¡Tanto bien!1.- ESE CHIRRIDO. Cuando el mal nos cerca provoca en nosotros un gemido, un quebranto de la voz, un quejido, un ay… pero el mal tiene su propio sonido cuando nos hiere, es el chirrido de la existencia, lo estridente que desentona en el conjunto de la vida. No estamos hechos para el mal como nuestros oídos no pueden resistir ese ruido desagradable, inarmónico, duradero. Hay una desmesura en el mal, un exceso[1], que nos hace caer o pensar que él tiene la última palabra, pero, nos equivocamos ahí precisamente porque ni tiene la última palabra ni prevalece en esta vida el misterio del mal. La experiencia de todos nosotros es que frente al mal podríamos constatar la presencia del bien. ¡De tanto bien! Tal vez la pregunta más profunda que nos deberíamos hacer no sea “¿por qué el mal?” sino “¿por qué el Bien?” y apostarnos ante el Bien para declararlo abiertamente presente en el mundo, a nuestro alrededor, para reconocerlo, para comprobar su evidencia o, admitir también nosotros, nuestra incapacidad para salir de lo que nos rapta la vida cotidianamente y atender al bien que está y no es saludado. 2.- ¿A QUIÉN DEBEMOS TANTO BIEN? "La amplitud del mal se mide por el poder de su antídoto”[2]. El antídoto contra el mal no será otro sino la INOCENCIA[3], la del Niño y la del Hombre que morirá en la Cruz y así asumirá el mal quien no lo hace, quien solo es Bondad. Será para el mismo mal un desafío insoportable porque el Inocente, el que no hace daño, el que nunca responderá al mal con el mal, sin embargo, tiene en su inocencia la fortaleza definitiva contra él. Debemos tanto bien como hay en el mundo no a una inocencia cualquiera sino a un AMOR INOCENTE. Dios, que ha oído nuestro clamor[4] y se ha hecho presente, como hizo desde antiguo con un amor de misericordia y ternura, tiene un poder contra el mal que nos aqueja pero su poder pasa por la verdad más radical: la suya propia, su propia inocencia que asume nuestro dolor y nuestro sufrimiento[5]. La Encarnación es el abrazo de Dios a nuestra condición humana que sufre el aguijón del mal pero es también el golpe mortal al mal: la Inocencia del Dios hecho hombre para salvarnos será el aguijón contra el mal. 3.- A QUIEN DEBEMOS TANTO BIEN. Adoramos, pues, a Quien debemos tanto bien, al que se hizo presente cuando no teníamos protector, al que asumió nuestra culpa o nuestra débil condición hasta yacer en un pesebre, el que no puede hacernos ningún daño porque se presenta inerme, envuelto en pañales, recién nacido, en brazos de María, su Madre, y de José. Nuestro mundo, sin culpas y sin disculpas o, por el contrario, atribulado por la culpa sin defensor o la culpa como castigo eterno y lacerante, anhela esta liberación, la que nos llega de la Inocencia de Jesús, hoy Niño en Belén. Nuestro mundo en tensión constante por las fuerzas encontradas hasta dividirnos, que invalidan nuestro anhelo de reconciliación y perdón, tiene en la Inocencia Divina del Recién Nacido el Camino Santo por el que transitar hasta lograr la Paz. Nuestro mundo, atacado por la angustia, la desesperanza, la soledad y el egoísmo, solo será salvado por esta Inocencia amante que restaura la Belleza primera del designio divino sobre la Creación. Solo el Inocente puede dar el perdón y lograr la reconciliación definitiva porque solo el que no tiene culpa puede perdonar al culpable. Por eso, en Él, en Jesús, está nuestra esperanza de perdón, reconciliación y paz. Ante Quien debemos tanto bien como todos experimentamos a lo largo del día, a lo largo de nuestra vida, queremos postrarnos dando gracias, bendiciendo su Nombre, alabándolo sin tregua, adorándolo. Ante Él quisiéramos aprender de su Inocencia y quisiéramos agarrarnos a Ella para ser salvados por el abrazo de su Bondad sin límites. Desearíamos que una ola de verdadero amor se extendiese por nuestro mundo, que comenzara en lo más secreto de nuestro corazón y fuera cubriendo la faz de la tierra hasta hacer posible un nuevo nacimiento, una novedad en el Amor y la Bondad que nos trae el que no hace daño a nadie. Que nuestros deseos ardan junto a esta Hoguera de Amor inocente y se ablanden las rocas duras de nuestro corazón, de nuestras relaciones humanas, de nuestras estructuras sociales para que cese la ola del mal y sea vencida por el Viento, la Brisa suave del Bien que trajo a la tierra Jesús de Nazaret. ¡Feliz Navidad 2017! Hermanas Agustinas, OSA Monasterio de la Conversión, Sotillo de la Adrada (Ávila), España Monasterio de la Encarnación, Pueblo Libre (Lima), Perú - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - [1] Adolphe Gesché, en su obra Dios para pensar, habla de un exceso en la experiencia del mal que justifica la relación que este guarda con Dios. [2] Pavel Evdokimov, El amor loco de Dios. [3] El término inocencia designa la ausencia o la exención de falta o culpa. En el ámbito jurídico, la inocencia es el estado de quien no ha sido declarado culpable. Dos palabras griegas, ákakos, «sin mal», y ádolos, «sin engaño», expresan el significado del término latino, innocens, «incapaz de hacer daño». Ákakos es el que no tiene malicia y, por tanto, no engaña. [4] Cf Ex 6,5. [5] “¿Dónde está Dios?” Elie Wiesel, en su Trilogía de la Noche, contestó con la más paradójica de las respuestas: “Está aquí, en el hombre que están ahorcando”. Siéntete como en casa. Os recordamos el proyecto comunitario para el 2018:
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