miembros de las fraternidades del Monasterio de la Vid, del Colegio San Agustín de Madrid, de las parroquias San Manuel y San Benito, Santa Ana y la Esperanza y San Manuel y San Benito (que ejerció de anfitriona), todas ellas de Madrid.
Estuvimos acompañados por varios padres agustinos y por varias de nuestras hermanas del Monasterio de la Conversión. Ellas, junto con miembros de nuestra fraternidad, se encargaron de presentar el tema del encuentro: la oración y como cuidarla desde la fraternidad.
En la presentación del tema del encuentro se nos mostró que cuidar la oración implica profundizar en la esencia de nuestro ser; es el deseo de entrar en comunicación con Dios; es el encuentro con Cristo. Cuidar la oración es atender la necesidad que tiene el hombre de abrirse a la trascendencia.
También se ofrecieron actitudes que ayudan a la oración y se habló también de cómo la relación con Dios despierta el anhelo de más. Además, se hizo un breve recorrido por la carta 130 a Proba de San Agustín en la cual se presenta al hombre como un ser necesitado de ayuda divina, cuya inquietud en el corazón le hace acercarse a la oración, convirtiéndose la misma en necesidad.
Tras la presentación del tema, algunos miembros de nuestra fraternidad dieron testimonio de cómo la oración ayuda en cada momento de la vida y acerca a Dios, presentando cada uno de los que intervinieron la oración de intercesión, la oración litúrgica y la oración de confianza.
A continuación tuvimos un diálogo entre todos los participantes en el encuentro que nos sirvió para enriquecernos mutuamente sobre la experiencia de oración de cada uno.
El encuentro se cerró con una oración preparada por nuestras hermanas del Monasterio que tomó como referencia el Evangelio que se proclamaba ese domingo, el Evangelio de las Bienaventuranzas.
Testimonios de nuestros laicos
Fue un encuentro muy enriquecedor. Poder compartir experiencias y aprendizajes en el camino de la Fe con otras fraternidades siempre es positivo. Escuchar a nuestros hermanos como cuidan cada detalle de la oración fue algo muy reconfortante ya que nos dieron pistas de cómo vivir realmente nuestra vida de Fe, con entusiasmo y mucho corazón.
Oscar
La pasada jornada agustiniana ha sido para nosotros un momento precioso de trabajo fraterno por la Unidad, de búsqueda de la interioridad, de entrega a otros hermanos y de compartir la fe a través de la oración y la fraternidad.
Nos ha dado la oportunidad de salir de nosotros mismos y del entorno comunitario para acercarnos a otras fraternidades de España, a las que nos une un mismo camino y espiritualidad agustiniana
Nuria
Para mi, poder compartir mi vida con otros hermanos laicos agustinos ha sido un regalo. Como dije ese día, estaba en el comedor de mi casa compartiendo parte de mi intimidad y la de mi familia, nada fácil por cierto, pero la acogida de estos hermanos lo hizo posible.
Algunas de las personas al finalizar la charla se acercaban para pedirme oraciones por algún familiar. Esto ha creado un vínculo con el que a través de la oración estar unidos con otros hermanos laicos que no conozco.
Fue un momento muy bonito de compartir con mis hermanos de la fraternidad y las hermanas del Monasterio de la Conversión. Especialmente la oración final en la que todos participamos con un solo corazón y una sola alma.
Esther
Algunas de las personas al finalizar la charla se acercaban para pedirme oraciones por algún familiar. Esto ha creado un vínculo con el que a través de la oración estar unidos con otros hermanos laicos que no conozco.
Fue un momento muy bonito de compartir con mis hermanos de la fraternidad y las hermanas del Monasterio de la Conversión. Especialmente la oración final en la que todos participamos con un solo corazón y una sola alma.
Esther
Ante la guerra que se ha desatado en Ucrania tras los ataques militares iniciados por Rusia este jueves, día 24 de febrero, llevamos en el corazón el sufrimiento humano que conlleva un conflicto bélico. Por ello, tenemos muy presentes en la oración a todos los que están sufriendo esta guerra y, por extensión, a todo el mundo porque esta situación nos afecta a todos. Desde la Comunidad de Hermanas Agustinas del Monasterio de la Conversión, os animamos a uniros a esta oración por la paz con el rezo del Rosario –nosotras vamos a rezarlo este sábado a las 12:00h, teniendo como principal intención la paz y el cese de la guerra-; con vuestras peticiones en las Eucaristías que se celebren en las parroquias; en familia; con amigos o, simplemente, rezando un Padre Nuestro. Llamamiento del Papa Francisco |
El Papa ha invitado a creyentes y no creyentes a que se unan a una oración colectiva por la paz, según publica Vatican News. “Jesús nos ha enseñado que a la insensatez diabólica de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno. Invito a todos a hacer el próximo 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, una Jornada de ayuno por la paz. Animo de forma especial a los creyentes para que en ese día se dediquen intensamente a la oración y al ayuno”. El Papa también invocaba a la Virgen María, Reina de la Paz, para que “preserve al mundo de la locura de la guerra”. |
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XLVIII Encuentro JARIS
Consulta el programa, para saber temas y horarios del fin de semana |
Con motivo del encuentro de obispos y alcaldes del Mediterráneo “Frontera Mediterránea de Paz II”, que tendrá lugar en Florencia del 23 al 27 de febrero de 2022, diez monasterios del Mediterráneo han reflexionado juntos sobre el tema de la ciudadanía a partir de la vida y desde la experiencia de las comunidades monásticas, y en comparación con los diferentes contextos a los que pertenecen los monasterios. El resultado es un cuaderno, editado por las Hermanas Agustinas de Pennabilli (Italia), que contiene las reflexiones de las distintas comunidades participantes.
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Los monasterios que componen esta red son: las Benedictinas de Sainte Lioba - Simiane-Collongue (Francia); las Carmelitas de Tánger (Marruecos); las Clarisas de Jerusalén (Israel); la Pequeña Familia de la Anunciación de Ain Arik (Palestina), Ma'in (Jordania); los Religiosos de la Orden Maronita (Líbano); las Carmelitas de Alepo (Siria); las Clarisas de Scutari (Albania); las Agustinas de Rossano Calabro (Italia); las Agustinas de Pennabilli (Italia) y nuestra comunidad de Hermanas Agustinas de Sotillo de la Adrada (España). Nuestra comunidad de Agustinas y las Hermanas Benedictinas de Francia nos hemos unido este año a la red de monasterios.
La red de oración del monasterio, lanzada en Bari en 2020, responde con fuerza a la invitación del Cardenal Bassetti de participar a través de la reflexión y la oración en esta segunda etapa de la Frontera Mediterránea de la Paz.
La red de oración del monasterio, lanzada en Bari en 2020, responde con fuerza a la invitación del Cardenal Bassetti de participar a través de la reflexión y la oración en esta segunda etapa de la Frontera Mediterránea de la Paz.
Como apuntaba el Papa Francisco en su discurso durante el encuentro con los obispos del Mediterráneo en 2020, el Mare Nostrum es “el lugar físico y espiritual donde tomó forma nuestra civilización, fruto del encuentro de diferentes pueblos” y la oración es la tierra que, en medio del Adriático, nos acerca para acogernos y salvarnos, en la que está presente todo el mundo.
La salvación y la resurrección quizás forman parte de “una experiencia demasiado triunfal en el imaginario eclesial”. Pero puede que esta sea una experiencia liberadora que están viviendo nuestras Iglesias: desmoronarse, para ayudar a los náufragos a llegar a la orilla.
“Nuestras Iglesias en el Norte de África y Medio Oriente son las que pagan el precio más alto. Diezmados en número, quedando en una pequeña minoría numérica, sin embargo, no son una Iglesia replegada sobre sí misma. Al contrario, como la Iglesia ya no se preocupa de ocupar o defender espacios de poder, ha redescubierto lo esencial de la fe y del testimonio cristiano”. (Discurso del arzobispo Pizzaballa. Las Iglesias del Mediterráneo una sola voz de verdad y libertad. 2020).
“Nuestras comunidades monásticas viven y se constituyen precisamente en torno a esta experiencia: ser una pequeña minoría que vive por elección la marginalidad de la historia, luchando por abandonar y no ocupar los espacios de poder”. (Encuentro con los obispos del Mediterráneo. Discurso del Papa Francisco. 2020).
La salvación y la resurrección quizás forman parte de “una experiencia demasiado triunfal en el imaginario eclesial”. Pero puede que esta sea una experiencia liberadora que están viviendo nuestras Iglesias: desmoronarse, para ayudar a los náufragos a llegar a la orilla.
“Nuestras Iglesias en el Norte de África y Medio Oriente son las que pagan el precio más alto. Diezmados en número, quedando en una pequeña minoría numérica, sin embargo, no son una Iglesia replegada sobre sí misma. Al contrario, como la Iglesia ya no se preocupa de ocupar o defender espacios de poder, ha redescubierto lo esencial de la fe y del testimonio cristiano”. (Discurso del arzobispo Pizzaballa. Las Iglesias del Mediterráneo una sola voz de verdad y libertad. 2020).
“Nuestras comunidades monásticas viven y se constituyen precisamente en torno a esta experiencia: ser una pequeña minoría que vive por elección la marginalidad de la historia, luchando por abandonar y no ocupar los espacios de poder”. (Encuentro con los obispos del Mediterráneo. Discurso del Papa Francisco. 2020).
Nuestra Comunidad en la Red de Monasterios del Mediterráneo
Respondiendo a la invitación de la Comunidad de Hermanas Agustinas de Pennabilli (Italia) de participar en esta Red de Oración de Monasterios del Mediterráneo, este año hemos empezado a formar parte de esta red que constituye un espacio idóneo de reflexión y oración sobre la situación que se vive en el área del Mediterráneo pero que también engloba a todo el mundo. Es una oportunidad de trabajar y rezar juntos por la paz y la unidad de todos los pueblos de la tierra.
A continuación, compartimos con vosotros nuestra aportación a esta red de monasterios, después de la jornada de reflexión vivida en nuestra Comunidad, que se incluye en el cuaderno de reflexión sobre el Mediterráneo –que también os facilitamos en documento adjunto- y en el que constan las reflexiones de los demás monasterios participantes de la red.
A continuación, compartimos con vosotros nuestra aportación a esta red de monasterios, después de la jornada de reflexión vivida en nuestra Comunidad, que se incluye en el cuaderno de reflexión sobre el Mediterráneo –que también os facilitamos en documento adjunto- y en el que constan las reflexiones de los demás monasterios participantes de la red.
Quiénes somos
Somos una comunidad de la Orden de San Agustín (OSA), perteneciente a la Federación de la Conversión de San Agustín. Estamos ubicadas en Sotillo de la Adrada, un pueblo al sur de la ciudad de Ávila, cerca de Madrid, la capital de España. Nuestra casa está en la montaña, dentro del Valle del Tiétar, para que todos puedan venir y encontrarse con la experiencia fuerte del Resucitado, la vida nueva que Él nos regala.
El compromiso de nuestra comunidad no es otro que vivir la comunión del cielo aquí en la tierra. Hacer de la comunión una forma de vida. Es decir, trabajar por la comunión y la unidad en todos los ámbitos de nuestra pequeña y humilde existencia: en el seno de nuestras propias relaciones comunitarias; promover la unidad y la comunión en el tejido social, en nuestra sociedad, en el lugar donde vivimos, en las relaciones con nuestros hermanos y hermanas, con cada persona que se acerca o se aleja, con las personas con las que entramos en contacto; especialmente frente a quienes tienen más dificultad para vivir en esta dimensión y sufren las consecuencias.
Queremos recorrer el camino de la Conversión en Comunión. Esto es un regalo para nosotros, pero también una tarea. Toda nuestra pequeña vida, todo nuestro trabajo apostólico, descansa sobre estos dos pilares y está comprometido con estas dos tareas. Puedes conocer el carisma de la comunidad en nuestro sitio web: www.monasteriodelaconversion.com
El compromiso de nuestra comunidad no es otro que vivir la comunión del cielo aquí en la tierra. Hacer de la comunión una forma de vida. Es decir, trabajar por la comunión y la unidad en todos los ámbitos de nuestra pequeña y humilde existencia: en el seno de nuestras propias relaciones comunitarias; promover la unidad y la comunión en el tejido social, en nuestra sociedad, en el lugar donde vivimos, en las relaciones con nuestros hermanos y hermanas, con cada persona que se acerca o se aleja, con las personas con las que entramos en contacto; especialmente frente a quienes tienen más dificultad para vivir en esta dimensión y sufren las consecuencias.
Queremos recorrer el camino de la Conversión en Comunión. Esto es un regalo para nosotros, pero también una tarea. Toda nuestra pequeña vida, todo nuestro trabajo apostólico, descansa sobre estos dos pilares y está comprometido con estas dos tareas. Puedes conocer el carisma de la comunidad en nuestro sitio web: www.monasteriodelaconversion.com
una comunión en la diversidad
Teniendo en cuenta nuestro carisma, esta primera pregunta nos interpela mucho. En primer lugar, la estructura misma de nuestra federación manifiesta esta comunión en la diversidad. Está formado por cuatro comunidades, dos de las cuales están ubicadas en América del Norte y del Sur, respectivamente, y dos en Europa. Nuestra historia nos ha llevado a formar una unidad que reúne geografías distantes.
La diversidad entre nosotras, como comunidad contemplativa, no es sólo por el lugar de origen –ya que actualmente entre nosotras hay hermanas de España, Hungría, Alemania, Polonia, Irlanda, Costa Rica, Colombia y Perú- también vivimos el desafío de una diversidad formativa, espiritual, generacional, social, de necesidades, estructura física, etc. Este tipo de desigualdad es a menudo una fuente de tensión en nuestro mundo. Generan conflictos porque el que es diferente a mí parece quitarme algo, parece molestarme, como si fuera mi rival o mi enemigo. Superar este problema requiere, en cierto sentido, perder algo de lo mío para dar lugar al otro, manteniendo la caridad como ley principal. Al final, se necesita un camino de conversión.
Nuestra forma de vida contiene en concreto elementos de gran valor que, poco a poco, nos hacen comprender y experimentar el sentido de la unidad. Nuestros talleres artesanales, por ejemplo, son una oportunidad de crecimiento fraterno, no solo a nivel comunitario, sino también con todos aquellos que se acercan a nosotros y quieren compartir el tiempo de trabajo. Trabajar juntos nos hace sentir la necesidad que tenemos el uno del otro. Las capacidades particulares de cada uno se manifiestan como un don para los demás y para el mundo.
Nuestra vida interior y formativa es también signo de esta comunión en la diversidad. Cultivamos el estudio bebiendo de la espiritualidad agustiniana, como dicen las Constituciones de nuestra Orden: “La preocupación por responder adecuadamente a los problemas y angustias que aquejan a los hombres de todos los tiempos debe inspirar nuestros estudios”. (Constituciones de nuestra Orden, capítulo VII, punto 128). El estudio y la reflexión son herramientas para llegar a una comprensión más precisa del misterio del ser humano y, por tanto, para abrir caminos de entendimiento entre diferentes personas.
La liturgia también nos ayuda en el camino de la comunión. Es un lugar central en nuestra forma de vida y vemos cuánto nos ayuda a ser expresión de alabanza dentro de la diversidad. Es un lugar donde las diferencias se desvanecen en un segundo plano y nuestras voces se unen en una sola voz.
“¡Feliz el Aleluya que allí cantaremos! Será un Aleluya seguro y sin miedo, porque allí no habrá enemigo, ningún amigo se perderá. Allí, como ahora aquí, resonarán alabanzas divinas...". (San Agustín, Discurso 256.2: PL 38, 1191-1193).
Junto a todo esto, el ecumenismo tiene mucho peso en nuestro carisma, como camino que sana las divisiones y favorece la unidad entre los pueblos y las iglesias cristianas, tan plurales en el área mediterránea. Vivimos de manera especial la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, durante la cual realizamos actividades formativas, espirituales y de encuentro fraterno con otras iglesias cristianas. A lo largo de los años, el ecumenismo ha ocupado un espacio cada vez más importante en nuestros corazones, ya que hemos experimentado su fuerza unificadora, cuyo efecto se extiende por toda la sociedad.
En la misión de nuestra comunidad, la acogida es algo central. Nuestro monasterio se convierte en una tierra donde comienza a crecer la pertenencia común de todos a un mismo mundo. Nuestra casa de huéspedes está abierta a todos los que lleguen, independientemente de su religión o denominación, no solo para su enriquecimiento, sino también para el nuestro. Es una manera de no cerrarnos y permitir que todo lo que es parte de lo humano, aun cuando sea diferente y extraño, nos alcance y se haga nuestro.
Así nació el Proyecto ITER, que hace de nuestra casa un lugar de acogida para todas las personas que, por el motivo que sea, necesitan seguir un camino de sanación, maduración o conversión, con especial intensidad. La vida comunitaria, con nuestro ritmo de oración y trabajo, la profundidad de la fraternidad y el acompañamiento personal de las hermanas, son las herramientas fundamentales que animan este itinerario, de ahí el nombre: iter.
Nuestra misión en el Camino de Santiago nace del deseo de salir a buscar lo diferente, en lugar de esperar a que llegue. Sabíamos que algunas personas nunca vendrían a nuestro monasterio y sentimos el llamado a dar el primer paso hacia ellas. Cada tarde, acogiendo y escuchando a los peregrinos en nuestro albergue, tocamos el corazón de la investigación humana más esencial y somos testigos del infinito de caminos que Dios ha trazado para cada persona.
Vivimos la comunión en la diversidad con una actitud de escucha que nos interpela: ¿Qué nos piden los que son diferentes a nosotros? Queremos escuchar quién es diferente. De ahí nacen los itinerarios, que consisten en la presencia temporal de un pequeño grupo de hermanas en un lugar extranjero para escuchar lo que nos pide, cuáles son sus necesidades, qué trabajo podemos hacer en esa cultura diferente a la nuestra. Hasta el momento, la comunidad ha estado presente en Hungría en ocho ocasiones, y también ha tenido la oportunidad de hacer una incursión en Polonia.
La diversidad entre nosotras, como comunidad contemplativa, no es sólo por el lugar de origen –ya que actualmente entre nosotras hay hermanas de España, Hungría, Alemania, Polonia, Irlanda, Costa Rica, Colombia y Perú- también vivimos el desafío de una diversidad formativa, espiritual, generacional, social, de necesidades, estructura física, etc. Este tipo de desigualdad es a menudo una fuente de tensión en nuestro mundo. Generan conflictos porque el que es diferente a mí parece quitarme algo, parece molestarme, como si fuera mi rival o mi enemigo. Superar este problema requiere, en cierto sentido, perder algo de lo mío para dar lugar al otro, manteniendo la caridad como ley principal. Al final, se necesita un camino de conversión.
Nuestra forma de vida contiene en concreto elementos de gran valor que, poco a poco, nos hacen comprender y experimentar el sentido de la unidad. Nuestros talleres artesanales, por ejemplo, son una oportunidad de crecimiento fraterno, no solo a nivel comunitario, sino también con todos aquellos que se acercan a nosotros y quieren compartir el tiempo de trabajo. Trabajar juntos nos hace sentir la necesidad que tenemos el uno del otro. Las capacidades particulares de cada uno se manifiestan como un don para los demás y para el mundo.
Nuestra vida interior y formativa es también signo de esta comunión en la diversidad. Cultivamos el estudio bebiendo de la espiritualidad agustiniana, como dicen las Constituciones de nuestra Orden: “La preocupación por responder adecuadamente a los problemas y angustias que aquejan a los hombres de todos los tiempos debe inspirar nuestros estudios”. (Constituciones de nuestra Orden, capítulo VII, punto 128). El estudio y la reflexión son herramientas para llegar a una comprensión más precisa del misterio del ser humano y, por tanto, para abrir caminos de entendimiento entre diferentes personas.
La liturgia también nos ayuda en el camino de la comunión. Es un lugar central en nuestra forma de vida y vemos cuánto nos ayuda a ser expresión de alabanza dentro de la diversidad. Es un lugar donde las diferencias se desvanecen en un segundo plano y nuestras voces se unen en una sola voz.
“¡Feliz el Aleluya que allí cantaremos! Será un Aleluya seguro y sin miedo, porque allí no habrá enemigo, ningún amigo se perderá. Allí, como ahora aquí, resonarán alabanzas divinas...". (San Agustín, Discurso 256.2: PL 38, 1191-1193).
Junto a todo esto, el ecumenismo tiene mucho peso en nuestro carisma, como camino que sana las divisiones y favorece la unidad entre los pueblos y las iglesias cristianas, tan plurales en el área mediterránea. Vivimos de manera especial la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, durante la cual realizamos actividades formativas, espirituales y de encuentro fraterno con otras iglesias cristianas. A lo largo de los años, el ecumenismo ha ocupado un espacio cada vez más importante en nuestros corazones, ya que hemos experimentado su fuerza unificadora, cuyo efecto se extiende por toda la sociedad.
En la misión de nuestra comunidad, la acogida es algo central. Nuestro monasterio se convierte en una tierra donde comienza a crecer la pertenencia común de todos a un mismo mundo. Nuestra casa de huéspedes está abierta a todos los que lleguen, independientemente de su religión o denominación, no solo para su enriquecimiento, sino también para el nuestro. Es una manera de no cerrarnos y permitir que todo lo que es parte de lo humano, aun cuando sea diferente y extraño, nos alcance y se haga nuestro.
Así nació el Proyecto ITER, que hace de nuestra casa un lugar de acogida para todas las personas que, por el motivo que sea, necesitan seguir un camino de sanación, maduración o conversión, con especial intensidad. La vida comunitaria, con nuestro ritmo de oración y trabajo, la profundidad de la fraternidad y el acompañamiento personal de las hermanas, son las herramientas fundamentales que animan este itinerario, de ahí el nombre: iter.
Nuestra misión en el Camino de Santiago nace del deseo de salir a buscar lo diferente, en lugar de esperar a que llegue. Sabíamos que algunas personas nunca vendrían a nuestro monasterio y sentimos el llamado a dar el primer paso hacia ellas. Cada tarde, acogiendo y escuchando a los peregrinos en nuestro albergue, tocamos el corazón de la investigación humana más esencial y somos testigos del infinito de caminos que Dios ha trazado para cada persona.
Vivimos la comunión en la diversidad con una actitud de escucha que nos interpela: ¿Qué nos piden los que son diferentes a nosotros? Queremos escuchar quién es diferente. De ahí nacen los itinerarios, que consisten en la presencia temporal de un pequeño grupo de hermanas en un lugar extranjero para escuchar lo que nos pide, cuáles son sus necesidades, qué trabajo podemos hacer en esa cultura diferente a la nuestra. Hasta el momento, la comunidad ha estado presente en Hungría en ocho ocasiones, y también ha tenido la oportunidad de hacer una incursión en Polonia.
la sabiduría de nuestra tradición monástica
En la espiritualidad agustiniana hay un equilibrio entre la primacía de lo común, del bien común, y las necesidades de cada uno. Buscar siempre lo que nos une hace posible integrar lo que nos distingue. Tal vez sea este sabio criterio el que ha dado tanta difusión a la regla de san Agustín, en la que encontramos las palabras de la primera comunidad de Jerusalén (Hch 4,32): “La razón esencial por la que os habéis reunido es que viváis unánimemente en la casa y tengáis unidad de mente y de corazón tendidos a Dios, no digáis nada es mío, pero que todo sea común entre vosotros. El superior os distribuya alimentos y vestidos a cada uno de vosotros; pero no a todos por igual, porque no todos tenéis la misma salud, sino a cada uno según sus necesidades”. (Regla de San Agustín, Capítulo I, Finalidad y fundamento de la vida común, puntos 3 y 4).
La clave de esta armonía es la fraternidad. Nos hacemos hermanos por la gracia, porque él nos une y nos transforma y nos hace sentir parte no sólo de nuestra comunidad religiosa, sino también de la fraternidad universal.
Si miramos los orígenes de la Orden, en el siglo XIII, vemos que la espiritualidad mendicante, que generó tanta vida, todavía tiene mucho que decirnos en el momento presente.
“Con gran intuición, implementaron una estrategia pastoral adecuada a las transformaciones de la sociedad. Dado que muchas personas se trasladaron del campo a las ciudades, ubicaron sus conventos ya no en áreas rurales, sino en áreas urbanas... Con otra opción completamente innovadora, las Órdenes Mendicantes abandonaron el principio de estabilidad, clásico del monaquismo antiguo, para elegir de otra manera… Así los Mendicantes estaban más disponibles para las necesidades de la Iglesia Universal”. (Benedicto XVI, miércoles 13 de enero de 2010, Audiencia general: Las Órdenes Mendicantes, quinto párrafo).
Es durante el nacimiento de las ciudades que nuestra Orden toma forma. Nuestros primeros hermanos entendieron que no tenían que quedarse en valles, montañas o lugares escondidos, sino estar presentes en las ciudades. La nuestra es una espiritualidad ciudadana que promueve la dignidad de la persona y reconoce su ciudadanía. Tiene dignidad y derechos, por lo que puede vivir integrado en la ciudad. Así es como la integración se vuelve real, efectiva. La acogida no puede ser parcial, debe ser total. No es aceptable abandonar a quien llama a las puertas de nuestras ciudades a la orilla del mar o en medio de un bosque. Deben ser reconocidos como ciudadanos y en su dignidad.
También nosotras fuimos acogidas al inicio de nuestra historia comunitaria por las hermanas del monasterio de Lecceto, en Italia, que nos abrieron su casa y apoyaron nuestros primeros pasos. Por eso podemos unirnos a la voz de la caridad que dice que tú me lo hiciste a mí (Mt 25,40) y, animados por lo que hemos recibido, ofrecerlo a los demás: "aliis tradere contemplata" (Santo Tomás de Aquino, II-II, q.188, a.6, c).
“La finalidad de la Orden consiste, unidas unánimemente en la fraternidad y la amistad espiritual, en buscar y adorar a Dios y trabajar al servicio de su pueblo. Así como el principio por el cual los corazones se hacen uno es sólo la unión íntima con Cristo en su cuerpo, que es la iglesia (cf. Col 1, 24), de la que somos miembros y a la que nos dedicamos, así debemos extender la caridad al mundo entero si queremos amar a Cristo "porque los miembros de Cristo están dispersos por todo el mundo". (Ag., In epist. Iohan. 10.8 PL 35.2060) - (Constituciones de la Orden Agustiniana, primera parte: Espíritu de la Orden, capítulo I: Origen, naturaleza, finalidad y testimonio de la Orden, punto 16)
La clave de esta armonía es la fraternidad. Nos hacemos hermanos por la gracia, porque él nos une y nos transforma y nos hace sentir parte no sólo de nuestra comunidad religiosa, sino también de la fraternidad universal.
Si miramos los orígenes de la Orden, en el siglo XIII, vemos que la espiritualidad mendicante, que generó tanta vida, todavía tiene mucho que decirnos en el momento presente.
“Con gran intuición, implementaron una estrategia pastoral adecuada a las transformaciones de la sociedad. Dado que muchas personas se trasladaron del campo a las ciudades, ubicaron sus conventos ya no en áreas rurales, sino en áreas urbanas... Con otra opción completamente innovadora, las Órdenes Mendicantes abandonaron el principio de estabilidad, clásico del monaquismo antiguo, para elegir de otra manera… Así los Mendicantes estaban más disponibles para las necesidades de la Iglesia Universal”. (Benedicto XVI, miércoles 13 de enero de 2010, Audiencia general: Las Órdenes Mendicantes, quinto párrafo).
Es durante el nacimiento de las ciudades que nuestra Orden toma forma. Nuestros primeros hermanos entendieron que no tenían que quedarse en valles, montañas o lugares escondidos, sino estar presentes en las ciudades. La nuestra es una espiritualidad ciudadana que promueve la dignidad de la persona y reconoce su ciudadanía. Tiene dignidad y derechos, por lo que puede vivir integrado en la ciudad. Así es como la integración se vuelve real, efectiva. La acogida no puede ser parcial, debe ser total. No es aceptable abandonar a quien llama a las puertas de nuestras ciudades a la orilla del mar o en medio de un bosque. Deben ser reconocidos como ciudadanos y en su dignidad.
También nosotras fuimos acogidas al inicio de nuestra historia comunitaria por las hermanas del monasterio de Lecceto, en Italia, que nos abrieron su casa y apoyaron nuestros primeros pasos. Por eso podemos unirnos a la voz de la caridad que dice que tú me lo hiciste a mí (Mt 25,40) y, animados por lo que hemos recibido, ofrecerlo a los demás: "aliis tradere contemplata" (Santo Tomás de Aquino, II-II, q.188, a.6, c).
“La finalidad de la Orden consiste, unidas unánimemente en la fraternidad y la amistad espiritual, en buscar y adorar a Dios y trabajar al servicio de su pueblo. Así como el principio por el cual los corazones se hacen uno es sólo la unión íntima con Cristo en su cuerpo, que es la iglesia (cf. Col 1, 24), de la que somos miembros y a la que nos dedicamos, así debemos extender la caridad al mundo entero si queremos amar a Cristo "porque los miembros de Cristo están dispersos por todo el mundo". (Ag., In epist. Iohan. 10.8 PL 35.2060) - (Constituciones de la Orden Agustiniana, primera parte: Espíritu de la Orden, capítulo I: Origen, naturaleza, finalidad y testimonio de la Orden, punto 16)
anticuerpos contra la "esclerosis"
Como herederos de la espiritualidad y el pensamiento de san Agustín, vivimos de la riqueza de una tradición que en los primeros siglos de nuestra fe representó una de las primeras grandes síntesis teológicas de la historia. Los primeros mendigos de nuestra Orden recogieron el legado de Agustín y lo insertaron en la vida de las ciudades, donde vivían multitudes de personas de muy diversos lugares. Anunciaron la Palabra con las categorías culturales y antropológicas del momento.
Sabemos que nos alimentamos de esta savia que, hoy, nos sitúa frente al ser humano y al mundo como frente a la imagen de Cristo: "El hombre es moneda de Cristo; allí está la imagen de Cristo, allí el nombre de Cristo, allí la función y los oficios de Cristo” (San Agustín, Sermón 90, 10). Nada de lo humano nos puede ser ajeno, porque el rostro de cada persona, de cada hermana y de tantos que vienen a nuestros monasterios, es la posibilidad concreta de una relación con Cristo, es la carne donde Él nos habla.
La inmersión en esta antropología que toma en serio a la humanidad y se hace responsable de ella es uno de los elementos fundamentales que nos proporciona un sustrato cultural vivo. En ocasiones fue necesario romper con esquemas más limitados y abrirse a un cambio de mentalidad teológica que trae consigo cierta sensibilidad antropológica. No siempre es fácil aceptar ciertas rupturas, sin embargo, nos sentimos capaces de acoger lo nuevo, porque nuestros orígenes nos transmiten una fuerte búsqueda de la verdad.
Creemos, por lo que hemos experimentado, que el humanismo es el mayor anticuerpo contra la esclerosis de la cultura, ya que materializa la vida de los hombres. Cuidar de las personas, en el cara a cara de las relaciones cotidianas, es una forma de fortalecer su verdadera identidad, con toda su carga cultural, y de recibir, al mismo tiempo, el patrimonio de su riqueza única y original.
Las culturas enfermas que asfixian a nuestras sociedades son la expresión de una humanidad desconcertada. La convivencia y la acogida en nuestra casa de personas de muy diversa procedencia y trayectoria de vida nos hacen tomar conciencia de la urgencia de sanar el tejido humano de cada persona, porque si un miembro está enfermo, todo el cuerpo está enfermo (cf. 1 Co 12, 26).
Sabemos que nos alimentamos de esta savia que, hoy, nos sitúa frente al ser humano y al mundo como frente a la imagen de Cristo: "El hombre es moneda de Cristo; allí está la imagen de Cristo, allí el nombre de Cristo, allí la función y los oficios de Cristo” (San Agustín, Sermón 90, 10). Nada de lo humano nos puede ser ajeno, porque el rostro de cada persona, de cada hermana y de tantos que vienen a nuestros monasterios, es la posibilidad concreta de una relación con Cristo, es la carne donde Él nos habla.
La inmersión en esta antropología que toma en serio a la humanidad y se hace responsable de ella es uno de los elementos fundamentales que nos proporciona un sustrato cultural vivo. En ocasiones fue necesario romper con esquemas más limitados y abrirse a un cambio de mentalidad teológica que trae consigo cierta sensibilidad antropológica. No siempre es fácil aceptar ciertas rupturas, sin embargo, nos sentimos capaces de acoger lo nuevo, porque nuestros orígenes nos transmiten una fuerte búsqueda de la verdad.
Creemos, por lo que hemos experimentado, que el humanismo es el mayor anticuerpo contra la esclerosis de la cultura, ya que materializa la vida de los hombres. Cuidar de las personas, en el cara a cara de las relaciones cotidianas, es una forma de fortalecer su verdadera identidad, con toda su carga cultural, y de recibir, al mismo tiempo, el patrimonio de su riqueza única y original.
Las culturas enfermas que asfixian a nuestras sociedades son la expresión de una humanidad desconcertada. La convivencia y la acogida en nuestra casa de personas de muy diversa procedencia y trayectoria de vida nos hacen tomar conciencia de la urgencia de sanar el tejido humano de cada persona, porque si un miembro está enfermo, todo el cuerpo está enfermo (cf. 1 Co 12, 26).
la experiencia de nuestra comunidad
La comunidad vive una fuerte tensión ante los sufrimientos más urgentes de nuestro tiempo, a los que nos acercamos desde nuestra posición de mujeres de oración y portadoras de la Palabra, caminando “como entre el fuego y el agua (…) sin ahogarnos ni quemarnos ". (San Agustín, Carta 48)
La actividad apostólica nos sitúa en un movimiento de salida que nos lleva más allá de nosotros mismos, de nuestros esquemas, de nuestra manera de pensar y hacer. Nos dejamos interpelar por aquellos con los que nos encontramos y es así como aquellos a quienes anunciamos el Evangelio se convierten a su vez en un anuncio para nosotros.
El Camino de Santiago, como ya hemos dicho, es un lugar privilegiado para este intercambio. Cada tarde, acogiendo y escuchando a los peregrinos, tocamos el corazón de la investigación humana esencial y somos testigos de la infinidad de caminos que Dios ha trazado para cada persona, como dice el poeta: "nadie va ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios, por este mismo camino que yo voy”. (León Felipe).
Además, como hermanas agustinas somos conscientes de la importancia de asimilar la experiencia vivida en la actividad. Esta inquietud ha dado lugar en nuestra comunidad a diversos espacios de formación, reflexión y diálogo sobre temas de actualidad social y cultural. Cada semana nos reunimos en lo que hemos llamado el “Laboratorio de la Fe”, donde reflexionamos juntos sobre los diferentes aspectos de la fe encarnados en la realidad. Utilizamos el estudio, la cultura y todo elemento en el que sea posible leer los signos de los tiempos y comprender más profundamente los problemas de hoy.
Asimismo, sabemos que las injusticias y dolores que aquejan a nuestro mundo no son meros acontecimientos, sino que esconden una complejidad que debe ser considerada de cerca ya la luz del Evangelio. Por eso, la comunidad reserva un tiempo semanal en el que, bajo el nombre de “Justicia y Paz”, abordamos las noticias de los diarios y telediarios con una actitud analítica y de fe, con el deseo de ser, a la luz de nuestro carisma, como semillas del Reino.
Otro elemento que evita la esclerosis en la comunidad es la relación con la gran variedad de realidades eclesiales que llegan a nuestro monasterio. El encuentro con ellos nos protege del aislamiento y la clausura, y nos hace partícipes de la universalidad de la Iglesia que a su vez se convierte en signo de una fraternidad humana que llega a todos.
Muy significativa para nosotras en este sentido es la compañía de la comunidad de familias asociadas a nosotros, que viven nuestro carisma en su vocación de laicos. Compartir la vida con estos hermanos y hermanas, que también son amigos, es un don que nos completa y nos introduce en la experiencia sinodal, en la medida en que juntos construimos un camino común hacia Dios.
Todo esto se suma a la dimensión más íntima de la comunidad, donde nos encontramos juntas, mujeres de muchas generaciones diferentes.
La novedad que nos traen las más jóvenes descansa en la sabiduría y madurez de nuestras hermanas mayores. Lo viejo se convierte en raíz de lo nuevo y lo hace crecer, dándole la cualidad generativa de la verdadera cultura.
La actividad apostólica nos sitúa en un movimiento de salida que nos lleva más allá de nosotros mismos, de nuestros esquemas, de nuestra manera de pensar y hacer. Nos dejamos interpelar por aquellos con los que nos encontramos y es así como aquellos a quienes anunciamos el Evangelio se convierten a su vez en un anuncio para nosotros.
El Camino de Santiago, como ya hemos dicho, es un lugar privilegiado para este intercambio. Cada tarde, acogiendo y escuchando a los peregrinos, tocamos el corazón de la investigación humana esencial y somos testigos de la infinidad de caminos que Dios ha trazado para cada persona, como dice el poeta: "nadie va ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios, por este mismo camino que yo voy”. (León Felipe).
Además, como hermanas agustinas somos conscientes de la importancia de asimilar la experiencia vivida en la actividad. Esta inquietud ha dado lugar en nuestra comunidad a diversos espacios de formación, reflexión y diálogo sobre temas de actualidad social y cultural. Cada semana nos reunimos en lo que hemos llamado el “Laboratorio de la Fe”, donde reflexionamos juntos sobre los diferentes aspectos de la fe encarnados en la realidad. Utilizamos el estudio, la cultura y todo elemento en el que sea posible leer los signos de los tiempos y comprender más profundamente los problemas de hoy.
Asimismo, sabemos que las injusticias y dolores que aquejan a nuestro mundo no son meros acontecimientos, sino que esconden una complejidad que debe ser considerada de cerca ya la luz del Evangelio. Por eso, la comunidad reserva un tiempo semanal en el que, bajo el nombre de “Justicia y Paz”, abordamos las noticias de los diarios y telediarios con una actitud analítica y de fe, con el deseo de ser, a la luz de nuestro carisma, como semillas del Reino.
Otro elemento que evita la esclerosis en la comunidad es la relación con la gran variedad de realidades eclesiales que llegan a nuestro monasterio. El encuentro con ellos nos protege del aislamiento y la clausura, y nos hace partícipes de la universalidad de la Iglesia que a su vez se convierte en signo de una fraternidad humana que llega a todos.
Muy significativa para nosotras en este sentido es la compañía de la comunidad de familias asociadas a nosotros, que viven nuestro carisma en su vocación de laicos. Compartir la vida con estos hermanos y hermanas, que también son amigos, es un don que nos completa y nos introduce en la experiencia sinodal, en la medida en que juntos construimos un camino común hacia Dios.
Todo esto se suma a la dimensión más íntima de la comunidad, donde nos encontramos juntas, mujeres de muchas generaciones diferentes.
La novedad que nos traen las más jóvenes descansa en la sabiduría y madurez de nuestras hermanas mayores. Lo viejo se convierte en raíz de lo nuevo y lo hace crecer, dándole la cualidad generativa de la verdadera cultura.
contribución para la superación del fundamentalismo
Tener una identidad definida no es fundamentalismo, al contrario, vivir según la propia identidad es la posibilidad real de una sociedad plural, donde sea posible acogerse unos a otros en las propias diferencias.
Identidad significa que puedo ser lo que soy, expresarme con mis signos culturales y religiosos, y al mismo tiempo dar cabida a la identidad del otro, en su alteridad, en su diversidad. La identidad, por tanto, quiere ser universal, no excluyente. Si vivimos, vestimos y rezamos según nuestra identidad religiosa, expresamos también la posibilidad de que otros, distintos a nosotros, puedan hacerlo. Nosotros, con nuestros signos claros y fuertes, buscamos una capacidad de reconocimiento para todos.
Esta auténtica experiencia de identidad pretende crear puentes, no distancias. Sólo de la aceptación serena y feliz de la propia identidad surge el verdadero encuentro con el otro.
Es desde esta perspectiva que nuestra comunidad siente la llamada al ecumenismo, a compartir el camino de fe y de vida con hermanos de otras confesiones cristianas.
Identidad significa que puedo ser lo que soy, expresarme con mis signos culturales y religiosos, y al mismo tiempo dar cabida a la identidad del otro, en su alteridad, en su diversidad. La identidad, por tanto, quiere ser universal, no excluyente. Si vivimos, vestimos y rezamos según nuestra identidad religiosa, expresamos también la posibilidad de que otros, distintos a nosotros, puedan hacerlo. Nosotros, con nuestros signos claros y fuertes, buscamos una capacidad de reconocimiento para todos.
Esta auténtica experiencia de identidad pretende crear puentes, no distancias. Sólo de la aceptación serena y feliz de la propia identidad surge el verdadero encuentro con el otro.
Es desde esta perspectiva que nuestra comunidad siente la llamada al ecumenismo, a compartir el camino de fe y de vida con hermanos de otras confesiones cristianas.
la relación con la sagrada escritura
La Escritura, en su unidad, nos muestra muchas historias de fe posibles: las experiencias y los acentos de la tradición joánica son diferentes a los de la tradición paulina, por poner un ejemplo sencillo, pero ambas expresan la misma fe.
A través de la Escritura descubrimos a un Dios que salió de sí mismo para entrar en diálogo con el hombre, que recorrió el camino que lo alejó de nosotros. Esta es nuestra experiencia, es lo que la Escritura nos revela continuamente, y está particularmente condensado en Cristo. Entonces, si queremos ser radicales, lo que significa ir a la raíz, nos encontramos en Cristo, en él vemos a un Dios que se hizo hermano de todos los hombres y quiere que todos los hombres se salven.
Así, cuando la Escritura nos lleva a nuestras raíces, desaparece la posibilidad de un fundamentalismo que niegue al otro.
En primer lugar, queremos agradecer esta iniciativa de acercar a los pueblos del Mediterráneo a través del encuentro “Mediterráneo, frontera de paz”. El mensaje que nos gustaría hacer llegar a los obispos es que perseveren en su labor de apoyo a las iniciativas que se están realizando, desde la Iglesia y la sociedad, hacia la justicia, la paz y la integración de tantas personas que llegan a nuestras costas cruzando el Mediterráneo. . . Los promueven junto con una sólida formación en parroquias y grupos, por aumentando así la sensibilidad y fomentando la acción práctica.
‘Mediterráneo’, medius terra, es lo que media entre las tierras. Es un agua que está en medio de diferentes tierras. A los obispos les propondríamos ser verdaderos mediadores de paz entre las ciudades que bordean este mar. Que ellos también nos enseñen a ser mediadores, a través del encuentro, el diálogo, la oración, la escucha, la acogida.
Es importante que nos ayuden a crear una cultura de confianza. La confianza en el otro destruye un gran muro, una gran barrera. Destruye todas esas alambradas de púas que tenemos tanto en nuestra vida interior como en la exterior.
Al agradeceros todo el trabajo que ya realizáis como pastores, queremos que cuenten también con nosotras, y no sólo como acogida espiritual, sino también como interlocutoras reales y como mujeres. Queremos que la gente sepa que puede contar con nosotras, que no estamos aquí para nuestro propio beneficio, sino para crear una hermandad de paz y bien, para este pueblo, para los que están cerca de nosotros y también para los que están lejos.
Cuenta con nosotros, llama a nuestra puerta, porque esto nos introduce en un dinamismo de conversión, nos aleja del peligro del egocentrismo y hace más auténtica nuestra vida.
Estamos muy agradecidas por esta llamada porque nos ha abierto una puerta a la que queremos responder.
A través de la Escritura descubrimos a un Dios que salió de sí mismo para entrar en diálogo con el hombre, que recorrió el camino que lo alejó de nosotros. Esta es nuestra experiencia, es lo que la Escritura nos revela continuamente, y está particularmente condensado en Cristo. Entonces, si queremos ser radicales, lo que significa ir a la raíz, nos encontramos en Cristo, en él vemos a un Dios que se hizo hermano de todos los hombres y quiere que todos los hombres se salven.
Así, cuando la Escritura nos lleva a nuestras raíces, desaparece la posibilidad de un fundamentalismo que niegue al otro.
En primer lugar, queremos agradecer esta iniciativa de acercar a los pueblos del Mediterráneo a través del encuentro “Mediterráneo, frontera de paz”. El mensaje que nos gustaría hacer llegar a los obispos es que perseveren en su labor de apoyo a las iniciativas que se están realizando, desde la Iglesia y la sociedad, hacia la justicia, la paz y la integración de tantas personas que llegan a nuestras costas cruzando el Mediterráneo. . . Los promueven junto con una sólida formación en parroquias y grupos, por aumentando así la sensibilidad y fomentando la acción práctica.
‘Mediterráneo’, medius terra, es lo que media entre las tierras. Es un agua que está en medio de diferentes tierras. A los obispos les propondríamos ser verdaderos mediadores de paz entre las ciudades que bordean este mar. Que ellos también nos enseñen a ser mediadores, a través del encuentro, el diálogo, la oración, la escucha, la acogida.
Es importante que nos ayuden a crear una cultura de confianza. La confianza en el otro destruye un gran muro, una gran barrera. Destruye todas esas alambradas de púas que tenemos tanto en nuestra vida interior como en la exterior.
Al agradeceros todo el trabajo que ya realizáis como pastores, queremos que cuenten también con nosotras, y no sólo como acogida espiritual, sino también como interlocutoras reales y como mujeres. Queremos que la gente sepa que puede contar con nosotras, que no estamos aquí para nuestro propio beneficio, sino para crear una hermandad de paz y bien, para este pueblo, para los que están cerca de nosotros y también para los que están lejos.
Cuenta con nosotros, llama a nuestra puerta, porque esto nos introduce en un dinamismo de conversión, nos aleja del peligro del egocentrismo y hace más auténtica nuestra vida.
Estamos muy agradecidas por esta llamada porque nos ha abierto una puerta a la que queremos responder.
El miércoles, 2 de febrero, celebrábamos de forma especial el día de la Vida Consagrada con la Toma de Hábito de nuestra hermana Aisling, que pasa a formar parte de la Orden de San Agustín. Acompañada de su padre y de sus amigas, Aisling –natural de Irlanda- compartía con todos los presentes su testimonio, especialmente centrado en este último año vivido en Comunidad.
El Amor a Cristo y la centralidad de vida en Él, con Él, por Él y para Él fueron dos de las claves del precioso testimonio que pudimos escuchar, con el que Aisling comienza su tiempo de Noviciado en el que seguirá profundizando en la unión con Cristo.
Por la mañana, iniciamos la Eucaristía con un signo propio de este día de la Vida Consagrada, fiesta de la Candelaria o de la Luz, que celebra la Presentación de Jesús en el Templo. Las hermanas, en procesión, entramos en nuestra iglesia con las velas encendidas y las pusimos a los pies de María. Como María, las consagradas estamos llamadas a ser portadoras de la Luz, que es Cristo. |
Tras la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2022, hacemos memoria de lo vivido durante estos días en nuestra comunidad.
El marco para adentrarnos en todos los encuentros que hemos tenido del 18 al 25 de enero ha tenido como centro la oración, la liturgia y la Eucaristía, apoyadas en el material elaborado este año por el Consejo de Iglesias de Próximo Oriente con sede en Beirut (Líbano), bajo el lema: “Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2, 2)
El marco para adentrarnos en todos los encuentros que hemos tenido del 18 al 25 de enero ha tenido como centro la oración, la liturgia y la Eucaristía, apoyadas en el material elaborado este año por el Consejo de Iglesias de Próximo Oriente con sede en Beirut (Líbano), bajo el lema: “Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2, 2)
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La Hermana Abir Hanna, OSA, nos acompañaba vía zoom para hablarnos del cristianismo en el Líbano. Nacida en 1975 en el seno de una familia cristiana maronita, su vida comenzaba a la par del inicio de la guerra del Líbano.
Esta hermana de origen libanés, que vive en el monasterio de Hermanas Agustinas de Pennabilli (Italia), nos contaba cómo se vive la fe cristiana en el Líbano y explicaba que todas las confesiones religiosas están representadas allí. La hermana Abir destacaba el cuidado del diálogo también entre cristianos y musulmanes.
Abir decía que su encuentro con Dios fue a los 17 años y, en ese momento, experimentó que Él le había devuelto la vida, descubrió que su vida no era ajena para Dios. En un viaje conoció a las hermanas del monasterio agustino de Pennabilli y seis años después de conocerlas hizo allí una experiencia, teniendo una gran resonancia en ella la vida de los primeros cristianos.
La situación actual en el Líbano fue otro de los asuntos que abordaba la hermana Abir durante la conexión, y explicaba que allí todos están viviendo una situación muy difícil, tanto desde el punto de vista económico como social. Hay muchas carencias, sueldos muy bajos, están bloqueadas las cuentas corrientes…
Por otro lado, hay más de un millón de refugiados sirios en el Líbano, por lo que la situación se complica porque el conflicto palestino-israelí “es muy duro”.
La hermana Abir terminaba su encuentro digital pidiendo oración por el Líbano.
Esta hermana de origen libanés, que vive en el monasterio de Hermanas Agustinas de Pennabilli (Italia), nos contaba cómo se vive la fe cristiana en el Líbano y explicaba que todas las confesiones religiosas están representadas allí. La hermana Abir destacaba el cuidado del diálogo también entre cristianos y musulmanes.
Abir decía que su encuentro con Dios fue a los 17 años y, en ese momento, experimentó que Él le había devuelto la vida, descubrió que su vida no era ajena para Dios. En un viaje conoció a las hermanas del monasterio agustino de Pennabilli y seis años después de conocerlas hizo allí una experiencia, teniendo una gran resonancia en ella la vida de los primeros cristianos.
La situación actual en el Líbano fue otro de los asuntos que abordaba la hermana Abir durante la conexión, y explicaba que allí todos están viviendo una situación muy difícil, tanto desde el punto de vista económico como social. Hay muchas carencias, sueldos muy bajos, están bloqueadas las cuentas corrientes…
Por otro lado, hay más de un millón de refugiados sirios en el Líbano, por lo que la situación se complica porque el conflicto palestino-israelí “es muy duro”.
La hermana Abir terminaba su encuentro digital pidiendo oración por el Líbano.
Encuentro con hermanos ortodoxos
El domingo, 23 de enero, recibíamos en nuestro monasterio a los hermanos ortodoxos del Monasterio de la Natividad en Cenicientos. El Padre Arsenie, Madre Timotea y la hermana Irina compartieron con nosotros cómo es su vida en comunidad y su experiencia de oración. Sobre la oración del corazón, explicaban que sólo con decir el nombre de Jesús es suficiente, no hace falta decir muchas cosas más. “La oración es un regalo”, decían. También destacaban que, aunque haya muchas lenguas distintas, “el idioma común es la oración”.
El domingo, 23 de enero, recibíamos en nuestro monasterio a los hermanos ortodoxos del Monasterio de la Natividad en Cenicientos. El Padre Arsenie, Madre Timotea y la hermana Irina compartieron con nosotros cómo es su vida en comunidad y su experiencia de oración. Sobre la oración del corazón, explicaban que sólo con decir el nombre de Jesús es suficiente, no hace falta decir muchas cosas más. “La oración es un regalo”, decían. También destacaban que, aunque haya muchas lenguas distintas, “el idioma común es la oración”.
Tras este encuentro con ellos, en el que también participaron los laicos de nuestra fraternidad, el Padre agustino Miguel de la Lastra y el párroco de Sotillo de la Adrada, don Cecilio, celebramos juntos una oración especial por la Unidad de los Cristianos donde estuvo muy presente el signo de la luz, representado en forma de estrellas. Somos luz unos para otros y estamos especialmente unidos cuando rezamos juntos y cuando oramos unos por otros.
Encuentro con el Hno. Guillermo Moreno
El lunes, 24 de enero, nos encontramos vía zoom con el Hermano Guillermo Moreno. Este hermano de La Salle en misión en Beirut en un orfanato de niños, nos contaba su experiencia allí.
Hace cinco meses que llegó al Líbano y allí llevan un proyecto conjunto los hermanos Maristas y los hermanos de La Salle que se llama: ‘Fratelli’.
El lunes, 24 de enero, nos encontramos vía zoom con el Hermano Guillermo Moreno. Este hermano de La Salle en misión en Beirut en un orfanato de niños, nos contaba su experiencia allí.
Hace cinco meses que llegó al Líbano y allí llevan un proyecto conjunto los hermanos Maristas y los hermanos de La Salle que se llama: ‘Fratelli’.
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Se trata de una comunidad mixta de voluntarios y Hermanos. Trabajan con refugiados sirios de la guerra. En concreto, el Hermano Guillermo Moreno está en el sur del Líbano y nos explicaba que el proyecto es un centro socio-educativo en el que preparan a los niños para que puedan ir al colegio.
También hay muchos niños libaneses sin escolarizar, no solo sirios.
Tienen programas de alfabetización; de costura para madres; de inglés; de árabe para adultos… hacen deporte, juegos con los niños, etc.
El equipo de educadores de este proyecto está integrado por personas de seis confesiones religiosas entre cristianos y musulmanes.
El hermano Guillermo comentaba que, para muchas familias libanesas no es fácil convivir con refugiados sirios por el enfrentamiento que se vive en la zona y porque muchos han perdido a alguien a manos de los sirios. En este sentido, Guillermo asegura que ayudan a refugiados sirios pero también están ayudando a los libaneses porque el objetivo también es crecer juntos, sentir que todos somos hermanos. “Somos cristianos y ayudamos a quien sea”. “El colegio es un espacio de diálogo”, no importa la religión o el lugar de donde vengas.
También hay muchos niños libaneses sin escolarizar, no solo sirios.
Tienen programas de alfabetización; de costura para madres; de inglés; de árabe para adultos… hacen deporte, juegos con los niños, etc.
El equipo de educadores de este proyecto está integrado por personas de seis confesiones religiosas entre cristianos y musulmanes.
El hermano Guillermo comentaba que, para muchas familias libanesas no es fácil convivir con refugiados sirios por el enfrentamiento que se vive en la zona y porque muchos han perdido a alguien a manos de los sirios. En este sentido, Guillermo asegura que ayudan a refugiados sirios pero también están ayudando a los libaneses porque el objetivo también es crecer juntos, sentir que todos somos hermanos. “Somos cristianos y ayudamos a quien sea”. “El colegio es un espacio de diálogo”, no importa la religión o el lugar de donde vengas.
Orientale Lumen
Por último, terminamos este recorrido con la carta apostólica Orientale Lumen del papa san Juan Pablo II, que hemos tenido muy presente en esta Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. En concreto, los espacios de formación de la tarde del viernes 21 y del sábado 22 de enero, los dedicamos a la lectura de este documento. Os animamos a que lo leáis y, para ello, os dejamos el enlace a continuación:
https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/1995/documents/hf_jp-ii_apl_19950502_orientale-lumen.htm
Por último, terminamos este recorrido con la carta apostólica Orientale Lumen del papa san Juan Pablo II, que hemos tenido muy presente en esta Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. En concreto, los espacios de formación de la tarde del viernes 21 y del sábado 22 de enero, los dedicamos a la lectura de este documento. Os animamos a que lo leáis y, para ello, os dejamos el enlace a continuación:
https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/1995/documents/hf_jp-ii_apl_19950502_orientale-lumen.htm
Seguimos rezando durante todo el año por la Unidad de los Cristianos.
Este año, la Semana de Oración sitúa el ecumenismo en el terreno de la amistad y de la misión evangelizadora de la Iglesia, e invita a mirar al Oriente cristiano. La autora propone reflexionar sobre algunos documentos del Magisterio sobre esta temática. Todo lo que favorece la unidad señala la presencia de Dios
"Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo" (Mt 2, 2) Comienza la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Del 18 al 25 de enero la Iglesia reza por la unidad y se suma a diversos encuentros e iniciativas formativas relacionadas con el ecumenismo. El lema de este año, que ha sido elegido por los cristianos del Próximo Oriente, es: “Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2). Un texto bíblico inspirado en la visita de los Reyes Magos al Rey recién nacido en Belén. |
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Los obispos –como señalan desde la Conferencia Episcopal Española- hacen un llamamiento a volver a poner el foco en el mandato que Cristo encomendó a los apóstoles: anunciar el Evangelio, que es la razón de ser de la Iglesia. “La salvación es el destino universal de todos los seres humanos; y para que la salvación alcance a todos es preciso darles a conocer la verdad que se le ha confiado a la Iglesia”.
Nuestra comunidad de Hermanas Agustinas del Monasterio de la Conversión vive y acoge con gran alegría esta semana que supone adentrarnos de lleno en la reflexión, meditación e interiorización de este movimiento ecuménico que trabaja por la unidad de los cristianos, sobre todo, y en primer lugar, a través de la oración y siendo conscientes de la importancia de la acción del Espíritu Santo en este horizonte propuesto por el mismo Cristo en su plegaria al Padre: “Que todos sean uno” (Jn 17, 21).
En nuestra cruz –la que llevamos las hermanas de la comunidad- está escrito el corazón de nuestra misión: ‘Cor Unum in Deum’. ‘Un solo corazón hacia Dios’ que va más allá de nuestra vida fraterna. Caminamos juntas y queremos que todos podamos caminar unidos hacia Él.
Os animamos a participar en este Octavario por la Unidad de los Cristianos con vuestra oración y os detallamos a continuación nuestro programa para esta semana:
Nuestra comunidad de Hermanas Agustinas del Monasterio de la Conversión vive y acoge con gran alegría esta semana que supone adentrarnos de lleno en la reflexión, meditación e interiorización de este movimiento ecuménico que trabaja por la unidad de los cristianos, sobre todo, y en primer lugar, a través de la oración y siendo conscientes de la importancia de la acción del Espíritu Santo en este horizonte propuesto por el mismo Cristo en su plegaria al Padre: “Que todos sean uno” (Jn 17, 21).
En nuestra cruz –la que llevamos las hermanas de la comunidad- está escrito el corazón de nuestra misión: ‘Cor Unum in Deum’. ‘Un solo corazón hacia Dios’ que va más allá de nuestra vida fraterna. Caminamos juntas y queremos que todos podamos caminar unidos hacia Él.
Os animamos a participar en este Octavario por la Unidad de los Cristianos con vuestra oración y os detallamos a continuación nuestro programa para esta semana:
[ SEMANA ECUMÉNICA EN EL MONASTERIO DE LA CONVERSIÓN ]
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En este día de la Epifanía del Señor, en el que recordamos que el Salvador se revela a todos los pueblos de la Tierra, representados en los sabios de Oriente, queremos dar las gracias por todo lo recibido en este tiempo de Navidad. Gracias a todos por vuestra presencia y oración, por acompañarnos en este tiempo de gracia en el que celebramos con gozo que Cristo viene para quedarse con nosotros.
La Navidad es también un tiempo litúrgico fuerte, por eso, queremos compartir con vosotros en este día de Reyes Magos algunos de los villancicos que nos han acompañado durante estos días.
¡Feliz día de Reyes!
La Navidad es también un tiempo litúrgico fuerte, por eso, queremos compartir con vosotros en este día de Reyes Magos algunos de los villancicos que nos han acompañado durante estos días.
¡Feliz día de Reyes!
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