«Grande eres señor y digno de alabanza; grande es tu poder y tu sabiduría no tiene medida»31/8/2025
Fr. Juan Manuel Soria (profeso de la OSA).
Hace poco más de un año quise participar de la experiencia, pero, por diversas circunstancias, no pude hacerla. Este año, luego de las actividades de verano que la provincia San Juan de Sahagún nos propone a los profesos agustinos para poder acompañar, surgió la posibilidad de, al fin, ir a Carrión a colaborar con las hermanas -a las que les tengo mucho cariño y creo en que Dios ha puesto en mi camino como una bendición desde que las conocí durante mi Noviciado en Lima, Perú-, lo que significó una gran alegría, pero a la vez tenía un poco de temor, ya que me preguntaba si iba a poder con lo que mi imaginación me sugería sobre lo que significaba “acoger” en este albergue (aunque no tenía mucha idea en qué consistía ello él).
Al llegar, junto con Gonzalo, uno de mis hermanos a quien invité a último momento y se apuntó, me llenó de consuelo el modo con el que las hermanas nos recibieron: ¡Qué alegría tener a nuestros hermanos y qué ilusión poder compartir esta misión juntos!, palabras que fueron acompañadas de un abrazo que expresaba mucho más de lo que decían. P. Juanlu, Guille, Sneider, Iván, la pequeña y maravillosa Clara, Antonio y Andrea: ellos, voluntarios también, fueron nuestra comunidad esos días. Cada uno con sus habilidades y dones, fuimos aprendiendo cómo es acoger peregrinos, pero antes aprendimos a acogernos y a trabajar juntos. Las hermanas con paciencia nos fueron acompañando y ayudando a, simplemente, abrir el corazón, porque ser hospitalario en el Albergue Santa María del Camino, es tener el corazón abierto y atento para dar un vaso de agua o para cargar una mochila, para limpiar una cama (o muchas), para lavar un plato (aquí sí que vale el “muchos”) o un baño, para cocinar una sopa o degustar un plato típico italiano, francés o de cualquier parte del mundo, pues así es el camino. Además, a tener el corazón abierto para dar una palabra de aliento, de ánimo, o escuchar una historia, aunque los idiomas sean tan diversos. En un primer momento, mi limitación con los idiomas me generaba un poco de impaciencia, pues, aunque en algunos casos lograba comprender, no alcanzaba la fluidez que se requería, pero fui descubriendo que el idioma que necesitaba aprender era el del servicio, lo que hacía que las palabras fueran secundarias. Además, se requería aprender a confiar en el otro, lo que me permitió experimentar aquello de que «A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho de la comunidad» y «muchos son los miembros, más uno el cuerpo». Como ya he mencionado, muchos fueron los peregrinos, las palabras y los rostros, tantos los motivos por los decidían ponerse en camino, pero el deseo era común: llegar a la meta. Aunque algunos descubrían que el fin ya no era únicamente geográfico, sino que en su corazón cada caminante descubría que encontrarse consigo mismo y hallar respuestas a tantas preguntas, esa era la meta original, la menos pensada, la que el camino alumbraba. Así fue como me hice consciente de que mi presencia allí no significaba más de lo que la presencia de cada peregrino comenzaba a significar para mí, pues en este albergue he logrado entender aquello que nuestro padre san Agustín nos enseña: «has hallado al peregrino que, aún en camino, suspira por la patria. Únete a él, es tu compañero, corre a su lado, siempre que también tú seas eso mismo». Si bien hay mucho para compartir, pues siento que regresé a casa con muchas respuestas que nuestro Padre generosamente me ha ido dando y con muchas preguntas que me devuelven el sentido de mi “ser peregrino”, quiero terminar compartiendo algunas de las gracias recibidas en estos días. Se me ha concedido redescubrir -junto a mis hermanas de la Orden- el sentido de ese «Cor Unum in Deum» al que los agustinos estamos llamados, porque ellas se saben instrumento de Dios en el camino y tratan de ser fiel a esa vocación. Se me ha dado comprender que, en su sabiduría, Dios ordena todo para dar en el tiempo justo y en la medida justa, pero que siempre debo estar atento, llamando y buscando, «Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá». He recibido más de lo que he dado, pues el deseo de dar lo mejor crecía al ver cómo Dios me invitaba a recibir, a acogerlo en los hermanos, a salir de mí y a volver cada vez, pues me regaló la certeza de que ser peregrino es confirmar que «nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.» Quiero agradecer a Dios por todo esto, por su gran ternura y por los instrumentos de los que se valió para concederme estas y más gracias: a nuestras hermanas agustinas del Monasterio de la Conversión por su gran testimonio de vida agustiniana; a mis hermanos y superiores que me concedieron el tiempo necesario para poder estar en Cerrión, especialmente a Fr. José Luis del Valle, prior del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, quien se generó el tiempo para acompañarme con generosidad y de tan cerca esos días; y más aún por los demás voluntarios que compartieron sus vidas con tanta alegría. Simplemente y de corazón ¡muchas gracias! Un consejo para quienes lean esto: recuerden que somos peregrinos, no estamos solos en el camino -aunque cada uno tiene su ritmo y sus pasos que dar- somos compañeros, somos comunidad, y, en el albergue Santa María del Camino o en los albergues que se nos aparecen en los caminos de la vida, siempre habrá un lugar donde ser acogido o donde aprender a acoger, porque siempre hay hermanos que te están esperando. No sabía que íbamos a compartir el voluntariado con nuestras hermanas y con un sacerdote. Lo cual fue una linda sorpresa y muy enriquecedor. Sentí tranquilidad desde el primer día porque las hermanas nos explicaron con paciencia las tareas que debíamos hacer, y teníamos un día de practica antes que se fueran, también tener un sacerdote en el grupo con experiencia en Carrión transmitió tranquilidad. Cuando se fueron las hermanas, fue muy providencial encontrar un grupo que se complementaba, algunos manejaban el inglés, otros tocábamos instrumentos, en la cocina, etc.
La información que me dieron para leer me ayudo a ver con más claridad el sentido de todo lo que hacíamos en el día, sentí que dar de beber a cada peregrino sediento con un vaso de agua o té y dar un techo al que no tiene, es evangélico. Era consciente de que servir a ellos era servir a Cristo. Por eso disfrute muchísimo los momentos de inscripción donde podía hablar con ellos y en las cenas compartidas, algunas charlas eran divertidas, otras más profundas, algunos me contaban por qué hacían el camino, otros que buscaban respuestas, y no sabían qué hacer con sus vidas, también una situación con inquietud vocacional a la vida religiosa, etc. Muchas veces no era necesario buscar el encuentro, ellos eran los que venían hablarme, debido al habito que lo llevábamos puesto. No saber por el momento Ingles me limito, pero no del todo, porque usaba el traductor y el italiano no era tan difícil de entender. O me ubicaba cerca de alguien que sabía inglés y español, entonces traducía lo que me querían decir o lo que necesitaba decir. También disfrute los mementos donde no había tanto ingreso de peregrinos para conocer la realidad de los voluntarios. En los momentos de limpieza también se daban buenas charlas. En el compartir musical me parecía un momento en el que muchos peregrinos se encontraban muy emocionados y algunos con ganas de abrir su corazón y contar el porqué hacían el camino. Disfruté la comunión que se generaba en esos momentos. Me encantó la bendición del peregrino y la entrega de estrellas porque a los peregrinos se los observaba muy emocionados, hasta me contagiaban. Compartir con mis hermanas fue muy especial porque nunca había estado en una misión con ellas, fue enriquecedor conocer su historia vocacional, compartir nuestras preocupaciones de la Orden, ideas a realizar, las risas, el rezar y el cantar juntos, conocer en más profundidad nuestras maneras de vivir en los monasterios. Pude experimentar la riqueza de la vida fraterna y el carisma agustiniano. Hicimos comunidad. Me da la esperanza de que los agustinos y las agustinas podemos trabajar juntos y dar muchísimos frutos. Me llevo la imagen del gran esfuerzo y dedicación con que muchas personas viven su vida religiosa, aun teniendo múltiples responsabilidades. Esto me inspira a salir de mi zona de comodidad y a asumir con mayor compromiso mi propio proceso personal como agustino. Esta experiencia me motiva profundamente en mi camino de conversión diaria. Agradecido a Dios y a ustedes por todo el cariño y las oraciones que hacen por nosotros. Abrazos y que el Señor las Bendiga. Mil gracias. I think I can say that I continued the path I took towards Santiago in my life and never finished it. I also continued to experience the welcome of pilgrims that I learned from you with the poor I met in Caritas in my city.
With the month of August, I left my job and on Sunday 1 October I will begin the Novitiate with the Jesuits of the Euro-Mediterranean province. I don't know if any nuns from your community still remember me, but for me there were fundamental meetings and dialogues that helped me to know the Lord better and better. Every day I wear the cross that you gave me when I began my experience as hospitalero and I still carry with me that little paper star that I received as a pilgrim. I would have liked to come and say goodbye before leaving but I have been very busy in the month of September. However, I wanted to write to you to thank you and tell you that I will remember you in prayer. I hope you too will accompany me with yours. Greetings to you all Paolo Hace tiempo que no planeo ningún viaje cuando salgo de Sevilla, demasiada planificación tiene ya mi rutina como para planear también las vacaciones. Hace tiempo que me embarco en cada aventura con la mochila llena de ganas y sin ningún tipo de planeamiento previo. Después de una semana intensa en la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, decidí poner rumbo a Carrión de los Condes, con una media de 4 horas de sueño por día, pero con el corazón dispuesto.
En este viaje me iba a embarcar sola, pensando que no necesitaba a nadie más, pero el Señor siempre tiene preparado regalos que a nosotros se nos escapan. Junto con Rafa y Patri empezábamos una semana preciosa, sin saber ninguno de los tres que iba a ser más bonita, si cabe, que la semana que ya llevábamos vivida. Comenzando el día en la iglesia románica de Santa María del Camino rezando laudes con los cantos hipnóticos de las hermanas, empezábamos a preparar el cuerpo y el alma para acoger a los peregrinos que en ese mismo momento caminaban hacia nuestro albergue, sin ponerles nombre ni cara y rezando, a la misma vez, por todos aquellos que habían salido del mismo, rumbo a Santiago de Compostela. No podía imaginar que de mi corazón saliese tanto cariño hacia personas que no conocía, cada día limpiábamos las camas, los baños y las zonas comunes con la mayor delicadeza del mundo para que cada uno de los peregrinos se sintiesen como en casa, igual que nosotros la sentíamos como nuestra. Con el poco inglés que sabíamos, acogíamos a cada peregrino de la mejor manera posible, aunque pienso que el Señor intercedía a través de nosotros para lograr aquello. Después de la acogida llegaba el encuentro musical, donde lográbamos encajar cada historia con cada nombre. Personas vacías, solas, sin motivos para seguir adelante, algunas buscando respuestas y muchas otras buscando preguntas. La mayoría de ellos llevan mucho tiempo andando, y como consecuencia de ello, llegan sensibles al albergue, buscando a alguien que los escuche, que los aconseje y que les brinden cariño, y en ese preciso momento llegábamos nosotros para ofrecerlo. Después de este precioso momento lleno de intimidad llegaba la bendición del peregrino, en la cual a cada uno de ellos le repartíamos una estrella de cinco puntas de colores que previamente habíamos coloreado y recortado. Nunca hay una estrella igual a otra, de la misma forma que nunca hay una persona igual a otra, cada una de colores diferentes, más oscuras, más claras… pero nunca iguales. Cuando parecía que el día ya nos había regalado todo lo que teníamos que vivir, entonces llegaba la cena compartida, donde el Señor se hacía presente de nuevo para conceder una conversación que no esperábamos, un peregrino que no habíamos visto, una canción que nunca habíamos escuchado, o una comida que nunca habíamos probado. En pequeños sorbos pero con sabor intenso, cada día llegaba con algo que nos descuadraba y que nunca nos habríamos imaginado. He tenido la grandísima oportunidad de coincidir con un equipo de hospitaleros y de hermanas que han facilitado muchísimo esta gran misión llevada a cabo. Patri siempre con su sonrisa brillante y con una palabra bonita para cada momento, Rafa con su gracia en el que he podido apoyarme cuando he necesitado algo, la hermana Lucía con su sentido del humor y con la enorme confianza con la que nos ha tratado, Heike con su precioso testimonio lleno de valentía y capaz de hacerme llorar de risa y de emoción en apenas cinco minutos. La hermana Virginia siempre con sus palabras de cariño y esa alegría que tanto la caracteriza y Mónica, con sus millones de anécdotas, no ha habido un sólo momento en el que no nos sacara una sonrisa. Una semana espectacular donde hemos podido reposar todo lo vivido en la Jornada Mundial de la Juventud y hemos disfrutado cada oración, cada comida, cada sobremesa, cada acogida, cada peregrino, cada canción, cada rezo, cada baile y cada bendición. Siempre llevaré a Carrión en un cachito de mi corazón, GRACIAS. María Rivas (semana del 7 al 14 de agosto) Carrión de los Condes 10 – 17 julio 2023. Patricia Ranninger Tú me hiciste para amarTe y me llamas a servir, a ponerme a caminar y siempre buscarTe a Ti… “¿Qué lleva a cuatro chicas jóvenes como vosotras a pasar aquí una semana de vuestro verano?”, me preguntó una peregrina que, junto a su hermana, recorre el Camino de Santiago. Estábamos cenando peregrinos y hospitaleras, después de preparar juntos, entre cantos a voces y bailes en la cocina, la cena compartida por primera vez desde la pandemia.
Ya cenando, esta peregrina tan lanzada y vivaracha me lanzó la pregunta acerca del por qué de nuestra estancia como hospitaleras, y le contesté con una frase de Jesús del evangelio que me vino a la mente: “Gratis habéis recibido, dad gratis.” He sido peregrina, no de Santiago, pero sí de Covadonga, por los Picos de Europa. Es un lugar donde el hecho que alguien te ofrezca un poco de agua, después de caminar todo el día, es en ese momento la mayor expresión de Cristo que sale al encuentro a acogerte y darte de beber. También es Cristo el que nos ha acogido por medio de las hermanas, cuando el equipo – una mezcla de italianas y españolas – de hospitaleras llegamos al albergue, con un abrazo y una sonrisa enorme. Han acogido nuestro ser, cada una con sus dones y defectos, con ganas de recibir a peregrinos, con preguntas de toda clase… Y es una cadena de acogida: a raíz de esto, de mí brota buscar y querer acoger a los peregrinos que entran por las puertas abiertas de par en par del albergue, cansados y sedientos por el sol, y tenemos la dicha de poder ofrecer a cada uno un vaso de té fresco, que, esta semana, realmente lo que hemos ofrecido ha sido un bien intencionado intento de limonada. (Breve anécdota: nos regalaron varios kilos de limones un día, ¿qué íbamos a hacer con ellos? “¡Limonada para los peregrinos!” Y así, tras la limpieza diaria del albergue, preparábamos entre risas la limonada, experimentando con diferentes cantidades de agua y azúcar hasta lograr algo no muy áspero.) Verdaderamente es toda una cadena de acogida. Cada peregrino que se sienta en la mesa de acogida camina buscando algo, es un buscador de corazón inquieto, que busca descanso. Cada peregrino es tierra sagrada, pues el mismo Jesús está en él, sentado delante de mí. Esto se hace patente especialmente cuando se presentaban y contaban sus motivos para peregrinar, en momentos de fragilidad, de vulnerabilidad. En esos instantes en los que se me ha regalado vislumbrar su debilidad, también se me ha regalado ver a Cristo en ellos. Es un misterio precioso en el cual el mismo Dios quiere recibir en Su corazón a cada peregrino, sirviéndose de personas como las hermanas y los hospitaleros que, si no fuera por el Señor y Su fuerza y Su fuerza y ternura, no seríamos capaces de realizar esta misión, de ponernos al servicio de Cristo mismo vestido de peregrino. ¡Y qué alegría ponerse manos a la obra! Emociona ver las sonrisas de los peregrinos compartiendo la cena, hablando un poco de muchos idiomas para entenderse, alegres por el descanso físico y espiritual de su estancia en nuestro albergue que, sencillo como es, custodia una gran fiesta fraterna a diario. Me conmueve también contemplar la continuación de la cadena de acogida: tras la cena, y fruto de su ser acogidos por su nombre (que cada día intentábamos retener de tantos peregrinos como fuera posible), a ellos les brota del corazón levantarse a servir el postre, recoger los platos, fregar los cacharros… en definitiva, a ser anfitriones de sus propios compañeros de Camino. Y es que Cristo se ha hecho, por mí, anfitrión y peregrino; por eso, ante tanta gratuidad, solo puedo dirigir los ojos y el corazón a Jesús, en el sagrario y la Eucaristía, y exclamar: ¡Gracias, Señor, por venir a visitarme! Hay varias razones en particular por las que he venido aquí a ser voluntario. Me gustaría contarte dos de estos.
El año pasado, al final del momento musical, las hermanas dijeron algo que me marcó mucho. Mientras que los peregrinos nos embarcaríamos en la camino a primera hora de la mañana, ellas nos mirarían salir, desde arriba en una capilla, rezando. La idea de que alguien seguiría pensando en mí, después de todo lo que había recibido ese día, no sé cómo explicarlo, me calmaba y me restauraba. Estaba muy agradecido por lo que habías vivido. Y me había sentido realmente tocado por esto. Me quedé conmocionado, asombrado paralizado por tanta bondad, por la acogida que recibí antes como Peregrino y ahora como voluntario. Porque las sensaciones que siento son las mismas. No me siento preparado para emprender un nuevo camino, todavía tengo que reflexionar sobre lo que he terminado. Desde hace aproximadamente un mes, no me daba cuenta de por qué había perdido esa paz y haber caminado dos días hizo que esa inquietud volviera a surgir. Creo que para mí las mesetas son fatales. Pero tan pronto como llegué al hotel, no a Carrion, sino al hotel de Santa María, todo se acalzó. Esa paz encontrada con esfuerzo después de 40 días de caminar, había vuelto a visitarme. Este lugar es mágico, la gente es mágica y realmente puedo decir que me siento como en casa, incluso en una tierra lejana aunque todo cambie. Lo que más me ha tocado de este texto es el tema de saber decir adiós, la libertad en el amor, en el don de uno mismo. Nosotros no retenemos a los peregrinos, como ustedes no retienen a los Hospitaleros. La capacidad de saber acoger el amor, de amar incondicionalmente y libremente y de saber despedirse, a pesar del amor que se siente, hacia un amante, hacia la propia familia o hacia el prójimo, es un concepto que últimamente está muy cerca de mí. Y es extraño como justo antes de esta experiencia yo mismo trabajando en mí mismo y en este concepto. Esta semana me ha hecho pensar a menudo en mis elecciones, en mi futuro, en mis planes y en lo que estoy viviendo. Como en el camino, una semana aquí en Carrion me pareció un tiempo enorme, que me permitió crecer, razonar y meditar. Así que gracias, desde lo más profundo de mi corazón. GRACIAS POR TODOS Christian Javier Rubio / Sevilla (10-7-23) Sabía de la existencia -de hecho, me obsequiaron con una la última vez que estuve en Sotillo- de una estrella que se entrega al término de la bendición en la parroquia de Carrión de los Condes. Sabía de la existencia de la canción de despedida, “Que Dios os bendiga, hermanos”, que había cantado incluso en algún retiro de la parroquia. Sabía de la existencia del encuentro musical con los peregrinos. Sabía de la existencia, claro está, del albergue parroquial de Santa María del Camino y de la misión admirable de mis adoradas agustinas del monasterio de la Conversión. Sabía de todo pero nunca había juntado las piezas, como si el puzzle hubiera estado por componer todo este tiempo. Hasta que encajaron en la semana del 3 al 9 de julio del presente año. Y vaya si encajaron. Porque, sobre el terreno, todo adquiere una dimensión nueva que por separado es imposible de apreciar. Allí estaban las hermanas, los cánticos, la bendición y las estrellas que brillan en las noches oscuras del alma perfectamente ensamblados. Y un servidor, de hospitalero. ¡Cuánto me ha enseñado la experiencia! El día de mi llegada me fui a la cama con un sentimiento de frustración y decepción a partes iguales. Me dio por pensar que era yo el que desencajaba en aquel rompecabezas de idiomas, nacionalidades, motivaciones, recorridos espirituales y momentos vitales que, todo amalgamado, repletaban las 48 literas disponibles. Con la misma sensación de cuando llegas a una fiesta largamente anhelada y descubres que no es como la habías fabricado en la imaginación, idealizada. No me servían de nada ninguna de mis habilidades profesionales o personales. Mi inglés oxidado, el italiano macarrónico (imagino ahora a Arturo moviendo las manos en el aire dándome la razón) y el francés de principiante eran inservibles. Todo cuanto tenía que hacer era servir un té frío de mango en un vasito de yogur y ofrecerlo cortésmente a los peregrinos que llegaban sofocados. Nada más. Y nada menos. Porque en aquel té refrescante tomaba cuerpo el mandato evangélico de dar de beber al sediento -"siquiera un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños"- como si fueran el propio Cristo. Y porque la estancia en Carrión no iba de ser perfecto y pronunciar perfectamente (que no lo hacíamos), ni de adjudicar perfectamente las camas (que nunca nos salía), ni de explicar perfectamente el horario (que siempre nos saltábamos algo). Sino de algo mucho más importante: de saltar por encima de las imperfecciones de cada uno, con ayuda de la gracia, para acoger de la manera más cálida posible al pobre (pobre es todo que no dispone de algo, en este caso, fuerzas) desfallecido que entraba por la puerta. Fuera quien fuera, hablara lo que hablara y rezara a quien rezara, como si no rezaba. Fratelli tutti. En vivo y en directo. Comprender esto fue cosa que me costó un par de días y se lo debo a la hermana Charo, con quien una primera charla sobre la vocación y los propios miedos y limitaciones me abrió los ojos a lo verdaderamente importante en el albergue: ser luz para los demás. Lo mismo que dicen las hermanas desde el ambón parroquial en la explicación del regalo de la estrella coloreada tras la bendición. Me he pasado media vida tratando de deslumbrar al lector. De lucirme con cada frase que escribo. De convertirme en un escritor rutilante, una estrella del firmamento periodístico y literario al que todos reconocieran. Pero en la entrada del albergue del Camino no era más que un cincuentón tratando de ser amable para servir el té frío e indicar dónde dejar las botas y los bastones. Ahí acababa todo el lucimiento porque se trataba de no eclipsar al sol que nace de lo alto. Lo vi más claro en el rezo de la comunidad. Cada vez que la hermana Victoria acudía al atril de promesas del Cristo del Amparo (crux decussata) para prender el pabilo con que encendía las palmatorias sobre el altar (una para los laudes, dos para las vísperas) estaba haciendo que brillara la luz que alumbra las naciones. Fuera ya clareaba, pero dentro, en el templo románico y sus añadidos posteriores que cartografiaba un equipo de científicos con tesón inagotable esa semana, la luz se veía engullida por un frío espeso, denso y pegajoso como el alquitrán. La comunidad, reunida en el coro desde ese momento para alabar a Dios, encendía la luz y apagaba la oscuridad. Solo así cobra sentido la estrella de papel que se le entrega a los peregrinos. Solo puede titilar en la noche oscura ese minúsculo trocito de cartulina pintada con ceras si refleja la luz que penetra las almas. Solo quien bebe constantemente del pozo del agua que quita la sed puede apagar la del prójimo con un buche de té recién hecho. Cuando lo entendí, yo también encajé en aquel lugar. Encajé con mis compañeros hospitaleros: el referido Arturo, tan expresivo sin pronunciar palabra; el joven pero sobradamente experimentado Manu; y el jovial Christian, con una curiosidad infinita y una mirada desprejuiciada. Encajé con las hermanas de turno: la referida Charo, humanidad a flor de piel; María, con su arte aplomado para llevar la conversación donde queman las papas y se desatan las lenguas; Camila, en la que borbotea la alegría, que me hacía sentirme uno más con solo darme el cancionero de himnos; y Vicky, tan enamorada de Cristo que se le adivina con solo mirarle a la cara. Y encajé con los peregrinos. Porque ya me daba igual perorar de corrido o pegarle patadas a la sintaxis de cada idioma, del que iba aprendiendo las palabras justas para hacerme entender. Porque todo cuanto podía ofrecerles no precisaba de ninguna habilidad especial: los suelos bien barridos, los colchones bien desinfectados, las telarañas bien deshechas y el té bien servido con todo el amor por quien está necesitado, en ese justo momento, del reconstituyente que le ofrecía. Por cada sonrisa que prodigaba al recién llegado, una estrella centelleaba en la mochila de un peregrino del día anterior como una cadena ininterrumpida de eslabones de papel destellantes a lo largo del Camino. Esa es la luz que brilla en la oscuridad. Esto es cuanto aprendí en esa escuela de vida que es el albergue de las hermanas agustinas, a quienes les besarla las manos -también es aprendizaje dejarse agasajar- una por una en señal de gratitud. “Siervos inútiles somos, hemos hecho lo que se nos ha pedido”. Iubilate Deo. Aleluya. Sisters !
I made it to Santiago with my mom on the 23rd of June ! What a blessing it was to stay with you all in carrion ! It was genuinely one of the highlights of my camino. Being able to stay with you guys & participate in your late night prayer touched my heart. My journey on the camino has been much different than expected. I thought I came here just to walk, but I feel Jesus brought me here to tell people about Him! To spend time really getting to know & understand myself. God has made us so unique & the only way we can truly know ourselves is to know the One who created us. On this camino in every church I’d walk in I’d look at Jesus on the cross and I couldn’t stop thinking about Him doing that for us but specifically me. I found myself thinking about how He wanted to die for me & He weighed everything and decided it was worth it. That He saw all the joy His sacrifice would bring His people, to be able to spend everlasting life with Him. This walk has been beautiful, I have grown, changed, pushed myself, but most importantly found out more about Jesu, the world & amazing people He put in it. Thank you for pursuing Jesus & showing Him to people on the camino. You are all in my prayers! I hope you’re singing your hearts out to country roads ! I also believe God has really given you guys a gift of worship & as you pursue it you will show people His amazing glory! Keep singing. Blessings - Logan Hayek Colorado, USA P.S. I don’t know if it came up but I’m actually attending a Christian ministry school in redding california to become a youth pastor ! Cuando las hermanas me pidieron que escribiera mi experiencia y echo la vista atrás en estos meses, uno se da cuenta del gran cambio que puede suponer una semana en la vida de una persona. Nunca hubiese podido imaginar que acabaría rezando y asistiendo a Misa cada día. Como la mayoría de mi generación, no encontraba el sentido de asistir a la Eucaristía, ni de repetir siempre las mismas fórmulas. De niño estudié en un colegio religioso pero, por aquel entonces, pensaba que no podía ser cierto aquello que los frailes predicaban pero no hacían. La televisión me dio la educación más fuerte que he recibido, la del más profundo egoísmo. Ya en la juventud, las religiones se me antojaban la forma perfecta para hacer confluir la voluntad de Dios con la de los poderosos. Ahora pienso que muchas personas nos hemos alejado de Dios por simple desconocimiento. Aunque luego mi vida discurrió por caminos poco habituales, en esencia, se ha parecido mucho a otras. Hice lo que se esperaba de mí. Estudié una carrera, encontré un trabajo fijo y compré una casa. Fui el primero de mis amigos, eso sí, a los 25 años ya tenía todo esto y una mujer estupenda. Lo que no me esperaba, era la sensación de vacío cuando salía en mi coche nuevo de mi casa con piscina cada día. Intenté llenar ese vacío cambiando de trabajo, hecho que mantuvo mi cabeza ocupada bastante tiempo. Sin embargo, la confusión es tremenda cuando no sabes lo que falta en tu vida teniéndolo todo. Hasta que un verano, el deseo de caminar en soledad por la naturaleza me empujó a hacer el Camino de Santiago. Sin demasiadas expectativas y totalmente alejado de Dios, descubrí por primera vez, cómo era yo de forma natural. No sé si es el contacto con la naturaleza o el mismo hecho de caminar tantos kilómetros, pero creo que es algo que le pasa a todos los peregrinos. Allí somos nosotros mismos. Sentía la presencia de Dios y comencé a ir a las misas del peregrino. Aprendí y sentí muchas cosas. Aun así, cuando volví a la vida real, todo continuó igual que antes. No sabía cómo mantener ese estado del camino. El verano siguiente regresé al camino, recuperé de nuevo mi estado natural, disfrutando un montón de las experiencias. Sin embargo, cuando regresaba a casa notaba la ausencia de algo. No lo llamaría infelicidad, pero no era mi yo natural. Así hice el camino varios años más. En todos estos caminos he ido aprendiendo algo diferente y me he encontrado con un montón de pequeños grandes gigantes que me han ido acercando a Dios, peregrinos, hospitaleros, sacerdotes, lugareños... Pero en todos los caminos me ocurría lo mismo, era yo mientras caminaba pero después no sabía mantener ese estado al regresar a casa. Hará sólo unos cuatro meses, llegué como peregrino al albergue que tienen las hermanas en Carrión de los Condes. Tres años antes ya había pasado por allí, me había recibido una monja que irradiaba una luz y una paz que me impresionó. Este año no la encontré allí pero las cuatro hermanas que allí estaban también resplandecían. Así que, cuando, tras el encuentro, ofrecieron la posibilidad de quedarse como hospitalero, no tuve ninguna duda. Quería conocer el secreto de esas monjas que parecían tan felices. Visto desde la distancia del tiempo, parece que todo estaba orquestado para mi conversión. Nada más comenzar, la hospitalera a la cual yo relevaba, contaba su historia de conversión a otro peregrino. Más tarde, conocí a mi compañero hospitalero, un sacerdote. Y me alegré un montón. Junto con dos hospitaleros más, formamos un comando de búsqueda formidable. Comenzamos a compartir su vida diaria. La oración matinal, el trabajo, la comida, las historias de los peregrinos. Y yo que tenía tanta formación y conocimientos, en aquel lugar me sentía un analfabeto. Mis compañeros hospitaleros, mucho más jóvenes que yo pero cristianos maduros, me hacían sentir el niño de aquella casa. Desde el principio comencé a vislumbrar un Dios que desconocía, las etiquetas que le había puesto se caían y empecé a encontrarle sentido a los textos sagrados y a la oración, intuyendo una gran sabiduría en sus enseñanzas. En realidad, las hermanas no me hablaron de Jesucristo, sino que sus actos fueron su catequesis. El amor a los demás estaba en cada uno de sus movimientos, su paciencia, sin darse importancia, agradeciendo a Dios su propio esfuerzo. Tampoco era la primera vez que veía esa capacidad de servicio, quizás lo que más me cambió fue darme cuenta que la práctica de todo aquello las conducía hacia esa paz y plenitud que me había llamado tanto la atención y que tanto anhelaba. Inconscientemente, creo que decidí dejarme llevar. Practicar con ellas todas esas virtudes cristianas, que ya conocía, fue lo que me hizo sentir esa plenitud, que es difícil de explicar. Es el tesoro que Jesucristo dice en el Evangelio, que si lo encontrárais, venderíais todo lo que tenéis para comprarlo. Lo mejor es que es gratis, ¿no es grande el Señor? He de confesar que mi trabajo favorito era dar un vaso de té frío a los peregrinos cuando llegaban. Creo que es un acto de amor desinteresado, gratuito, porque sí. Un pequeño gran gesto que a nadie deja indiferente. Disfrutaba sintiendo que eran mis hermanos y hermanas aunque no hablaran mi idioma. Y me gusta pensar que en esos pequeños instantes ellos también se sentían acogidos por un hermano. Después, mis compañeros hospitaleros y las hermanas los recibían con paciencia, sobre todo con los alejados, no eran pesadas, no trataban de convencerlos, simplemente los atendían igual que a los demás. En el encuentro de la tarde, con su música conmovían sus corazones endurecidos. Se abrían y compartían sus historias de una forma muy natural. Casi un milagro hoy en día. También me impactó ver cómo en la noche y por la mañana, oraban de corazón por los peregrinos que habían conocido. Fue una semana increíble, emocionalmente y físicamente extenuante, pero no dejé de sentir esa gracia en ningún momento. Te va transformando, enseñando y te da una fuerza que te hace sentir invencible. El Señor me sorprende siempre. Mis caminos de conversión están siendo muy creativos, muy diferentes al resto, solo para mí. Cuando miro atrás nunca hubiese pensado que hubiese atravesado por esos parajes pero también me doy cuenta que no hubiese podido ser de otra manera. No se trata de una iluminación mágica sino de un trabajo de lectura, reflexión, comprensión y sobre todo práctica. Mantenerse como peregrino hacia Dios requiere un esfuerzo, como el andar, pero en este caso sin moverse. Pinta un largo camino, aunque cuando te pones en marcha ya comienzas a disfrutar del viaje. Desde Murcia.
Realmente para mí esta experiencia ha sido una verdadera aventura, porque con tan solo 19 años decidí venir desde Murcia hasta Sotillo a vivir la pascua... Al fin y al cabo, gracias a que mi madre le habló de mi a una de las hermanas este verano y le dijo "que se venga tu hija" y cogí la maleta y al día siguiente aparecí en el Monasterio de la Conversión. Y de ello estoy muy agradecida, porque también esta vez gracias a ella he podido ir a vivir estos días santos a mi pequeño-gran paraíso. Y si lo llamo así porque para mí es como segundo hogar, este verano se ganó un trocito de mi corazón. Tengo que remarcar, que fue una locura, pero a la vez un verdadero regalo, leer el correo: "Vente a vivir la Pascua aquí" y me fié totalmente de las palabras de la hermana. Y allá que cogí la maleta y me fui. Realmente ha merecido la pena vivirla, para darme cuenta de que...no estoy sola, que hay más jóvenes como yo en medio del mundo, viviendo la fe y caminando hacia la misma meta. Contestando a la pregunta, que muchas hermanas y las nuevas amistades que he forjado que me hacían a ¿qué tal la pascua? : Ha sido muy especial, desde el primer momento, que me encontré con una amiga de anteriores años y quien me presento a una chica, amiga y anfitriona muy maja he podido conocer a chicos/as estupendos. Es cierto, que al principio estaba perdida, pero conforme pasaron los días fue cambiando me encontré muy acogida por todos los jóvenes y por las hermanas. Uno de los momentos que más me marcó y me llevo grabado en el corazón fue el viernes santo, cuando tuvimos el momento de silencio y pude tener un reencuentro con el señor muy profundo y poder decirle "Señor, que se haga tu voluntad y no la mía" y así fue como Él fue actuando en mí y poder vivir más intensamente la pascua de reconciliación. Verdaderamente me he vuelto a casa con las pilas cargadas y con muchas ganas de empezar a caminar hacia mis nuevas metas. Con este pequeño testimonio, animo a todos los jóvenes que se animen a vivir esta pascua, es una manera muy especial, para darte cuenta de que por muy solos que pensemos que estamos, No es así hay muchos jóvenes como tú en el mundo. |
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