La misión que llevamos a cabo en el Albergue de Santa María nos brinda la oportunidad de ser testigos del milagro que cada día sucede en el Camino, donde hombres y mujeres de todo el mundo, de diversas edades, culturas, lenguas, religión, y un largo etcétera, pueden sentarse juntos al rededor de una mesa para compartir su pan. Este es un gesto más que nos habla de que la comunión es verdaderamente posible, cuando nos sabemos todos hermanos. Tras el encuentro musical en el que cada tarde nos encontramos con los peregrinos que pasan por nuestro albergue, celebramos la Eucaristía seguida de la bendición a los peregrinos. Terminamos el día juntos compartiendo la cena, recordando que allí donde hay amor, caridad, generosidad, fraternidad... allí está Dios. Con este canto final, Ubi Caritas, concluíamos un día grande, en el que de modo especial hemos recalcado y agradecido esta herencia que hemos recibido, que se transmite de generación en generación, y que hace posible que hoy, siglos después, el Camino de Santiago siga vivo tras haber sido trazado por miles de hombres y mujeres que se ponen en camino. En este día damos gracias también por esta llamada que nuestras primeras hermanas recibieron y a la que respondieron con su sí: una llamada a salir a los caminos, a encontrarse con el hombre de hoy, escuchar lo que le inquieta, lo que hace que un día haga su mochila y empiece a caminar siguiendo las flechas amarillas rumbo a Compostela. Los comentarios están cerrados.
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