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"Todos la llamaban Juana"

16/5/2020

 
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L´Ossevatore Romano
Artículo publicado en L´Ossevatore Romano con ocasión del centenario de la canonización de Juana de Arco.
​Escrito por Hna. Carolina, priora del Monasterio. 
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TEXTO ESPAÑOL...       
Hna. Carolina Blázquez Casado
Priora de la Monasterio de la Conversión

“Todos en mi aldea me llamaban Juana desde que nací”, así se presentó ante sus jueces Juana de Arco al inicio de los interrogatorios que la condujeron, en 1430, tras un largo y malintencionado proceso, a la condena a muerte por herejía. Fue quemada viva, en la plaza del Vieux Marché de Rouen, Normandía, donde hoy podemos encontrar dos esculturas que expresan el misterio de su vida y de su muerte. La primera escultura está en el lugar concreto donde la tradición sitúa la hoguera en la que fue ejecutada. Las llamas de piedra parecen elevar a Juana hasta el cielo. En la segunda, de bronce, situada en el interior de la Iglesia de Santa Juana de Arco, el fuego arropa a Juana, como si en vez de venir de fuera, en realidad, viniera del interior de la joven, brotara de su propio cuerpo. Y ciertamente, la luz que irradió Juana en su vida venía del cielo y estaba, a la vez, muy dentro de ella.
 
Casi cinco siglos después de su condena, Juana de Arco fue canonizada el 16 de mayo de 1920 por Benedicto XV y en el marco de este centenario que celebramos empiezan a surgir iniciativas muy diversas para, aprovechando este aniversario, recordar su historia y dar a conocer su vida. Es sorprendente el atractivo que esta joven y su historia ha ejercido y ejerce todavía en tantísimas personas de diversos ámbitos e incluso más allá de las fronteras visibles de la Iglesia. Quizá una de las fotos más entrañables que tenemos de Teresa de Lisieux es en la que aparece vestida de su heroína francesa medieval, a la que admiraba muchísimo y sobre quien escribió en el Carmelo dos obras y varios poemas. Charles Peguy, nacido en Orleans, ciudad donde Juana protagonizó una de las victorias más conocidas de sus campañas militares, le profesó también una profunda devoción. De hecho, le dedicó también su primera obra de teatro, que fue completando a lo largo de su vida para finalmente publicarla con el título El misterio de la caridad de Juana de Arco. Su historia ha sido, repetidas veces, llevada al teatro, a la ópera y al cine. Contamos con la gran película de Dreyer de 1928 La Pasión de Juana de Arco y con la representación insuperable de Ingrid Bergman veinte años después en Juana de Arco de Victor Fleming y, de nuevo, la misma actriz con el mismo personaje, pero unos años más tarde y bajo la dirección de Roberto Rosellini. En España, por ejemplo, José Luis Martín Descalzo, conocidísimo sacerdote, escritor y periodista, escribió en 1983 una obra de teatro religioso La hoguera feliz, sobre la santidad de la pequeña Juana, que es una joya de la espiritualidad. En la actualidad se están preparando nuevas puestas en escena, ¡es algo impresionante! ¡Y qué gran paradoja! Juana, la campesina de Domrémy, que nunca aprendió a leer ni escribir, objeto de innumerables composiciones poéticas, musicales, representaciones pictóricas, escultóricas, investigaciones históricas, novelas biográficas, ensayos, estudios teológicos… Pero, ¿qué hay en esta mujer, que murió a los 19 años en la hoguera, que suscita tanto interés?
 
Esta figura del cristianismo medieval, por un lado, es tremendamente lejana y distante para nuestros modelos de santidad actual. Soldado y heroína del pueblo francés, Juana ha sido sometida constantemente a interpretaciones nacionalistas, políticas y guerrilleras. Incluso el motivo de su canonización fue interpretado por algunos como una estrategia político-religiosa, después de la Primera Guerra Mundial, para revalidar el sentimiento de patriotismo francés. En verdad, la iconografía la representa generalmente vestida como un soldado, forrada con la armadura de hierro, con su cabello corto y al aire, a caballo, enarbolando el estandarte… apuntes que, por otro lado, jugaron un importante papel en su proceso de condena, puesto que el tema de su indumentaria y la acusación de travestismo ocupó gran parte de las acusaciones e interrogatorios.
 
Pero más allá de estos datos, misteriosamente Juana y su historia han desprendido una bellísima luz pascual y ha suscitado un atractivo ligado a una plenitud de lo humano que se puede vislumbrar en ella. Esta humanidad lograda es el signo de la santidad cristiana y esto, justamente esto, es lo que la hace interesante para todos.
 
Había en Juana una convicción rotunda de su llamada y de su misión divina. Esta certeza de la voz de Dios en su interior fue el escudo más poderoso y su fortaleza frente a todas las batallas que libró en su corta existencia, no solo las militares sino más aún, la batalla interior para aceptar su vocación, abandonar el entorno familiar y renunciar a su pequeña pero amada vida de hilandera y campesina en la bellísima Región de la Lorena. Su férrea convicción por estar obedeciendo la voz de Dios hizo posible lo imposible en esa época, que una jovencita se hiciera audible y creíble ante la Corte y ante el mismo Delfín de Francia y que liderara a un ejército de más de mil soldados agotados y abatidos hasta el punto de levantar los ánimos y ganar las batallas. Juana permaneció fiel a esta llamada, incluso en el fracaso, en la traición y en el abandono por parte de su débil rey, hasta perder la propia vida por defender la verdad de su llamada, pues esta llamada, en realidad, era la razón de su vivir: “la misión para la que he nacido” decía ella.
 
Desde los trece años a Juana le acompañan las “voces”, así las llamaba. Son el símbolo del espacio interior donde Dios espera y habla secretamente al corazón, a cada hombre y a cada mujer, desvelando con su Palabra y su Presencia nuestra verdad más profunda. Estas voces encerradas en el centro personal cantan, susurran, hablan y nos dicen que estamos habitados y hemos sido salvados por el Misterio, “un Tú que nos hace”. Entonces, la existencia se reconoce amada desde siempre y soñada por Dios, de tal modo que la tarea de vivir deja de ser un empeño esforzado, un proyecto más o menos acertado o un ingenio personal por alcanzar un logro, que solo algunos afortunados consiguen, para abrirse a una misión que corresponde con la misma vida, sin importar tanto el resultado, aceptando su fracaso, pues la misión se vincula a la relación, confiada y libre, con Quien, sosteniendo la vida, la ama incondicionalmente y la colma de sentido en la comunión con Él.
 
Esta convicción puso a Juana bajo una sombra de protección divina. Ella pertenecía a Jesús y todos lo sabían. Los rudos soldados con los que convivió en el frente y la gente humilde de los pueblos, que reconocían con profunda veneración en ella esa fuerza de Dios que se manifiesta en la debilidad, la llamaban la Pucelle, es decir, la Doncella de Orleans. Un nombre que habla de la pureza y el respeto que desprendía su sola presencia. Juana de Arco amaba locamente a Jesús, escribió su Nombre en la bandera blanca —como su caballo, también blanco—, que sostenía durante las batallas y repitió el Nombre de Jesús más de diez veces mientras era consumida por las llamas. Su último aliento fue un grito claro y fuerte, para que todos pudieran oírla, ¡Jesús! Se conformó con Él y asumió su destino de compasión, perdiendo la vida para que los oprimidos de su tiempo pudieran gozar de un futuro de libertad y paz. Ellos la acompañaron hasta el final, eran la multitud que contemplaba llorando su ejecución. Una profunda piedad conmovía a todos. Hasta los corazones de piedra se quebraron y los mismos que habían promovido el proceso de condena, sintieron ese día, y los inmediatamente siguientes, un golpe de arrepentimiento hasta derramar lágrimas. Habían quemado la verdad.
 
Y aunque todos los restos y las cenizas de su cuerpo fueron arrojados al Sena para evitar cualquier devoción o exaltación posterior, las voces secretas de Juana sonaron alto, como se oyen a lo lejos las campanas de una Iglesia al toque de misa, y muchos entendieron su música y la reconocieron. Es la misma melodía que suena en nuestro interior y nos llama a entregar la vida por Jesús, sin reservas, porque esta es la misión para la que también nosotros hemos nacido.
 
TEXTO ITALIANO...       
"La chiamavano Giovanna"

«Tutti nel mio villaggio mi chiamavano Giovanna da quando sono nata».
Così si presentò Giovanna d’Arco all’inizio degli interrogatori che la condussero, nel 1431, al termine di un lungo e tendenzioso processo, alla condanna a morte per eresia. Fu bruciata viva nella piazza del Vecchio Mercato di Rouen, in Normandia. Due sculture innalzate sul luogo dell’esecuzione esprimono il mistero della sua vita e della sua morte. Nella prima le fiamme di pietra sembrano ele vare Giovanna verso il cielo; nella seconda, di bronzo, posta nell’interno della chiesa di Santa Giovanna d’Arco, il fuoco avvolge la ragazza come se, invece di provenire da fuori, in realtà venisse da dentro, promanasse dal suo stesso corpo. E certamente la luce che irradiò Giovanna nella sua vita veniva dal cielo e al tempo stesso brillava profondamente dentro di lei.

Quasi cinque secoli dopo la sua condanna Giovanna d’Arco fu canonizzata il 16 maggio del 1920 da Benedetto XV. In occasione di questo centenario cominciano a sorgere iniziative molto diverse per ricordare la sua storia e far conoscere la sua vita. È sorprendente l’attrattiva che questa ragazza e la sua vicenda hanno esercitato e tuttavia esercitano su moltissime persone di ambiti diversi, anche oltre le frontiere visibili della Chiesa.

Una delle fotografie forse più commoventi che abbiamo di Teresa di Lisieux è quella in cui appare vestita come la sua eroina francese del Medioevo, che ammirava moltissimo e su cui scrisse nel Carmelo due opere e varie poesie.

Charles Péguy, che nacque a Orleans, la città dove Giovanna fu protagonista di una delle vittorie più famose delle sue campagne militari, nutrì anch’egli verso di lei una profonda devozione. Le dedicò la sua prima opera teatrale, che andò completando durante la vita per pubblicarla infine col titolo: Il mistero della carità di Giovanna d’Arco. La sua storia è stata spesso rappresentata in teatro, all’opera e al cinema: per citare solo alcuni esempi, il celebre film di Dreyer La passione di Giovanna d’Arco del 1928; 20 anni più tardi, l’interpretazione insuperabile di Ingrid Bergman in Giovanna d’Arco di Victor Fleming; e di nuovo, qualche anno dopo, la stessa attrice nei panni del o stesso personaggio ma sotto la direzione
di Roberto Rossellini.

In Spagna, José Luis Martín Descalzo, un sacerdote molto conosciuto, scrittore e giornalista, nel 1983 scrisse un’opera di teatro religioso sulla santità della piccola Giovanna, Il rogo felice, che è un gioiello di spiritualità. Attualmente si stanno preparando nuove messe in scena: ed è una cosa impressionante, un grande paradosso. La contadina di Domrémy, che non imparò mai a leggere né a scrivere, è stata oggetto di innumerevoli composizioni poetiche, musicali, rappresentazioni pittoriche, sculture, ricerche storiche, racconti biografici, saggi, studi teologici... Ma cosa c’è in questa donna, che morì a soli 19 anni su un rogo, a suscitare tanto interesse?

Questa figura del cristianesimo medievale è da un lato tremendamente lontana e distante dai nostri attuali modelli di santità. Soldato ed eroina del popolo francese, Giovanna è stata sottoposta costantemente a interpretazioni nazionalistiche, politiche e militari. Persino il
motivo della sua canonizzazione fu interpretato da alcuni come una strategia politico-religiosa, dopo la Prima guerra mondiale, per ravvivare il sentimento patriottico dei francesi. In effetti l’iconografia la rappresenta generalmente vestita da soldato, bardata con l’armatura di ferro, i capelli corti e al vento, lo stendardo in mano... motivi che per altri versi giocarono un ruolo importante nella sua condanna, dato che il tema del suo abbigliamento e l’accusa di travestimento occuparono gran parte degli interrogatori.

Ma al di là di questi dati, la vita di Giovanna ha misteriosamente sprigionato una bellissima luce pasquale, suscitando un’attrattiva legata alla pienezza dell’umano che in lei si può intravedere. Quest’umanità realizzata è il segno della santità cristiana ed è propriamente ciò che la rende interessante per tutti.

In Giovanna vi era una convinzione assoluta della sua chiamata e della sua missione divina. Questa certezza della voce di Dio nella sua interiorità fu il suo scudo più potente, la forza di fronte a tutte le battaglie che affrontò nella sua breve esistenza, non solo quelle militari ma, ancora di più, la battaglia interiore per accettare la sua vocazione, abbandonare l’ambiente familiare, rinunciare alla sua piccola ma amata vita di filatrice e contadina nella bellissima regione della Lorena. La sua ferrea convinzione di agire in obbedienza alla voce di Dio rese possibile l’impossibile, in un’epoca come la sua: che una ragazzina riuscisse a farsi ascoltare e a ottenere credito di fronte alla Corte e al cospetto dello stesso Delfino di Francia. E che si ponesse a capo di un esercito di più di 1000 soldati stanchi e abbattuti fino al punto da rinfocolare gli animi e vincere le battaglie.

Giovanna rimase fedele a questa chiamata anche nell’insuccesso, nel tradimento e nell’abbandono da parte del suo debole re, fino a perdere la vita per la verità della sua chiamata, perché questa era in realtà la ragione per cui viveva: «la missione per cui sono nata», diceva lei.

A partire dai suoi 13 anni, Giovanna era accompagnata da quelle che lei chiamava “levo ci”. Primo, san Michele Arcangelo — acui si riferiva come al suo “consigliere”—seconda, Santa Margherita; terza, Santa Caterina d’Alessandria. Poi, le campane, annuncio della voce stessa di Dio. Le voci sono il simbolo dello spazio interiore in cui Dio attende e parla segretamente al cuore di ogni uomo e di ogni donna, disvelando, con la sua Parola e la sua Presenza, la nostra verità più profonda. Queste voci personali, chiuse nel centro della persona, cantano, sussurrano, parlano e ci dicono che siamo abitati e salvati dal Mistero, «un Tu che ci fa». Allora l’esistenza si riconosce amata da sempre e sognata da Dio, in modo tale che il “mestiere di vivere” smette di essere uno sforzo, un progetto più o meno chiaro o il frutto di una genialità personale capace di arrivare a un risultato che solo alcuni fortunati raggiungono, per aprirsi invece a una missione che coincide con la vita stessa, senza che importi tanto il risultato, ma che include anche l’accettazione del fallimento, perché la missione è legata al rapporto, fiducioso e libero, con Co lui che, sostenendo la vita, la ama incondizionatamente e la colma di senso nella comunione con Sé.

Questa convinzione pose Giovanna all’ombra della protezione di Dio. Ella apparteneva a Gesù e tutti lo sapevano. I rudi soldati con cui viveva al fronte, la povera gente di campagna che con profonda venerazione riconosceva in lei questa forza di Dio che si manifesta nella debolezza, la chiamavano la Pucelle, ovvero la Pulzella d’Orleans. Un nome che parla della purezza e del rispetto che comunica va la sua sola presenza. Giovanna d’Arco amava pazzamente Gesù, scrisse il suo Nome sulla bandiera bianca — come il suo cavallo, anch’esso bianco — che teneva alta durante le battaglie, e ripeté il nome di Gesù più di dieci volte mentre veniva consumata dalle fiamme. Il suo ultimo respiro fu un grido chiaro e forte, perché tutti potessero sentirla: Gesù!

Si conformò a Lui e accettò il suo destino di compassione, perdendo la vita perché gli oppressi, gli umili e i piccoli del suo tempo potessero godere un futuro di libertà e di pace. Essi la accompagnarono fino alla fine, erano la folla immensa che contemplava piangendo la sua esecuzione. Dicono gli atti del processo che una profonda pietà commuoveva tutti coloro che vi assistevano. Persino i cuori di pietra si spezzarono, e quegli stessi che avevano voluto il processo e la condanna, in quel giorno e nei giorni immediatamente seguenti sentirono un groppo di pentimento fino a versare lacrime. Avevano bruciato la verità.

E così, anche se tutti i suoi resti e le sue ceneri furono dispersi nella Senna per evitare qualunque devozione o esaltazione posteriore, le voci segrete di Giovanna risuonarono alte, come si odono da lontano le campane al tocco della messa, e molti compresero quella musica e la riconobbero. È la stessa melodia che risuona dentro di noi e ci chiama a offrire la vita per Gesù, senza riserve, perché questa è la missione per la quale anche noi siamo nati.

di CAROLINA BLÁZQUEZ CASADO
Priora del Monasterio
de la Conversión, Sotillo de la Adrada
(Ávila, Spagna)


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