¡Sí! Tú estás. Todo tiene sentido.
1.- El aviso de tu visita. Toda la Creación habla de Ti. Si nuestros oídos están atentos no existe la mudez de lo creado; si nuestros ojos escudriñan los horizontes no hay vacío de Ti. La noche, el día, el aire azul o el viento, la yerba de los campos y el rápido de los ríos, murmuran y susurran y en su rumor podemos reconocerte. Todo va nombrándote como Tú, en el principio, lo nombraste y existió. ¡Sí! El mundo revela el misterio de tu presencia. Cada ser humano es la imagen de ese Dios invisible que barruntamos y al que hablamos, que hace referencia a Él con su solo estar en este mundo porque ha sido elegido como el lugar privilegiado de la visitación de Dios. Dios se ha hecho una casa en este cosmos y en el mismo ser humano. Podemos rastrear esta huella para encontrarte pero no nos basta porque anhelamos siempre el rostro, el abrazo más hondo, la presencia viva. Todavía estás lejos y por eso urgimos tu venida, que te acerques y nos visites. Si nuestro grito no fuera escuchado desesperadamente, habríamos de conformar la vida a este mundo estrecho e insuficiente, porque vivimos entre el barrunto de una realidad más allá de la que vemos y la tentación de conformar la vida en lo que vemos, entre mirar lejos o recortar la mirada. No podemos hacer sino urgirte o enmudecer para siempre. He aquí que todo habla de Ti avisando de tu visita. Se abrirán los cielos y destilarán el rocío, florecerá la justicia, vendrá el Señor (cf. Is 45, 8). Todo avisa de tu venida. “Sí, yo vengo pronto” (Ap 22, 7). Y, cuando venga Jesús, el Señor, se acortará la distancia entre lo visible y lo invisible, lo inmanente y lo trascendente, lo contingente y lo eterno, el Dios que habita en el cielo y el hombre, en la tierra. 2.- Tú estás aquí. La Creación te espera porque solo cuando Tú estás cobra su sentido más pleno. Tú estás aquí y, entonces, todo está donde tiene que estar, y todo ante Ti se hace presente. Cuando Tú llamas a los seres existen (cf. Bar 3, 35); las estrellas van en tu búsqueda, su órbita tiene en Ti su descanso; los árboles aplauden, las colinas gritan de alegría (Is 55, 12), los ángeles cantan con júbilo tu gloria (Lc 2, 14) y los hombres, desde todos los confines de la tierra, se reúnen y se postran ante el Niño recién nacido (Mt 2,11). Toda la Creación y toda la humanidad abre su seno para acogerte. Los animales te dan el calor y el cobijo, los hombres traen ante Ti su trabajo y sus penas, su requesón y su miel; la madre arropa y da de mamar a un Dios. El padre sostiene el misterio con su humilde acogida. Todo está ante Ti. Tú has llegado y todo te esperaba. La visita de Dios en Jesús ha hecho posible que lo invisible sea visto, lo intocable sea tocado, saborear lo increado. Y, si a tu llegada los hombres no cantaran, cantarán los ángeles. Porque “habrá cánticos, ¡sí! En los tiempos oscuros”. Si Jesús nace en medio de nosotros de nuevo el caos se transforma en cosmos y la vida, incluso la del más indefenso y pobre de todas las criaturas, tiene un porqué y halla su destino porque el Hijo ha venido a esta carne y se ha desposado con ella en alianza eterna haciendo de Dios y el hombre una única pieza en Él. La cima de la salvación es este “ostrakón”, esta tésera divina, en el Dios Hombre se unen, encajan y se alían. En Jesucristo, Dios y el ser humano han quedado reconciliados y es precisamente esta verdad la que hace posible comprender todo, asumir todo, incluso esta vida que, en su belleza, deja atisbar la Luz indecible y, en su contingencia, es muy insatisfactoria. Dios no es un enemigo para el hombre y el hombre no es un enemigo para Dios, están amigados. Nuestra expectativa ha sido colmada. Pero tampoco basta, por eso cada año recordamos lo que aconteció, imagen de una venida definitiva, en la que la unidad quedará soldada a Fuego para siempre. Vienes y vendrás. Estás y estarás allí. Donde Tú con tu venida nos llevas. 3.- Recibidle. “Aguardamos un Salvador. El Señor Jesucristo” (Tit 2, 13). La respuesta del hombre ante este luminoso misterio no puede ser otra sino la de acoger al Señor que llega, recibirle aquí, en nuestra vida cotidiana y en nuestro mundo personal y social, comunitario y eclesial. Al Dios que viene, recibidle; al Señor que se acerca, acogedle. Y dejadle entrar para que se obre el milagro de la comunión reconciliadora entre Dios y el hombre, de los hombres entre sí. Necesitamos aprender a recibir, a abrirnos y dejar las cerrazones provocadas por el miedo, el egoísmo o la angustia. Abramos, pues, las puertas de la acogida (cf. Is 26, 1-6), recibamos al Señor que llega y nos pide ser acogido y recibido. ¡Feliz Pascua de la Natividad del Señor! Monasterio de la Conversión Sotillo de la Adrada, Ávila “Por Ti llegaron a ser también todas las cosas. El mundo ya no es una naturaleza asentada en su misterio propio; es obra Tuya. Tú la ideaste e hiciste que existiera. Por Ti tiene realidad y fuerza, esencia y sentido, y Tú diste de ella el testimonio de que es “buena” y “muy buena”. Creo que todo fue creado por Ti, oh Dios. Enséñame a comprender esta verdad. Es la verdad de mi existencia. Si se olvida, me hundo en la sinrazón y la insensatez. Mi corazón está de acuerdo con ella. No quiero vivir por derecho propio, sino emancipado por Ti. Nada tengo por mí mismo; todo es don tuyo y solo será mío si lo recibo de Ti. Constantemente estoy recibiéndome de tu mano. Así es y así ha de ser. Esta es mi verdad y mi alegría. Constantemente me miran tus ojos y yo vivo de tu mirada, Creador y Salvador mío. Enséñame a comprender, en el silencio de tu presencia, el misterio de que yo exista. Y de que exista por Ti, ante Ti y para Ti. Amén”. R. Guardini Los comentarios están cerrados.
|
Carta de
|