Hace tiempo estaba pensando que debería ir al Camino de Santiago para acoger a peregrinos en un albergue, pero hasta ahora, nunca ha sido tan seria mi decisión como para cumplirla. Probablemente no habría venido a España este año si una amiga mía, Erzsi no me hubiera llamado para unirme a ella en el viaje. Su experiencia y entusiasmo me han llevado a mí también.
Nuestro plan era caminar en la primera mitad de nuestra estancia de dos semanas en España, y luego ir a Carrión de los Condes, donde nos ofrecimos como voluntarias durante una semana en el albergue Santa María, dirigido por las hermanas agustinas. Elegimos un camino menos conocido, el Camino del San Salvador, y además caminamos de una manera inusual, en dirección opuesta, de Oviedo a León. Durante nuestra caminata tuvimos muchas dificultades. Tanto el clima, como las subidas y cuestas fuertes nos causaron dificultades, pero todo lo olvidamos cuando alcanzamos una cima y se nos abrió una maravillosa vista de las montañas. En el camino de cinco días fuimos más turistas que peregrinas, pero me ha llenado espiritualmente, porque pude romper con mi rutina cotidiana. Ya tengo bastante experiencia de hacer turismo/peregrinación, por eso, los primeros cinco días no me trajeron “sorpresas”. Esperé con entusiasmo como sería la semana de la hospitalidad. ¿Cómo voy a afrontar la acogida, el voluntariado? Ya en León, en la estación de autobuses nos encontramos con Kasia, una chica de Polonia, que también fue a Carrión, y resultó que la próxima semana la íbamos a pasar juntas en el albergue como hospitaleras voluntarias. Nuestra llegada fue muy feliz, porque estaba allí Nonó, una hermana húngara, con quién no me había encontrado desde hacía cuatro años. Justo llegamos para el encuentro musical de la tarde, así ya cantamos juntos con los peregrinos las canciones de “Guantanamera” y “Nadie fue ayer” (más tarde esta canción se convirtió en mi favorita, me tocó su texto). El servicio comenzó el lunes, por la mañana y fue igual durante la semana: después del desayuno, dos de nosotras limpiamos las habitaciones, y la tercera limpió la entrada y el comedor, mientras las hermanas se dividieron entre los baños y la cocina. Después de la limpieza, teníamos tiempo libre, hasta a las 12.00 cuando abrió el albergue, y empezó la esencia del día: la acogida de los peregrinos. Había días en que los peregrinos ya esperaban en largas colas ante la puerta del albergue a la hora de abrir, y el albergue se llenó antes de la comida; y había días, en que acogimos solamente a 15-20 peregrinos. La acogida de la tarde terminó con las vísperas. Pero a partir de entonces no paramos hasta las diez de la noche: se sucedían el encuentro musical, la misa de los peregrinos, la bendición de los peregrinos y la cena compartida. Cuando el albergue se cerró, a las diez de la noche, nosotras, las voluntarias junto con las hermanas fuimos a la capilla, para dar gracias al Señor por los regalos recibidos durante el día, y terminamos la jornada con oración y silencio. El silencio no lo pudimos disfrutar siempre, porque justo de estos días de nuestra estancia celebró la ciudad Carrión la fiesta de su patrón, San Zoilo. La fiesta fue bastante fogosa y ruidosa, durante varias noches se escuchaba música, y se derramó vino y cerveza en las calles. El 20 de agosto hubo una procesión espectacular con la estatua de San Zoilo: la remolinaban, la levantaban, menos mal, que no la dejaron caer. Pero el 20 de agosto quedó grabado en mi corazón por otro motivo. Este día en Hungría es el día de la fundación del estado y la fiesta de San Esteban, y esto lo sabían las hermanas también. Por eso, todo el día pasó como día de fiesta: durante la limpieza escuchamos música húngara, pero la sorpresa nos llegó en la comida: en el comedor encontramos la bandera húngara y una imagen de San Esteban, y juntas escuchamos (nosotras, las húngaras cantamos) el himno nacional, y la hermana Elisabeth leyó en húngaro la bendición antes de la comida. El ambiente festivo continuó por la tarde: durante el encuentro musical llegó al albergue un chico húngaro, y cantó una canción hermosa, y por mí desconocida, sobre el rey San Esteban. Aunque este día en Hungría es día feriado, y en Fót, donde vivo, es la fiesta titular de nuestra parroquia, tengo que decir, que nunca he celebrado este día tan hermosamente, íntimamente y de modo tan personal en casa. Creo que desde ahora el 20 de agosto siempre recordaré este día. Pasamos un poco más de una semana en Carrión como hospitaleras voluntarias y cuando pensé cómo había pasado mis vacaciones, me sonreía, porque en mi propia casa no estoy muy entusiasmada por la limpieza. Pero ahí, sin embargo, hice todo con alegría, gracias al ambiente fraterno y familiar y la excelente compañía. Este trabajo como voluntaria, aunque físicamente era fatigoso, me llenó espiritualmente. Fue una alegría ayudar a los peregrinos cansados, dar posada y comida y ver su gratitud y agradecimiento escondida en sus sonrisas. También fue una gran alegría encontrar a peregrinos húngaros que estaban felices por poder compartir más al fondo la experiencia de su peregrinación. Luego, terminó esta semana, y llegó el momento de la despedida. Aunque ya no estoy en Carrión físicamente, pero mi corazón se quedó, y si el Señor quiere, volveré el año que viene. Por estos días tengo una gran gratitud en mi corazón a Dios, que me envió como compañías para esta semana a Erzsi, Kasia, padre Joseph, la hnas María, Elisabeth, Tamara y Nonó. SamuelEn el Camino de Santiago, es muy común preguntar entre los peregrinos el motivo de su camino, por qué lo hacen. Hoy me pregunto también por qué decidí pasar mis vacaciones en el albergue como hospitalero. La respuesta, como la de los peregrinos que pasaban por el albergue, en ocasiones no es fácil de responder, en mi caso porque había demasiados motivos: desconectar de la rutina, encontrarme un poco conmigo mismo, y para mí la más importante, encontrarme con Dios. Puedo decir con total seguridad que he podido verle a Él en numerosos momentos, he podido experimentar su amor en cada gesto de las hermanas, de los hospitaleros y cada historia de los peregrinos que visitaban el albergue. Y sin pasar por alto la planificación que Dios tendría de este momento en mi vida, creo que el estar en un lugar en el que todos los que estábamos y los que pasaban en un momento de su peregrinación, teníamos una historia que compartir con el que teníamos al lado, para mí ha sido un verdadero regalo poder compartir con mi hermano, el resto de hospitaleros y las hermanas, esta “etapa” de la peregrinación de mi vida, porque al igual que muchos de los peregrinos que pasaron por el albergue, nunca podré olvidarla. PabloAunque parezca extraño, será difícil resumir la experiencia vivida en el albergue de Carrión de los Condes de hospitalero con las hermanas Agustinas durante una semana en tan solo unas líneas. Era mi primera vez, conocía la función de hospitalero pero sinceramente es muy diferente la teoría a la práctica. La práctica es cien veces mejor. Aún recuerdo la vez que junto con mi hermano decidimos ofrecernos a ayudar en el albergue, la verdad que me llamaba mucho la atención por lo que había escuchado, y porque tenía curiosidad por vivir en primera persona la experiencia. Una vez allí pude ver que Dios estaba actuando todos los días en el albergue de diversas maneras. El primer día las hermanas nos recibieron a los hospitaleros con un gesto de comunión diciendo que en esa semana formaríamos una comunidad. Yo para mis adentros emocionado pensé que eso era casi imposible, que éramos personas de diferentes lugares, con nuestras manías y nuestras costumbres y tener una unión de esa manera difícilmente se consigue en una semana. Durante la semana, ya fuera recibiendo a los peregrinos, ayudando en la limpieza o simplemente compartiendo las experiencias vividas en el encuentro musical recibía la fuerza y la alegría que en un principio estaba buscando al querer ser hospitalero. Los peregrinos compartían experiencias de vida que te hacían poder conocer a los demás y poder ver la historia que Dios hace en cada uno de ellos. El hecho de poder salir de mi comodidad y ayudar a los peregrinos y ver que solo con su sonrisa te sientes más que complacido es una experiencia que jamás olvidare. También en esa semana asistí a la Eucaristía donde he podido sentir que Dios me hablaba más fuertemente. Pude ver la historia que Dios tiene preparada en mi vida, que no tenga miedo de rezar ni de insistir a Dios, que Él me quiere y siempre estará ahí para ayudarme. Terminando la semana, en otro gran gesto de las hermanas para despedirnos a los hospitaleros, después de haber compartido momentos únicos, me acorde de lo que pensé el primer día. Necio de mí, al no darme cuenta que para Dios nada es imposible, pues en ese momento sentí que me estaba despidiendo de aquella comunidad que veía imposible pero que se convirtió en mi comunidad, formada por personas de diversos países, que considero a día de hoy una familia. Estoy muy agradecido a las personas con las que compartí esta experiencia y a Dios por haberme permitido vivirla. Reflexiones de un forastero agustino en el patio de la conversión Los que conocen la historia de la conversión de S. Agustín, saben que ese evento central tomó lugar en un jardín o huerto. El comenta: “No sé cómo caí derrumbado a los pies de una higuera y solté las riendas de mis lágrimas…” (Confesiones VII, 28). Como un hospitalero este agosto pasado y siendo hijo de S. Agustín en un apostolado del Monasterio de la Conversión, yo colaboraba diariamente en el aseo del albergue limpiando el patio. Allí no había una higuera sino un árbol grande de almendras. Tal vez, ese ambiente me hiciera pensar en la importancia de la conversión como parte de la práctica de la hospitalidad y una metáfora para el convivir. Al servir a los peregrinos de varios países, culturas y edades junto con sus personalidades e idiosincrasias, entendí explícitamente que hay una llamada de estar consciente de mis propios prejuicios, opiniones e ideas que yo tenía en cuanto a ellos u otros en mi vida. La cena comunitaria del albergue de Santa María del Camino, simbólicamente encarnaba esta llamada cuando tenía que mover mi silla para acomodar al huésped que apenas llegó. Si mi corazón fuera distraído por esos conceptos erróneos, no podría darme cuenta de la necesidad del otro y continuaría comiendo sin dar espacio a aquel que estaba parado buscando donde sentarse en el banquete celestial anticipado en Carrión de los Condes debajo el árbol de almendras. La Hna. Carolina Blázquez Casado, O.S.A. en un discurso escribió que “el ser humano es un ser personal; por eso, la cerrazón, la indiferencia, el solipsismo son actitudes que revelan una atrofia de las virtudes más genuinas de nuestra condición [humana].” Todo aquello puede ser resultado de esos prejuicios. “La atrofia” por definición grita por la gracia de conversión para ablandar mi corazón. Moviendo la silla para que el otro se siente a mi lado representa la apertura al proceso de la transformación de mi persona y la aceptación del peregrino de la vida tal como es. Al final, son mi prójimo. Sin el antídoto de la conversión, corro el riesgo de quedar envenenado por esos anti-valores señalados por la Hna. Carolina. Curiosamente, fue Jesús que condenó la higuera que no produjo frutos (Marcos 11: 12-14) pero fueron las lágrimas de conversión de S. Agustín que regaron la higuera donde el cayó en una desesperación emocional. Tengo que confesar que yo maldije ese árbol de almendras por sus ramas grandes dando un lugar privilegiado a las aves de donde ensuciaban el suelo. Sin embargo, en el espíritu agustiniano, mis esfuerzos laborales leves de limpieza eran las “lágrimas” que dieron fruto a esta sencilla reflexión recordándome de la necesidad de mi propia conversión para ser un hospitalero auténtico en el camino de la vida cristiana y religiosa. P. Joseph Girone, O.S.A. Provincia de Santo Tomas de Villanueva EE.UU. CARRIÓN DE LOS CONDES 30- 5 agosto de 2018
¿Qué hace una hospitalera como tú en un sitio como este? La verdad que nada más llegar a Carrión de los Condes te lo planteas. Cuando ni si quieras sabes muy bien de qué va todo esto, cuando te suena lejos qué supone una credencial, un zumo fresco, un sello, una ampolla, una bandera, los sonidos de los bastones de los peregrinos en la madrugada o una bendición con estrellas de mil colores… No vengo de lejos caminando, los idiomas los suelo suplir con el lenguaje universal de signos, y de albergues sé lo justo, pero la primera mañana, cuando las hermanas te imponen la cruz y ponen la Palabra en tus manos, intuyes que allí va a pasar algo especial. Percibes que no sólo has venido a servir, sino que has venido a darte en nombre de Jesucristo y a recibirle a Él en la puerta de un albergue. Para mí estos días han sido de una sencillez muy especial y llena de grandes cosas. Cada mañana era como aguardar la visita inquieta de alguien que viene a tu casa. Comienzas a ordenarlo todo, a ponerlo bonito, a limpiar y recoger ¿Quién vendrá hoy? Sabes que está llegando, que por alguna parte del camino está moviendo sus pies y sus pensamientos para llegar a la cama que justo acabas de limpiar. Sabes que Él viene a alojarse en tu casa. Ha sido una experiencia de verificar que en lo ordinario suceden cosas extraordinarias. La rutina del horario del albergue entre servicio, oración y limpieza parecía que no iba a dar lugar a escenarios distintos, pero en el albergue de Santa María cada día se hace nuevo. En el compartir la cena, en el encuentro musical con los peregrinos, en la acogida…se dejan ver los caminos únicos que traen en su ser irrepetible los peregrinos. Nunca, nunca sucede lo mismo ni son los mismos, aunque repitan. Vivir estos días ha sido como el llamamiento de Jesús a salir a los cruces de los caminos. Me han enseñado mucho quién soy, de qué está hecho el corazón del hombre y a querer alcanzarlo. Al fin y al cabo, todos tenemos un sueño y queremos llegar a esa meta, aunque aquí temporalmente tenga el nombre de Santiago de Compostela. La otra parte grande de la experiencia es la vida con los otros hospitaleros y con las hermanas ¡equipo que se da y que recibe! Así con nuestras flaquezas, cualidades, risas... Intensa comunión unidos por los pelgrims, ¡me encanta esa palabra!, unidos a fuerza del Espíritu que une cosas tan distintas y les da vida. En definitiva, ha sido una semana intensa, pero de mucho bien y bien del bueno. Agradezco a Dios que mueva y siga moviendo los pies de tantos peregrinos y poniendo flechas amarillas en nuestros caminos. Me sé peregrina más que sólo hospitalera, y así continúo en mi vida diaria mis jornadas. Señor, ten tu camino en mí. Ultreia e suseia. Patricia Romero Acero |
TestimoniosEscribe algo de tu experiencia en Carrión y la publicaremos aquí Categorias
Todos
|