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Un vacío elocuente

6/5/2020

 
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Hna. Prado
Presidenta general 

Hace apenas un año tuve la oportunidad de visitar el museo Guggenheim de Bilbao a una hora en la que apenas había diez personas en el recinto. Durante largo tiempo y en silencio fui recorriendo a paso lento las exposiciones situadas en sus espacios correspondientes sin detenerme...
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Hace apenas un año tuve la oportunidad de visitar el museo Guggenheim de Bilbao a una hora en la que apenas había diez personas en el recinto. Durante largo tiempo y en silencio fui recorriendo a paso lento las exposiciones situadas en sus espacios correspondientes sin detenerme en ninguna para tener una imagen global sobre el museo mismo. Después, volví sobre mis pasos, repitiendo el mismo recorrido pero parándome, largo rato, en algunas obras concretas. En el silencio percibí muchos lenguajes, como rumores muy sugerentes sobre el hombre, el mundo, Dios; sobre la fe, la luz, el sufrimiento; sobre el golpe, la gracia, la incertidumbre. Sobre el vacío… Hoy quiero recoger solo este mensaje: la escultura que crea un vacío significativo.
La obra allí presente de Jorge Oteiza me recordó lo que él mismo hizo notar: que tradicionalmente la escultura era un sólido ocupando un espacio pero él buscaba una escultura que en el espacio creara un vacío, o sea, un microespacio en el espacio a través de la materia. ¿No está ya presente en los monumentos megalíticos de Stonehome o en los templos griegos? Y, ¿no es posible apreciar en ellos un lenguaje espiritual y religioso? ¿No dejan intuir lo esencial, la plenitud, lo espiritual, que tantas veces nos ha sugerido el blanco, por ejemplo? ¿Todo en uno? Sunyata.
Me concentro en otro de los hallazgos de este genial escultor: la fuerza que existe en la ausencia, hasta ser capaces de percibir el vacío como una forma y la forma como un vacío. Nuestras ciudades vacías o vaciadas en sus calles, ¿acaso carecen de fuerza espiritual, de una belleza dramática e inusual que nos grita verdades
y despierta conciencias dormidas o abre brechas orogénicas insalvables?¿No son, acaso, estas ciudades de este hoy “proféticas” en algún sentido?
¿No son nuestras ciudades vacías el “contenedor” siempre habitado pero nunca contemplado? Y, este mundo, siempre transformado por la presencia del hombre, ¿no lo vemos ahora respirando por sí mismo, creciendo, habitando el mundo animal los espacios vedados? Este vacío, ¿no es acaso un contenedor, un túnel sobre el que corre un flujo, un viento…? Ese vacío, ¿esperará algo? ¿Y “algo de nosotros? ¿Qué nos dice este realismo inmóvil de nuestras ciudades vacías? ¿Estos cuadros que parecieran pintados por Antonio López pero que son reales? ¿No hay una fuerza y belleza en este vacío? Pero, ¿habrá una palabra?
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​ABRIR UN HUECO EN LA MONTAÑA.
La gruta en la montaña.

Habitar el interior.
Un paso más. El espacio vacío proyectado por Chillida en la montaña de Tindaya, 1984, (Canarias) me sobrecoge por su rotunda belleza, su amplitud, su luz, la invitación al recogimiento que ha conseguido crear Chillida con el proyecto de esta obra magnífica, aún no ejecutada. El interior de la montaña está horadado por el cubo, siempre indicador del espacio y sus dimensiones y orientaciones, continente formal, abstracto y tan significativo. El cubo tiene las dimensiones de lo humano, incluidas en la mole informal de una montaña. Es obra del hombre y, en el cubo, deja su huella. Me sobrecoge por su violencia, porque la mano ingeniera del hombre ha tallado sus afilados ángulos, los ha
medido matemáticamente. No ha sido el tiempo, el agua o el viento, quienes han ido socavando esta montaña sino el hombre. El hombre, el hombre ha creado en el volumen ya existente, la montaña, otro volumen en negativo y, casando arquitectura y escultura, ha hecho de la naturaleza casa o arte.
El hombre ha querido entrar en la masa opaca, habitarla (ahí radica su violencia) y dotarla de luz, qué maravilla. Esa luz no es una vía de escape, que podríamos necesitar ante la claustrofobia del cubo, el mejor invento para sentirnos encerrados. Esa luz no sale, ¡entra! Y es ella la que esculpe un espacio nuevo, más
amplio, diáfano, prometedor, claro. Un volumen dentro del volumen, esculpido por el hombre y por la Luz.
No me queda más que vivir en esa sorpresa de la belleza del vacío en medio de la opacidad de este mundo y cómo solo en ese vacío es posible que la luz deje su huella en la apretada materia, a veces impenetrable. ¿Será esto una llamada a la creación de una apertura, una urgencia por abrir huecos en los lugares clausurados, herméticamente cerrados?
Sería una escultura visitable. No sé si será oportuno excavar una montaña, si tendrá algún valor ambiental o artístico hacerlo, pero el proyecto nos habla también del impacto de la mano del hombre sobre la naturaleza creada el cual para habitar el espacio lo niega, para crear espacio donde habitar ha de roturar y talar, excavar y romper… La Montaña calla, nunca podrá defender su valía por sí misma, su rotunda opacidad material, su inviolabilidad.

¿No hay en este “restar” a la materia, vaciar la montaña, vaciar la ciudad, el propósito positivo y sanador de des-opacar, de aliviar, de airear, de limpiar, de curar…, en definitiva? ¿No tenemos demasiado miedo al horror vacui, a la desocupación, al no hacer nada, al vaciar? ¿No estamos, acaso, ahítos de llenuras, hartos de harturas, de barroquismos, de excesos, de acumulaciones… sin descanso, sin parones, sin vacíos?
Y, ¿cómo podrá sobrevivir la mirada, la escucha, la atención, el silencio, la contemplación, si no hay distancia, vacío, soledad, hueco? ¿No es el principio de la sabiduría contemplar sin tocar, sin pisar, sin apropiarse? Solo nos es permitido ver… el vacío de la ciudad.
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​EL PROFETA.
​El vacío hecho voz

Esta escultura potente, expresionista antes que cubista, golpea nuestros sentidos con sus hierros forjados al fuego y amansados por la fuerza creativa del artista, auténtico heredero de la fragua. Define la forma esa musculatura espiritual de todo profeta, su postura erecta, proyectada más allá de sí mismo, de cabeza prominente y no menos prominente su estatura y estructura física, corpórea. Destaca la monumental boca abierta, una garganta como un oráculo, como un embudo, como una bocina.
Un cuerpo hecho de renuncias y de privaciones, de golpes y de andaduras. Un cuerpo tallado a cincel divino o a golpe de martillo y fuego. El instrumento de la Verdad y de la presencia, de la rotunda gracia y del misterio de Dios.

Lo que más nos sobrecoge, sin embargo, son los huecos, los vacíos escultóricos (¿Cómo no ver aquí la obra futura de Moore?), que dejan pasar el aire, el Viento, el del Espíritu, ese que va y viene y nadie sabe de él, pero que al profeta le traspasa, le atraviesa, le rompe la carne o el hierro, o el acero fundido, o la piedra secular, o la vida.
Queda suprimido en el profeta lo inerte, lo que no vale, lo que no es importante ni esencial. Solo la garra profética, solo la materia necesaria para decir y decir a través de muchos vacíos, muchos silencios, poca opacidad. Solo lo que Él necesite para hablarnos o para hablar “a través” de nosotros. Para ello una enorme boca vacía por la que entre y salga libre, como un ave de paso, la Palabra. Sin que nada la retenga, sin otros ecos, sin matices, sin curvas galerías que la hicieran melodiosa o sinfónica. La Verdad, fiel, redonda. Para que Dios, el verdadero, pueda ser oído aquí entre nosotros los hombres saciados de ruidos y de voces. ¿Qué palabra tienen hoy nuestros profetas, esculpidos en hierro y aire, por el Fuego y por el Viento?¿Tendrán nuestros profetas la humildad de hacer hueco, vacío, de abrirse hasta dejar habitar en sus gargantas profundas la Palabra sanadora, luminosa, salvífica, renovadora, de Dios para el hombre? ¿Qué palabras divinas nos llegarán? La mano del profeta nos señala de dónde viene y adónde va su vida, la nuestra, la de todos. Su mano, callada. La única señal.

CONCLUSIÓN
Me gustaría saber de ti, qué te produce el vacío, qué belleza encuentras y qué drama en nuestras calles desocupadas. Qué sensaciones tendríamos al pasearlas ahora, como si entráramos en los laberintos de acero corten de Richard Serra, hoyando el vacío. Pero, me gustaría más saber qué valor damos a los continentes de nuestras vidas, a nuestro mundo, a nuestras ciudades, casas, lugares que habitamos. ¿Las habitamos realmente? ¿Habitamos este mundo maravilloso o, simplemente, lo consumimos?
Y, ¿el valor que damos al hueco, al silencio, al espacio abierto, a la contemplación? ¿No necesitaremos echar por la borda mucho de lo inútil con lo que cargamos a diario, de lo que rellenamos nuestras ansiedades y angustias, de lo que nos sobra y a otros les falta, de lo que no es esencial? ¿Cuál será la PALABRA RPOFÉTICA que discurre ahora por las calles del mundo? ¿La OYES TÚ?
​
M. Prado
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