Los monasterios que componen esta red son: las Benedictinas de Sainte Lioba - Simiane-Collongue (Francia); las Carmelitas de Tánger (Marruecos); las Clarisas de Jerusalén (Israel); la Pequeña Familia de la Anunciación de Ain Arik (Palestina), Ma'in (Jordania); los Religiosos de la Orden Maronita (Líbano); las Carmelitas de Alepo (Siria); las Clarisas de Scutari (Albania); las Agustinas de Rossano Calabro (Italia); las Agustinas de Pennabilli (Italia) y nuestra comunidad de Hermanas Agustinas de Sotillo de la Adrada (España). Nuestra comunidad de Agustinas y las Hermanas Benedictinas de Francia nos hemos unido este año a la red de monasterios. La red de oración del monasterio, lanzada en Bari en 2020, responde con fuerza a la invitación del Cardenal Bassetti de participar a través de la reflexión y la oración en esta segunda etapa de la Frontera Mediterránea de la Paz. Como apuntaba el Papa Francisco en su discurso durante el encuentro con los obispos del Mediterráneo en 2020, el Mare Nostrum es “el lugar físico y espiritual donde tomó forma nuestra civilización, fruto del encuentro de diferentes pueblos” y la oración es la tierra que, en medio del Adriático, nos acerca para acogernos y salvarnos, en la que está presente todo el mundo. La salvación y la resurrección quizás forman parte de “una experiencia demasiado triunfal en el imaginario eclesial”. Pero puede que esta sea una experiencia liberadora que están viviendo nuestras Iglesias: desmoronarse, para ayudar a los náufragos a llegar a la orilla. “Nuestras Iglesias en el Norte de África y Medio Oriente son las que pagan el precio más alto. Diezmados en número, quedando en una pequeña minoría numérica, sin embargo, no son una Iglesia replegada sobre sí misma. Al contrario, como la Iglesia ya no se preocupa de ocupar o defender espacios de poder, ha redescubierto lo esencial de la fe y del testimonio cristiano”. (Discurso del arzobispo Pizzaballa. Las Iglesias del Mediterráneo una sola voz de verdad y libertad. 2020). “Nuestras comunidades monásticas viven y se constituyen precisamente en torno a esta experiencia: ser una pequeña minoría que vive por elección la marginalidad de la historia, luchando por abandonar y no ocupar los espacios de poder”. (Encuentro con los obispos del Mediterráneo. Discurso del Papa Francisco. 2020). Nuestra Comunidad en la Red de Monasterios del MediterráneoRespondiendo a la invitación de la Comunidad de Hermanas Agustinas de Pennabilli (Italia) de participar en esta Red de Oración de Monasterios del Mediterráneo, este año hemos empezado a formar parte de esta red que constituye un espacio idóneo de reflexión y oración sobre la situación que se vive en el área del Mediterráneo pero que también engloba a todo el mundo. Es una oportunidad de trabajar y rezar juntos por la paz y la unidad de todos los pueblos de la tierra. A continuación, compartimos con vosotros nuestra aportación a esta red de monasterios, después de la jornada de reflexión vivida en nuestra Comunidad, que se incluye en el cuaderno de reflexión sobre el Mediterráneo –que también os facilitamos en documento adjunto- y en el que constan las reflexiones de los demás monasterios participantes de la red. Quiénes somos
Somos una comunidad de la Orden de San Agustín (OSA), perteneciente a la Federación de la Conversión de San Agustín. Estamos ubicadas en Sotillo de la Adrada, un pueblo al sur de la ciudad de Ávila, cerca de Madrid, la capital de España. Nuestra casa está en la montaña, dentro del Valle del Tiétar, para que todos puedan venir y encontrarse con la experiencia fuerte del Resucitado, la vida nueva que Él nos regala. El compromiso de nuestra comunidad no es otro que vivir la comunión del cielo aquí en la tierra. Hacer de la comunión una forma de vida. Es decir, trabajar por la comunión y la unidad en todos los ámbitos de nuestra pequeña y humilde existencia: en el seno de nuestras propias relaciones comunitarias; promover la unidad y la comunión en el tejido social, en nuestra sociedad, en el lugar donde vivimos, en las relaciones con nuestros hermanos y hermanas, con cada persona que se acerca o se aleja, con las personas con las que entramos en contacto; especialmente frente a quienes tienen más dificultad para vivir en esta dimensión y sufren las consecuencias. Queremos recorrer el camino de la Conversión en Comunión. Esto es un regalo para nosotros, pero también una tarea. Toda nuestra pequeña vida, todo nuestro trabajo apostólico, descansa sobre estos dos pilares y está comprometido con estas dos tareas. Puedes conocer el carisma de la comunidad en nuestro sitio web: www.monasteriodelaconversion.com una comunión en la diversidad
Teniendo en cuenta nuestro carisma, esta primera pregunta nos interpela mucho. En primer lugar, la estructura misma de nuestra federación manifiesta esta comunión en la diversidad. Está formado por cuatro comunidades, dos de las cuales están ubicadas en América del Norte y del Sur, respectivamente, y dos en Europa. Nuestra historia nos ha llevado a formar una unidad que reúne geografías distantes. La diversidad entre nosotras, como comunidad contemplativa, no es sólo por el lugar de origen –ya que actualmente entre nosotras hay hermanas de España, Hungría, Alemania, Polonia, Irlanda, Costa Rica, Colombia y Perú- también vivimos el desafío de una diversidad formativa, espiritual, generacional, social, de necesidades, estructura física, etc. Este tipo de desigualdad es a menudo una fuente de tensión en nuestro mundo. Generan conflictos porque el que es diferente a mí parece quitarme algo, parece molestarme, como si fuera mi rival o mi enemigo. Superar este problema requiere, en cierto sentido, perder algo de lo mío para dar lugar al otro, manteniendo la caridad como ley principal. Al final, se necesita un camino de conversión. Nuestra forma de vida contiene en concreto elementos de gran valor que, poco a poco, nos hacen comprender y experimentar el sentido de la unidad. Nuestros talleres artesanales, por ejemplo, son una oportunidad de crecimiento fraterno, no solo a nivel comunitario, sino también con todos aquellos que se acercan a nosotros y quieren compartir el tiempo de trabajo. Trabajar juntos nos hace sentir la necesidad que tenemos el uno del otro. Las capacidades particulares de cada uno se manifiestan como un don para los demás y para el mundo. Nuestra vida interior y formativa es también signo de esta comunión en la diversidad. Cultivamos el estudio bebiendo de la espiritualidad agustiniana, como dicen las Constituciones de nuestra Orden: “La preocupación por responder adecuadamente a los problemas y angustias que aquejan a los hombres de todos los tiempos debe inspirar nuestros estudios”. (Constituciones de nuestra Orden, capítulo VII, punto 128). El estudio y la reflexión son herramientas para llegar a una comprensión más precisa del misterio del ser humano y, por tanto, para abrir caminos de entendimiento entre diferentes personas. La liturgia también nos ayuda en el camino de la comunión. Es un lugar central en nuestra forma de vida y vemos cuánto nos ayuda a ser expresión de alabanza dentro de la diversidad. Es un lugar donde las diferencias se desvanecen en un segundo plano y nuestras voces se unen en una sola voz. “¡Feliz el Aleluya que allí cantaremos! Será un Aleluya seguro y sin miedo, porque allí no habrá enemigo, ningún amigo se perderá. Allí, como ahora aquí, resonarán alabanzas divinas...". (San Agustín, Discurso 256.2: PL 38, 1191-1193). Junto a todo esto, el ecumenismo tiene mucho peso en nuestro carisma, como camino que sana las divisiones y favorece la unidad entre los pueblos y las iglesias cristianas, tan plurales en el área mediterránea. Vivimos de manera especial la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, durante la cual realizamos actividades formativas, espirituales y de encuentro fraterno con otras iglesias cristianas. A lo largo de los años, el ecumenismo ha ocupado un espacio cada vez más importante en nuestros corazones, ya que hemos experimentado su fuerza unificadora, cuyo efecto se extiende por toda la sociedad. En la misión de nuestra comunidad, la acogida es algo central. Nuestro monasterio se convierte en una tierra donde comienza a crecer la pertenencia común de todos a un mismo mundo. Nuestra casa de huéspedes está abierta a todos los que lleguen, independientemente de su religión o denominación, no solo para su enriquecimiento, sino también para el nuestro. Es una manera de no cerrarnos y permitir que todo lo que es parte de lo humano, aun cuando sea diferente y extraño, nos alcance y se haga nuestro. Así nació el Proyecto ITER, que hace de nuestra casa un lugar de acogida para todas las personas que, por el motivo que sea, necesitan seguir un camino de sanación, maduración o conversión, con especial intensidad. La vida comunitaria, con nuestro ritmo de oración y trabajo, la profundidad de la fraternidad y el acompañamiento personal de las hermanas, son las herramientas fundamentales que animan este itinerario, de ahí el nombre: iter. Nuestra misión en el Camino de Santiago nace del deseo de salir a buscar lo diferente, en lugar de esperar a que llegue. Sabíamos que algunas personas nunca vendrían a nuestro monasterio y sentimos el llamado a dar el primer paso hacia ellas. Cada tarde, acogiendo y escuchando a los peregrinos en nuestro albergue, tocamos el corazón de la investigación humana más esencial y somos testigos del infinito de caminos que Dios ha trazado para cada persona. Vivimos la comunión en la diversidad con una actitud de escucha que nos interpela: ¿Qué nos piden los que son diferentes a nosotros? Queremos escuchar quién es diferente. De ahí nacen los itinerarios, que consisten en la presencia temporal de un pequeño grupo de hermanas en un lugar extranjero para escuchar lo que nos pide, cuáles son sus necesidades, qué trabajo podemos hacer en esa cultura diferente a la nuestra. Hasta el momento, la comunidad ha estado presente en Hungría en ocho ocasiones, y también ha tenido la oportunidad de hacer una incursión en Polonia. la sabiduría de nuestra tradición monástica
En la espiritualidad agustiniana hay un equilibrio entre la primacía de lo común, del bien común, y las necesidades de cada uno. Buscar siempre lo que nos une hace posible integrar lo que nos distingue. Tal vez sea este sabio criterio el que ha dado tanta difusión a la regla de san Agustín, en la que encontramos las palabras de la primera comunidad de Jerusalén (Hch 4,32): “La razón esencial por la que os habéis reunido es que viváis unánimemente en la casa y tengáis unidad de mente y de corazón tendidos a Dios, no digáis nada es mío, pero que todo sea común entre vosotros. El superior os distribuya alimentos y vestidos a cada uno de vosotros; pero no a todos por igual, porque no todos tenéis la misma salud, sino a cada uno según sus necesidades”. (Regla de San Agustín, Capítulo I, Finalidad y fundamento de la vida común, puntos 3 y 4). La clave de esta armonía es la fraternidad. Nos hacemos hermanos por la gracia, porque él nos une y nos transforma y nos hace sentir parte no sólo de nuestra comunidad religiosa, sino también de la fraternidad universal. Si miramos los orígenes de la Orden, en el siglo XIII, vemos que la espiritualidad mendicante, que generó tanta vida, todavía tiene mucho que decirnos en el momento presente. “Con gran intuición, implementaron una estrategia pastoral adecuada a las transformaciones de la sociedad. Dado que muchas personas se trasladaron del campo a las ciudades, ubicaron sus conventos ya no en áreas rurales, sino en áreas urbanas... Con otra opción completamente innovadora, las Órdenes Mendicantes abandonaron el principio de estabilidad, clásico del monaquismo antiguo, para elegir de otra manera… Así los Mendicantes estaban más disponibles para las necesidades de la Iglesia Universal”. (Benedicto XVI, miércoles 13 de enero de 2010, Audiencia general: Las Órdenes Mendicantes, quinto párrafo). Es durante el nacimiento de las ciudades que nuestra Orden toma forma. Nuestros primeros hermanos entendieron que no tenían que quedarse en valles, montañas o lugares escondidos, sino estar presentes en las ciudades. La nuestra es una espiritualidad ciudadana que promueve la dignidad de la persona y reconoce su ciudadanía. Tiene dignidad y derechos, por lo que puede vivir integrado en la ciudad. Así es como la integración se vuelve real, efectiva. La acogida no puede ser parcial, debe ser total. No es aceptable abandonar a quien llama a las puertas de nuestras ciudades a la orilla del mar o en medio de un bosque. Deben ser reconocidos como ciudadanos y en su dignidad. También nosotras fuimos acogidas al inicio de nuestra historia comunitaria por las hermanas del monasterio de Lecceto, en Italia, que nos abrieron su casa y apoyaron nuestros primeros pasos. Por eso podemos unirnos a la voz de la caridad que dice que tú me lo hiciste a mí (Mt 25,40) y, animados por lo que hemos recibido, ofrecerlo a los demás: "aliis tradere contemplata" (Santo Tomás de Aquino, II-II, q.188, a.6, c). “La finalidad de la Orden consiste, unidas unánimemente en la fraternidad y la amistad espiritual, en buscar y adorar a Dios y trabajar al servicio de su pueblo. Así como el principio por el cual los corazones se hacen uno es sólo la unión íntima con Cristo en su cuerpo, que es la iglesia (cf. Col 1, 24), de la que somos miembros y a la que nos dedicamos, así debemos extender la caridad al mundo entero si queremos amar a Cristo "porque los miembros de Cristo están dispersos por todo el mundo". (Ag., In epist. Iohan. 10.8 PL 35.2060) - (Constituciones de la Orden Agustiniana, primera parte: Espíritu de la Orden, capítulo I: Origen, naturaleza, finalidad y testimonio de la Orden, punto 16) anticuerpos contra la "esclerosis"
Como herederos de la espiritualidad y el pensamiento de san Agustín, vivimos de la riqueza de una tradición que en los primeros siglos de nuestra fe representó una de las primeras grandes síntesis teológicas de la historia. Los primeros mendigos de nuestra Orden recogieron el legado de Agustín y lo insertaron en la vida de las ciudades, donde vivían multitudes de personas de muy diversos lugares. Anunciaron la Palabra con las categorías culturales y antropológicas del momento. Sabemos que nos alimentamos de esta savia que, hoy, nos sitúa frente al ser humano y al mundo como frente a la imagen de Cristo: "El hombre es moneda de Cristo; allí está la imagen de Cristo, allí el nombre de Cristo, allí la función y los oficios de Cristo” (San Agustín, Sermón 90, 10). Nada de lo humano nos puede ser ajeno, porque el rostro de cada persona, de cada hermana y de tantos que vienen a nuestros monasterios, es la posibilidad concreta de una relación con Cristo, es la carne donde Él nos habla. La inmersión en esta antropología que toma en serio a la humanidad y se hace responsable de ella es uno de los elementos fundamentales que nos proporciona un sustrato cultural vivo. En ocasiones fue necesario romper con esquemas más limitados y abrirse a un cambio de mentalidad teológica que trae consigo cierta sensibilidad antropológica. No siempre es fácil aceptar ciertas rupturas, sin embargo, nos sentimos capaces de acoger lo nuevo, porque nuestros orígenes nos transmiten una fuerte búsqueda de la verdad. Creemos, por lo que hemos experimentado, que el humanismo es el mayor anticuerpo contra la esclerosis de la cultura, ya que materializa la vida de los hombres. Cuidar de las personas, en el cara a cara de las relaciones cotidianas, es una forma de fortalecer su verdadera identidad, con toda su carga cultural, y de recibir, al mismo tiempo, el patrimonio de su riqueza única y original. Las culturas enfermas que asfixian a nuestras sociedades son la expresión de una humanidad desconcertada. La convivencia y la acogida en nuestra casa de personas de muy diversa procedencia y trayectoria de vida nos hacen tomar conciencia de la urgencia de sanar el tejido humano de cada persona, porque si un miembro está enfermo, todo el cuerpo está enfermo (cf. 1 Co 12, 26). la experiencia de nuestra comunidad
La comunidad vive una fuerte tensión ante los sufrimientos más urgentes de nuestro tiempo, a los que nos acercamos desde nuestra posición de mujeres de oración y portadoras de la Palabra, caminando “como entre el fuego y el agua (…) sin ahogarnos ni quemarnos ". (San Agustín, Carta 48) La actividad apostólica nos sitúa en un movimiento de salida que nos lleva más allá de nosotros mismos, de nuestros esquemas, de nuestra manera de pensar y hacer. Nos dejamos interpelar por aquellos con los que nos encontramos y es así como aquellos a quienes anunciamos el Evangelio se convierten a su vez en un anuncio para nosotros. El Camino de Santiago, como ya hemos dicho, es un lugar privilegiado para este intercambio. Cada tarde, acogiendo y escuchando a los peregrinos, tocamos el corazón de la investigación humana esencial y somos testigos de la infinidad de caminos que Dios ha trazado para cada persona, como dice el poeta: "nadie va ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios, por este mismo camino que yo voy”. (León Felipe). Además, como hermanas agustinas somos conscientes de la importancia de asimilar la experiencia vivida en la actividad. Esta inquietud ha dado lugar en nuestra comunidad a diversos espacios de formación, reflexión y diálogo sobre temas de actualidad social y cultural. Cada semana nos reunimos en lo que hemos llamado el “Laboratorio de la Fe”, donde reflexionamos juntos sobre los diferentes aspectos de la fe encarnados en la realidad. Utilizamos el estudio, la cultura y todo elemento en el que sea posible leer los signos de los tiempos y comprender más profundamente los problemas de hoy. Asimismo, sabemos que las injusticias y dolores que aquejan a nuestro mundo no son meros acontecimientos, sino que esconden una complejidad que debe ser considerada de cerca ya la luz del Evangelio. Por eso, la comunidad reserva un tiempo semanal en el que, bajo el nombre de “Justicia y Paz”, abordamos las noticias de los diarios y telediarios con una actitud analítica y de fe, con el deseo de ser, a la luz de nuestro carisma, como semillas del Reino. Otro elemento que evita la esclerosis en la comunidad es la relación con la gran variedad de realidades eclesiales que llegan a nuestro monasterio. El encuentro con ellos nos protege del aislamiento y la clausura, y nos hace partícipes de la universalidad de la Iglesia que a su vez se convierte en signo de una fraternidad humana que llega a todos. Muy significativa para nosotras en este sentido es la compañía de la comunidad de familias asociadas a nosotros, que viven nuestro carisma en su vocación de laicos. Compartir la vida con estos hermanos y hermanas, que también son amigos, es un don que nos completa y nos introduce en la experiencia sinodal, en la medida en que juntos construimos un camino común hacia Dios. Todo esto se suma a la dimensión más íntima de la comunidad, donde nos encontramos juntas, mujeres de muchas generaciones diferentes. La novedad que nos traen las más jóvenes descansa en la sabiduría y madurez de nuestras hermanas mayores. Lo viejo se convierte en raíz de lo nuevo y lo hace crecer, dándole la cualidad generativa de la verdadera cultura. contribución para la superación del fundamentalismo
Tener una identidad definida no es fundamentalismo, al contrario, vivir según la propia identidad es la posibilidad real de una sociedad plural, donde sea posible acogerse unos a otros en las propias diferencias. Identidad significa que puedo ser lo que soy, expresarme con mis signos culturales y religiosos, y al mismo tiempo dar cabida a la identidad del otro, en su alteridad, en su diversidad. La identidad, por tanto, quiere ser universal, no excluyente. Si vivimos, vestimos y rezamos según nuestra identidad religiosa, expresamos también la posibilidad de que otros, distintos a nosotros, puedan hacerlo. Nosotros, con nuestros signos claros y fuertes, buscamos una capacidad de reconocimiento para todos. Esta auténtica experiencia de identidad pretende crear puentes, no distancias. Sólo de la aceptación serena y feliz de la propia identidad surge el verdadero encuentro con el otro. Es desde esta perspectiva que nuestra comunidad siente la llamada al ecumenismo, a compartir el camino de fe y de vida con hermanos de otras confesiones cristianas. la relación con la sagrada escritura
La Escritura, en su unidad, nos muestra muchas historias de fe posibles: las experiencias y los acentos de la tradición joánica son diferentes a los de la tradición paulina, por poner un ejemplo sencillo, pero ambas expresan la misma fe. A través de la Escritura descubrimos a un Dios que salió de sí mismo para entrar en diálogo con el hombre, que recorrió el camino que lo alejó de nosotros. Esta es nuestra experiencia, es lo que la Escritura nos revela continuamente, y está particularmente condensado en Cristo. Entonces, si queremos ser radicales, lo que significa ir a la raíz, nos encontramos en Cristo, en él vemos a un Dios que se hizo hermano de todos los hombres y quiere que todos los hombres se salven. Así, cuando la Escritura nos lleva a nuestras raíces, desaparece la posibilidad de un fundamentalismo que niegue al otro. En primer lugar, queremos agradecer esta iniciativa de acercar a los pueblos del Mediterráneo a través del encuentro “Mediterráneo, frontera de paz”. El mensaje que nos gustaría hacer llegar a los obispos es que perseveren en su labor de apoyo a las iniciativas que se están realizando, desde la Iglesia y la sociedad, hacia la justicia, la paz y la integración de tantas personas que llegan a nuestras costas cruzando el Mediterráneo. . . Los promueven junto con una sólida formación en parroquias y grupos, por aumentando así la sensibilidad y fomentando la acción práctica. ‘Mediterráneo’, medius terra, es lo que media entre las tierras. Es un agua que está en medio de diferentes tierras. A los obispos les propondríamos ser verdaderos mediadores de paz entre las ciudades que bordean este mar. Que ellos también nos enseñen a ser mediadores, a través del encuentro, el diálogo, la oración, la escucha, la acogida. Es importante que nos ayuden a crear una cultura de confianza. La confianza en el otro destruye un gran muro, una gran barrera. Destruye todas esas alambradas de púas que tenemos tanto en nuestra vida interior como en la exterior. Al agradeceros todo el trabajo que ya realizáis como pastores, queremos que cuenten también con nosotras, y no sólo como acogida espiritual, sino también como interlocutoras reales y como mujeres. Queremos que la gente sepa que puede contar con nosotras, que no estamos aquí para nuestro propio beneficio, sino para crear una hermandad de paz y bien, para este pueblo, para los que están cerca de nosotros y también para los que están lejos. Cuenta con nosotros, llama a nuestra puerta, porque esto nos introduce en un dinamismo de conversión, nos aleja del peligro del egocentrismo y hace más auténtica nuestra vida. Estamos muy agradecidas por esta llamada porque nos ha abierto una puerta a la que queremos responder. Los comentarios están cerrados.
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