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Memoria agradecida...

18/3/2021

 
El pasado lunes, la diócesis de Palencia celebraban una misa funeral por Don Rafael Palmero y acudimos a esta acción de gracias algunas hermanas del monasterio.
D. Rafael en diferentes visitas en Becerril y Sotillo

​Hna. Carolina
Priora del Monasterio
El lunes 15 de marzo un grupo de hermanas de nuestro Monasterio nos hicimos presentes en la eucaristía funeral que la diócesis de Palencia ofreció por Don Rafael Palmero. 

Al entrar en la catedral fuimos directas a la capilla del altar mayor donde se encuentran los restos de San Manuel González, el obispo de los sagrarios abandonados, tan querido por Don Rafael. Allí rezamos por él con profunda gratitud y cariño. Pudimos, a la vuelta, hacer también una breve parada en la Trapa de Venta de Baños, junto a su también tan querido Rafael Arnaiz. La cercanía de estos santos tan amados por él avivaba la confianza de que Rafael estaba con ellos, todo nos invitaba a mirar al cielo. 

Conocí a Don Rafael cuando era una adolescente y comenzaba a participar en las iniciativas pastorales para jóvenes de la Diócesis de Toledo. Él se hacía presente en cada propuesta liderando, con su sencillez y carácter más bien discreto, el proyecto de evangelización para los jóvenes que durante los años 90 se desplegó en toda la diócesis y especialmente en Talavera. Recuerdo nítidamente su presencia en las peregrinaciones a Guadalupe, caminaba con nosotros, disfrutaba de las celebraciones, de las veladas, de todo ¡Era uno más! Esto infundió en mí, en nosotros, un profundo amor a la Iglesia que en él se acercaba a nuestras vidas como madre, compañera, guía... 

De Don Rafael recibí el sacramento de la confirmación en mi colegio de los Sagrados Corazones, estuvo cerca en mi discernimiento vocacional, se hizo presente en Becerril de Campos, desde el primer día que llegamos y tantísimos otros... ¡presidió mi profesión solemne! Ha sido un verdadero padre y sé que no se olvidará de nosotras desde el cielo.
¡Gracias, Don Rafael!

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Hna. Carmen R.
​Gracias, don Rafael, porque en los inicios de nuestra andadura fuiste "nuestro José" buscando alojamiento.
Nada más conocer el proyecto nos ofreciste ir a tu diócesis de Palencia. Pensaste primero en el albergue del Santuario del Brezo pero los planes cambiaron un 15 de agosto, celebrando la fiesta de la Asunción con las hermanas del Cister, en San Andrés de Arroyo; solicitando a la abadesa, la casa del capellán para empezar las cuatro primeras al amparo de las hermanas.
Inolvidable la visita sorpresa que recibimos el primer día de nuestra llegada a san Andrés, cuando después de un largo viaje llegaste con el vicario y el secretario a visitarnos, cómo alegrasteis esa tarde de desconsuelo.
Continuamos buscando casa, ¿recuerdas la visita a la casa de Baltanás? Para tí asequible, no tanto para nosotras.
La sorpresa fue mayor cuando nos comunicaste que los agustinos dejaban la casa de Becerril. Por fin teníamos casa para empezar con nuestra forma de vida y además casa de la Orden. 
Gracias.

Hna. Amaya
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​De D. Rafael destaco como cualidad relevante su gran generosidad que, desde su cercanía a los demás, siempre encontraba la oportunidad para hacer llegar a cualquiera que estuviera necesitado todo lo él que recibía de algún modo. Así quedó grabado en las cuatro primeras hermanas que vivimos en San Andrés de Arroyo. Él se ocupó de ofrecernos un lugar en su diócesis para nuestros inicios al amparo de una comunidad religiosa, una pequeña casa destinada al capellán que estaba vacía y pronto nos llevó lo más importante que podíamos necesitar: un sagrario abandonado, haciendo honor a D. Manuel González, para que nuestra vida abriera las puertas y pusiera en el centro a Aquel que nos llamaba a empezar este camino. Este gesto de generosidad ratificó esta presencia de Dios en medio de nosotras. Fue un signo palpable de la mano de Dios, prendiendo el fuego de una llamada nueva en nuestros corazones dentro del carisma agustiniano. D. Rafael fue para nosotras una gran mediación de esta Providencia.


Hna. María del Prado
​Con la pérdida de D. Rafael nos ha quedado la ausencia física, conmovedora, de un buen amigo pero no se nos ha ido su intercesión y compañía desde el Cielo. Era un hombre muy bueno. Dejaba transparentar por donde iba su corazón de Buen Pastor. En él vi, por determinadas circunstancias, de un modo concreto y verdadero a la Iglesia Madre y Padre a la vez, la misericordia y la bondad guiando circunstancias difíciles.
Humilde, sencillo. No era expresivo ni hablador pero hacía sentir que disfrutaba junto a las personas y que eras alguien querido e importante para él sencillamente estando. Cuando venía a visitar a la Comunidad inesperadamente o esperándole siempre me pedía cantarle un poema de S. Juan de la Cruz: "El Pastorcico". Hoy quiero cantárselo desde el corazón con tierno afecto fraterno convencida de que ya está reposando feliz en brazos del Buen Pastor.
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Nacho Monar
Primer laico de la fraternidad
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Con el fallecimiento de don Rafael Palmero no sólo pierdo a un buen amigo sino a alguien que me enseñó cómo se vive al servicio de la Iglesia bondadosamente. Echo un vistazo hacia atrás y sólo encuentro momentos de generosidad. Siendo obispo auxiliar de Toledo se esforzó por comprender las inquietudes de aquellos jóvenes de su diócesis de Toledo. Nos acompañó no sólo espiritualmente, sino como un peregrino más a Santiago, a Guadalupe, incluso a Polonia.
Se hizo presente en nuestras Pascuas Juveniles. Tenía una sonrisa sincera y muchos detalles. Recuerdo que siempre insistía en hacer fotos de grupo que inmortalizaran aquellos actos. En definitiva, a pesar de que la edad nos separaba, fue nuestro querido obispo y compañero guía en la fe. Conocimos su pueblo zamorano de Morales del Rey, donde disfrutamos de las peculiares bodegas subterráneas. Nos presentó a sus sobrinos, que se incorporaron a bastantes actividades religiosas.
Su marcha a Palencia no significó en absoluto un alejamiento. Al contrario, incorporamos el paisaje de aquella Castilla a nuestro imaginario. Tengo un especial recuerdo de don Rafael durante los distendidos ratos de la comida, mientras nos enseñaba su nuevo destino. Aquel almuerzo en la Venta Campa de San Salvador de Cantamuda; una comida memorable junto a Pablo Payo “El Mesonero Mayor del Camino de Santiago“, en Villalcázar de Sirga...
Cuidó de los que tenía encomendados. Presumía del patrimonio artístico heredado tras generaciones de cristianos. Y sobre todo, nos quiso con una paternidad espiritual nacida de lo más profundo de su carácter. 
Guardo en mi biblioteca su tesis doctoral, “Iglesia-Madre en San Agustín”, un tema premonitorio para lo que luego nos reservó la vida. Conservaré memoria de su apoyo constante a las hermanas agustinas del Monasterio de la Conversión. Días iniciales de aquella fundación en San Andrés de Arroyo y en Becerril de Campos...
Cierto día, junto con un grupo de amigos visitábamos a las hermanas cuando don Rafael se presentó a verlas. Ya nos había ganado tanto que le seguimos por las calles del pueblo. Disfrutamos de su precioso museo de Arte Sacro - aquellas pinturas de Pedro Berruguete- . Después don Rafael nos enseñó un secreto: la destilería de Claudio Doncel, justo enfrente. Un aguardiente maravilloso que disfrutamos en la confianza de quienes se tienen cariño.
Esos momentos cercanos son los que me vienen a mi memoria hoy. Con la muerte de una persona querida se derraman lágrimas y se siente la melancolía de lo compartido. Eso siento hoy, al escribir estas líneas. No un panegírico sobre una figura de nuestra Iglesia, sino las palabras entre entristecidas y reconocidas de alguien que tuvo la suerte de compartir una amistad.




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