Monasterio de la Conversión
  • Comunidad
    • Fraternidad laical
    • Historia
    • Quiénes somos
    • Carisma
  • Interioridad
    • Oración
    • Estudio
    • Laboratorio de la fe
    • Palabra de Dios
  • Misión
    • Camino de Santiago
    • Itinerancias
    • Encuentros JARIS
    • Civitas Dei
    • Ecumenismo
  • Hospedería
    • Agenda - hospedería
  • News!
  • Contacto
  • Artesanía
    • Productos de Navidad
    • Cuaresma - Productos
    • Talleres artesanos
    • Diseño Gráfico

Tríptico de Sotillo de la Adrada

12/7/2019

 
Imagen

por Javier Rubio, julio de 2019
(Campamento"de Sevilla")

1.-Alfa y Omega
La capilla sacramental del convento de la Conversión no destaca por nada. Por nada especial salvo por una cosa que ahora se dirá. Las paredes son lisas y solo hay tres cuadros: una Virgen gestante, un Cristo Majestad sobre fondo dorado y un Cristo muerto de brazos increíblemente largos con dos inscripciones: "Todo está cumplido" y "Yo soy la vida". Nada que destaque, la verdad.
Pero por encima de la cabeza exánime del crucificado se eleva la más maravillosa composición que uno recuerda en una capilla sacramental. No hay pan de oro ni frescos deslumbrantes, pero sí la gama más increíble de verdes a lo largo de una ladera que hace justo de telón de fondo componiendo una sinfonía de la naturaleza ladera arriba hasta llegar a la cima.
Y entonces, cuando elevas la vista comprendes el mayor misterio: cómo toda la vida, todo lo creado, todo lo que salió de la mano providente y generosa del Padre está resumido en el tabernáculo de tosca madera junto al que la lamparilla roja indica la presencia real, verdadera y sustancial de Cristo en la eucaristía.
Qué admirable misterio encerrado en todas y cada una de sus porciones por mínima que se considere. Y entonces entiendes, con el verde de los pinos tiñendo el horizonte de la Bondad del Creador, que en ese pedazo del Cuerpo de Cristo glorioso y resucitado está la montaña entera con todos sus árboles y las aves del cielo que en ellos anidan y los animales que tienen en la tierra su cobijo, las hormigas insignificantes que trazan galerías subterráneas y las jinetas hábiles que acechan la caza.
Ese sagrario resume la vida entera que el Padre amoroso creó en un gesto desbordante de amor infalible: las constelaciones de estrellas, los océanos cuyas mareas se rigen por la luna creciente que riela en el mar verde del campo, los planetas que giran en torno al sol y los ríos que buscan el mar, las estrellas que tachonan la bóveda celeste, los hombres que pasaron, los que ahora están y los que vendrán, la luz infinita que viaja al límite y los átomos invisibles que danzan alrededor del núcleo.
Todo está contenido en ese sagrario como un punto de inflexión, un aleph como el del cuento de Borges capaz de contener el Universo, la mayor singularidad del espacio y el tiempo como un vórtice en el que el cielo y la tierra se juntaran. El cielo que me tienes prometido y la tierra de la naturaleza en todo su esplendor, restallante como un rayo verde que se hubiera forjado en la fragua del madero donde Cristo se entregó.
Yo soy la vida. La vida de la Creación entera que espera redención futura pero tan diminuto a los ojos como para estar contenido, replegado sobre sí mismo en la pequeña caja de madera donde aguarda Dios hecho vida.

Sotillo de la Adrada, 8/7/19
Imagen
2-El camino
Dios me va regalando pinceladas pero no alcanzo a ver el cuadro entero.
Ahora, después de la charla de la hermana Patricia, entiendo mejor el ventanal apaisado de la capilla del sagrario: es para contemplar el horizonte. Para tener una meta.
No es metáfora: desde ese trocito del cielo en la tierra no se divisa el vertedero. Porque en la finca colindante hay un vertedero, como la lengua de un glaciar de podredumbre y corrupción que avanzara hasta la iglesia y el monasterio. Creo que en la descripción inicial de la a abadía de "El nombre de la rosa" hay algo parecido.
No sé por qué he tomado el camino que conduce al vertedero, a la montaña herida en su seno excavado de la que sobresalen barbas de plástico, jirones de nuestra huella, como decía la charla. La huella del pecado de la humanidad, la miseria expresada en los restos de un colchón sobre el que un día alguien durmió u holgó o se murió. Allí está bien visible desde la valla. También el vertedero en el que yo volqué mi pecado cuando la gracia de Dios me concedió encontrar un camino de vuelta.
Estaba pensando en eso cuando una bolsa negra medio enrollada me ha llamado la atención. Iba caminando sin rumbo fijo, por conocer de la finca supongo, pero me he dicho: no voy a andar como los tontos, como decía la hermana en la charla. He tomado la bolsa negra y enseguida me he propuesto darle utilidad recogiendo toda la basuraleza que encontraba a mi paso. Así mi paseo tendría un sentido, sería útil
Es curioso cómo se asocian las ideas. Me he pedido el encargo de basurero y de chico soñaba con serlo, con las esportilla en la cabeza como llevaban entonces para volcarla en el camión. En parte, es mi oficio: tratar con los desechos de la sociedad, mostrar al mundo todo lo de desordenado, roto y descoyuntado hay en él.
Ayer, las monjas de Oropesa explicaron que su carisma era reparar el desamor al Corazón de Jesús. ¿Será esa la meta a la que encaminar mis pasos? ¿Reparar todo el daño apreciable que veo alrededor?
Una última consideración sobre el gato de Cheshire que la hermana Patricia señalaba en el diálogo con Alicia, que cobra todo su sentido en inglés porque ese “anywhere” se traduce tanto por “cualquier sitio” como “todos los sitios”.
El gato tenía el don de hacer que las palabras tuvieran el sentido que él quería darles. Quién sabe si ha llegado el momento de deshacerme de las palabras y seguir el camino en silencio. Eso hago. Tomo la bolsa negra y sigo adelante para limpiar la basura que encuentre a mi paso.


Sotillo de la Adrada, 8/7/19

Imagen
3-historias sagradas
A Jaime, arquitecto de comunión
A Valentina, documentalista de su propia vocación
A Samuel, superviviente gracias a Dios

Empiezo a escribir estas impresiones a vuelapluma todavía sobrecogido, impactado por tres historias sagradas en las que Dios ha tenido que ver mientras en la tienda de las niñas gritan a pleno pulmón el cumpleaños feliz para una de ellas haciendo caso omiso de la invitación al silencio que nos ha hecho la hermana Isabel para recoger el día con el mismo asombro con que lo iniciábamos.
Los críos son increíbles. En la caminata estuvieron media hora callados, mientras cantaba el padre Jaime se quedaron boquiabiertos con su voz y el acompañamiento del chelo, tan sonoro como refinado para sus oídos, silenciosos mientras la novicia Valentina desgranaba su historia y se quedaron sin palabras cuando Samuel dio cuenta de su viaje hacia la vida. Pero después, ya no pudieron contenerse más. Yo tampoco, por eso escribo. Porque me hago pequeño como ellos como para guardarme lo que he vivido en esta velada de testimonios y necesito ponerlo por escrito.
Nada más terminar, entré a la capilla del sagrario a dar gracias por lo vivido, pero enseguida me salí azorado. Me sentía como un intruso que rompiera la intimidad de un chaval que lloraba desconsolado doblado sobre el suelo. Al fin y al cabo, esta crónica va también por él y por todos los que no estuvieron y sólo tendrán este texto de referencia necesariamente imperfecta, inexacta e incompleta. La perfección, la exactitud y la completitud estaban encerradas en el tabernáculo de madera.

Decir que esta noche hemos viajado por Nueva York, París y Tánger no dice nada. Porque las tres historias sagradas -como un oficio de escuchas en lugar de lecturas- vienen de muy lejos. Sólo Dios, en su inagotable misericordia, pudo antes de todos los tiempos haber tejido un plan para que todo eso sucediera ante nuestros atónitos ojos. Jaime, Valentina y Samuel eran el mejor ejemplo de las compañías del camino, de esas circunstancias que nos envuelven sin que sepamos muy bien por qué salvo que el Creador así lo dispuso. ¿De qué otra manera hubieran coincidido tres casos tan dispares, tan diferentes y tan alejados si no fuera ese el plan infinito de Dios?
Un arquitecto triunfador, de éxito, con apartamento en Central Park que una alborada, de vuelta de una fiesta, cavila en un taxi que ganar un pastón y firmar edificios en China es la bomba pero que la vida tenía que ser algo más.
Una estudiante de máster en París que siente que su casa está en un albergue de peregrinos de las agustinas de la Conversión en Carrión de los Condes. Y un chaval camerunés aferrado a su fe en medio de la Zodiac que lo transporta clandestinamente de Tánger a España en medio de la tempestad.
Era el profeta Elías el que esperaba a Dios en la tormenta o en el fuego y acabó apareciendo en la brisa. Pero anoche vivimos no una brisa suave y cálida sino un huracán impetuoso que nos puso patas arriba el espíritu. Porque nosotros -yo, desde luego- podemos dar fe de que los testimonios nos removieron y nos interpelaron a grandes y a chicos, a consagrados y a laicos como nadie se esperaba. Dios se presentó esta vez como un terremoto espiritual con la misma intensidad con que se presentó en la vida de nuestros tres protagonistas. Como en todos los seísmos, lo más devastador resultan ser las réplicas. Atentos a ellas.

En los tres casos reconocía una tangente que me conectaba con ellos. Un tipo que trabaja en el estudio de Cruz y Ortiz en el proyecto del Rijksmuseum del que yo había escrito, una novicia que me había abordado el día anterior intrigada por mi taller sobre las fake news y que me contó que había trabajado en el canal EWTN, un chico al que he visto decenas de veces en misa en la parroquia... Seguro que todo el que lea esto puede encontrar lazos con las tres historias sagradas de anoche o con el que las escribe como los nudos de un bordado por el revés de la tela.

Y es en esa conjunción entre lo que es sus vidas y la mía donde el Señor quiere encarnarse para que todas las cosas tengan su recapitulación en Él. Es en el vacío de una carrera profesional afortunada donde Dios empieza a tener sus lazos para llevar al desierto como los que evocaba el profeta Oseas. O en la chica que tiene su vida bajo control y sus metas clarísimas que se enamora de Quien no esperaba. O en el muchacho que se sentía solo y, sin embargo, cada vez tiene más amigos pero no se olvida de dar gracias a Dios por la ducha, por la cama, por la comida...
Y en medio, quienes no dan puntada sin hilo, quienes tienen enhebrada siempre la aguja para coser, zurcir, hilvanar, pespuntear, remendar las vidas deshilachadas a las que hay que echarles el dobladillo para que no terminen de desflecarse del todo. Y la convicción íntima de que uno quiere pertenecer a ese gremio de modistas en vez a la estirpe de los que rasgan las telas y hacen saltar las costuras.
Para mí no fue lo maravilloso el abrazo de todos los chicos del campamento con Samuel mientras movía la cabeza y sólo acertaba a decir: "No es fácil". Lo maravilloso no fueron los relatos de vocación tan parecidos a los bíblicos de los profetas. Lo maravilloso no fue la voz prodigiosa del padre Jaime o la candorosa espontaneidad de la novicia Valentina y voilà.
No. Lo maravilloso, lo que sólo puede explicarse apelando a la Providencia es que todo eso sucediera ante mis ojos la noche del 9 de julio de 2019 en el porche del monasterio de la Conversión de las agustinas. Ni la más fastuosa superproducción de Hollywood admite comparación con la maravillosa Sabiduría que planificó la velada. Esa Sabiduría sin la que cualquiera considerado perfecto entre los hombres es estimado en nada.

AMDG

Autor: El último de la fila
Sotillo de la Adrada, 10/7/19 1:06AM
Coda final:   991,3 kilómetros después
Acabo mi camino con el cuentakilómetros a punto de marcar una cifra tan redonda como un millar desde que el domingo pasado lo puse a cero en la parroquia. Siento que ha cundido mucho el tiempo, como si hubiera estado desplegándose estos tres días más allá de lo que marcaban las manecillas del reloj.

En la capilla sacramental -va a ir conmigo adonde quiera que vaya siempre- me arrodillé para dar gracias a Dios. Por la experiencia, lo que era obvio, y por el cumpleaños de mi madre: no sólo por haber llegado a edad tan provecta sino por la salud de todos nosotros y el dinero que nos permitiría celebrarlo con una comida de diecinueve adultos, nueve niños más un lactante que, claro está, no se sentó a la mesa. Pero también por otras cosas que la estancia en el campamento me ha hecho aprender por el contacto con las monjas: la pobreza de no saber qué comer sin posibilidad de elegir confiado en que Dios provea, el silencio en los gestos y en la actitud corporal y ese asombro por la creación que se contempla desde el ventanal de la capilla.

Esa era mi oración hasta que me arrebató una compunción como no había experimentado en todo el tiempo allí en Sotillo que afloraron en forma de dos gruesas lágrimas que rodaron mejilla abajo. Porque había comprendido al fin que las palabras no me pertenecen y que, por tanto, no puedo guardármelas para mí. Una vez me recomendaron reservarme textos de intimidad con Dios. Lo he venido haciendo de vez en cuando y de hecho no pensaba compartir los textos que había escrito en el monasterio de la Conversión para mantener a raya al monstruo de la vanidad, siempre ladrando como un mastín insaciable. Pero entonces comprendí que, después de rogarlo, Dios me había librado de esa tentación: mi testimonio, que a mí siempre me había parecido impresionante, no lo era ni mucho ni poco al lado de los que nos dejaron en la velada. Y que mis escritos no le llegan al zancajo de las letras de las canciones del cura Jaime. Pero son los míos, ingeniosos o planos, aburridos o grandilocuentes. Y, después de todo, forman parte de la creación como esos pinos carrascos de la ladera cuya perspectiva concluye precisamente en el sagrario forman parte de la Creación.

He hecho el camino de buscar el reconocimiento, el aplauso o la aprobación de los lectores y estoy de vuelta. También de eso he tenido que desapegarme. Como también de su reverso, el temor a caer en la tentación del pavoneo que me sometía y me encadenaba. Ha sido un largo viaje de más de 991,3 kilómetros. Pero sentí, allí arrodillado sobre el escabel mínimo, que si mis palabras pueden ayudar, no puedo tenerlas encerradas para evitar así caer en la tentación de la vanagloria espiritual, tan real como la mundana. Pero me quedo con una frase de la charla de la hermana Carolina: “Elegir lo que se hace; hacerlo bien”. Y con la santa indiferencia de la que habla San Ignacio.

Si sirven a alguien, no voy a privarlas de esa posibilidad para evitar otra consecuencia encadenada que solo responde a una necesidad mía. Ha sido un largo camino, pero siento que en esa capilla he vuelto a casa.

Sevilla, 10/7/19

Los comentarios están cerrados.
    Imagen

    Imagen

    Imagen

    Categorías

    Todos
    Civitas Dei
    Ecumenismo
    Encuentros
    JARIS
    Jóvenes
    Navidad
    Pascua
    Postulantes
    Profesión De Temporal
    Profesión Solemne
    Toma De Hábito
    Video Conferencias


Con tecnología de Crea tu propia página web con plantillas personalizables.
  • Comunidad
    • Fraternidad laical
    • Historia
    • Quiénes somos
    • Carisma
  • Interioridad
    • Oración
    • Estudio
    • Laboratorio de la fe
    • Palabra de Dios
  • Misión
    • Camino de Santiago
    • Itinerancias
    • Encuentros JARIS
    • Civitas Dei
    • Ecumenismo
  • Hospedería
    • Agenda - hospedería
  • News!
  • Contacto
  • Artesanía
    • Productos de Navidad
    • Cuaresma - Productos
    • Talleres artesanos
    • Diseño Gráfico