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Adviento - III Semana

15/12/2020

 
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CON MARÍA. ES TIEMPO DE ENGENDRAR 

​El Adviento es el tiempo marial por excelencia. Ella es la que nos enseña a esperar engendrando, como espera siempre una madre al hijo que lleva en el seno, engendrándolo día a día.  
Este hermoso verbo femenino, verbo de la Vida porque eso es la vida, puro y continuo engendramiento. Es concebir: poseer un espacio de acogida en la propia carne y recibir en él, contener a lo que en él se deposita. Es la recipiencia del amor materno antes de dar a luz.  
Ese es el verdadero icono del Adviento y queda en María recogido. 

Os propongo tres imágenes mariales que nos pueden ayudar a vivir este misterio de espera, de conversión, de recipiencia del Señor que viene: 
la Anunciación 
la Visitación 
La Virgen Tejedora 
Son tres iconos de Marko Rupnik que nos pueden acompañar en este camino que estamos a punto de iniciar 
Somos seres visitados 
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​La primera visita la inaugura la anunciación a María por parte del ángel. Dios ha visitado a María y Ella le ha reconocido y acogido.  ​La redención se inicia con una visita. Dios anuncia que vendrá y nosotros le esperamos. Por eso, lo anterior a la Encarnación y el Nacimiento del Señor es un largo Adviento, una larga espera.  ​​
Dios se hace reconocer en su visita.  
Lo mismo va a suceder en la Visitación. Será reconocida la Madre y será reconocido el Hijo: a la Madre de Dios la reconocerá la Madre del mayor nacido de mujer. Al Hijo de Dios le reconocerá el hijo.  
Comentando el icono de M. Rupnik vemos que en el encuentro entre las dos mujeres, María tiene en el pecho la Palabra de Dios, que es «lámpara para sus pasos, luz en su sendero» (Sal 118), e Isabel, en señal de acogida, abre el manto. Al ver a María, el niño de Isabel salta de alegría. Los dos niños se reconocen antes que sus madres, que también eran primas, a través del velo de la carne. El hijo prometido a Israel estéril reconoce visceralmente su realización, el Antiguo Testamento acoge el Nuevo y el Nuevo —María— recurre al Antiguo para comprender el regalo que lleva en sí. Los dos testamentos dialogan y se reconocen el uno en el otro y se acogen mutuamente. La Palabra así no se quiebra sino que tiene continuidad. La promesa se hace realidad. La tierra prometida es tierra pisada ya por Dios y por el hombre.  

Himno
María, nube llena de vida, se levantó y fue a apagar la sed de la tierra sedienta (es decir, Isabel) y a hacerla fructificar.  
El Rey se sentó en su carro lleno de majestad para ir con prontitud a visitar a su siervo. 
La joven susurró al oído de la anciana. Su palabra se deslizó por él y despertó al Predicador de la Verdad.  
Un salto se apoderó de él, preso de alegría, como David, el hijo de Jesé,  
que danzó ante el arca. 
En el sexto mes, cuando las almas de los niños callan todavía,  
Juan danzó con gran júbilo en el seno de su madre.  
Oyó que aquel que moraba en el vientre como un hijo de hombre era su Señor y le ofreció la adoración debida a la divinidad. 
Gloria al Padre que envió a su Hijo para nuestra salvación;  
adoración al Hijo que en su providencia visitó a su siervo;  
agradecimiento al Espíritu, por medio del cual el niño en el vientre  
saltó en la presencia de su Señor  
y fue llenado de alegría y de alegría intensa». 
(LITURGIA SIRO-ANTIOQUENA, Fiesta de la Visitación de María a Isabel: Fenqitho II, 181). 
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Y EL ÁNGEL LA DEJÓ
2) «Y el ángel la dejó» ​
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Lucas concluye la anunciación con estas palabras en las que deja a María no sola sino ya grávida. Ya no es necesario el mensajero, el ángel. María ha abierto el seno a Dios con su Fiat. Es la apertura total, la recipiencia de la humanidad, cerrada por el pecado, que se hace continente en Ella. María abraza a la Palabra, la come, la rumia, entra en sus entrañas para fecundarla.  ​
El icono de M. Rupnik habla de esta escena evangélica: el ángel acaba de partir, dejando a la Virgen en una actitud de total apertura ante el rollo de la Palabra, que, acogido por ella con un abrazo, la atraviesa totalmente. María se queda sola, pero esa soledad da lugar cada vez más a una presencia, a la Palabra a la cual se ha entregado y que ahora habita en su seno. María acoge al Verbo apoyando su rostro con ternura sobre el rollo. 
Para todas nosotras esta es una llamada, una vocación: la de acoger al Señor, el Verbo, dentro de nosotras, hasta engendrarlo cada día dentro de nosotras y en el mundo, a nuestro alrededor. 

Himno
«Mi boca no sabe cómo llamarte 
oh hijo del Viviente. Si me atrevo a llamarte 
hijo de José tiemblo, 
porque tú no eres semilla suya. Pero de negar su nombre 
tengo miedo, porque es a él a quien he sido dada como esposa. 
Aunque seas Hijo del Uno, te llamaré 
hijo de muchos porque no son suficientes para ti 
miles de nombres: tú eres Hijo de Dios 
pero también hijo del hombre, e hijo de José, 
hijo de David e hijo de María. 
¿Quién ha hecho, al que no tiene lengua, 
Señor de las lenguas? Debido a tu concepción pura 
me calumnian los malvados. Sé tú, oh santo, 
el defensor de tu madre. Muestra prodigios 
que les persuadan sobre el origen de tu concepción. 
Por tu causa me odian todos, 
oh tú que amas a todos. Soy perseguida 
 
por haber concebido y dado a luz al único refugio 
de los hombres. Que se alegre Adán 
porque eres la llave del paraíso. 
Se estremece el mar contra tu madre, 
como contra Jonás. Herodes, 
como un ola furiosa, quiere ahogar 
al Señor de los mares. ¿A dónde debo huir? 
Enséñamelo tú, oh maestro de tu madre. 
Huiré contigo para obtener la vida, 
por medio de ti, en todo lugar. Contigo la fosa 
ya no es una fosa, porque en ti se sube 
al cielo. Contigo el sepulcro 
ya no es sepulcro, porque tú eres también la 
resurrección» 
(De San Efrén el Sirio, Himnos sobre la Natividad, 6,1-6).  
LA TEJEDORA
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He elegido, para este tercer icono el fresco que tenemos en la pequeña capillita de Montefiolo, que representa el texto del Apocalipsis con el que se abre el Adviento en el sábado que anticipa la primera semana de este tiempo.  
Ap 22, 1-8 ​
“1Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero.2 En el medio de la plaza de ella, y de la una y de la otra parte del río, estaba el árbol de la vida, que lleva doce frutos, dando cada mes su fruto: y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones.3 Y no habrá más maldición; sino que el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán.4 Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes.5 Y allí no habrá más noche; y no tienen necesidad de lumbre de antorcha, ni de lumbre de sol: porque el Señor Dios los alumbrará: y reinarán para siempre jamás.6 Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor Dios de los santos profetas ha enviado su ángel, para mostrar á sus siervos las cosas que es necesario que sean hechas presto.7 Y he aquí, vengo presto. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro”. 
 
En este mural vemos los personajes propios del Adviento: Juan y María. El Cordero no es el Niño que va a nacer sino el Cordero Pascual, el Hijo que ya ha sido inmolado y que está en el trono de David, su Padre, en el trono del Padre celeste. Es un Cordero Pascual, de gran cabeza, el Cristo, de Cuerpo menudo, la Iglesia; es un Cordero que tiene algo de infantil, de pequeñez y de debilidad; ha sido degollado y vive, sostiene el rollo de la Palabra que no pasa, Él es el Alfa y la Omega, el origen y el fin. El pequeño Cordero al que María arropa con su carne y al que Ella ha dado un cuerpo, una humanidad, tejiéndolo en el suyo propio. Por eso, os propongo esta imagen bellísima de María, la tejedora. 
«Tejedora» es un antiguo título mariano de las Iglesias siríacas. María tiene en la mano el ovillo con el que teje un cuerpo al Verbo. Cristo recibe de ella el vestido del cuerpo, es decir, la humanidad. 
María, a su vez, gracias al Verbo que la habita, viste ese traje de gloria que era propio de Adán y de Eva en el paraíso y del que ellos habían sido despojados por el engaño de la serpiente, debiendo luego contentarse con las hojas de higuera, vestimenta extraña que es signo del pecado y de la desnudez de la humanidad. 
Todas somos, como María, TEJEDORAS de la vida, de la Vida de Dios en nosotras. Nuestro Sí es un compromiso que me lleva a acoger pasivamente la Vida de Dios en mí y poner todo de mi parte, activamente, para hacerlo posible y que el Reino de Dios esté presente en el mundo.  
Himno
«El Hijo del Altísimo vino y habitó en mí, 
y yo me convertí en su madre. Como yo le di el nacimiento 
—su segundo nacimiento— también él me dio el nacimiento a mí 
una segunda vez. Él vistió el traje de su madre: 
su cuerpo; yo me vestí de su gloria» 
(San Efrén el Sirio, Himnos sobre Natividad, 16,11). 

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