El inocente que nos salva“Cristo murió una sola vez por los pecados, el inocente por los culpables, para conducirlos a Dios” 1 Pe 3, 18 Queridos hermanos y hermanas, comienza con la Pascua el Juicio sobre el mundo (Jn 12, 31), sobre la vida, sobre el hombre, sobre Dios, y hemos de partir de una constatación clara y evidente: que nos es fácil identi carnos con las víctimas, porque realmente estamos al lado de ellas, pero nadie confesamos al verdugo que también somos o llevamos dentro o se agazapa disimulado en las miles acciones cotidianas que le delatan sin llegar a condenarlo. ¡No somos inocentes! Todos hemos comprobado nuestra culpabilidad, la certeza de que nuestra vida perdió la inocencia en alguno de sus primeros recovecos. Somos transgresores, incluso el más inocente de nosotros tiende a desvelar los enigmas y es atraído por ellos hasta el punto de arriesgarse a entrar en los mundos más oscuros, adentrarse en ellos por pura curiosidad o por conocer en primera persona o por descubrir lo que nos grita ser descubierto como promesa equívoca de la libertad y de la felicidad que tanto deseamos. No somos inocentes pero, ¿nos sentimos culpables? En un mundo sin culpas ni disculpas declararse culpable es casi un imposible, un desfavor, una alarma. Si no llegamos a cometer crímenes execrables o acciones crueles, hemos de agradecer que nuestra vida no haya sido movida por manos que hubieran podido llevarnos a ello. No sabemos qué hubiera sido de nosotros en las mismas condiciones de vida de tantos verdugos. Sea como sea, compartimos el destino de todo ser humano y en esta especie nos encontramos y con ella nos identi camos. Esta criatura de esperanza que somos pide clemencia o la defensa que no puede darse a sí misma e, incluso, a los demás, cuando asume sus culpas o cuando es culpado. El Dios del AT llega a cargar con el pecado del Pueblo (Ex 34, 6-7). Es el Dios “rico en misericordia” (Ef 2, 4-9) que perdona la culpa y mantiene su promesa porque es inocente y solo el inocente tiene el poder de perdonar. Esa inocencia divina será revelada en el Hijo, el Inocente que toma la carga del culpable (Jn 19, 17), asumiendo lo que no es, haciéndose reo de muerte para librar la batalla que nos pertenecía a nosotros. ¡Culpable! Él ha entrado en el río de los pecadores y, desde el Bautismo, ha pertenecido a la comunidad de destino del hombre que consumará en la condena a muerte, en el Bautismo de sangre, representándonos, poniéndose en nuestro lugar, actuando en favor nuestro y haciéndose cargo de nuestros pecados en la petición del perdón ante el Padre (Lc 23, 34). En Él hemos sido reconciliados. “Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra reconciliación” (2 Cor 5, 19). Este es el exceso (el de-más) del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús que va a tener un poder ilimitado para vencer el mal, la culpa, el odio, la distancia. Él asume nuestra existencia culpable, la de los pecadores, y se pone en nuestro lugar, llegando no solo a sustituirnos sino también a representarnos ante el Padre hasta llegar a una restauración última y de nitiva que suponga una renovación total (Ap 21, 5). Y, este amor total y restaurador, esta gracia de reconciliación, ¿a qué culpable va dirigida? No a un culpable cualquiera sino al culpable arrepentido. Esta es nuestra parte irrevocable, esta la tarea del don, esta la gracia más cara, la respuesta más libre, la más valiosa. Llegar a arrepentirse de tanto mal por el mucho Bien recibido hasta escuchar de parte del Inocente su juicio nal sobre nosotros: Inocente (Lc 23, 43). Hemos sido liberados del pecado, de la muerte y del mal por la fuerza de un Cordero y esta realidad paradójica del camino cristiano es la verdad más luminosa y, a la vez, la más chocante porque presenta la omni-debilidad, la no violencia, el no-poder como el verdadero poder que revienta las potencias del mal. La Pasión de Cristo abre una senda nueva de relación entre los hombres y Dios y entre nosotros como hijos y hermanos: el inocente busca al culpable para salvarle, el inocente no emplea la violencia para salvar al culpable de su error sino la provocación de un amor en exceso que paralice la carrera vertiginosa de la maldad. Hasta que el culpable reconozca que “verdaderamente este era Hijo de Dios” (Mt 27, 54). Hemos sido lavados en la sangre del Inocente (1 Jn 1, 7) y, desde entonces, el martirio es el modo de seguimiento más radical de Jesús y, por tanto, el camino de la Iglesia. Seguirle a Él llevará al ser humano a poner sus pies en huellas dolientes pero que conducen a la mañana de Pascua, a la presencia del Resucitado. Señor Jesús, ponte frente a nosotros con toda la inocencia de tu vida y desvélanos la verdad de nosotros mismos, de nuestras envidias cainitas, de nuestras distancias consentidas, de nuestros pecados de omisión por volver la cabeza para no ver. Puri ca, Señor de misericordia, nuestro corazón y dale la luz de esta gracia de reconciliación “que es su destino”. Arranca nuestros odios y maldades, las sórdidas estratagemas del mal que nos va horadando hasta crear un vacío peligroso y mortal. Líbranos, Señor de la Inocencia, de nuestras heridas que hieren a otros, de nuestras violencias asesinas, de nuestra sinuosa malicia que no nos decidimos a erradicar y la escondemos, perpetuándola hasta la muerte. Señor, Inocencia bendita, danos la gracia de poder asumir también nosotros el mal, abrazarnos al bien, cargar con la culpa propia y con la ajena, sentirnos responsables del mal que un hermano padece y también del que comete. No nos dejes partir lavándonos las manos, sacudiéndonos las manos como si no tuviésemos parte en esta lucha encarnizada. Bautízanos, Señor, en la Pascua para volver a nacer. De éndenos, Señor, Víctima inocente por nuestros pecados. Santo y Señor Jesucristo queremos vivir esta Pascua bañados en la sangre inocente, lavados en tu sangre inocente. Pasa, Señor de todo bien, por nuestras vidas arrancando la raíz del mal más irreductible. Te seguimos, Inocente que caminas hacia la muerte en Cruz. Vamos contigo a Jerusalén. Nos comprometemos contigo, nos pondremos de tu parte en este Juicio sobre el mundo. ¡Feliz Pascua del Inocente que salva! Comunidad de la Conversión
Francisco José Rodríguez
1/4/2018 12:39:04
Muchas gracias y Felices Pascuas Los comentarios están cerrados.
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